octubre de 2024 - VIII Año

‘Un tigre sin selva’, de José Iniesta

Un tigre sin selva
José Iniesta
Editorial Renacimiento, 2024
Colección Calle del Aire
72 págs.

Beber lo transparente, el agua clara, la honesta poesía se convierten, una vez probados, en acontecimiento irrenunciable. Por eso hoy celebramos la entrega de este nuevo poemario de José Iniesta, Un tigre sin selva.

La biografía que acompaña a cada uno de sus libros es muy escueta. Unas solapas que nos hablan, apenas, de su obra publicada, doce títulos hasta el presente, sin ofrecer más detalles que el pie editorial, la fecha de publicación y si alguna de ellas ha sido distinguida con reconocimiento, como el Premio de Poesía Ciudad de Valencia Vicente Gaos que obtuvo en 2008 con Arder en el cántico, el Ciudad de Badajoz de 2010 con Bajo el sol de mis días o el Premio de la Crítica Valenciana 2022 por su obra Cantar la vida.

José Iniesta entrega el objeto preciado de su obra, en unas exquisitas ediciones, como una joya. Sus libros se convierten en manos de sus lectores en la poesía que habrán de sostener y vivir ellos mismos a lo largo de la lectura. Como quien se ilumina al sostener una lámpara en sus manos. Habrá el poemario de ser candil en las nuestras.  A menudo utilizo la cita de Basilio Sánchez que dice “Escribir es tan solo agarrar uno de los extremos de la cuerda”. También el poeta Octavio Paz nos advertía del peligro, al leer poesía, de encontrarnos con nosotros mismos cuando decía: “Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre. Ya lo llevaba dentro”.

Si pensamos en la poética de José Iniesta, autor de voz personalísima, todo un campo semántico dedicado al canto, al asombro, al amor y a la desnudez se abre ante nuestros ojos y reconocemos inmediatamente el tono, elegíaco y enamorado, de una voz que viene de muy lejos celebrando el hecho de existir, asombro ante la la plenitud ardiente de la vida. Celebración y consciencia de estar vivo. Entrega.

Son muchos los críticos, también los escritores, que consideran que el poeta escribe un solo, larguísimo poema a lo largo de su vida. Al fin y al cabo, el alma del hombre es una y vida y poesía se dan la mano, como nos enseña Antonio Colinas.

Así continúa sucediendo con la obra de José Iniesta en este poemario, si bien, algo nos advierte a sus lectores en este libro, ya desde el título, de una distinta, creciente sed en la noche; de un tono trágico también. Metáfora del extrañamiento de lo más puro y salvaje, el tigre, en un paisaje sin selva, expoliado. Intemperie, vulnerabilidad, desconcierto que nos desnuda ante el abismo. Por otro lado, la intertextualidad concreta, en referencias y citas, con dos obras teatrales, Pato sin selva de Ibsen y Máquina Hamlet de Müller. Marco dramático que acompaña al texto. Por último, el desgarro emocional que ya desde el prólogo avisa al lector en primera persona.

En el Prólogo a una canción salvaje que abre el presente poemario y aporta las claves del texto, una poética, tenemos dos definiciones del propio autor sobre su obra:

Un tigre sin selva es un poema trágico. También es una elegía desgarrada a dos obras teatrales, Pato sin selva de Ibsen y Máquina Hamlet de Heiner Müller”

En el segundo capítulo del mismo prólogo nos define “Desde la vida, Un tigre sin selva es un canto a la vida. Y alta vida meditada: punto y vastedad”.

Prólogo del poeta que concluye con una cita bellísima:

“Qué nudo en mi garganta, cuánto amor. Teatro y poesía sin credos ni fronteras, a ras de cielo, y la lentitud de mis pasos en la nieve. Poesía y teatro, nada más, para que hable el silencio, o acaso un hombre roto que atesora en su pecho, no sé, espanto y belleza bajo un árbol que florece”.

Teatro y poesía que alcanzan al lector como un todo, como una sinfonía de la que fuera imposible escapar: el lector se transforma en espectador que padece. Lo simbólico y poético de imágenes, de símbolos potentísimos en un marco dramático —con referencias expresas e implícitas a lo teatral— que hacen del yo lírico el personaje desgarrado sobre el escenario que interpela al espectador y lo sume en una profunda catarsis.

Con imágenes plásticas que nos remiten a lo más bello, lo más delicado y trágico de nuestra existencia, continúa el prólogo en su intención: “el insensato deseo de querer cantar el misterio que somos —anhela el poeta— la belleza del mundo antes de la catástrofe, un algo indestructible semejante a la armonía que rige el caos de los astros en la noche”.

Son continuos los destellos de luz en medio de lo más oscuro, como las ráfagas que cruzan el cielo negro en la batalla.  Como el amor o la piedad en medio de la vida y de la sed.

Francisco Brines en la Selección propia de su obra nos advierte de que “el poeta escribe desde su individualidad aunque lo que tratara fuese de abrazarse a la humanidad”. También el lector lee desde su individualidad y se compadece. Poeta y lector abrazan el desgarro del hombre vulnerado por el miedo, la muerte, el exterminio, la devastación de los bosques. El horror que se multiplica en cada hombre son el desgarro de la voz lírica indagando en las partes más oscuras del espíritu. Como aconsejaba Paul Celan, la tarea del artista consiste en “no dejar de dialogar nunca con las fuentes oscuras”.

“Lo oscuro y misterioso” que, asegura Brines, hay en el poema se nos entrega a lo largo de este poemario, sosteniendo el otro cabo de la cuerda, a nosotros, lectores-espectadores, en un monólogo desgarrado de amor y daño. Ante los ojos del lector-espectador, irán apareciendo personajes en un escenario que varía en un no tiempo siempre oscuro. La noche. La noche oscura del alma de San Juan de la Cruz, autor de cabecera y fuente inagotable para José Iniesta. Noche oscura de purificación ante el dolor en la que el texto va sumiendo a los lectores que deciden adentrarse sin reservas.

Dividido en tres partes:

El citado “Prólogo a una canción salvaje”, de una vivísima prosa lírica y sugestivas elipsis que llevan al lector a lo inexpresable de nuestra trágica existencia, pero también al silencio que sigue al trueno, al aturdimiento tras el estallido.

El cuerpo central del poemario, con 21 poemas, titulado “Tiempo y alma” en el que a cada poema le preceden unos versos a modo de acotación teatral. El poeta es, entonces, personaje trágico en medio de la noche y la metralla.

Y una última parte que será una pieza teatral en prosa, dividida en dos actos que nombra “Vuelo a ciegas”. De hecho, este era el título del poemario inicialmente, si bien variaría al simbólico Un tigre sin selva. Metáfora de la intemperie bajo la bóveda del cielo y el desconcierto.

Dos citas abren el poemario de José Iniesta:

La primera, de los labios de Ofelia en Máquina Hamlet “Prendo fuego a mi cárcel” de Heiner Müller, representante del teatro postdramático; quien concebía el teatro como crisis. En un acertado análisis de la obra, el profesor y poeta granadino José Lupiáñez Barrionuevo, en torno a la “dramaturgia de la fragmentariedad” del alemán, advierte que los poemas de Un tigre sin selva, como unidades independientes —o miniactos—, elaboran un discurso en el que la fractura cobra singular trascendencia. En el apartado IV del Prólogo, nos dice Iniesta, insistiendo en la definición de su obra: “…no es un canto de esperanza. Son hambre y palabras juntando los pedazos del cántaro roto de la vida”.

La segunda, extraída de una de las obras más representativas de Henrick Ibsen, junto a su Casa de muñecas, Pato salvaje, “Lo imposible es lo que más atrae”. Lo imposible, la catarsis. El viaje interior tras el desgarro. La visión, tras la noche oscura, de lo sagrado.

Actualmente, poner en escena en pleno siglo XXI el enigmático drama El Pato salvaje de Ibsen, como afirma la compañía El Teatro de la Abadía sigue siendo un acto de responsabilidad cultural. Considerada una obra de rebeldía, el autor noruego consolidó con ella una forma dramática que conseguía abrazar la confusión moderna que se expandía sin freno. Las referencias a sus personajes y escenarios son concretos a lo largo del cuerpo de la obra de Iniesta.

En esta parte central, en el poema “El sacrificio” (pág. 32), una acotación inicial nos sitúa en la escena:

Hay una niña encima de la tierra.
En su pecho una herida de pistola
de metales oscuros en su mano.
Un médico a su lado dice no.
Entra la voz del padre,
            y entrará
mil veces agitando
sus brazos en el aire
como si fueran siempre alas rotas.

En el poema, aún el yo lírico está por descubrir, somos todos, lector-espectador doliente, como una piedad grita en un verso en que resuenan Los heraldos negros de César Vallejo:

¿Hasta cuándo los golpes de la vida?
¿Desde dónde mi niña, me hablarás
Si todo es extravío
                        Y no hay sendero,
Si voy dando zarpazos por la niebla? 

            (…)

¿Qué dios me salvará sin nada creo?

En una voz sin contención, el yo lírico nos convoca ante el dolor. Pregunta el yo lírico a un tú que no puede responder. En el desgarro, el vacío, el silencio de un público lector, sentimos el abismo de la noche en la pregunta “Qué dios —en minúsculas— me salvará si nada creo”.

Soy la seda rasgada
            en los zarzales
que florecen en mayo, si no estás.
Soy un tigre sin selva, si no estás.
no da vueltas la tierra, se detiene
en la fosca quietud del universo,
y en tus ojos sin culpa se consuela
el mundo maltratado, su desorden.     

Se acumulan elementos de enorme pureza frente al caos.

Según avanza el poema vamos descubriendo la voz dramática, hasta ahora velada:

En un estilo directo

“No, doctor, no lo haga,
No le rompa los dedos.
No arranque la pistola de su mano. (…)

 Avanza el poema:

Oh, pobre ala rota bajo el cielo,
pobre canción inútil en la orilla.
pobre pato salvaje y su graznido
malherido en un ala por la flecha
certera del arquero, e irreparable.
Lo que fue, eso será.
            Nada acaece,
mas tú fuiste, hija mía, y lo serás,
la semilla en la tierra que florece
tras las lluvias de mayo,
la promesa del vuelo
            hacia el sentido.

El pato salvaje, el tigre sin selva, el ciervo vulnerado, símbolos poderosos de nosotros mismos en la intemperie que es la vida. Son continuas las referencias intertextuales, en particular a la citada obra Pato salvaje de Ibsen. Las cuadras o sótano de la casa, metáfora del jardín interior tan presente en la obra de Iniesta, de la cueva platónica también, las zarzas, el ala herida del pato salvaje que vive expulsado del vuelo y del paraíso del bosque, la niña, Eduvigis, de catorce años, que se inmola en el drama. El polvo, la ceniza, la serpiente, el padre, el barquero… son otros, tantísimos símbolos poderosos de nuestra tradición que aparecen a lo largo de la obra.

En el poema “Tiempo y alma” unos versos proféticos:

“¿Quién eres tú que remas por el hielo?
¿Por qué llegaste aquí
con tus perros feroces
acechando sin fin en las orillas
el rastro inigualable del amor?
No busques en el humo su presencia.
                                   (…)
Yo soy el bosque que se venga.
Bajo un cielo de mármol sin piedad
escuchad el crujido
del hielo en vuestra sangre
pues sois los desvelados en la noche
y era el pato salvaje tiempo y alma.

“Sois los desvelados”, escribe Iniesta. Somos. Lector-espectador se convierte en cómplice. Desvelados, sin velo que cubra nuestros ojos, conscientes y despiertos en medio del hielo y lo oscuro; con el candil que ilumina nuestras manos, tocados por su palabra. Acojamos este tigre y seamos entre todos selva y corazón para estos versos. Bosque poblado.

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Escrito por

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