Telegramas
Carmen Canet
Editorial Libros del Aire
Colección Altoaire
Boo de Piélago, Cantabria, 2025
SERVICIO DE MENSAJERÍA
Con inagotable fertilidad creadora, la propuesta concisa de Carmen Canet (Almería, 1955) se ha convertido en lluvia recurrente. Sus textos hiperbreves hacen de la autora una voz indispensable que se acerca a la arquitectura del aforismo desde una voluntad plural. Dirige la colección Altoaire, que impulsa en Cantabria el poeta, crítico y editor Carlos Alcorta, ha preparado varias antologías, es editora de nombres propios como Dionisia García, Luis García Montero, Hiram Barrios o Ramón Eder, y se desdobla en el discurrir del tiempo como estudiosa, ensayista, practicante del minimalismo expresivo y crítica, en publicaciones como Infolibre.es, Quimera o Turia. Son activos yuxtapuestos, generadores de una presencia cálida y transparente en el mapa literario actual de la profesora almeriense, asentada en Granada desde hace décadas. Pero su quehacer no concluye en los enfoques enunciados. También ejercita colaboraciones al paso con estudiosos y especialistas del laconismo como José Luis Trullo, Elías Moro, Rosario Troncoso o Ricardo Virtanen.
Tras la llegada a las estantes de novedades de Cipselas (Editorial Polibea, 2022), última entrega hasta la fecha de su recorrido por la brevedad, aparece Telegramas, una salida que incorpora, como el libro precedente, cuatrocientos aforismos de nuevo. Carmen Canet confía en el eficaz servicio de mensajería de las teselas verbales y suprime cualquier liminar introspectivo. Conoce la eficacia del apresuramiento, la prisa de la idea por perfilarse. Las palabras son plumas al vuelo que vislumbran el norte con la primera claridad y perfilan las marcas en el suelo de los propios pasos. Cada libro es un itinerario de conocimiento. El sustantivo Telegramas resuelve con propiedad la semántica comunicativa del ideario: son momentos expresivos que omiten la digresión y mantienen una convivencia dialogal entre pensamiento y sentir. Las pautas enunciativas siembran curiosidad en las hendiduras más relevantes del decurso existencial del yo; clarifican mediante la reflexión como método de conocimiento y hondura.
Quienes conocen los rasgos que singularizan el género breve en Carmen Canet recordarán algunos principios de su mirada. La diversidad de asuntos temáticos privilegia dos grandes territorios a explorar: la subjetividad del fluir de la conciencia y la pertenencia cívica a un tiempo histórico. En ellos guardan sitio la temperatura irónica de abundantes fragmentos y los matices humorísticos, que suavizan tentaciones de dogmatismo y solemnidad. La autora tiene querencia por los enunciados de resolución rápida, ajenos al añadido circunstancial. Son muestras que afloran de inmediato, semillas provenientes del surco abierto del sentido común. Así se percibe en los siguientes ejemplos: “Tener ironía en la vida es una obra de humor al arte”, “Los aforistas y los aforismos somos esos militantes de la vida”, “Hay sujetos que no merecen tener ni predicados”, “Existen dos lenguajes: el del corazón y el de la razón. Cada uno tiene sus razones y sus corazones”, “Trenzaba la vida y así no perdía hilo”.
Tras la aparente conexión con la realidad de sus temas habituales, respira también la lectora continua, la visitante asidua de la biblioteca que siente que “La lectura es la amante cómplice de nuestra soledad”. La voz cultural anima textos que son explícitos homenajes a magisterios literarios. No resultará difícil al lector reconocer el aplauso a Gabriel García Márquez en este aforismo: “Hay coroneles que con cien años de soledad, todo lo convierten en hojarasca y por eso no tienen quien les escriba”. Otro eco de la narrativa latinoamericana: “Alejo Carpentier: no nos alejemos de ese viaje al mundo de lo real maravilloso, no son pasos perdidos”. O esta mirada al universo poético esencial de Juan Ramón Jiménez: “Felicidad: no la busques más que así es la rosa”. Son brevedades que ratifican que una significativa parcela de ideas y argumentos convincentes provienen del legado cultural, de ese hablar en voz baja con lo atemporal. La originalidad no está en el carácter adánico de los temas; todo se ha dicho muchas veces. Está en los matices. En los renuevos de una cadencia expresiva que hace de los aportes ajenos una compilación de sustratos, la indagación curiosa de una mirada entre visillos, el despliegue de un mapa de geografía humana: “Los escritores honestos suelen ser lectores atentos que dejan el rastro de sus maestros a modo de homenaje”.
Carmen Canet celebra la costumbre de vivir en el vasto enclave de una realidad ensamblada por las paradojas. Mantiene la pupila vigilante para percibir los claroscuros de su continuo presente femenino. El vendaval de lo cotidiano exige definirse y la escritora lo hace confiando en el poder de la palabra. Nunca olvida el enfoque crítico ante las contingencias de un tiempo oscuro que necesita la poesía de la vida y la luz del pensamiento para abrir camino a la ética y cultivar valores que den vuelo a la convivencia entre sujeto y entorno: “No es el mío este tiempo”, decía Jaime Gil de Biedma. Ni el mío, me temo”, ratifica Canet.
La escritora comprime el pensamiento para recordar que los aforismos son experiencia, travesías caligráficas por las aceras transitables de lo cotidiano, que ofrecen un inagotable cauce de temas transversales. De este modo, desde la observación y el aporte cultural, nace un ideario de asombro que moldea el pensamiento: “El aforismo se mece entre la mediatez y la inmediatez”, entre el genio y el ingenio, entre la luz y la sombra, entre la licencia y la norma”.
Carmen Canet concluye Telegramas con una breve síntesis metaforística sobre lo que no es el aforismo y sobre lo que la escritora considera su esencia: el género breve es un sendero más que un camino ancho. Es una estrategia expresiva que busca cuadrar el círculo mediante la levedad concisa y la economía verbal; de ahí su querencia natural por la hospitalidad de lo mínimo, esa claraboya que mira un cielo limpio y transparente que suspende el tiempo.