abril de 2024 - VIII Año

Novela negra , rosa, verde… ¿cuestión de colores? El (género) “noir” nórdico

Igual que para los chistes, los colores nos sirven de “etiqueta” con el fin de clasificar, seleccionar, recopilar y distinguir géneros y subgéneros narrativos, por ejemplo, cuando hablamos de novela.

Un chiste negro, o verde o blanco…todos sabemos la gracia derivada o el contenido esperable del mismo: el color nos avisa, nos previene, se anticipa como una marca ante el título de la novela que nos han regalado o aconsejado o que inopinadamente ha caído en nuestras manos.

Sin ánimo de agotar al lector, tan solo a modo de reflexión y más como opinión de una lectora compulsiva, me gustaría comentar algo sobre los colores en la novela, y en concreto sobre la negra: negra como la pez, dirán algunos o como el tizón, dirán otros.

El sabio refranero nos lo confirma: “a gustos…los colores”, faltaría más, y principalmente en esto de la lectura, cada uno dedica su tiempo y sus dioptrías al gusto literario que más le complace (aunque a veces sea sufriente). Muy costumbrista esa afirmación de: “a mí me gusta y punto”, toda una declaración de intenciones.

Cada vez con más frecuencia, abundan festivales, convocatorias, premios y certámenes, que dan fiel cuenta de la tradición y de la vigencia de relatos llenos de “negrura”.

Me animo a escribir sin trabas ni miramientos, así, con todas las letras y en varios idiomas acerca del color “negro” (black, noir) aplicado a la novela que nos ocupa en este artículo, y sin intención de que me asista el sacramento de la penitencia por todo lo que sugiere y conlleva el tan traído y llevado adjetivo; estoy segura de que no habrá muchas voces que se alcen en contra de la denominación novela negra aludiendo a lo políticamente incorrecto de dicha nomenclatura literaria y colorista. Tampoco aludiré a la ausencia del color, porque sabemos que el negro lo que no tiene es luz, ni mentaré las interpretaciones que subyacen según culturas varias adjudicadas al negro.

Hoy me centraré en el cliché lingüístico de novela negra que cumple una serie de requisitos conocidos por el público amante de este género. Y como hay voces más ilustres e ilustradas que la mía propia para ello, prefiero sobrevolar por estos derroteros sin meterme en jardines procelosos: hecha esta salvedad, somos conscientes, de que “lo negro” vende, no la “negritud”.

Al rastrear etiquetas que acompañan al género literario más popular, el que más se escribe y difunde (quizá también el más leído, -aunque esta afirmación la pongo en cuarentena-) aparece la paleta del color monócromo y atisbamos cuánta sugerencia entraña el negro, diversas connotaciones en el imaginario común llenas de escenas sangrientas, pasiones abyectas, perversiones, misterios y suspense; miedo, intriga, respiración contenida y carrusel de emociones. Todo eso y mucho más, sin duda alguna.

La novela negra, longeva, siempre está de moda, desde los más clásicos hasta los más rabiosamente actuales que coronan los ranquin de éxitos literarios y se exhiben en las estanterías de las librerías de campanillas o de barrio.

A quien le gusta el género del thriller…negro, los autores tienen asegurado el acierto y la fama.

Y a quien abomina de él por hartura de leer demasiado o por ignorancia, resulta difícil atraparlo en las redes del callejón oscuro, como boca de lobo, y atraerlo a las huestes de seguidores incondicionales.

Para leer novela negra, se precisa de tiempo y ganas: todo detalle, cuenta. Cuidado con pasarse de página y saltar un párrafo, vuelta atrás y a retomar la narración. No vale la lectura oblicua.

Me parece, y solo es una opinión, que a los “escribientes” de novelas no les convence en gran manera el encasillamiento en cuanto a coloración, salvo a los autores de la negra, novela negra es un género fetén, con solera. El rosa está casi a punto de fenecer y padece los últimos estertores de la crítica más exquisita, por irreal y blandengue.

Y se lleva el noir así, tal cual, de lo archiconocido que resulta el género en cuestión o el black, y difícilmente alguien va a ignorar de qué se está hablando.

He escuchado en algún debate sobre el contenido de la novela negra el regusto que encuentran narrador (omnisciente, espero) y lector en la observación del mal, de “lo bien que se ejecuta el mal”, hay que ser muy buen escritor para plasmar dicha malignidad de la mejor manera posible: ¡cuánta paradoja!

Para ello se prepara un escenario que lejos de simular cartón piedra recrea realidades vividas o soñadas y tal vez deseadas, incluso experimentadas.

El afán de verismo engancha, la atracción por el susto y la degradación son ingredientes, que, de faltar, la salsa queda desleída y sin artificio: poco fuego y mucha traca aunque en ocasiones la mascletá anuncia un final sorprendente que deja con el pie cambiado a propios y extraños.

Ocurre que en el negro casi todo está medido y tiene unas hechuras según patrones muy consolidados a lo largo del tiempo y quizá sea esta coordenada la que redunde en el éxito de novelas negras, muy negras, porque las rosas envueltas en sirope y caramelo son harina de otro costal y las verdes, lechugas de otro huerto.

Me malicio que en lo oscuro algo hay de todos esos colores, una policromía que centrifugada tiene como resultado el aplauso del público.

Dentro de mis preferencias negras me decanto por los nórdicos, quizá por efecto de la antítesis: nos imaginamos esos parajes luminosos, muy níveos…y es ahí en esa “blancura” resplandeciente y casi cegadora donde contrasta el crimen, donde se eleva más allá de los picos abruptos o de las extensiones transparentes.

En esas coordenadas lo negro, luce, y mucho.

También llueve, claro, y hay niebla en noches abismales. Frío aterrador y entumecimiento.

Los personajes, los argumentos y la trama son auténticamente fílmicos y reales, creo.

Por eso, mi sospecha y mi miedo, cuando abro un libro de novela negra nórdica, ya están servidos desde la primera página, y me enganchan y me cuelgo de tramas por escenas, por días, que al final se reúnen como las teselas del mosaico o se pegan al modo de las piezas del kintusgi para dar una vuelta de tuerca a una cultura tan atractiva como antipática*, porque mi conciencia se intranquiliza en el sillón ante la moralina que desprenden sus páginas, los juicios que lanzan a tutiplén, los consejos y advertencias sin descanso.

Me recuerdan a la literatura de otros tiempos, lejanos ya, que pretendía aleccionar y amonestar: “el que la hace, la paga” y resuenan en mi cabeza los vítores y el jaleo del público al ver cómo el “malo” sin posibilidad de redención, la palmaba. Y todos tan felices.

Griterío y ruido arman quienes en nuestros días recuerdan el precio de nuestras acciones: de la realidad a la literatura, de la literatura a la realidad en un vaivén de bisagras muy bien engrasadas.

Y eso no puede ser solo invención y fantasía de una imaginación desbocada ni desbordante, todo ello semeja reflejo de que algo bulle en esos pueblos, en esas latitudes, llámese ética, religión, costumbres o tradición…

Me inquieta de qué manera el autor de novela negra, norteño europeo de apellido kilométrico lleno de diéresis, y casi impronunciable, se yergue como el big eye que todo lo sabe y que todo lo ve y deviene en una suerte de demiurgo desaprensivo y de mal agüero, el alfarero que moldea a su gusto y a su libre albedrío la materia de sus personajes, títeres y poco más, guiñapos sin mucha vida y con poca alma.

Lo mollar no es el asesinato, por ejemplo, la desaparición o el enterramiento, ¡qué va! la enjundia y la esencia radican en el discurso mental, la elucubración meditada, el tiempo de reflexión, las horas de planificación acerca del cómo y de las razones ¿personales? de llevar a cabo con mano ejecutoria inapelable, el destino, la inexorabilidad de la existencia o no de muñecos al albur de un tirano erigido en amo y señor de vidas ajenas.

En estas novelas del norte, domina la razón y la cuadrícula, toda una fórmula matemática que al lector levanta ronchas y que ha de sacudirse el sarpullido de unas líneas desasosegantes por lo que esconden bajo la espesura de capas y capas de apariencia de bienestar, de ambientes apacibles…lo que llaman el wellfare state, para mí, en los títulos de novela negra constituye toda una paparrucha, una engañifa de un estado que poco tiene de ecuanimidad y mucho de runrún personal, de insatisfacción social bajo el pretexto de la igualdad de (casi) todos.

Coloquialmente hablando, “se lo tienen que mirar” diríamos los sureños, sangrientos, pasionales y apasionados, truculentos y melodramáticos; ladradores al fin y al cabo.

La gran cantidad de novelas “noir” de los países denominados del silencio, “muerden” con dentelladas que se quedan clavadas en las entretelas del lector.

Tendrían que dar una y más vueltas al espejo en el que se miran para expresar tanto y tan escondido en esos relatos que atrapan por lo que tienen de atávico.

Black, noir, negro…

*Aviso de navegantes:
Absolutamente basado en mi propia experiencia, sin afán de raspar a nadie.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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