Me sorprende, y en según qué casos me incomoda, que me pregunten si me considero raro, y obviamente mi respuesta es que ni por asomo, pues me considero sin entrar en mayores profundidades de lo más normal y común con exclusivo derecho para mi consumo propio a alguna que otra pequeña rareza mental.
Sin ir más lejos, mantengo en cuanto a gustos como cualquier otro la misma inclinación y el mismo sentimiento, como creo que a todos y cada uno de los demás también les ocurre en la relación con dos materias cualesquiera elegidas para la ocasión; obviamente siempre y cuando la primera de ellas alguna vez se haya practicado y en cambio la segunda no se haya practicado nunca.
Así en mi caso, como ejemplo de lo que quiero decir, si tomo como materias la escritura y la música, en relación con la primera que casualmente mi relación se ciñe a que en alguna ocasión me atreví a reunir unas pocas letras y hacerlas públicas, tengo que decir que cuando me leo no me gusta nada como escribo; y curiosamente con la segunda de ellas cuando jamás en mi vida he posado un dedo sobre una tecla en cambio mira tú por donde como nunca me he oído no me disgusta para nada como toco el piano.
Siempre tras un combate en mi fuero interno me ha causado mucho más orgullo perder poniéndole muy difícil el triunfo al vencedor, y al recoger este su premio y dirigirle una torva mirada notar en sus enrojecidos e hinchados ojos que le he despertado la profunda duda interior de si sería capaz de vencerme de nuevo en futura ocasión cuando hasta justo antes de comenzar el enfrentamiento todas las apuestas le daban como favorito ganador; tal acontecer lo prefiero a ganar sin esfuerzo o vencer con poca dedicación por mi parte.
Considero un verdadero triunfo que todos crean que te gusta mucho y disfrutas haciendo lo que haces porque solo ellos son los que juzgan que lo haces más o menos bien y solo ellos son los que consideran que de alguna manera te distingues haciéndolo, cuando realmente no te gusta tanto ni tampoco te disgusta ni lo más mínimo lo que haces, sencillamente entiendes que siempre hay que entregarse en cuerpo y alma con un punto de aderezo personal a lo que en cada momento toca hacer con independencia de tus gustos. El secreto está en anticiparte no eludiendo una continua atención a lo que pudiera tocarte hacer. Es propio del bien ajusticiado, si quiere a ojos de los demás resultar educado y agradecido, que reconozca el buen hacer en el verdugo que ejecuta con tajo contundente y limpio.
Nunca se le desea el mal a nadie y alegrándote muchísimo del bien de algunos, sabes que beneficia más tomarle sin demora cierto cariño a tu falta de suerte y hacerla válida aliada tuya, que forzar una imposible unión y hacerle la pelota a la aparente abundante suerte ajena.
Te genera respeto el malvado que a sabiendas ha causado mal hasta la saciedad pero cuando llega su momento acepta para sí el mal final que merece y no derrama ni una lágrima en el cadalso, como es el caso de quien es un despiadado asesino con quien le ha causado daño a un ser querido.
Y te repugna hasta producirte vómito el cobarde malvado banal ese que explica su participación en una acción diciendo “no es nada personal, solo sigo órdenes, me limito a hacer mi trabajo”, cuando su tarea es pieza imprescindible para hacer posible un hecho dañino, como es el caso de un funcionario que atento solo a su asegurado sueldo se despreocupa de pensar con hondura sobre la realidad de sus actos, creyendo el servil cenutrio que cumple con su obediencia debida sin ver la absoluta falta de ética que hay en ello, y se limita sin más a facilitar, tras su viciada manufactura por políticos ignorantes y corruptos, la aplicación de leyes infames sobre la ciudadanía.
Y para ir terminando con independencia de la afición a las sartenes y a las cacerolas para ir por la vida es imprescindible conocer y nunca dejar de aplicar las leyes de los fogones, en sus orígenes conocidas como el manual básico de la lumbre que establece: primero, no se puede soplar y sorber al mismo tiempo; segundo, para hacer tortillas hay que romper los huevos; tercero, si sacas más que metes en el tarro este rápidamente se queda vacío; cuarto, a veces más que la calidad del ingrediente lo importante es la exacta cantidad de este; y quinto, al terminar se limpia, se recoge y se ordena no vaya a ser que traiga urgencia la demanda de la próxima comanda y no estén debidamente preparadas las herramientas.
Y por último, si tuviera que tatuar a modo de deseado símbolo vital sobre mi cuerpo un animal, este sin duda ninguna sería ese extraño pececito llamado hipocampo más conocido como caballito de mar que se empareja de por vida, los huevos los incuba el macho y por encima de todo porque, sin haber jamás dado veloz galopada alguna, al verlo suavemente deslizarse irradiando tranquilidad por el fondo del mar no deja de hipnotizar.