abril de 2024 - VIII Año

‘Historia de la lluvia’ de Esther Peñas.

Historia de la lluvia
Esther Peñas
Chamán Ediciones
134 págs.

“Que los dementes del mundo recorran la grieta para ver el otro lado”

Esther Peñas Domingo (Madrid, 1975) es una conocida periodista, extraordinariamente activa en la difusión de la literatura y, -como muchos saben- poeta de mirada transitada por el relámpago.

Ha publicado, destacadamente, los poemarios El paso que se habita (Chamán) y La vida, contigo (Adeshoras), así como el magnífico ensayo De la estirpe de las amazonas (Wunderkammer). Imparte talleres de escritura creativa en Vallecas, colabora semanalmente con el programa de rock Lou Reed ha muerto y publica artículos de forma regular en medios como CTXT, Ethic o Turia.

Para nuestra suerte, acaba de aparecer su último poemario, Historia de la lluvia (Chamán), una respuesta a la sed del verso, en el que toma cuerpo la plasmación de un ciclo de renovación y pasión “cadencia presta al fuego insomne”, sed del deseo íntimo de carne y pensamiento, que muestra su entronque con las poéticas de autores como Octavio Paz, María Negroni o Alejandra Pizarnik .

“Hay que hacer del verso en los labios rastro de grano en saco agujereado, encender luciérnagas, abrir el alma misma, como un cántaro que se saca al patio para que mantenga su frescor y responda a la sed del que busca.”

Encontramos feraces ráfagas de lluvia, brumas perfumadas, corrientes impredecibles de formas y estados mentales en esta Historia de la lluvia, con la que Esther Peñas ha creado una epopeya atmosférica, salpicada de rocío, que es imagen especular, abstracta, del cuerpo. Carne meditando la partitura, ensortijada, musical, que vemos suceder ante nosotros  “Hay lluvia, llueve este texto” Olas rompiendo, flores en flor, arena peinada por el viento, una estudiada y metódica dicción pugnando por establecer una genealogía secreta, agua de una laguna interior, estigia, temblorosa polifonía de voces, parpadeos, pulsos y ritmos que aparecen, se desintegran y regresan en un mosaico exuberante y acompasado.

“Los significantes difunden la palabra geométrica y se  hacen fórmula que se cumple, inexorable; la sordera resplandece y, atenta, recibe; los condenados desisten de la prosa y se hacen canto”

Traducciones y transformaciones del deseo, bajo el laxo goce del lento llover, que recorre y traspasa la piel con invisible armonía, pues la lluvia no es objeto de dimensiones o límites definibles, es también desorbitado, inconcebible cristal de nieve en las puntas del vello, aflorando en formas bellas y tortuosas, desafiando siempre cualquier intento de categorización.

Esther Peñas indaga en el verdadero sentido de las palabras, lo que encierra el significado “Consciente de que el sueño es una vida pronunciada desde dentro” pues no sólo ha meditado acerca de la ideas e imágenes que aquí pone en representación, también se pregunta acerca de la naturaleza del signo como don “en el asombro de quien recibe”.

Aunque ninguna investigación puede revelar todos los innumerables secretos de la lluvia. La lluvia, milagro fragmentado, rompecabezas de epifanías.

“Dices boca y añades una sílaba que delira el significado aprendido y sabe a tierra en los labios de donde germina una estatua desnuda y descalza”.

Un afluir de palabras que va remansando en poemas, soliloquio en el que se sumerge uno, lectura por inmersión en la maravilla oculta y pletórica. Desfilan ante nosotros los anales de una quimérica legión, torrente visual que configura y destila la densa materialidad de un pensamiento poético extraordinariamente inspirado. Espacio simbólico y verbal del poema que “lleva una manzana en la palabra de la boca y abre el lugar del hombre.” Un manar de ideas, conceptos, voces, imágenes, un deslumbrante decir, cacería del animal geométricamente impreciso de la lluvia. Esther Peñas se desliza en la lluvia y esculpe formas en ella. En la lluvia vemos cosas sorprendentes, siluetas improbables, en contextos familiares, la nube inmóvil de un espacio policromático, animado y atemporal, reorganizado el pensamiento en poema, preparado así para un regreso al origen.

“Atrapo con redes palabras, las que comprenden y las que nombran, cada una de ellas nos devuelve el enigma.”

Es también indagación sobre el acabamiento y el desembocar, el movimiento de la lluvia nos hace transitar desde el ensueño del origen a la reflexión sobre los finales, la salpicadura de lo inevitable, energía en bruto que transforma el tiempo en una dimensión circular.  Una partitura que palpita y muta de lo transparente a lo opaco, caudal que crece y desemboca cantando.

“La historia de la lluvia procede de un estarse quieto, precede al miedo a la muerte porque la lluvia carece de tiempo, y se iguala, pero contiene agua, y del agua deviene la raíz, el pentagrama.”

La lluvia, además de ser una manifestación de la naturaleza ingobernable, es cortina que altera el paisaje, la faz de la creación, como una malla de plata minuciosa sobre un mapa, orografía sobrevenida que plantea nuevas preguntas, dilemas pródigos y reverenciales. Así pues, propone también Historia de la lluvia una reflexión sobre el lugar vivo, ese desde el que alumbrar el camino a la trascendencia porque “Alguien tiene que dejar constancia de que viertes lo sagrado”. Una escritura rebosante de las ansiedades y placeres de la carne, una escritura automática, en trance, afirmada en el compromiso con el lenguaje, como una mente transferida al papel, que va al encuentro.

“La sibila se acerca por la intuición del territorio. Se la ama porque no existe. Llega antes que tú, y no es posible.”

Tal es el libro al que Esther Peñas ha dado cauce, espigando frases y oraciones cuidadosamente escogidas, escrito mientras la lluvia cantaba y lavaba constantemente el texto. No es poca cosa dotar de un lenguaje a la historia de la lluvia. Lenguaje escrito, pero también experimentado, ensayado en la piel, llorado y bailado, cosechando los lirios de agua del sentido, un alfabeto de imágenes. Pues si el mundo es desconcertante y extraño bajo la lluvia, tan imbuido de electricidad exuberante que es cuna del encantamiento, Esther Peñas cual si tuviera una vara de zahorí va a la  búsqueda de su centro, (“Se ama al zahorí porque nos brinda el prodigio”) abnegada, extática, nos señala cada palabra, cada imagen, cada gota de agua, diferenciada, cada una de ellas un orbe misterioso.

“Cada gota de esta lluvia nos nombra.”

Bienvenida pues esta Historia de la lluvia, velo multicolor, asimétrico ciclo de la naturaleza y sus seres, que interroga a ese animal desconocido, a esa región inexplorada, a ese territorio impasible de la sed -sed tejida- sobre la que la lluvia nunca cae azarosa, sino en cántico entrelazado, felizmente ciego, infatigable. Del otro lado de la lluvia, telón del mundo, su autora ha construido  poemas como nubes de su aliento, para que la lluvia caiga, sin jerarquía y prodiga, embalsándose, calando profunda, cubriéndonos con la carnalidad y sacralidad de su verbo.

Por ello, atiende, lector: “No esperes la luz de la tormenta para acudir a esta capilla insomne”

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