abril de 2024 - VIII Año

‘El sueño de los árboles’ de José María Muñoz Quirós

El sueño de los árboles
José María Muñoz Quirós

Ediciones Vitruvio, 2022
Colección Baños del Carmen, núm. 914
110 págs.

El último poemario del poeta abulense José María Muñoz Quirós se presentó el pasado 17 de junio clausurando el intenso curso de la Editorial Vitruvio, que se ha saldado con más de 90 actos presenciales amén de los realizados on line.

No podía tener mejor cierre la temporada, dado que Muñoz Quirós es una de las voces más interesantes del panorama poético actual de nuestro país. Y además su relación con el citado  sello editorial viene de lejos.  Hace siete años publicó  en él ‘Las palabras distraídas’` y el imprescindible ‘Tiempo y Memoria’ (Vitruvio, Madrid, 2015), que venía a recoger toda su abundante obra poética hasta ese momento. Hace cuatro años salía ‘El vínculo’, poemario que se acercaba a la cultura hindú estableciendo implícitamente un paralelismo con la mística española que tan bien conoce el poeta gracias a  su entusiasmo por la obra de San Juan de la Cruz y Santa Teresa.

La aproximación que vamos a hacer, a lo largo de estas líneas, a ‘El sueño de los árboles’  tiene mucho más que ver con una crónica periodística que con una reseña al uso, puesto que quien las escribe tuvo la impagable fortuna de asistir al citado acto  que presentaron,  admirablemente, Rafael Flores Montenegro, escritor y experto en la cultura del tango rioplatense, y la joven poeta Laura García de Lucas, de la asociación de mujeres Genialogías.

Las intervenciones de ambos y la lectura de Muñoz Quirós se enriquecieron con un animado y clarificador coloquio que ofrece claves más que  suficientes  para hacer unos acreditados  comentarios sobre el libro que nos ocupa, sin más que registrar lo que los propios participantes de la mesa reflexionaron al respecto.  El cronista solo tiene, pues,  que apelar a su buena memoria y este será el escaso mérito que le cabe.

Si todos ellos, presentadores y poeta, estaban de acuerdo en que partir del bellísimo título del libro, ‘El sueño de los árboles’, era la llave de acceso al poemario para preguntarse acto seguido sobre la supuesta capacidad de los árboles para dormir y, por consiguiente, para soñar (o en caso contrario, si estos solo poseen la posibilidad de disfrutar de sus sueños con los ojos abiertos en estado de vigilia), los contertulios  concluyeron que el árbol como recurrente materia poética  es todo un símbolo, que nos ancla a la Naturaleza,  del ciclo de la vida y de la muerte en la epifanía de lo efímero eterno. Y esa sabiduría milenaria que está escrita en sus hojas, piensa uno, que bien pudiera ser como la de los versos de un poema que llenan las hojas de un libro, en una suerte de identificación metafórica árbol/poema.

Quirós dio las claves para trazar las coordenadas en las que se enmarca su ‘El sueño de los árboles’: el tono de todo el libro está impregnado por el tópico del olmo viejo machadiano en un canto lleno de esperanza que alientan los brotes renacidos del tronco necrosado al que todos nosotros, que también tenemos nuestro propio olmo alegórico, nos agarramos con la intención de salvarnos como el náufrago que en alta mar se aferra al pecio de los restos del naufragio.  Si bien hay una referencia expresa en el poema ‘Antonio Machado. 22  de febrero’, Quirós apeló al poema que lleva el mismo título del libro: “Los árboles no duermen nunca. / Su sueño es ver que vuelven/ a anidar en sus ramas los pájaros, /  las flores, la luz de cada día”. Hay que señalar que el poema, como todos los del libro,  es rubricado con el título al final del mismo para no desvelarnos el misterio del sentido profundo hasta el último verso, siguiendo la estela del poemario póstumo de José Ángel Valente, ‘Fragmentos de un libro futuro’, como el propio Quirós confesó.

La primera parte de ‘El sueño de los árboles’ está conformada por poemas cortos —a modo de flashes— que se mueven en la quietud y el sosiego, sin estridencias, para alentar la contemplación que otorga la madurez en un itinerario lírico que tanto Flores como García de Lucas entendían que consolidaba un final de ciclo en la poética de Quirós que como ya definió Jesús Collado en el prólogo de ‘Tiempo y Memoria’ es una “poética del vivir”. El primero llegó a considerar que en ‘El sueño de los árboles’ se encuentra la quintaesencia de la obra previa del poeta abulense.

También se destacó el papel fundamental que juegan diversos ejes recurrentes sobre los que evoluciona el libro: el enigma, como el que puso a andar —vía la pitonisa de Delfos— a la filosofía de los antiguos griegos, como certifican los versos del poema ‘Los ojos del misterio’: “Reafirmas la verdad de ese misterio/ en los ojos del mundo”; la infancia, el territorio sagrado donde habita la inocencia: “Me escondo entre las ramas de los sauces que han llorado tu ausencia.”, verso que cierra el poema ‘Infancia’; la armonía, aspiración esencial para el poeta Muñoz Quirós, como exquisito orfebre de la palabra, en otro verso del mismo poema: “Se esconde entre la luz que va apoyando su descalza armonía/ en los límites que su perfume engendra.”;  la nieve, que rescata la imagen de la ciudad de las murallas bajo el manto inmaculado de la lúgubre luz “casi de abril” en un hermoso poema que Laura de Lucas nos regaló en su voz y del que citamos, dada su extensión, solo unos versos: “Hoy nieva levemente sobre la ciudad./ Cae suave como algodón deshecho que se pierde/ antes de golpearse contra el suelo./ Nieve que no es nieve,/ dócil copo desdibujado/ en el fluir del barro errante hoy, como yo,/ escapando, huyendo de mi cielo nublado por el dolor.”; e incluso el tango, que Quirós y Flores convinieron en encontrar en el fondo del lamento por lo efímero y a la par jubiloso que nos ofrece la “poética de la vida” que recorre de cabo a rabo ‘El sueño de los árboles’, arma cargada de optimismo, como antes se dijo.

Laura se divirtió identificándose en esa pareja de baile que había formado circunstancialmente para este encuentro con el Flores tanguista, en un mano a mano que dirimía los firuletes, y las quebradas verbales sobre el parqué encerado de los versos de Quirós, auténtico malevo de arrabal para la ocasión, dicho con todo el cariño, en una liturgia tan procaz y subversiva a la par que incendiaria como siempre ha sido el acto casi clandestino de la poesía: La poética del tango del imaginario enciclopédico de Rafael Flores iluminaba evocaciones…

Este último apuntó muy atinadamente que en el poemario de Quirós encontraba un anhelo de navidad como Rimbaud pretendió en la búsqueda de una nueva aurora, documentándolo con el poema ‘La soledad’  que abre el poemario del abulense: “La inmensidad de las noches/ puebla mi corazón de pájaros oscuros. /  Alud de nieve negra. /  Nada condena esta manera de vivir, / y es seguro que a nada lleva/ este vagar por los bosques del mundo, / por los caminos de otra mañana sin aurora.”

Pero si el libro está cargado de árboles, bosques y pájaros, asimismo García de Lucas apuntó que el topos de ‘El sueño de los árboles’ no solo es el campestre sino que hay muchas referencias a la ciudad también en un poemario que se permitió calificar de urbanita.

Por otra parte, al decir de Flores, si el silencio, que es necesario para la creación poética, es determinante en el libro de Quirós esto no impedirá la comunión con el otro al buscar la presencia inexcusable de los compañeros de viaje, del amigo a la amada,  en un diálogo callado pero lleno de sentido.

Quirós defendió que detrás de todo ello hay una poética que orquesta las palabras que, como decíamos más arriba, cuida y mima hasta los más mínimos detalles, en lo que podríamos definir como el delirio de la palabra: estamos, pues,  ante un  poemario en el que en sus versos resuenan, por momentos, los llamados “escritores del silencio”, como San Juan de la Cruz, Rimbaud o Lautréamont.

El libro de José María Muñoz Quirós se completa con una segunda parte más breve, ‘Felicidad de seres mínimos (Palabras de José Hierro)’, título que parafrasea al propio poeta madrileño y está dedicado a él en un sentido homenaje para celebrar el centenario de su nacimiento, aunque a mí se me antoja que esta segunda parte del libro es más bien un opúsculo que a modo de adenda completa el comentado ‘El sueño de los pájaros’, pero que en rigor es otro poemario diferenciado del anterior, tanto por tono como por estructura métrica.

En este caso, los poemas son sustancialmente más largos y narrativos. Quirós quiso leernos, con evidente emoción en su rostro embargado por la nostalgia de los recuerdos del colega desaparecido, ‘De cómo el vino era el color de la vida para el poeta José Hierro cuando pintaba en el blanco de las cosa’,  uno de los poemas que rescataba no al poeta sino al impenitente dibujante que Pepe Hierro fue, con versos de encendida admiración: “Nunca hubo espacio en blanco/ que escapara de su mano dibujando un pájaro,/ un paisaje, una barca varada/ en la orilla de los mares del norte,/ o su rostro mil veces repetido,/ o una paloma con los ojos cerrados y dormidos.”

La crónica de lo que ocurrió el pasado viernes 17 de junio acaba aquí.

Solo le queda al cronista pedir disculpas al atribulado lector, por una parte, y a los intervinientes del acto, por otra,  por si acaso su menguada memoria no ha acertado a glosar con mayor tino las oportunas palabras que honraron una fiesta de la poesía que convocó el gran José María Muñoz Quirós con su fascinante ‘El sueño de los árboles’. Sinceramente, no me pareció oportuno conectar la grabadora del móvil. Ahora me arrepiento…

“¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!”

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