mayo de 2024 - VIII Año

‘Una aventura griega: Tras los pasos de Patrick Leigh Fermor’, de María José Solano

UNA AVENTURA GRIEGA: Tras los pasos de Patrick Leigh Fermor
María José Solano
Prólogo: Jacinto Antón
Editorial Debate, 2023
Número de páginas: 192

Una aventura griega no es estrictamente un libro de viajes, aunque se podría ubicar en el anaquel de viajes de una biblioteca. Tampoco es un libro biográfico, ni un estudio sobre el protagonista. Definitivamente, su título define el contenido de forma precisa: es una aventura, narrada por alguien que decidió seguir las huellas de un admirado personaje: Sir Patrick Leigh FermorMaría José Solano tiene una relación con el autor y viajero inglés que, basada en la admiración fervorosa, se convirtió en un platónico enamoramiento, no tanto ya del hombre, como de su vida y de lo que ésta, vivida tal como la vivió, significa en el sistema cavernoso donde habitan los mitos. En la revista Zenda, de la que es cofundadora y donde escribe, se han publicado capítulos de Una aventura griega bajo el epígrafe de Viajes Literarios, y éste, creo, es el más correcto calificativo para el libro que nos ocupa.

Fermor tuvo algo de Ulises, algo de Byron, algo de T.E. Lawrence y, quizás, un poco de Valentino también. Inglés, alto, guapo, culto, snob, seductor, erudito, vividor, héroe de guerra y aventurero infatigable, realizó una gesta personal maravillosa en 1933, cuando las vísceras de Europa se estaban estremeciendo ante el avance de las ideologías fascistas que dinamitarían la paz y las estructuras establecidas en el primer tercio del siglo XX. Fermor se largó con lo puesto con el objetivo de recorrer el viejo continente hasta llegar a las agujas de la mítica Constantinopla. El viaje lo inició con pocos recursos, pero no olvidó meter en su minúsculo equipaje el Oxford Book of English Verse, una antología de poesía inglesa fundamental que abarca obras de 1250 a 1900; y un tomo de las odas de Horacio. Éste es un dato revelador de su carácter. Fermor llegó al final del trayecto y entró en el país que le atraparía para siempre: Grecia. Y ahí, es donde la autora de Una aventura griega aterriza para rastrear los lugares que él visitó, para beber el humilde licor de mastiha en cualquier ocasión en que proceda, como haría él, y para recalar, al fin, en el santuario fermoriano: la casa que levantó en Kardamili, a los pies del Taigeto, en la península de Mani, lugar del Peloponeso protagonista de un libro de Fermor ineludible para los amantes de Grecia.

María José Solano nos ofrece una recreación, a través de su propio viaje, de la figura del escritor y aventurero inglés, de su vida y de la vida de los que aderezaron su existencia con amor, amistad, complicidad y momentos intelectualmente compartidos en la fabulosa atmósfera griega. Fabulosa por única, por excepcional y por despertar en muchos de nosotros un sentimiento de pertenencia gracias a lo aprehendido con el estudio y las lecturas de esta gran cuna cultural. Hoy, el sol, el mar, los campos de olivos, las alfombras de uvas pasas, los mármoles pentélicos, las columnas erosionadas hasta el dolor o el bronce en movimiento del jinete de Artemisio poseen el don de ahormar el alma del viajero a la devoción por ese país que no deja indiferente a nadie.

Al comienzo del libro, la autora sorprende porque quizás ya no sea habitual encontrarnos con un libro que nos habla desde un punto de vista tan personal y sincero. Pero tras esa primera sensación, poco a poco, contagia al lector con la pasión que padece y disfruta con esos momentos de soledad en los que pretende entrar en el mundo del pasado, el de los muertos, y hacerlo revivir momentáneamente en el mismo lugar donde una vez todo aquello fue presente. Hace un ejercicio de yuxtaposición con los pasajes literarios y vivenciales de Fermor, visitándolos en su viaje, e intenta recrear los momentos que, documentados, sabemos que ocurrieron dentro de esos marcos espaciales, ya mitificados. Y, en ese discurrir por lugares y sucesos, comenzamos a entrar en el mundo de Paddy, el nombre de confianza del autor inglés. María José Solano nos relata desde la visceralidad emocional qué pasó en un lugar, qué comió en otro, dónde tuvo un encuentro amoroso, cómo surgió una fotografía. Sin intención biográfica, pero sí con la sustentación en la literatura y en la intelectualidad emanada de ella. Así, la autora construye una corporeidad del hombre que ha sido el objetivo de su viaje.

Y mientras esto sucede, el lector viaja con ella, destilando los propios recuerdos en el mismo alambique que los relatos de Fermor y los datos de la autora. Datos que todo mitómano desea conocer como los que nos ofrece sobre el hotel Belle Hélène (Established 1862), en Micenas, al lado del tesoro de Atreo, con su habitación nº 5 y su fascinante lista de huéspedes al lado de uno de los lugares más inolvidables del mundo. Solano sube el koilon de Epidauro entre sus 12.000 almas invisibles, se recrea ante el canal de Corinto, penetra en la isla de Hidra hasta el lugar donde el pintor Ghika levantó su singular casa, bebe y come en las tabernas de Atenas, contempla las montañas de Nauplia o recorre Mani desde Esparta hasta el cabo Ténaro, en un camino que llega a atrapar al lector en la misma fascinación intelectual con la que ella escribe. Fermor, Michalis para los griegos, dejó una obra literaria y viajera de primer orden por su estilo y por su relato. Y, leyendo a Solano en este ejemplar que nos ocupa, también se abren fronteras para la lectura de otros libros que giran en torno a él como la biografía que escribió Artemis Cooper que perfila a la perfección su magnética personalidad; o Drink Time, de Dolores Payás, que también ha sido traductora de los no sencillos textos de Fermor y con el que desde 2009 mantuvo una enriquecedora relación de amistad.

Lamentablemente, cuando el final de esta aventura griega llega, María José Solano termina su viaje en la casa de Kardamili y, en esos momentos, la casa está en obras. Después de dos años de reforma, en la actualidad, está recuperada y convertida en un hotel que conserva algunos detalles como el sofá corrido delante de la cristalera del salón, la piscina, el banco de piedra junto al mar, el ciprés, los olivos… Se debería haber convertido en un lugar de peregrinaje accesible, ya que Paddy y Joan, su mujer, la donaron a la administración del museo Benaki para que la dedicaran a actividades culturales como seminarios, conferencias, etc. Pero esto no ha resultado ser así y pese a los 4000 euros que hay que pagar para pasar una noche, es imposible encontrar una habitación libre en el calendario de este año y del que está por llegar. Eso sí, un día a la semana, abre sus puertas al público. Todavía hoy, se recuerda en Kardamili a los habitantes de la casa, las borracheras o las noches eternas a la luz de la amistad memorable. Nuestra autora, al final de su aventura griega sólo pudo ocupar ese espacio entre ladrillos, cemento y andamios, pero, al leerla, el lector percibe que eso carecía de importancia porque estaba allí, en aquel lugar, respirando la esencia del paraíso después de cruzar su Helesponto personal.

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