noviembre de 2025

‘La sombra que cargamos’, de María Pilar Conn

La sombra que cargamos
María Pilar Conn
Cuadranta Editorial, 2024
58 págs.

Comprender el mundo desde la poesía: La sombra que cargamos, de María Pilar Conn

En ocasiones, la existencia puede ser una posesión difícil de soportar. Las preguntas que nos formulamos sobre nuestra presencia en el mundo y su naturaleza efímera nos angustian ante el silencio como respuesta. Por ello, la poesía se convierte en un bálsamo para nuestro cuerpo doliente, ayudándonos a sobrellevar este pesar. Consigue que lo físico, lo que nos ancla en la tierra, se aligere y vuele hasta el firmamento.

La sombra que cargamos (Cuadranta editorial) representa un perfecto ejemplo de ello. Sumergirnos en sus páginas conlleva hallar cierto consuelo, la empatía que necesitamos para sentirnos menos solos en este viaje hacia un fin anunciado. Su autora, María Pilar Conn (Indianápolis, Estados Unidos, 1968), afirma en la nota previa: “Alguien me dijo una vez que conversar conmigo resulta fácil, que poseo una suerte de habilidad para suscitar confidencias, merced a mi interés genuino y disposición tranquila, algo que con otros resultaría improbable”. Queda pues expuesta esa habilidad de la poeta para ponerse en la piel de los demás, interesándose por esos lugares comunes que hacen de la comunidad un individuo plural con idénticas inquietudes. Esos interrogantes existenciales que todos nos formulamos constituyen los mimbres de su poesía. Así lo demuestra en el prólogo Manuel Madrid García: “Este poemario es cobijo de preocupaciones”.

La autora ha trabajado sobre estas cuestiones alimentando su sed de conocimiento no sólo a través de la poética sino también desde la filosofía y la psicología —fundamental para aprender a preguntar y hallar vínculos entre los interrogantes propios e históricos—. En su formación resultan fundamentales nombres como los de Jung, Nietzsche o Kierkegaard. Uno de sus poemarios, Paseando con Schopenhauer (2020), es reflejo de ello; también La almendra y el maíz avala su trayectoria como poeta y pensadora. Esto sin olvidar su faceta como novelista, con tres obras de ficción publicadas hasta la fecha —La casa del marqués (2020), La canción del baladre (2022) y Monte de cenizas (2024).

El presente poemario se inicia con La mochila de palabras y de astros, donde la escritora refiere a una persona fundamental en su vida a quien perdió a pesar de su valía (“Comprendo, por fin, que él portaba la mochila / cargada de palabras y de astros”), lamentándose no haber sabido comprender que lo único que pedía era estar con ella: “Le traje la luna una mañana, pero dijo que no servía, / que me necesitaba a mí”. El mismo personaje parece protagonizar, bastante poemas más adelante, El páramo: “Esperé y en el punto álgido de la noche / te vi brillar en la bóveda cósmica”. Su luz ilumina la “tierra baldía” que ocupa la narradora (“solo las estrellas se abren como flores nocturnas”).

Pepinillos en vinagre recrea una conversación entre la poeta y un anciano en el porche de una cabaña —probablemente enclavada en la geografía americana—. Evidenciándose esa capacidad de la autora para ponerse en la piel del otro, el interlocutor se sincera con ella, reconociendo que, a pesar de no saber nada del más allá ni del cielo, sí tuvo la fortuna de haber vivido con un ángel durante “cuarenta y ocho años”.

Hay otros seres celestes en el poemario, como el padre de la poeta, de quien recuerda cómo canturreaba “el camino sigue para siempre y la fiesta nunca termina” y ello le consuela mientras el diablo “le ofrece su vieja escopeta” y “extiende un vaso de whisky”. En momentos donde las sombras parecen teñir todo de penumbra (“Le contó que Dios se estaba bañando en un lago de fuego, / que no se le esperaba”) la luminosidad de las presencias simbólicas benignas protege.

Silencio describe la desazón interior de la poeta, quedando exteriorizada en el “valle oscuro” desplegado ante ella. Ese “clamor” que siente dentro de sí provoca su “insomnio”. El ambiente hostil no sólo lo crea la autora en su interior, sino que existe también fuera. Contra él se rebela: “Muerdo el mundo que me rodea con rabia, / cegada por el polvo que la tempestad me arroja”. Es la “propia existencia” el “silencio” que la “condena”. En Constelaciones, la autora observa a través del “manto oscuro y nebuloso” del firmamento el “enigma de la existencia”. Aunque el “astro” le muestra su empatía, siente el peso de cada una de sus equivocaciones y, aun “pidiendo perdón” a las “constelaciones”, “la nada” no le libra de esa “carga”. Nunca es tarde para brillar utiliza interesantes imágenes simbólicas, como los sueños de juventud representados en “cosechas por recoger” —lo que le hace detestar “el olor del maíz sembrado” y le lleva a huir del campo— o la noche con su significado doble: el mal se “alimenta” de ella y la personalidad de la poeta es en parte oscura. Esa parte de su identidad que no aceptó le llevaría al descontento y a no amar suficiente. Con la llegada de su nieta, aparecerá la “luz” en su alma: “Nunca es tarde para brillar”.

De nuevo, lo nocturno se presenta como angustiante, representando la soledad y senectud en Bajo el signo de Capricornio: “Estoy perdida en esta oscuridad sin luceros”; “supe que la vejez traería días iguales, sin estrellas” —la ausencia de sus luces acrecienta la negrura—. Como hemos visto anteriormente, es en este periodo de madurez cuando aparece la lucidez o sapiencia —no solo es sinónimo de elementos negativos como el hedor de la piel, que aparece en varias ocasiones—. Así, la memoria trae recuerdos felices, como el de “los primeros y vacilantes pasos” del hijo pequeño de la autora. La imagen de “relojes en todas las estancias de la casa” es también muy evocadora, representando ese paso veloz de la vida: “El tiempo me engañaba con su sordo fragor” (Tiempo). Una vez más se recrea lo oscuro de la identidad: “observo con detenimiento mis facciones sombrías. / La personificación de la noche me devuelve mi reflejo”. El tono lóbrego se convierte en vestimenta cuando pesa la tristeza por la pérdida del ser amado; el vacío es igualmente protagonista del libro cuando ocupa la no presencia del ausente —“la nada”— (Sirio destella). Con El epitafio, quien nos habla reivindica una frase insólita que figure en su lápida para no formar parte del “olvido de tantos” en el cementerio.

El filo de la navaja trae dos dichos expresados por los progenitores de la escritora: por un lado, una frase de su madre: “La libertad tiene doble filo”; por otro, una afirmación del padre: “Es demasiado tarde para salir corriendo”. La primera lleva a la segunda cuando el individuo toma sus propias decisiones y es víctima de ellas: “Ahora entiendo que ser libre / es como un domingo sin Dios y sin familia”.

En ocasiones, las imágenes poéticas traen metáforas tan poderosas que conforman fábulas como la de El viejo y el lince. En ella, el primero cree dominar al segundo cuando es el animal —el tiempo— quien en realidad caza al hombre. No obstante, hay también pequeños relatos en muchos de sus poemas, con moraleja al final de cada viaje literario. Por ejemplo, en La sombra que cargamos —que da título al poemario—, la poeta se ve a sí misma como niña al echar la vista atrás sobre las pisadas en la nieve. La profundidad de las huellas es mayor en el momento presente dado el peso físico y simbólico a portar: “Reconozco la carga de la que no puedo desprenderme. / ¿Quién soy yo para existir sin ella?”.

Con Dolor, Conn vuelve a situar en la balanza dos épocas vitales, echando de menos la primera —vivida y vívida— de juventud (“me circunscribía el silencio. / Solo percibía mi voz, mis necesidades”) frente a la actual, donde “el dolor del mundo” le “acompaña”. La empatía se ha acrecentado frente al primer tiempo, donde el ego era protagonista; ello ha generado sufrimiento en la persona solidaria. Motas en la galaxia vuelve a presentar la marcha o pérdida de un ser amado, dejando el lugar que habitó con él a oscuras: “Despojé la casa de las bombillas al verlo marchar”. El recogedor y la escobilla de plata destaca la importancia de los utensilios mencionados para recoger las migas del mantel y heredados por su madre. Objetos que son talismanes y hacen sentir protegida a la poeta frente al mundo hostil exterior. Por otro lado, los pensamientos que le vienen a la cabeza mientras trabaja con ellos le hacen volver a la realidad, sintiendo temor a lo que hay fuera de la casa e incluso lo que hay dentro: “¿Es esto la vida? / ¿Contemplar las estrellas, dormir, despertarme, / recoger las migas para luego volver a dormir?” La vida en sumo, ante la cual “el bosquejo más grandioso se vuelve insignificante”. La finalidad del ser vivo, que nace para acabar muriendo, nos lleva a La nada, en la que el ser existente se diluye y todo es silencio ensordecedor. Cercano a esta etapa está El hombre mayor, hecho de pasado y nostalgia. También pueden estar en ella sus vástagos: “contempla a su hija. / Su vientre estéril, huérfano […]. La hija posa los ojos sobre su hermano, / encerrado, prisionero de sus miedos”. La espera presenta de nuevo un paisaje desolador para quien nada tiene por hacer salvo ver cómo otro día acaba. Puede ser un marco para ello la naturaleza de El jubilado, cuyos recuerdos son ya ruinas como las de los lugares que dieron sentido a su existencia.

La equivocación busca ahuyentar el recuerdo doloroso de la pérdida de un hijo; de nuevo, el cielo estrellado surge como lugar mágico, en este caso donde fundir los anhelos. Un escenario compuesto por sentimientos amargos y abstractos se perfila en Presa del mar. Ese sentimiento de desasosegante soledad se proyecta en La última marcha: “Me envuelve una viscosidad cósmica que nubla la vista”. La mejor forma de combatirlo es vaciar la mente desapareciendo “entre estrellas”. Así, el cosmos puede ser enemigo y cómplice en su naturaleza infinita y profunda. Sus elementos parecen penetrar y definir un retrato descorazonador del individuo en Libertad de elección: “Contemplo mis ojos en el espejo retrovisor, / su reflejo me devuelve una mirada vacía de estrellas”. También: “Observo en el cielo pasar una estrella fugaz, su estela / desaparece al igual que mi valentía”. El libro culmina con Corona borealis, donde la autora siente cómo su madurez le calma mientras se siente guiada por su pareja —a la que dedica el poema—, a través del laberinto vital, comparándola con el personaje mítico de Teseo: “Él conoce nuestros pasos / aunque ignore el destino. / Sujeto con fuerza a su mano, / junto a él, no temo al tiempo”.

Como hemos podido comprobar, La sombra que cargamos constituye un autorretrato veraz y valiente. Conn muestra una identidad experimentada y plena de cicatrices, superviviente de un mundo que no entiende pero en el que ha de vivir. De esta trayectoria se ofrecen los aciertos y equivocaciones, siempre coherentes con lo que supone la naturaleza humana. También las esperanzas y desilusiones. Todo un paisaje vivo y en constante experimentación, reflejo de nosotros mismos, que no podemos evitar preguntar el porqué de todo ello.

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