marzo de 2024 - VIII Año

Saramago, política, sociedad y vida

2022 – Centenario del nacimiento de José Saramago

Imagen: www.famosau

Para este breve artículo, en los cien años del nacimiento de Saramago, me voy a basar en dos de los libros que más me han gustado de su trayectoria. El primero, Alzado del Suelo, fue publicado en España en 1988; el segundo, Viaje a Portugal, es de 1995.

Alzado del Suelo es, como dice Saramago, una crónica del “latifundio”. De la vida en el campo portugués del Alentejo. De la opresión y represión del proletariado agrícola entre 1910 (al principio de la República) y el periodo inmediatamente posterior a la Revolución de los Claveles de 1974. Sigue la saga de los Maltiempo, que suelen tener ojos azules, herencia de un antepasado violador del norte de Europa.

Ya de entrada aprendemos que el latifundio republicano se parecía como dos gotas de agua al latifundio monárquico. Apenas hubo mejoras, si es que hubo alguna, para los trabajadores. Los sabañones, el trabajo sin descanso, las épocas de paro en las que se sobrevivía de fiado y, cuando ni eso se podía, cociendo hierbas. Se buscaba trabajo en cualquier oficio, desde quitar el corcho al alcornoque a segar, según la época. Bajo la presión del cura, en connivencia con el capataz y con la guardia republicana, y poco a poco el comienzo de la organización de los trabajadores. Para las reclamaciones más elementales. Salariales: un mínimo de treinta y cinco escudos día. La huelga para conseguirlo. Las octavillas. Y la respuesta brutal de los patronos y los interrogatorios de la GNR. La tortura.

La utilización de los patronos y el estado salazarista para manifestarse contra la República Española acosada por el golpe de estado apoyado por Italia y Alemania y, después de la guerra mundial, la supervivencia de Salazar. La continuidad de la represión especialmente contra los cabecillas y la detención de Santos Vidigal, su tortura y muerte. Y la detención de Juan Maltiempo y su fortaleza para no delatar a los camaradas. Su estancia en la cárcel, las condiciones de la misma. La solidaridad de los camaradas que reúnen dinero para el viaje de vuelta a su casa. La solidaridad también para esperar el tren del día siguiente. Saramago emplea aquí el nombre de Ricardo Reis, el heterónimo de Pessoa, que será quien le preste cobijo. Poco antes le dedicará una novela (El año de la muerte de Ricardo Reis).

Los años pasan y siguen las historias del latifundio. El fiado de los alimentos más básicos. La vida continúa y en la segunda parte del libro aparecen los ecos de más acontecimientos de la lucha antisalazarista. El intento de secuestro del trasatlántico Santamaría contra Franco y Salazar en 1961, la fuga colectiva de la prisión de Peniche de Álvaro Cunhal y sus nueve compañeros, la candidatura del General Delgado que pasó a defender el ideal democrático oponiéndose al Almirante Thomas, candidato del dictador Salazar, denunciando el fraude en las elecciones; Delgado sería asesinado por la PIDE (policía internacional para la defensa del estado salazarista) en 1965.

La concentración de Montemor en defensa de la jornada de ocho horas, brutalmente represaliada por la policía, con varias víctimas y decenas de heridos. Ya al final de la dictadura muere el patriarca Maltiempo. Y después de la intentona de Calda de Rainha, la gran Revolución de los Claveles que provocó tantas lágrimas de alegría, como las de la nieta de Juan Maltiempo, Adelaida, que se emociona al oír “Viva Portugal” ben la radio, la misma que luego emite la canción “Grandola Vila Morena”, señal para el comienzo de la Revolución. Revolución que sería boicoteada por los patronos desde el primer día impidiéndoles hacer su trabajo, saboteando las fincas agrícolas o sacando el dinero de Portugal por todos los medios posibles. Si no les damos trabajo, dice un patrono a otro, bastará con dejar pasar el tiempo lentamente y volverán a comer a nuestras manos. Resulta que dicen que se va a acabar la Guerra de África en la que tomaron conciencia muchos capitanes de abril, y no acaba esta del latifundio. Pero esa es ya otra historia. Quedémonos ahora con esa alegría de quienes tan pocas alegrías habían tenido. Y simbolicemos esa alegría en ese primero de mayo que, por primera vez, en este 1974 puede hacerse a las claras y es un alborozo público, quien iba a decir que esto iba a ocurrir un día, y la guardia quieta, callados mientras todos gritan “Viva el Primero de Mayo”.

El otro libro del que quisiera extraer algunas notas es Viaje a Portugal. Ante todo decir que Saramago considera todo viaje como un viaje interior y también como una interacción con el paisaje, el arte, la cultura popular, la gastronomía. Con el ser de Portugal. Y también una visión más subjetiva que objetiva, y de esa interacción el autor obtiene sensaciones y reflexiones. Un poco en el sentido de aquel diálogo “sobre gustos no hay nada escrito” a lo que el interlocutor contesta “escrito si que hay, lo que puede que usted no lo haya leído”. Y ¿cuál es la visión de Saramago a este respecto? Quizá podemos sintetizar diciendo que es una búsqueda de la autenticidad.

Por ejemplo, gastronómicamente. El Restaurante Gabriela en Sendim, un poco al sur de Miranda D’Ouro. La señora de la fonda en lugar de carta le propone una posta de vitela a mirandesa, ¿qué será? Para el viajero esa expresión remite a un tronco de pescado. Pues no. Se trata de una gran tajada de ternera nadando en una maravillosa vinagreta que “hace sudar las mejillas”, carne blanda que se corta sin esfuerzo y “cabal demostración de que hay felicidad en el cuerpo”.

Todo el libro, junto a algunos desengaños, que así es la vida, está llenos de momentos gloriosos como este que hacen apreciar el hecho de existir y valorarlo en cada caso. Por ejemplo, la iglesia de Adeganha. “Se le han quebrado las aristas, perdieron factura las figuras representadas en los canecillos, pero será difícil encontrar mayor pureza, belleza más trasfigurada”. Es para llevarla en el corazón.

En Río de Onor la pregunta es cómo se llevan con los españoles, la respuesta es “señor, hasta tenemos tierras al otro lado” y “ellos también en el lado de acá”. Lo que suscita una reflexión sobre la relatividad de las fronteras, especialmente en tierras fronterizas.

De repente una población que no se espera y se llama Jou (qué lindo nombre) y otra Toubres o Carvas. ¿estaba el portugués en sus inicios mucho más suelto que ahora? Y de esta reflexión sobre el lenguaje el viajero pasa a posar sus ojos en el paisaje, en el gran consuelo de estos montes y estas vegetaciones bravas o cultivadas.

En Teloes hay una iglesia con un panel de las almas del purgatorio, donde “los ojos del viajero se lanzan sobre una hermosísima condenada de pechos firmes que arde voluptuosamente entre las llamas”. Con ironía reflexiona Saramago que no está bien que la iglesia castigue las tentaciones de la carne y al mismo tiempo las provoque de este modo en Teloes.

El viajero salió del templo en pecado mortal.

En Guimaraes (cuna de la nacionalidad portuguesa), un elogio (el museo Alonso Sampaio) y un reproche hacia ciertas restauraciones no muy fieles. Y de pronto, en el camino, la efímera maravilla de un arco iris perfecto.

El Vila do Conde, en la magnífica iglesia gótica, dos joyas de piedra: los túmulos funerarios de Don Alfonso Sánchez (bastardo del Rey Don Dinis) y su mujer, Teresa Martines. El hombre, dice Saramago, tiene que vivir para apreciar esta belleza.

Y más pinceladas. Los azulejos del museo de Aveiro y la nostalgia de una sopa de pescado que ya no existe. Así de fugaces son algunos placeres.

Y alguna reflexión entre tanto arte. “Quiere la religión católica que todo sean cilicios, ayunos, pero el viajero busca en el arte de los hombres esa voluntad de vencer la muerte que se expresa en piedras alzadas o suspensas. En otro lugar, a las puertas de Lisboa, la reflexión establece la clara diferencia entre turismo y viaje. Viajar es descubrir, el resto es simplemente encontrar. Descubrir, por ejemplo, los maravillosos azulejos en la iglesia de Carcavelos.

Ya en Lisboa, la contemplación del puente “25 de abril” (antes, dice Saramago, llevó el nombre de un hipócrita que hasta última hora fingió no saber cómo se iba a llamar la obra). Y un consejo para contemplar un museo. Ver una sala cada vez, quedarse allí una hora y salir luego. Y también una idea sobre el terremoto de Lisboa, qué se perdió y que se ganó en él. Para Saramago, no cayeron solo casas o iglesias: se quebró una ligazón cultural entre la ciudad y el pueblo que la habitaba.

El viajero fue también a Alfama “dispuesto a perderse en la segunda esquina y no preguntar el camino, como mejor manera de conocer el barrio”, donde el cielo es “una rendija entre los aleros apenas separados un palmo”.

Otra experiencia a resaltar, la que Saramago considera una de las más profundas conmociones estéticas de su vida, en Belmonte, en la antigua iglesia parroquial: La Pieta, donde la belleza del grupo tallado en duro granito alcanza un nivel supremo.

En Sesimbra el viajero encuentra una espléndida síntesis. El valle que llega a ella va mostrando el mar. Esconde la villa vieja en el resguardo que forma el monte del castillo, al doblar la última curva se aparece dentro de Sesimbra. “Por muchas veces que allá vuelva, siempre se tendrá la misma impresión de descubrimiento”.

No es que Viseu no tenga muchas cosas que ver, que las tiene. Pero parece más resaltable el conjunto de la ciudad vieja, su caserío, sus calles y sus tiendas, algunas exhiben el producto de oficios que ya se creían desaparecidos. El encanto es indiscutible.

Porto es un subir y bajar continuo y un estilo de color, un acurdo entre el granito y los colores de la tierra con una excepción para el azul del azulejo que se equilibra con el blanco.

Portugal son muchas influencias. En Porto destaca la del italiano Nicolau Nassoni que hizo el pórtico de la catedral. Nassoni vino aquí “a escuchar profundamente qué lengua se hablaba en el norte portugués y después la pasó a piedra, ¡nada menos!”.

Se ha acabado el viaje. No es verdad, dice Saramago. Solo los viajeros acaban. El fin de un viaje es solo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, “ver otra vez lo que ya se vio”. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre.

Terminaré con una pequeña reflexión que enlaza los dos libros. El primero es la historia de una lucha, una lucha de hombres y mujeres por su dignidad, de la necesidad de organizarse para ello. Si el hombre es él y sus circunstancias, formemos humanamente esas circunstancias. Y ¿para hacer qué? Por ejemplo, para gozar este maravilloso viaje a Portugal y los placeres de la belleza, de la cultura popular, de la gastronomía. De la vida.

En los cien años de su nacimiento ambas facetas nos pueden servir como parte del merecido homenaje al luchador y al viajero.

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Archivo Entreletras

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