El nombre secreto del agua
Faustino Lobato.
Ed. Vitruvio, Colección Baños del Carmen, 2016
Por María Ángeles Lonardi
El autor utiliza una frase de Heráclito, que aparece al inicio del libro: ‘Todo fluye, todo cambia, nada permanece‘ para darle nombre a cada uno de los tres apartados del libro.
Comienza diciendo: ‘Todo fluye‘. La primera parte es un canto al movimiento.
Utiliza el simbolismo y la metáfora pero sin exagerar y en una comparativa muy bien cuidada va destejiendo una madeja, en el afán de darnos pautas de cómo reconocer el agua y cómo hallar el parecido con cada uno de nosotros. Personifica al agua y lo compara con el ser; e identifica a otros elementos también, como la tierra, el fuego o el aire, nombrando así, los cuatro elementos esenciales de la vida.
El autor nos habla de un hombre que se reconoce en medio de la fragilidad, vulnerable y condenado a repetir ‘sensaciones queridas y pocas veces alcanzadas‘.
Es decir, el agua da nombre, da sentido a su existencia y en el agua cree encontrar su razón de ser. Y en el sentir escapar el agua entre los dedos nos describe la magia que fluye mansamente como las horas de nuestro día a día. Nos habla de un sereno discurrir en la monotonía de los días.
Reconoce al agua como un elemento principio de la vida que configura y conforma la existencia de los seres, de cada uno de nosotros y así universaliza el contenido del libro.
Todo fluye en medio de la confusión y se vuelve lucha contra corriente e impetuosa a la vez, como en la vida misma; estableciendo así un hermoso paralelismo.
Esas luchas contra las corrientes internas, los impulsos, los deseos irrefrenables, nos llevan a veces a mantener un desgaste de energía que nos anula y no nos permite relacionarnos adecuadamente, por no estar en paz con nosotros mismos, con nuestro interior. Si no hay paz interior, no podemos proyectarnos y corremos el riesgo de ensimismarnos, de caer en el ostracismo.
Sin embargo, este hombre va ligero de equipaje, libre de prejuicios y se deja llevar. Obedece sin oponer resistencia intentando llegar al paraíso.
Descubre también la distancia que existe entre el mensaje y la palabra en los labios, esa palabra que se queda en la boca y se pregunta ¿Cómo romper con todo? ¿Cómo dejarse abrazar hasta la última coma del cuerpo?. Porque el cuerpo es palabra.
Todo fluye. Y en ese movimiento, él busca el equilibrio entre las curvas del verso y se siente creador. Y es el silencio. Y busca refugio en el silencio soportando ‘la melancolía de las horas‘. Está en movimiento, en constante búsqueda…
En la segunda parte, nos habla de cambio y cuando cambia el paisaje y el agua, todo cambia. Y cambia el ser humano como el agua que ‘transita entre las manos‘.
Pero, en medio de tanto cambio, algo nos conecta, algo nos mantiene…La memoria del ser es fundamental, nos mantiene con los pies en la tierra, nos define. Al mismo tiempo nos descubre el caprichoso destino pecador que cargamos como una cruz.
Todo cambia, todo es expresión. Habla del ‘lenguaje de los gestos‘ para expresarnos.
Habla de camino, barro, huella, bruma…El hombre hacedor de su destino, artífice que pretende ponerle nombre a todo y que, ante la encrucijada, no quiere romper la armonía, no quiere equivocarse, ni olvidar otras miradas que lo invaden y de las que también se siente responsable. Porque este ser, no está solo.
Los impulsos lo llevan a dar el primer paso, a dar un beso, un abrazo que lo protege de sus dudas. En medio de este cambio, siente ‘la angustia de las pérdidas y la alegría de todos los encuentros‘. Porque la carne es frágil, es débil.
La incertidumbre del cambio es inherente al ser, sin embargo, este ser descubre el amor y se sorprende. En el encuentro de la carne, reconoce el capricho y no puede ignorar la angustia de la soledad que lo determina.
Busca, no tiene palabras para describir lo que siente, la pasión lo abraza…
Con ‘el ímpetu del aire, en torbellino‘, más allá de los temores, se lanza libre. Huye de la soledad y entonces descubre que nada permanece y en la tercera parte nos habla de lo efímero. Quiere escuchar el agua, pretende encontrar las respuestas entre los rumores de un manantial. Y aunque vuelva la nostalgia del pasado, en este presente que le toca vivir descubre que nada es permanente y se ‘resiste a sucumbir bajo la historia de estos días de fluir como el agua‘. Todo es cambio, todo es movimiento.
Desea estar a solas para encontrarse a sí mismo. Los temores lo acechan. La soledad le ‘cuenta historias reales sin héroes ni princesas, de abrazos que no fueron‘, de fracasos, de silencios, mientras él reconoce ‘ese afán de otro universo que juega a ser cielo‘. Pero, en ese silencio, la angustia toma partido.
El ser busca certezas y no las encuentra. Ese es nuestro sino. Teme y sigue ‘mudo ante la fragilidad del misterio que lo circunda‘. El resiste en su interior aferrado a un ‘impulso que busca en el espejo del agua versos prohibidos‘. Versos que nos muestran a un hombre frágil, vulnerable, contrariado e inseguro, que conoce sus miedos, que no les teme, pero que, también sabe que todo es efímero, que todo es cambio, todo es fluir como el rio, como el agua.
Un libro que nos muestra un ser humano, muy humano, que a pesar de saber de esa fragilidad y la falta de certezas, con el verbo apenas como única arma, con la palabra, conserva el anhelo de darle nombre al agua, nombre a esa atracción que se hace irrenunciable. Aunque sabe que es secreto, no puede renunciar a buscar esas respuestas, no puede dejar de intentar darle nombre a la nada o al todo, no puede renunciar a su esencia, a pesar de la corriente de las horas.
Este libro nos enseña a mirarnos y a descubrirnos en nuestro propio reflejo en el agua.