abril de 2024 - VIII Año

‘Caro Adriático I: De Split a Rijeka’

Por Ricardo Martínez-Conde (www.ricardomartinez-conde.es).-

Panorámica de  DubrovnikPanorámica de Dubrovnik‘Paisaje de mar,
dentro de sí mismo’.
H.T.Smith

 

Regresaba en avión. El comandante nos había advertido por megafonía que llovía sobre la tierra conocida, la propia. No obstante, sobre las nubes, el sol relucía en su silencio monárquico y, a la vista de las dóciles nubes que hacían más mullido y amable el aire por donde me deslizaba, recordé aquellos reportajes científicos del canal Natura. Uno de ellos, dedicado a las profundidades bajo el hielo de los polos, me vino a la memoria para ponerlo a la par, en significación, de cuanto veía desde la ventanilla. Las nubes que ahora observaba ahí abajo eran como un paisaje extenso, imaginativo y tranquilo, el mismo que el reportero de Natura captaba mientras se deslizaba bajo los grandes bloques de hielo. Por dentro de esa paz todo era posible, todo podía ser soñado.

A continuación mi acto reflejo fue llamar a la memoria para que me dictase las impresiones más vivas acerca del viaje que acababa de realizar, y ella me dictó lo siguiente:

3Si uno repara con cuidado, tal como ha de hacer el buen viajero (el detalle resguarda, entiéndase, el bien de la sorpresa) observará que la costa croata, sobre la que asienta su aleteante silencio el Adriático, es una costa no solo extensa y plagada de islas, sino también tiene algo del trazo infantil, como inestable, de un niño: es desigual, variada, caprichosa… Está llena de rincones que, a primera vista, son como recovecos de juguete pero que representan, tal como he podido comprobar, un papel esencial en la vida de los nativos, pues, dado lo escaso de la profundidad cerca de la orilla, a poco que diseñan un cerco de piedras tienen, delante de la puerta, a resguardo de las inclemencias, un puerto en miniatura que aniña aún más la arquitectura recogida de los escasos pueblos apiñados.

Semeja un cuadro naïf, un capricho genial (y útil) para guardar ese bien preciado que es la pequeña barca que les sirve para obtener su sustento. Otras veces es la voluntad colectiva la que diseña una dársena mayor, donde se acogen la docena de barquitas.

Un pespunte precioso de geometría para una costa muy arañada. Excluyo, claro está, aquí, los nuevos asentamientos turísticos, menos dados a la poesía de lo pequeño, de lo cotidiano.

4Recupero –en la memoria- con sosiego (e imaginación) el mapa y puedo ubicar algunos de los lugares donde he estado: Dubrovnik, Sarajevo, la tranquila Zadar, Zagreb, Senj, la triste Trieste… Allí, a la sombra de Rilke, recordé ese hondo paradigma, premisa del buen viajero: ‘… y obtener, de entre lo innecesario, lo insustituible’.

Ha sido, pienso, esta vez, un viaje extenso, intenso, que he procurado urdir cada día de la forma más humanizada posible: cuidando el gesto, atendiendo al respeto por lo distinto, reparando en el detalle casi olvidado… Y el resultado fue muy satisfactorio, gozoso incluso por las novedades descubiertas (nunca del todo conocidas hasta haber estado allí, por ejemplo Zadar); por el ritmo vital de las gentes, lejos de cualquier ansiedad (siempre procurando alejarme de esas colectividades desazonantes llamadas grupos turísticos), y por todo lo que me ha dejado –resonando aún, pues las emociones tardan en acomodar- esa vieja cultura europea (romana, normanda, veneciana, turca, mittleeuropea- que ha impreso, en mayor o menos medida, su huella en esa costa secular del ubicuo mar Adriático.

Dada nuestra condición racionalista hay que aceptar que todo viaje tiene algo de deliberado. Para mí, eso significa también abrir cada vez, en cada ocasión, una nueva ventana a la sorpresa y a la imaginación, pues aquello que no se cumpla de lo previsto es lo verdaderamente nuevo y, en potencia, lo mejor. Es decir, propicia el volver.

Video de Split
De Split a Rijeka

Ya cae la tarde (cae también un aguacero bíblico si no fuera por su brevedad) y vuelve la luz al aire, al mar mayor, tal como los romanos definieron al Adriático, en contra del inferum mare, que es como reconocían al Tirreno. La luz aquí alcanza unas dimensiones teatrales difíciles de explicar: es dulce y agria, alta y recogida, blanda y dura, fuerte, languideciente… Es ella, creo, esta luz, quien protagoniza en buena medida el determinismo que une a estas gentes con tanto arraigo a su espacio natural, a su reivindicación de identidad.

Split es hoy un fragmento de la megalomanía del emperador Diocleciano. Lo que fueron murallas, Palacio, Mausoleo (luego Catedral) hoy se exhiben, dignos aún, en sus viejas ruinas, muy bien acondicionadas para turistas ociosos. Pocos reparan ya, por ello, en la significación del emperador poderoso; más bien, ahora, en el derrotado, ya fuese por las circunstancias, ya fuese por el tiempo.

Panorámica de ZadarPanorámica de ZadarZadar, sin embargo, es una ciudad viva y abierta, artesanal en el sentido de humanizada. Tras su hermosa puerta veneciana de blanca piedra con sus símbolos impresos está esa espina de pez, la calle peatonal, a cuyos lados, luego de traspasar esa pequeña plazuela que acoge los pozos de agua junto a los muros del gran parque arbolado, se asientan sobrias y dignas fachadas (esas que hablan y nos dicen, según el poeta Valery), iglesias con esa idílica planta basilical que escucha –y entiende- las preocupaciones del hombre. Destaca, no obstante, por su sobriedad y altura, la abombada iglesia de san Donato, un prodigio de equilibrio estilizado; semeja, arquitectónicamente, un bulbo alongado que asienta sus raíces sobre visibles restos de columnas romanas y otros dignos fragmentos en piedra de la Historia. En su interior acoge, a un tiempo, un silencio puro y una sonoridad cristalina otorgándole un cierto sentimiento melancólico a la luz desnuda que entra a curiosear desde los altos va
nos y que otorgan una rara armonía de paz al viajero.

ZadarSe alarga la calle principal en paralelo a la nave central de la catedral y, al fondo, un pasadizo en la muralla que circunda la ciudad nos devuelve a la orilla, a la figura del mar -ahora con una calma benigna y otoñal-; al paisaje de las islas al fondo. Es ese paisaje costero que tiene delante una larga hilera de islas a modo de cenefa geográfica, una constante desde Dubrovnik a Rijeka, lo que le dota de una rara familiaridad, desde la consonante isla de KRK, al norte, hasta la fértil Lokrum, en el sur.

Allí, en el puerto de Zadar, junto a los grandes barcos de largos destinos, está también la barca de un aseado Caronte moderno y benigno que, por el módico precio de diez kunas (algo más de un euro), traslada a cualquier viajero de un extremo a otro de la rada que forma el puerto interior, evitándole así contornear una distancia mucho mayor y menos poética (Un precioso símbolo éste: la barca aseada y silenciosa, la aceptación del pago por parte del viajero que, en este caso, ha de pagar módico precio y no con su vida).

 

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