mayo de 2025

‘¿Por qué deberías ser taurino? Un alegato contra la mediocridad y en favor de la libertad’, de Antonini de Jiménez

¿Por qué deberías ser taurino? Un alegato contra la mediocridad y en favor de la libertad,
Antonini de Jiménez
Editorial Sr. Scott, 2024
116 págs.

Tauromaquia como teodicea del valor: metafísica de la libertad en la danza trágica entre tauros y telos

Reseñar esta obra representa para mí una tarea de honda complejidad, y no solo por una razón, sino por una duplicidad de circunstancias que se entrelazan como los capotes en el ruedo. Por un lado, confieso mi condición de neófito en los sagrados misterios de la tauromaquia, arte que siempre defendí por intuición moral y por respeto ancestral, aunque nunca lo había contemplado con la mirada del que asiente en el ser. Por otro lado, me siento sobrecogido ante la densidad intelectual del autor, cuya voz no se limita a argumentar sino que desgarra, revela y convoca desde las alturas del pensamiento.

El descubrimiento de la lidia como experiencia encarnada tuvo lugar apenas hace unos días, y fue una revelación en sentido pleno: epifánico y total. Fue mi querido amigo Francisco Barrera quien me otorgó este don, al invitarme a una corrida en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, ese templo donde la piedra, el polvo y el alma del pueblo se funden en rito. A él debo el hecho material de mi bautizo taurino; al autor de la obra que aquí se comenta, el alumbramiento espiritual. Y es que mientras el toro trazaba su destino en la arena, yo sentía que algo en mí —una herencia dormida, una idea antigua— se despertaba con fuerza nueva.

Allí descubrí la severidad y la importancia de unas normas no escritas con tiza sino con temple, sangre y tiempo; observé el respeto ritual del público, ese «respetable» que, como bien dice Antonini, no se gana por simple presencia, sino por una conmovedora empatía que se activa ante el instante eterno. El silencio que se cierne sobre el albero antes del lance no es ausencia de sonido, es presencia de lo sagrado. Y en el diálogo trágico entre el hombre y el animal, se despliega una pugna metafísica donde el valor, la muerte, la libertad, la belleza y la dignidad celebran una asamblea clandestina. Aquellos que desdeñan sin saber, sin mirar, sin callar, profanan sin querer un altar cuyo sentido se revela solo a los que acuden con el alma dispuesta y la razón abierta al misterio.

La obra de Antonini de Jiménez irrumpe en el panorama cultural con la fuerza intempestiva de un alegato desesperado por rescatar lo humano en medio de la trivialidad postmoderna. Su título no engaña: se trata de una defensa apasionada de la tauromaquia, pero en realidad se presenta como un manifiesto filosófico contra la decadencia espiritual y cultural de nuestro tiempo. En este sentido, el último capítulo —que condensa los motivos centrales del texto— opera como una exhortación ética, metafísica y política, casi testamentaria, dirigida al lector que aún no ha desertado del ideal heroico de la libertad.

Desde una perspectiva humanista, el texto encuentra su anclaje en una vindicación del clasicismo grecolatino, en el que la figura del héroe y el ethos de la valentía eran fundamentos esenciales de la vida buena. El toro, en su bravura trágica, y el torero, en su temple casi apolíneo, escenifican la lucha perenne entre naturaleza y cultura, entre lo bestial y lo divino, en una dialéctica que recuerda a la tragedia ática. Esta interpretación, que podría tildarse de estética o simbólica, se ve intensificada por el tono beligerante del autor, que no duda en contraponer la grandeza de la arena al nihilismo “buenista” de la sociedad igualitarista.

La metafísica subyacente a la obra es la del ser como acto, no como simple presencia biológica. En este punto resuena el pensamiento de Pico della Mirandola, quien en su Oratio de hominis dignitate afirmaba que el hombre es el único ser con capacidad de autodeterminación, facultad que se actualiza en el riesgo, la acción y la libertad. Asimismo, Marsilio Ficino, al traducir y comentar a Platón, subrayó la conexión entre belleza, virtud y trascendencia: claves todas que laten en el arte taurino.

El autor sostiene que la tauromaquia no es una forma de crueldad sino un acto de dignidad, de afirmación humana ante lo real. Y es aquí donde se abre el campo para una lectura jurídica de la obra: la libertad como principio rector del orden constitucional —que en su formulación material remite tanto a la voluntad general rousseauniana como a la autonomía moral kantiana— se ve erosionada por una forma nueva de tiranía sentimental. En este contexto, la perspectiva de la prohibición de las corridas de toros se revela como una peligrosa deriva legislativa: la transmutación del Derecho en herramienta de pedagogía ideológica. La protección del animal deviene excusa para la domesticación del hombre.

Antonini de Jiménez se inscribe, sin declararlo, en la tradición del iusnaturalismo clásico, aquel que reconoce en la naturaleza humana una inclinación a la excelencia, no a la mera preservación de la vida. La tauromaquia, entendida como arte y como rito, sería entonces una expresión simbólica del Derecho natural en cuanto orden teleológico que ensalza la virtud. Frente a una cultura jurídica que se desliza hacia el utilitarismo sentimental, el autor reivindica un modelo antropocéntrico y trágico de la existencia, donde la vida adquiere sentido precisamente en la medida en que se pone a sí misma en riesgo.

Cicerón, en Sobre los deberes, postula que la verdadera justicia no puede entenderse sin la valentía (la fortitudo romana) y que el derecho natural está ligado a una vida digna de ser vivida, no meramente sufrida. La tauromaquia como ejercicio de libertad y de virtus encarna este ideal ciceroniano, por el cual la vida encuentra su nobleza no en la duración sino en la intensidad del obrar justo y valiente.

Desde el punto de vista estilístico, el texto se configura como un ejercicio de retórica combativa. La prosa, rica en hipérboles, interpelaciones directas e ironías lapidarias, se alza como un acto de resistencia frente al actual adocenamiento moral de nuestra sociedad. Hay en ello un gesto nietzscheano: la voluntad de provocar una insurrección del espíritu contra la servidumbre de la corrección política. Sin embargo, el discurso no se agota en la crítica: propone una vía afirmativa, que es la del heroísmo cotidiano, la del vivir exponiéndose conscientemente a morir.

Desde una perspectiva existencial, cabe afirmar que el tránsito de una postura antitaurina a una taurina no es meramente racional o empírica, sino que exige un acto interior de asentimiento, en el sentido que le otorga John Henry Newman en su Gramática del asentimiento: una decisión profunda de la conciencia que reconoce como verdadero aquello que inicialmente, cobarde e infantilmente repugnaba a los sentidos o a ciertos prejuicios presuntamente morales. Tal conversión no se produce por la vía de la evidencia empírica o por la mera argumentación, sino por la gravitación de lo real sobre el alma dispuesta.

En definitiva, este libro no es un mero tratado sobre tauromaquia, ni lo pretende, sino un ensayo de filosofía vital encarnado en una causa concreta, que no puede ser más elevada que el toro de lidia. Quien quiera entender la defensa de los toros como una nostalgia de lo arcaico, yerra: lo que se defiende es una concepción del hombre como ser libre, responsable y trágico. Se advierte que lo que está en juego no es la pervivencia de una tradición cultural, sino el sentido mismo de lo humano en tiempos de servidumbre voluntaria. Una obra provocadora, sin concesiones, cuya lectura resultará tan incómoda para muchos como necesaria para todos.

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