El buen lugar
Basilio Sánchez
Editorial Pre-Textos, Colección “Textos y Pretextos”, nº 1.949
Valencia, 2025
228 páginas
“La pretensión de mi libro He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es (…), en cierto modo, la pretensión de toda la poesía que he venido escribiendo a lo largo de los años: la de construir, en medio de la intemperie de lo que somos, un lugar de acogida, un territorio en el que podemos sentirnos confortados y desde el que podamos gozar y percibir mejor el mundo”. Así lo afirma Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) en lo que ha supuesto su regreso a la prosa, bajo el sello de Pre-Textos nuevamente, tras la aparición, en 2015, de La creación del sentido; y así se puede comprender, con claridad meridiana, que el título de este nuevo volumen sea el de El buen lugar, cuyo “locus amoenus”, plenamente paradigmático, alcanza a los lectores tras la pujanza encadenada de tres poemarios magníficos, decisivos en el fenómeno de cristalización de la muy bien ganada madurez creadora del autor: Esperando las noticias del agua (Pre-Textos, 2018; Premio Centrifugados), el ya aludido He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor Libros, 2019; Premio Fundación Loewe y Premio Nacional Meléndez Valdés) y El baile de los pájaros (Pre-Textos, 2023).
Para Basilio Sánchez, la poesía es intimidad, humildad y cobijo, y se halla en posesión de tres irrenunciables cualidades: verdad, belleza y misterio. Si a esa doble trinidad se le añade, bajo el prisma de la específica práctica escritural del autor, tanto la actitud meditativa como la reflexión metapoética, todo venía dado para el surgimiento de El buen lugar. Porque estamos ante un ensayo cuyo asunto omnipresente es la poesía, desde la doble perspectiva de quien la escribe y quien la lee para sobrevivir entre quienes la ignoran y desprecian. Un muy hermoso ensayo no resuelto en capítulos de dilatada extensión sino en fragmentos de mediano o pequeño formato, se diría que hervidos al fuego lento del paciente fervor, y tal es sin duda la causa de que evoquen, con una intensidad insoslayable, los repetidos hallazgos de Basilio Sánchez en el terreno de la poesía propiamente dicha. El poso de las lecturas realizadas, las citas de los autores venerados, los frutos de las cavilaciones personales, los continuos reflejos tornasolados de una poética que no deja un solo segundo de generarse y regenerarse a sí misma, así como los detalles que traen a colación, muy oportunamente, no sólo la bibliografía particular sino también lo autobiográfico —experiencia pandémica incluida, y afrontada (bien sabido es) desde la trinchera del Hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres—, coexisten en una escritura fragmentaria cuya ideación lleva en sí misma su secreta ilación, y que no pocas veces desemboca en una suerte de líricos aforismos sumamente inspirados (“Uno escribe un poema para reconciliarse con lo que desconoce, para no volver nunca a ser el mismo”; “La poesía es una prosa en la que empieza a nevar”).
A mi entender, dos rasgos más de El buen lugar merecen mencionarse con especial detenimiento. Por una parte, lo superfluo de los dogmatismos para una poética sabiamente inclusiva, y, al respecto, la adecuada valoración del surrealismo —como eventual herramienta de expresión en el contexto de un decir esencialmente mesurado— se me antoja de una encomiable honestidad: “Un surrealismo leve, de rostro humano, es la forma expresiva de una búsqueda sincera de nuestra naturaleza sustancial, en la que, a falta de certezas, el poema demanda el balbuceo y la imprecisión, la sustancia más leve de las cosas que se contemplan y se piensan”. Por otro lado, la postulación de la poesía no sólo como cobijo y refugio: también como compañía, sobre todo en lo que ello tiene de sostenido compromiso ético y de amor por las cosas sencillas que permanentemente encontramos en derredor; la postulación, en fin, de la palabra como lección de ciudadanía, en el marco de una sociedad —la nuestra— devorada por el consumo, y envilecida hasta el extremo de premiar a los canallas si su congénita maldad se halla al servicio del dinero y, por lo tanto, de los globales engranajes de la disipación y del poder (“Uno debe salir de la poesía persuadido de la honestidad y la humildad que el poeta ha sabido extraer de la experiencia de vivir. Reconociendo, por encima de las palabras, el fervor del que se siente responsable de lo que escribe y, sobre todo, y esto es lo más importante, de lo que hace”).
Basilio Sánchez nos recuerda, en este espléndido libro que es El buen lugar —libro para el cual resulta imprescindible una aproximación lectora atenta y reposada—: “La poesía es el arte de decir de la forma más exacta posible aquello que en su naturaleza misteriosa o esquiva se resiste a ser dicho”. Nos recuerda, por tanto, el vínculo estrechísimo -mas no siempre inextricable- de la poesía y lo inefable. Porque la poesía, nuestra amada poesía, es el centro germinador, la armonía secreta fundadora, la creadora sin tasa de la que provenimos. O como Basilio Sánchez deja escrito en su ensayo: “La masa madre del corazón”.