Nada más que la verdad
Sandra Bruce Parker
Ondina Ediciones, 2025
Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa
André Maurois
Este libro, manejable y magníficamente editado por Ondina Ediciones, hunde sus raíces en una distopía.
Su lectura es desasosegante. Nos habla con un lenguaje preciso de cuestiones que nos preocupan mucho: el combate entre los deseos de igualdad y justicia y la violencia de los totalitarismos que imponen el silencio, buscan manipular la realidad y crean mitos fundacionales que tergiversan los hechos y favorecen el dominio y la explotación.
Los totalitarismos son sistemas corruptos y deshumanizadores. Utilizan su poder para destruir la verdad e imponer la mentira.
Con anterioridad, Sandra Bruce, publicó “The Class”, novela que guarda con ésta relaciones de afinidad y algún que otro contraste. Desarrolla y profundiza algunas ideas que estaban solo apuntadas en la primera. Con ella, obtuvo el primer premio del concurso literario de la Universidad de Lleida. Con posterioridad, fue traducida al castellano por Santiago Roda. Sandra es también, autora de “I once was lost” y “Confesiones de una guiri”, entre otras.
“Nada más que la verdad” cuenta con un esclarecedor prólogo del filólogo Rufino Pérez Miguel, que nos introduce en el texto. Es más que una presentación y nos adelanta la naturaleza del terreno resbaladizo que vamos a pisar, los aspectos simbólicos y los caminos tortuosos que hemos de recorrer.
La verdad, probablemente, ni existe ni ha existido nunca. Ese es un buen motivo, por el que debemos adentrarnos en este texto, con una dosis de escepticismo, recordando que no hay hechos, sólo interpretaciones. Quizás, precisamente por eso, el afán que siempre han tenido los totalitarios por imponer “un relato” que pase por verdadero.
Nadie puede permanecer indiferente ante el papel que la violencia ha desempeñado y sigue desempeñando a lo largo de la historia. Sandra Bruce dota a las páginas de su novela de un interesante perspectivismo. Para ello, distintas voces, van avanzando a tientas… y de modo coral.
Nos hace ver que no hay una verdad, sino verdades, haciéndonos partícipes de que tras lo que se tiene como verdad de los hechos, se ocultan mentiras y calumnias que han ido creando una “atmósfera envenenada”.
La acción está situada en Susanville, un lugar imaginario que tal vez remita a una realidad paralela. Perteneciendo, como pertenece al futuro, es una regresión al pasado. Un eje parece estar enclavado y a su alrededor giran realidad y ficción.
La Comunidad que Sandra pone ante nuestros ojos, rompe con la idea de nación y estado, creando un espacio que subordina y esclaviza a unos, para otorgar un poder omnímodo a otros.
Una lectura atenta de “Nada más que la verdad”, tiene la virtud de plantear una serie de dilemas y desafíos éticos y morales. La filósofa Hannah Arendt ya nos advirtió con su acostumbrada lucidez, que nadie que piense sobre la historia, puede ignorar el enorme papel que la violencia ha desempeñado en los asuntos humanos.
El texto pone de manifiesto cómo los totalitarismos pretenden erradicar la pluralidad, son excluyentes y defienden a “machamartillo” un pensamiento único, igualmente son antifeministas —incluso misóginos— y no dudan en, eliminar violentamente, a cualquiera que represente un peligro para la continuidad de sus turbios manejos.
Las páginas de la novela dejan ver como el miedo engendra odio, dando lugar a un embrutecimiento castrador. Los lectores, pueden establecer una serie de equivalencias y correspondencias entre nuestras propias vivencias y la realidad distópica que Sandra nos muestra con habilidad. No obstante, en medio de la opresión y la oscuridad existen espíritus nobles que anhelan un mundo sin tinieblas y luchan por lograrlo.
Como el filósofo Giorgio Agamben, muestra en alguna de sus páginas más brillantes: “Vivimos en el umbral de las cosas”. A veces un impulso aspira a traspasar ese umbral. No es suficiente buscar la verdad, hay que mostrar las causas de la falsedad, cueste lo que cueste.
En la novela juegan un papel destacado “los diarios”, que vienen a ser la espina dorsal, que siguiendo caminos con recovecos, dificultades y peligros avanzan hacia la verdad, por terrible que sea.
Los vínculos que atan el presente con el pasado son fuertes. Sirven en determinados casos para tergiversar, ocultar y mentir. Sin embargo, desde otras perspectivas y ángulos son un acicate, un estímulo para buscar la verdad.
Pese a los pesares, una chispa puede hacer que nazca la semilla de la rebelión. Los seres que pueblan las páginas de esta novela están atrapados en una pesadilla; mas de las peores pesadillas se puede escapar.
Sandra sabe dosificar, con destreza no exenta de astucia, junto a los aspectos ideológicos y morales, enigmas sin resolver… que tienen la virtud de poner un poco de luz. A través del misterio se puede desembocar en el camino que conduce a la liberación.
Otro aspecto, que es obligado mencionar, es cómo la religión es utilizada como un mecanismo que favorece el dominio y la explotación. En las páginas de “Nada más que la verdad” hay una crítica de la manipulación de las conciencias y de la toxicidad que nos envuelve, asfixia y aliena, contribuyendo a nuestra sumisión.
Es un texto para hacer pensar y para preocuparnos. Está presente lo que algunos han denominado “La dialéctica divisiva” que carcome y atenta contra la cohesión social. La sombra de la corrupción ha sido —y es— la consecuencia de la ausencia de libertad y del dominio violento.
Cabe preguntarse —y debe hacerse— ¿qué significan los gitanos? Ya que pone de relieve cómo en cualquier espacio, ya sea histórico o perteneciente a realidades virtuales, han existido la discriminación, el desprecio y el dominio.
Se apuntan en el texto aspectos que merece la pena tener en cuenta, como los peligros que acarrea abrir “la caja de pandora”. En medio de la violencia estructural, se pueden crear espacios para cuestionar y subvertir lo establecido y para desafiar el totalitarismo.
Nunca se acaban de resolver las contradicciones que la realidad plantea. La realidad tiene diversas capas y puede contemplarse desde la perspectiva del haz o del envés. En este relato, aunque a veces parezca lo contrario, todo es dual.
Hesíodo, en “Los trabajos y los días”, nos advirtió que “mil diversas amarguras deambulan entre los hombres: repleta de males está la tierra y repleto el mar”. Por su parte Aristóteles, con su habitual perspicacia, nos dejó dicho que “no es poco mérito hacer un uso conveniente y noble de la prosperidad, pero soportar dignamente la adversidad merece un honor mucho mayor”.
Muchos más aspectos deberían ponerse de relieve como el poder transformador del amor y su capacidad para mejorar la condición humana, logrando que venzamos el miedo que nos paraliza y atenaza.
Sandra Bruce ha escrito un texto para inquietarnos y para hacernos pensar. A través de una distopía, pone el dedo en la llaga en los peligros que acechan a la democracia y… en las brutalidades y crímenes que se producen en cualquier régimen totalitario. ¡Interesante aviso para navegantes!
Siempre me ha parecido enigmático, pero a la vez potente, un pensamiento de Píndaro, en sus “Píticas”: “El hombre es el sueño de una sombra”.
Podrían decirse muchas más cosas de esta novela, interesante por tantos conceptos, de Sandra Bruce.
Parece, sin embargo, adecuado no alargar más esta reseña y dejar que el lector o lectora, extraiga sus propias conclusiones de la riqueza y de las múltiples insinuaciones, incluso podría decirse “anzuelos” que la autora va diseminando y esparciendo para atrapar al lector y conducirlo por los laberintos y entresijos del relato.
Cabría añadir el valor del lenguaje figurado, la capacidad de la metáfora para adentrarnos en “realidades oblicuas” o la pregunta que el lector puede hacerse y que no es otra que: ¿Es “Nada más que la verdad” una alegoría?
En definitiva, un libro para valorar la habilidad de Sandra Bruce y para hacernos ver que la realidad plantea muchos interrogantes y es nuestra obligación dar la respuesta adecuada a los más acuciantes.