abril de 2024 - VIII Año

‘Memorias del derrumbe’ de Eugenio Rivera

Memorias del derrumbe
Eugenio Rivera
Ediciones Vitruvio, Colección “Baños del Carmen”, nº 871
Madrid, 2021; 122 páginas

Esperadísima obra, esta que lleva por título Memorias del derrumbe. Su autor, Eugenio Rivera (Madrid, 1959), saltó al panorama editorial de nuestros días en el año 2017, y no en su faceta de escritor sino en la de ilustrador, gracias al muy singular volumen Poesía dibujada en el Parque, suerte de antología de la poesía española contemporánea en formato de cómic. Madrid 1939, libro publicado en 2019 –en el octogésimo aniversario del término de la Guerra Civil-, y Madrid 2020 (pandémica y celeste), un año posterior –como bien se puede suponer-, ambos realizados con el poeta Pablo Méndez –en colaboración y en grado de coautoría-, reforzaron la visibilidad de Rivera como uno de los ilustradores más destacados de la actualidad. Faltaba que el talento del autor en el campo de las letras cristalizase más allá de sus colaboraciones periódicas en medios de comunicación –donde sus trabajos como divulgador cultural y crítico cinematográfico son bien conocidos y seguidos-. Esa cristalización ha venido a producirse en la forma de un sorprendente primer libro de poemas, Memorias del derrumbe. Colección nada menos que de ochenta y nueve composiciones, coronada por uno de los textos más lúcidos y mejor rematados de los que haya tenido noticia en este tiempo duro de crisis sanitaria y social; poema al hilo precisamente de los confinamientos sufridos, y vinculado al insólito Viaje alrededor de mi habitación –aludido por Jorge Luis Borges en El Aleph-, de Xavier de Maistre –hermano de aquel Joseph de Maistre de infausta memoria, odioso pensador contrarrevolucionario; presentes los dos entre las truculencias de Carlos Wieder en Estrella distante, una de las novelas más geniales de Roberto Bolaño-.

Resulta curioso constatar cómo el estilo de Eugenio Rivera no se demora en la contemplación ni en los desarrollos versales de índole descriptiva; por el contrario, su vínculo con la plasticidad de las imágenes es raudo, eléctrico, de trazos ciertamente furiosos a pesar de su contención aparente, con lo que una posible raigambre surrealista de su imaginación encuentra, en realidad, su carta de naturaleza en las tonalidades del expresionismo: “Un perro orina en la esquina / de dolor y en las alas negras / de una corneja llora la luna. // En el callejón del grito / aguardo mudo tu regreso / mientras muero vivo / bajo mi muerte desnuda”. Un expresionismo felizmente poroso a otro tipo de influencias, susceptible a las adherencias de un eclecticismo bien entendido, como es de ley en un creador contemporáneo, y a estas alturas del descreimiento universal en dogmas, escuelas, dimes y diretes. Así, la narratividad de línea clara y las evocaciones familiares se alían en pos de la revelación lírica que eclosiona en el transcurso de la página titulada “Calle Toledo”. Así, las referencias cinematográficas articulan el ingenioso poema “Norma Jean en sus versos con diamantes” –cuya entraña literal se configura a partir de algunos títulos de películas protagonizadas por Marilyn Monroe-, o evocan el desamparo, la intemperie del alma incluso, en el poema “Domingo” (“Sin rumbo / como en un mal film de serie B / sin guion preciso / con una fotografía falsa / y un decorado de cartón piedra. / El único que representa / su papel con corrección impecable / es el recuerdo”). Así, los sentimientos más diáfanos encuentran la necesaria nitidez verbal cuando es precisa: “Han seguido pasando los años / y aunque el lenguaje / de tus manos enmudeció / para siempre / todavía eres la niña vigorosa / que conocí”.

Con todo, conviene hacer notar la sostenida presencia, a lo largo de la obra, de los acentos expresionistas referidos, y no tanto como línea de argumentación en el plano estético sino por revelar el poderoso catalizador de esta creación: la angustia. Porque Memorias del derrumbe no es un libro amargo o sobre la amargura. O de amarguras concretas, supervivientes ásperas, tenaces, en el tamiz del tiempo. Memorias del derrumbe son pedazos de angustia acrisolada que encuentran en otra soterrada, en una angustia de fondo insoslayable, el hilo conductor del libro todo. La angustia es el callado grito que pintara Edvard Munch, al que Eugenio Rivera le arrancase, en un debut poético más que notable y de gran fuerza, las palabras de un secreto holocausto transversal, universal: “En el infierno líquido / de mi infancia siguen / ardiendo mis juguetes / nuevos de hoy”. Claves biográficas se deslizan en “Fantomas y el delirio”; “Perro faldero” supone una salvaje vuelta de tuerca a las supuestamente idílicas figuras de la mascota y su dueño; los “Poemas para matar golondrinas” son abiertos “como una flor negra”; las botellas vacías “rescatan una bolera / desnuda donde rebota este corazón triste / que muere a cada impacto”; la imaginación se desborda en un elusivo poema de amor como “Desnudo contigo y un zapato”, y, al ir pasando el tiempo con crueldad, “en cada esquina gemía un electrodoméstico / con las llamas de un sueño roto”. Más importante aún, en páginas como las tituladas “Golondrina”, “La noche tiembla en el bosque insomne” y “Las calles vociferaban” se advierte el verbo certero y rotundo de un poeta auténtico, indudable, capaz incluso de la ternura en el entorno más hostil. “Mientras devoran las termitas” los “sueños de madera vieja”, Eugenio Rivera ha sabido dar forma a esta “delicada flor de barro”, para ponerla a los pies de una “trágica musa”. Todo un albor poético de lo más promisorio.

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