El bozal
Marc Colell
Editorial Ya lo dijo Casimiro Parker
183 páginas
Uno llega a ciertos (a tantos) libros de las formas más diversas. Quien lee habitualmente lo sabe. No voy a identificar las que a mí competen. He llegado a este libro de Marc Colell por la senda de ciertas redes sociales en las cuales está presente el escritor, de quien leo sus agudas publicaciones. De El bozal, el autor ha venido haciendo presencia en los últimos meses con destreza y tenacidad. También de su novela Reino vegetal, publicada recientemente.
El caso es que busqué El bozal un día de visita a la Feria del Libro en Madrid. No coincidí con el autor los días en que estuvo firmando, pero me llevé el libro de cuentos del que pretendo (si termino esta innecesaria introducción) dejar algunas consideraciones.
El título (y la imagen de portada) ya marcan un indicio del contenido. Sí, la mayoría de los relatos tienen bien un protagonista, bien un personaje que es perro. Entonces, ¿es este un libro de/sobre perros? ¿Se trata de algo como un libro de fábulas de animales? El lector —y el crítico, más— albergaría la tentación de ubicar los cuentos de Colell en una cierta tradición. Desde Esopo hasta los hermanos Grimm, pasando por el Siglo de Oro español hay ejemplos de cuentos/relatos/fábulas de y con animales. Lope de Vega y su Gatomaquia, Cervantes y su Coloquio de los perros, las fábulas de Samaniego y otros posibles ejemplos.
Y, sin embargo, uno (mero lector o sabihondo crítico) termina de leer el libro de Marc Colell pensando solo en sus personajes, en la textura de su lenguaje, en la forma de su construcción. Es decir, los cuentos incluidos en El bozal son independientes de cualquier tradición. O, mejor, los cuentos de El bozal se inscriben en la tradición de la mejor cuentística moderna. Tanto, que hasta uno recuerda los cuentos de Kafka en los que el autor de Praga hace protagonistas a los animales. Ahí está Josefina la cantora, o el simio de Informe para una academia.
Y es que, sí, algo de kafkiano tiene alguno de los cuentos de este libro. Y algo de crítica social, y algo de «irrealismo sucio», y mucho de sensibilidad. Y sobre todo de mucha humanidad. Aunque el personaje sea (o parezca) el perro (el cuento El bozal es un ejemplo), el narrador (el propio perro) se coloca en una mirada y en un relato que prima lo sensitivo, la condescendencia con la realidad a la vez que se rasgan ciertas convenciones. La buena vida es un cuento descarnado, eficiente en su crítica a la maldad y al narcisismo.
En estos cuentos de El bozal encontramos humor y sátira, melancolía y esperanza, cinismo y conmiseración. El acierto del autor ha consistido (en mi discutible opinión) en ampliar la gama cromática de las sensaciones, en ponderar la mirada de los narradores. Hay cuentos en primera y en tercera persona; hay cuentos vivaces y despiadados y cuentos de la memoria; hay cuentos como una mirada de reojo a lo real y cuentos que se detienen en el detalle.
No juega Colell con el efecto. No pretende, pienso, zarandear al lector y dejarlo perplejo con ese tipo de relato que todo lo oculta, una especie de técnica del iceberg llevada al extremo de no mostrar nada, tan de moda y éxito en recientes libros de cuentos excesivamente alabados, que al fin se parecen a casas vacías. Ni el propio Hemingway resultó tan extremo. En los cuentos de Marc Colell se intuye un hálito de lo no dicho, de ciertos silencios, de una cara B de lo real, pero todo esto sin menoscabo de un «realismo» descriptivo. Otra virtud de los cuentos de El bozal es su lenguaje. Es un lenguaje franco, natural, en ocasiones dialógico (los cuentos Quiero decir, Las personas), un lenguaje nítido y preciso, resultado de un trabajo de poda y pulimiento, que conecta con esos cuentos como navajas de Chejov o, más cercanos, de Raymond Carver.
No cabe, entonces, por mi parte, mayor detención en el análisis. Los cuentos, a pesar de que son —deben ser— una especie de sofisticado mecanismo de relojería, no dejan de ser historias para entretener y hacer pensar al lector. Un buen cuento se clava en la mente del lector tras su lectura y suscita, si es bueno, una resonancia, una iluminación crepuscular durante un tiempo. Esta es la naturaleza de los cuentos de El bozal.
Leí el primer cuento —no revelaré cual, pues marco un orden propio— de este libro nada más adquirirlo en la Feria del Retiro. Lo leí sentado en un banco, a la sombra fresca de no sé qué gigantescos árboles. Aquella historia me acompañó de regreso a casa, bajo un sol lento y cruel. Aún recuerdo esa historia y otras de este magnífico libro de Marc Colell.
Feliz verano.