El destacado escritor y biógrafo Emil Ludwig (1881-1948), que nos ha dejado sugerentes semblanzas de Goethe, Beethoven, Bismarck, Napoleón, y los tres principales dictadores del siglo XX: Hitler, Mussolini y Stalin, estuvo en España en la primavera de 1933.
Sabemos que Ludwig vino a España, invitado por el Ateneo de Madrid, para que pronunciara el 25 de abril de 1933 la conferencia “El Ciudadano de Europa”. Además, realizó unas interesantes declaraciones para el diario El Sol, donde explicó que sus maestros habían sido Plutarco y Carlyle, además de explicar en qué consistía, en su opinión, el género de la biografía. Afirmó en dicho periódico que no buscaba nuevas fuentes sobre las figuras que trataba, sino emplear las ya existentes para realizar unas biografías de forma plástica, a fin de que todo el mundo recibiera la impresión de hallarse ante la realidad. Además, defendió el carácter pedagógico de la biografía a través del trabajo del escritor que, en vez de crear semidioses olímpicos, se dedicaba a revelar el carácter humano para poder influir en la juventud. También se mostró contrario a la novela histórica.
Nuestro protagonista realizó, además, unas declaraciones para El Defensor de Granada, y que recogió El Socialista, aunque ahora no serían sobre biografía o literatura sino acerca de la realidad española y la política europea.
Ludwig declaró que España le había producido una impresión maravillosa, todo lo que había observado le había resultado agradable “en extremo”.
La República española representaba, en su opinión, la solidaridad entre el Estado y el espíritu, y encarnaría el verdadero sentido de la democracia, porque el deber de una joven democracia era la organización de su propia defensa.
El escritor creía que en ese momento en el que parecía que estaba “loca” la mitad de Europa, seguramente, imaginamos, en alusión al auge del totalitarismo, España constituía un ejemplo de cultura y humanidad.
De todas las personalidades que había tratado en España quien más le había impresionado había sido Manuel Azaña, al que consideraba el “hombre más capaz”. Para Ludwig era un personaje con gran sentido europeo, y representaba en esos momentos la política dirigida por la inteligencia, el predominio de la razón en la vida del Estado. En este sentido, anunciaba que publicaría una semblanza de Azaña en los periódicos europeos y americanos, y quería dejar claro que solamente escribía sobre figuras que le interesaban. Así lo hizo, como explicó el escritor Eugenio Noel (Eugenio Muñoz Díaz). Por nuestra parte, sabemos que el Heraldo de Madrid se hizo con los derechos de publicación del esbozo biográfico de Azaña, como anunciaba en la primera página de su número del 15 de agosto de ese mismo año.
Ludwig afirmó también al periódico andaluz que creía en una guerra futura, no inmediata, pero era, siempre según su opinión, un hecho futuro, y que generaría una revolución socialista o comunista. En ese sentido, al menos, en parte, la Historia de daría la razón, aunque la guerra no generaría nada de eso.
Por otro lado, no deja de sorprendernos que declarara que creía en la futura realización, quizás hacia 1960, de su idea de la unidad de Europa. Los Estados Unidos de Europa eran una visión de Goethe, un sueño del ayer, un ideal en el momento, y sería una realidad en el mañana. Recordemos cuándo se puso en marcha el Mercado Común.
Hemos consultado para este artículo el número 7565 de El Socialista del 5 de mayo de 1933, el número del 15 de agosto de 1933 del Heraldo de Madrid, y la tesis de Jessica Cáliz Montes, La nueva biografía: vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX, Universitat de Barcelona, curso 2016-2017, págs. 275-277.
