mayo de 2024 - VIII Año

Camino Real de Tierra Adentro

El Camino Real

Las obras son la clave de conocimiento para identificar a los individuos y a los pueblos. Un fontanero, un rey o un grupo social organizado se retrata a través de lo que deja hecho, sea trascendente, sea ordinario, un monumento grandioso o una tarea vulgar; especialmente, si la obra que queda para la posteridad está bien hecha, tal como apostilló Eugenio d´Ors, aunque el reconocimiento tarde 170 años en llegar.

España, antes por intereses políticos de rivalidad inglesa y holandesa, y después de la convención de Sao Paulo, para dar razón de ser a la izquierda, ha sido y es el país más maltratado de la historia, tergiversándose los acontecimientos, acudiendo a falsedades bochornosas  e ignorando el alcance positivo, altamente heroico y meritorio de su gesta civilizadora. Tanto es así que incluso han intoxicado las sugerencias con que el Espíritu Santo ilumina al Santo Padre Francisco I, argentino de origen, jesuita como el padre Llanos y montonero de vocación, incitándolo a pedir perdón por una labor encomiable de civilización, realizada durante trescientos años.

En agosto de 2010, la Unesco reconoció como Patrimonio de la Humanidad el Camino Real de Tierra Adentro, que tiene una longitud de 2560 kilómetros y se extiende desde Ciudad de México hasta Santa Fe, en Nuevo México (USA), con las 60 poblaciones históricas, alojadas en sus márgenes, para dar apoyo al mismo.

El Camino Real tenía tres ramales: el oriental arrancaba del puerto de Veracruz, correspondencia del de Sevilla y cubría 406 kilómetros hasta Ciudad de México, donde podemos encontrar ciudades como Puebla, también Patrimonio de la Humanidad; el occidental, otros 377 kilómetros, pasaba por Guerrero hasta llegar a Acapulco, en cuyo puerto se hacían las transacciones con los correspondientes de Macao y Filipinas y el del Sur se extendía  hasta la Real Audiencia de Guatemala, dejando en su costado ciudades tan majestuosas y espléndidas como Oaxaca, también Patrimonio de la Humanidad, denominada la verde Antequera durante el Virreinato. Así pues, Nueva España quedaba unida en cruz por esta gran avenida de la civilización.

Situémonos en la mitad del siglo XVI, cuando Carlos I promulga, el 20 de noviembre de 1543, las Nuevas Leyes de Indias, que sustituyen y mejoran el codicilo de su abuela Isabel I de Castilla, en el que igualaba a sus súbditos americanos equiparándolos a los castellanos, sin diferencia alguna. Así, germinó el imperio, un concepto muy diferente del de colonización que establecieron ingleses, franceses, holandeses y belgas en sus respectivas colonias. España no tuvo colonias en América, sino Virreinatos.

El sistema civilizador consistía en crear misiones: una iglesia, porque el eje civilizador fue la evangelización. El complejo urbano lo completaban hospital, escuela para niños separada de la escuela de niñas, un sistema político municipal (república de indios diferenciada de la república de criollos), hospedería, mesones, haciendas de explotación agraria, convento, al principio de franciscanos, luego más tarde fueron llegando dominicos y jesuitas, cuartel y prisión. Estos asentamientos generaban un núcleo cultural que situó a los indios en el siglo XVI arrancándolos de la época de los metales, previa a la del hierro, en la que se encontraban al llegar Colón. Como anécdota curiosa, recordemos que Pedro de Gante, lego franciscano y tío natural del Emperador, enseñaba a los indios a cantar gregoriano en latín, mientras él confeccionaba la gramática náhuati, lengua que él desconocía tanto como los indios el latín. Así se fraguó la historia.

Hasta las misiones llegaban bueyes, caballos, mulas y burros, animales de tracción que sustituían al hombre y que no existían en América; cerdos, gallinas, ovejas y cabras, también desconocidos allá, que aportaban proteínas para enriquecer la dieta vegetal de la población indígena y también sustituir la antropofagia; mercurio, aperos de labranza, ajuar doméstico, utensilios de carpintería y herramientas de fragua, enviados desde Sevilla para crear menestrales y civilización. Que en las escuelas se enseñaban oficios. Con dificultad, viajó el olivo, el café, el trigo, la cebada y la vid y vinieron el tomate, el aguacate y los frijoles. La ganancia gastronómica fue arrolladora para ambas partes. Aparecieron las ferias anuales, tal como existían en Castilla desde la Edad Media. El trasiego comercial era constante, continuo y enriquecedor, aunque la economía, aún fuera de trueque, hasta que empezaron a acuñar moneda allí, que eras válida aquí: utraque unum, decía la moneda.

En el plano cultural, fue para allá la institución de la Justicia, asentándose el Cabildo, juzgado de primera instancia y la Real Audiencia, segunda instancia, quedando en Castilla el Consejo de Indias como tercera instancia y el último recurso jurisdiccional  era la Súplica al Rey. Los oidores, es decir los jueces, no podían casarse con mujeres de su jurisdicción, para evitar el riesgo de ser contaminados por intereses ajenos a la Justicia. Esta institución organizó archivos, que son accesibles ahora.

Además de la música, sus instrumentos y partituras, fueron la pintura y la escultura que podemos ver hoy en los frescos y retablos de las iglesias, la arquitectura capaz de levantar, en 1562, el Acueducto del Padre Tembleque, hoy también Patrimonio de la Humanidad. Por su parte, la literatura se abrió paso con su imprenta. En 1541, se publicó el primer periódico de la América española, titulado la Hoja de México y, en 1575, ya había traducidos y publicados libros a doce lenguas indígenas.

Cuando una misión se desarrollaba y conseguía cierta estabilidad política y social, se creaba otra plus ultra, siempre más allá, explorando las sendas que los propios indios habían practicado en la selva, para su comercio básico: obsidiana, plumas, turquesas y sal. Para hacer el nuevo asentamiento, había que ensanchar la senda para que cupiera una carreta, tender puentes sobre las torrenteras y garantizar el tráfico preservándolo de la animadversión de los indios resistentes a la labor civilizadora. Así el Camino Real fue sembrando monumentos que perduran todavía, como los puentes de la Quemada, Plantia, Lagos y Ojuelos, por poner algunos ejemplos.

En el trayecto principal desde Ciudad de México hasta El Paso, el Camino Real atraviesa minas de plata y también Guanajato, Patrimonio Cultural de la Humanidad. Se ha especulado mucho con la acusación de que España fuera a robar el oro y la plata. Efectivamente, España retenía el “Quinto Real”, un 20% de las extracciones e impuestos. Hoy pagamos hasta el 40% en impuestos directos y sin cuenta con los indirectos…

A título de ejemplo, durante los 300 años que duró el Imperio, se extrajeron 180 toneladas de oro; el Quinto Real asciende a 36 toneladas. Éstas, en gran parte se aplicaron a sostener la burocracia del Consejo de Indias, canalizar los Juicios de Visita y de Estancia para controlar la corrupción de Virreyes y Gobernadores; proteger militarmente las caravanas comerciales: cada tres años se organizaba una inmensa desde Veracruz a Santa Fe, que tardaba seis meses en llegar…; proveer de jueces, letrados y medios a los cabildos y audiencias, dictar las sentencias definitivas de los recursos que llegaban y canalizar las súplicas al Rey; promover la ingente tarea de todo el proceso cultural, porque los frailes iban voluntarios, pero a los menestrales y a las mujeres había que convencerlos para que fueran. El excedente del  Quinto Real se utilizó en pagar la guerra contra los turcos, que por eso Europa hoy es cristiana y a los Tercios que se agotaron en luchar contra protestantes.

Naturalmente, los cuatro quintos restantes fueron invertidos en territorio americano, dejando veintidós universidades en marcha, una de ella, la de Ciudad de México con rango de Pontificia, título que sólo ostentaban entonces Salamanca, La Sorbona y Bolonia. En México, entonces Nueva España, sólo de la etapa virreinal, se mantienen en pie quince centros urbanos que son Patrimonio de la Humanidad; en el resto de Hispanoamérica, salvo error de recuento, hay que añadir otras 23 huellas del periodo virreinal, con idéntica calificación de la Unesco.

Así pues, señor Bergoglio, no hay nada por lo que pedir perdón, la obra fue una obra bien hecha, aunque no fuera perfecta, ni infalible. ¿Usted conoce alguna obra inmejorable, o a alguien que no se equivoque nunca?

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Archivo Entreletras

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