junio de 2025

UMBRALES: La poesía en Antonio Daganzo

El poeta Antonio Daganzo

La búsqueda poética y la autoconciencia de todo creador anhela trascender en su ejercicio cotidiano de vida y creación estética particular, para revelarse como cuestionamiento y desafío colectivo. De este modo es cómo la poesía logra descubrir y tocar aquellas fibras adormecidas del ciudadano común y corriente, cuya sombra adorna los atardeceres en tantas ciudades del mundo.

Es así como la belleza se vuelve insumisa frente a lo establecido, frente a la sordera cotidiana que nos impide escuchar el reclamo de nuestros propios pasos y el murmullo de la vida… colándose por los entresijos de las existencias sin horizontes ni senderos. Esta suerte de epifanía es la que permite a la poesía operar como una verdadera revelación profana, en el camino de la existencia y en el horizonte de las cosas que se alzan ante el sujeto, muchas veces indefinidas… Otras tantas como bosquejos o simples siluetas… «pues sabemos la exacta posición de nuestras cicatrices»... como nos recuerda, en uno de sus poemas, Antonio Deganzo.

Es la latencia de este tono poético, que tan bien refleja y recrea en su conjunto El murciélago entre fuegos de artificio (RIL Editores, Colección AEREA/carménère, Barcelona – Santiago de Chile, 2024), la que extiende la vigencia de lo humano, como código y brújula, de aquellos creadores que se alzan por sobre lo cotidiano, para unir su mirada a la de aquellos que han permitido sostener la esperanza y la artesanía de un mundo nuevo y necesario. Así es como el poeta, en este caso Daganzo, se transforma también en navegante, no solo de su propia travesía, sino también de aquella otra que nos hace reconocernos y abrazarnos en los demás.

El ser que habita estos poemas no es secuencial o estandarizado, sino que, por sobre todo, es un ser histórico, situado en las coordenadas de una existencia que lo acosa, pero no lo derrota.

A contraluz, se nos revela un panorama asignado por lo posible, directamente vinculado al sentido propio que el hablante otorga a su historia y existencia, asumida como legado y resumen, también, de otras historias. Desde esa matriz, Daganzo, en sus versos, es capaz de invocar, sereno y consciente, a: … «el fantasma negro de los héroes – aviesamente heridos por la espalda – que fuimos algún día»

Invocación necesaria a la hora de configurar nuevos senderos, alimentar nuevas esperanzas, pero sobre todo de reasumir la jornada con la certeza de que lo vivido, al menos, ha valido la pena.

Temible en su violenta ternura purificadora, la poesía ha sido prometida como destino para quienes, en esta vida y sus senderos, se han atrevido a caminar a la intemperie, huérfanos y sonrientes, como todos aquellos soberanos transeúntes de la nada.

Esta travesía es la que nos va dejando livianos de equipaje, sobre todo de aquello que, a modo de anclaje, nos ha sido entregado como cadenas meta históricas o cielos arcanos y reciclables, siempre un poco más allá de lo humano, lo reconocible y lo amable. Más acá, sin embargo, está la poesía, la palabra, como instrumento y señal de vida soberana para las cosas y los seres. Vida soberana, con aquella libertad que vence a los fantasmas de lo que hemos sido… y a los espejismos de lo que seremos.

Este es el panorama que se extiende ante nosotros en cada página de El murciélago entre juegos de artificio. El autor nos invita, por medio de imágenes certeras y la fluidez de textos trabajados, desde lo humano y cotidiano hasta alcanzar una seductora condición de revelación profana.

No hacen falta iniciaciones de ningún tipo para hacer propio el universo desplegado y palpitante en cada uno de los pliegues existenciales, que estos versos convierten en estaciones de paso rumbo a fronteras aún por inaugurar. No es otra la tarea, en todo caso, que cada poeta nos traspasa en su obra. Es un espacio no solamente estético el que se abre ante nosotros en estas páginas.

Es también un momento de introspección vital y proactiva, que, a través de palabras e imágenes, nos invita a retomar el protagonismo de nuestras horas. Ese es el modo en que toda lectura no solo se nos ofrece como una experiencia individual o privada, sino también como una posibilidad de encuentro y humanización. El poema se completa en el transeúnte retornado de paraísos ajenos, sediento no solo de agua, sino también de aire y palabras, que lo convoquen, como a cada uno de nosotros, a la tarea insustituible de correr el velo de las horas y los días, para sumarnos al vértigo de la vida en plenitud. Aquella que la poesía nos revela… que palpita y nos reclama en nuestras venas.

En este escenario es donde la poesía debe inaugurar espacios para lo imposible, y lo soñado, como señal inequívoca de humanidad, belleza y rebeldía. Es tiempo, en medio de ciudades marcadas por el desencanto, de devolverle a la vida y a sus paisajes la posibilidad de reconstruir los tejidos sociales, destruidos por la antropofagia cotidiana que nos rodea y seduce con sus cantos de sirena deshumanizadores. Ahí radica el desafío más urgente y la tarea transformadora de la poesía en nuestros días. Ante un ser humano sobrepasado por sus carencias y limitaciones, emerge la necesidad de resignificar la vida, de convertir la porfía en un espacio convocante y audaz para todos. La palabra, convertida en imagen y sendero, es el mejor de los comienzos. El más necesario y merecido de todos.

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