noviembre de 2024 - VIII Año

‘Notas a pie de página’ de Julián Borao

Notas a pie de página
Julián Borao

Ediciones Vitruvio
Colección Baños del Carmen, 2023

121 págs.

Nos llega el último libro de Julián Borao, con un título sorprendente: Notas a pie de página, bajo el sello editorial Vitruvio. Es el quinto poemario que viene a completar por el momento la oferta lírica del poeta vasco, alma mater y dinamizador de las célebres Noches Poéticas de Bilbao. Y decimos sorprendente porque el autor nos tiene acostumbrados a títulos que son casi coloquiales en su cercana sencillez –desde su debut con ‘Cuestión de suerte’ hasta el anterior que se llamaba ‘Hasta aquí hemos llegado’, como aquel célebre LP del grupo musical Los Chichos–. Quizá no era extraño puesto que este su último libro está salpimentado con numerosas citas a artistas pop desde Dylan a Bowie, de Jorge Drexler a Aute, pasando por los Rolling, Radio Futura y los Ilegales.

Sin embargo, para esta ocasión Borao se decanta por un heptasílabo sumamente inquietante a la hora de dar nombre a su nueva publicación. Porque ¿a qué atienden esas supuestas “notas» de las que da cuenta el poeta?

En la redacción académica, las notas a pie de página proporcionan información adicional sobre un tema en particular, eso sí sin distraer al lector. Se colocan en el documento como complemento del texto principal y deben ser lo más breves posibles.

Por tanto, uno se pregunta cuál es la razón última por la que el poemario de Julián Borao lleva tal epígrafe como cabecera. ¿Quiere el poeta que entendamos, pues, que lo que viene a continuación –los 65 poemas del libro– son las notas a un texto principal que por lo demás no vendría a aparecer en el libro? Insólito recurso donde los haya, pero que –pensamos– no es nada baladí y tiene un sinfín de implicaciones, como iremos viendo. Cierto es que si miramos el índice no solo nos encontraremos con que el libro está dividido en cuatro partes sino que la última de ellas  –bajo ese equívoco paraguas onomástico que justifica tal audacia– nos “promete” finalmente desvelar el misterio. ¿Será, pues, más fácil de lo que habíamos imaginado? No cantemos victoria tan pronto… Vayamos por partes y sirvan estas consideraciones como reivindicación del poeta don Julián, parafraseando a Goytisolo.

A saber, las cuatro secciones del poemario son las siguientes:

1ª. ‘Versiones subjetivas’ (con 16 poemas); 2ª. ‘Epístolas aparte’, (también con 16 poemas); 3ª. ‘La historia no se repite’, (con otros 16 poemas) y finalmente, la 4ª, que lleva por título precisamente ‘Notas a pie de página’ –lo cual no deja de ser interesante  por partida doble– en tanto en cuanto que además de dar nombre a todo el poemario, no contiene 16 poemas –como las precedentes– si no uno más, es decir 17.

¿Por qué en un poemario tan redondo, tan cifrado a la simetría numérica del 64, el poeta decide al final romperla estrepitosamente? ¿No será un juego cómplice  –y quizá transgresor–  con el lector? “Todo pasa por algo”, ya nos advertía el mismo Borao en otro de los títulos de sus poemarios: ¡hagámosle caso que para eso es el autor!

Si el filósofo Johan Huizinga defendía que la poesía originariamente nace del juego –pero como un “juego sagrado”–  el sociólogo Roger Caillois irá más lejos todavía cuando señale la sacralidad del propio juego en sí, más allá de su alcance. Recordemos que el 64 es un guarismo mágico en algunos juegos de mesa: es el número de los escaques del tablero de ajedrez y de las damas y, a su vez, el de las casillas del iniciático Juego de la Oca. La numerología, a través de la suma cabalística de sus cifras, el 6 y el 4, nos traslada a la unidad (6+4= 10 y 1+0=1) como alegoría de lo primordial, de la última realidad prístina a la que aspira todo corpus poético como fenómeno entre dos luces o por mejor decir, desde el vehículo de su voz transfenoménica, como bien sabía el también filósofo Eugenio Trías.

¿Por qué, pues, el poeta –insisto– rompe la soberbia estructura arquitectónica y simbólica que le ha costado tanto construir para tan primoroso “recinto sagrado”? ¿No será esa nota discordante  –el poema “que sobra” (el 65 del total o el décimo séptimo de la última parte) la necesaria nota a pie de página que buscamos? Lo que convertiría, por tanto, a los 64 poemas previos en un singular y críptico tablero de ajedrez poético. Un auténtico tour de force animado por elementos diversos –que no dispersos– a modo de indispensables piezas del juego, que van y vienen y que interaccionan en su “aleatoria” coreografía semiológica con vocación de alentar una dialéctica nada inocente. No es casual, por tanto, que uno de los poemas del libro lleve por título ‘On the road’ o que creamos intuir en el poemario en su conjunto una mirada a lo que podríamos llamar una estética de road movie, inherente a todo azaroso ejercicio de competición. Y ya sabemos con Mallarmé que una tirada de dados nunca será capaz de abolir el azar.

Al margen de esto último, y volviendo al hilo de nuestra investigación (la dichosa nota a pie de página que perseguimos), el poema último sería especialmente significativo si decidimos determinarlo como tal, al margen del que lleva ese título de forma explícita. Por lo demás cumpliría con los estrictos requisitos exigidos –brevedad, complemento y aclaración– que se le piden a “las notas a pie de página” –como ya antes apuntamos– y que sin ninguna dificultad también podrían sustituirse por las llamadas “notas finales”.

Pero antes de ir al poema marcado –como se truca un naipe– conviene a nuestro propósito que hagamos un recorrido por el itinerario que nos proponen las cuatro secciones del libro donde se nos invita a jugar en un contraste de antagonismos blancos y negros si a estas cuatro partes –como los cuatro palos de la baraja o los correspondientes colores del parchís– les otorgamos el significado de una partida que solo puede terminar en tablas o con el codiciado jaque mate de rigor.

Si en ‘Versiones subjetivas’ nos encontramos de la mano del poeta con la busca proustiana del tiempo perdido (“…/ y a veces nos inunda,/ inesperadamente, con su felicidad,/ esa dicha buscada/ de otro tiempo perdido, / su sabor/, su perfume”), con la certidumbre de nuestras limitaciones (“…/ descubres que el olvido/ se ha olvidado también/ de aquel quien eras/ pues ni siquiera sabes/ que no todo es posible”) o con las del propio lenguaje (“… Faltan palabras”); en ‘Epístolas aparte’, la pérdida (“muchas cosas se pierden/ sin que apenas le demos importancia:/…”) no siempre se embadurna con la nostalgia aunque a veces también la arrostre en las cartas que el poeta añora –sean estas de amor o de amistad, o de “juego” por seguir en lo lúdico como metáfora de la existencia– o en las dedicatorias para poemas que a veces propenden a lo narrativo (“Vosotros emprendisteis la ruta más al norte/ que no llegó a cumplirse, lo supe/ por tu carta en dos colores”); mientras que en la tercera parte del libro –’La historia no se repite’– el poeta es capaz de encontrar matices distintivos en cada circunstancia vivida –o en el envite del oportuno lance de cada baza–  (“No es la misma de ayer esta mañana,/ no es el amor el mismo que sentí/…) en evidente réplica a la convicción que propone el legendario río de Heráclito, que asimismo le sirve a Borao para cantar desde la memoria tanto a la ciudad de Poznan, como a la dolorosa senda de Capua a Roma, o también –en clave de denuncia– a los “…verdugos ( de Auschwitz) fumando un cigarrillo/…/ mientras abren la puerta de la infamia”;  y en ese caudaloso fluir de versos que el autor encadena con la magia de su voz poética llegamos a la última parte –¡‘Notas a pie de página’!– ¿que acaba por tomar el título de su primer poema para trasladarlo a todo el libro?– en la que nos previene sobre el valor urgente y necesario de las mismas (“Notas a pie de página/que nunca consultamos/…/ pero que hoy entendemos ,/ que eran parte de la historia”) con lo que ya estamos en condiciones de sacar el poema “marcado” de la partida –como en todo juego que se precie, que ya sabemos que rompe la “esfericidad” impecable del libro, con una intencionalidad más que sospechosa. Ese triunfo infausto –por díscolo, no por desafortunado– lleva curiosamente el título de ‘El descanso de las horas’. Son las indispensables trampas que el “tahúr” desvela siempre al final de la jugada no solo como descargo de conciencia sino en su clara intencionalidad de dejar claro que las reglas del juego han sido impuestas/corregidas por él, en un alarde inequívocamente poético por creativo.

El poeta/demiurgo escribe en este último poema: “Dentro de mí perduran los sonidos de ayer, / mas me envuelve el descanso de las horas/ que duermen, paradas, a mi lado, / de las cosas que pasan y no cambian, / del momento que dura para siempre/ hasta hacerme creer / que pudiera vivir fuera del tiempo”.

La tradición nos cuenta que Dios creó el mundo en seis días y que el séptimo descansó: el demiurgo Julián Borao –en su asumido papel de omnisciente  homo ludens– se toma un descanso más que merecido en el citado poema, después de construir esta recreación lírica –imago mundi– que como todos los juegos –y, recordémoslo, la poesía también lo es– se sitúa en un territorio –terra ignota– fuera del tiempo y del espacio para admirar, desde la distancia, su obra desde una perspectiva que le permita una lúcida ironía.

En una poética humanizada  –ajena a la grandilocuencia pero no exenta de recursos estilísticos– como la de Borao que, como queda dicho, ahonda en el misterio del tiempo, de los días, en la orfandad y su rescate de lo vivido a través de la herramienta de la memoria y del lenguaje, solo me queda emplazarles a ustedes –los lectores (intrépidos jugadores invitados a este sutil juego de la lectura)– a que encuentren la respuesta a todas esas preguntas que nos hacen juguetonamente –pero con la máxima seriedad–  estas intensas  “notas a pie de página”. En última instancia solo de ustedes depende deportivamente poner las cartas boca arriba sobre la mesa y con ello dar cumplido jaque al Rey.

N del autor.-

Este texto, en lo esencial, me sirvió para la presentación pública del poemario en Madrid el pasado mes de febrero. El poeta me manifestó, al final del acto, la sorpresa que le habían causado mis palabras y tuvo a bien confesarme algo que yo desconocía hasta esos momentos: su pasión por el ajedrez del que es un avezado jugador. Unos días después, en agradecimiento, me mandó un poema inédito que había decidido no incluir en el libro a última hora y que lleva por título ‘El viejo tablero de ajedrez’.

¡Los números no engañan!

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