abril de 2024 - VIII Año

Cultura, la gran ausente en la política madrileña

La casi completa ausencia de propuestas culturales en los programas de los partidos que concurren a las elecciones regionales madrileñas del 4 de mayo es todo un síntoma de la baja calidad de la política vigente en Madrid-región. Que ese olvido haya sido un hecho reiterado en los programas de los partidos de la derecha, es una constante demostrable. Cabe presumir que sea intencionado. No es difícil averiguar la secular infra-estatura cultural de los dirigentes políticos de las formaciones de la derecha y la extrema derecha: basta comprobarlo al escuchar hoy mismo, por sus palabras, que no saben ni siquiera expresarse de manera comprensible. Salpimientan además algunas de sus intervenciones con melonadas que desatan la vergüenza ajena y llevan a las gentes sensatas a pensar que no merecemos ser políticamente regidos por individuos de su catadura.

Claro que, para cubrir sus carencias y dotarse de una acreditación social, de cuño académico que en casi ningún caso han merecido, captaron alguna Universidad privada, para pijos ricos, y alguna que otra pública, para que les expidiera títulos superiores sin necesidad de pasar examen alguno, ni de asistir a las clases, ni de superar los créditos exigidos. Por ese motivo, se comportan ahora como verdaderos analfabetos culturales, analfabetismo que permite conocer su condición de individuos amorales: hoscos, faltones, cuando no chulos, sin criterio; incapaces de reconocer que la política y el parlamentarismo son escucha, diálogo, transacción, acuerdo…; desconocen que el noble arte político implica la autoformación cultural constante y la observancia de ciertas formas expresivas de convivencia que facilitan la mímesis social y la cohesión, de las que ellos se alejan a marchas forzadas. Parecen ver la política, actividad pública por excelencia, como un mero trampolín para los/sus negocios privados.

El rastro de la corrupción

La estela de corrupción que ha proyectado sobre algunos claustros universitarios madrileños la delictiva concesión de másteres a distintos dirigentes del Partido Popular son evidentes botones de muestra; conciernen a una agraviada alma mater donde la honradez, el esfuerzo y los sacrificios diarios de miles de estudiantes y decenas de profesores se ven pisoteados por la degradada conducta de algún catedrático y varios personajes políticos más cercano a las actividades propiamente mafiosas que de las estrictamente académicas. Su mira parecía concentrada en ascender a costa de lo que fuera, desde posiciones claustrales hasta cargos políticos e institucionales de fuste. Y decidieron hacerlo a cambio de regalar prebendas universitarias tituladas a cargos políticos en activo que, posteriormente, una vez encumbrados y acreditados sus mentores por títulos inmerecidos, estos les remunerarían a ellos aupándoles a los cargos por los que pugnaban, sedientos de poder e influencia, mientras chapoteaban en la corrupción.

Si la Justicia madrileña se lo propusiera, indagaría más, mucho más y, antes de dar carpetazo a algunos de los casos por todos conocidos, descubriría el secreto a voces que hay detrás de tan grave trasunto. La degradación cultural observada en dirigentes de la derecha madrileña es una de las principales causas de la engolfada postración que la política regional en Madrid -de la cual son sus exponentes connotados- ha sufrido desde que ocupan el poder. Acceso, por cierto, conseguido por prácticas electorales y parlamentarias fraudulentas, tan corruptas como conocidas en su amplitud muchos años después de su comisión ininterrumpida. Qué decepción para las gentes honestas que les dieron confiadamente sus votos.

No parece casual que la dictadura franquista -cuyos mimbres, siete ministros de Franco, formaron la urdimbre de la cual surgió  el principal partido de derecha- forzara el exilio, cuando no la propia muerte, de todo atisbo, destello o exponente del quehacer cultural: desde los maestros en la etapa de la República, tan cruelmente diezmados, a los pensadores, profesores, artistas, científicos, poetas, historiadores… represión consumada con una depuración inhumana que dejó las Universidades y cátedras españolas reducidas a escombros durante décadas.

Ascendiente intelectual

A la izquierda, históricamente le ha caracterizado el ascendiente intelectual, social y político que otrora tuvieron entre sus filas los filósofos, escritores y poetas. Dirigentes políticos históricos se mostraron siempre respetuosos hacia ellos y hacia la vida intelectual: desde la instrucción popular, formativa y educativa, hasta las altas cotas de la creatividad artística, científica y literaria. Sin embargo, aquel brillo cultural que doraba históricamente la acción de los políticos de la izquierda, hoy palidece. Y ello por distintas razones.

En el mundo de la Cultura, el simplismo, que también concierne a la percepción que de ella se tiene desde la izquierda, es hoy uno de sus talones de Aquiles. Da la impresión que, en los últimos años, quienes se adentraban en el ámbito de lo cultural desde posiciones políticas progresistas, identificaban de manera mecánica toda la Cultura con el Cine. Desde luego, el Cine es una manifestación cultural de primerísimo orden, como Arte sincrético y sintético, que aúna lo literario, lo visual y lo escénico, con la música como excelso bálsamo; de ello, no cabe la menor duda; pero de ningún modo es la única manifestación de la Cultura.

Algo semejante ha sucedido con la Pintura: no es la única manifestación suprema de las Artes plásticas, respecto de la cual sucede lo mismo que, en otro ámbito muy distinto, sucede con el Fútbol: no es ni puede ser el único exponente del amplio mundo del Deporte. La visibilidad, la plasticidad y la individuación del Cine, la Pintura y el Deporte procuran una rentabilidad cultural inmediata a quienes los apoyan: humanizan sus contenidos al asociar personalizadamente funciones y rostros. Pero apuestas aparte, las opciones políticas selectivas y reduccionistas al respecto, han eclipsado el despliegue de otros muchos vectores culturales más complejos, pero dotados de suficiente entidad como para ser defendidas, avaladas y aleccionadas políticamente, dada su naturaleza informativa, formativa, histórica y simbólica, cuatro de las principales dimensiones que la Cultura muestra. Son por ello manifestaciones que merecen, también, protección y estímulo políticos.

Origen del desdén cultural

Precisamente, en el amplísimo campo semántico que subyace detrás del concepto de Cultura se encuentra uno de los fundamentos de la ignorancia, cuando no el desdén, que muestran hacia ella quienes desde la política carecen de sensibilidad –sensibilidad que, precisamente, la Cultura genera y brinda- para valorar su extraordinario alcance en la conformación de la vida comunitaria y social.

De entre miles de fórmulas y definiciones que, a grandes rasgos, cabe aplicar para sintetizar lo que es la Cultura, optaré por afirmar que sería todo aquel saber humano de sustancia social y transmisible, universalizable pues, que sirve para informar, mantener, transformar y/o prolongar la vida racional del espíritu a través de la memoria, la acción y la inteligencia, en sus múltiples manifestaciones.

Sustancialmente, la Cultura permite transferir entre personas y entre sociedades conocimientos de manera mecánica o dinámica, espacial o temporal, inductiva o deductivamente; y lo puede hacer, también, de forma simbólica, de tal modo que su transmisión no desprovee de entidad a su contenido, ni lo pierde durante su, digamos, “exportación” entre unos y otros. En su traslado, el objeto cultural sigue siendo el mismo y cabe apropiarse de él simbólicamente, conceptualmente, sin modificarlo.

Como tal conjunto de actividades humanas, la Cultura se mueve en coordenadas espaciales y temporales, sincrónicas y diacrónicas, presentes e históricas, universales también. El ajuar que la Cultura lleva consigo es uno de los tesoros con los que la Humanidad cuenta para su perfección y progreso.

En una definición tan amplia como ésta, “entra prácticamente todo”, dirá un observador avezado. Y la Política, que también debería ser Cultura como saber social, transmisible y transformador, no puede satisfacer singularizadamente tan vasto campo de actividades como las incluidas en su concepto; desde las Artes a las Ciencias, empíricas y humanísticas, al Pensamiento, en todas su manifestaciones; más la Educación, la Sanidad, la Moral, la Información, la Comunicación, la Tecnología…

Pese a esta limitación evidente, dado el ancho ámbito de lo cultural, lo que a la Política sí le cabe y puede hacer es favorecer todo aquello que implique la obtención y el desarrollo del saber, la creatividad y la expresión, más el estímulo hacia todo cuanto permita la creación de criterio a partir de la inmensa variedad de conocimientos sobre los cuales se asienta la sociabilidad, requisito indispensable para la vida. Ello se consigue mediante la Educación Pública, primer peldaño de la emancipación social y emblema político sustancial de la izquierda a lo largo de la historia.

La Política puede también fomentar de manera adecuada las posibilidades y demandas informativas y formativas de las sociedades sobre las que aquella se ejerce. Y ello porque la Cultura es uno de los principales cauces por donde discurre la Inteligencia sin la cual, la sociedad no puede pervivir en un mundo en cambios constantes, a veces tan acelerados como los que tan trepidantemente vivimos.

Política versus Crítica

Pero ahí es donde entra la principal contradicción que enfrenta a la Política con la Cultura, porque ésta lleva directamente a la creación y despliegue de la Crítica, del sentido crítico. Su función primordial consiste en enjuiciar con el intelecto, con la palabra hablada y escrita, la actividad que con alcance social se manifiesta. A la política de vía estrecha, con minúsculas, no le interesa en absoluto que el fruto primordial de la Cultura, el saber en su dimensión creativa y crítica, se erija ante aquella como valladar que le pide cuentas de sus actos en nombre de la sociedad, ejercicio que históricamente ha correspondido a los intelectuales. Pero no hay avance social posible si la Crítica no esparce su fértil semilla en la sociedad y, en su ejercicio, fecunda el pensamiento y la acción, cuya mixtura vitaliza y facilita el progreso histórico.

El mundo se mueve por movimientos contradictorios, retrocesos y avances, que solo la Crítica es capaz de identificar mediante el reconocimiento de la diversidad que singulariza la Naturaleza, la Historia y la Razón humanas. Por eso la Política, cuando se desprovee de su capacidad de defensa y estímulo cultural, transformadores de la realidad, se pliega sobre sí misma y se convierte en mero poder, mera fuerza bruta, que detecta enemigos por doquier y se ofusca convirtiéndose en un peligro social sin control, matriz de todo autoritarismo, de toda impostura, de toda involución. La derecha conoce bien esa deriva.

Por ello, el compromiso social que la izquierda pregona, la democracia por la que lucha y la Cultura que dice abrazar le exige absorber ese legado  cultural que defiende, para sintetizarlo de un modo supremo: la elaboración de una teoría propia que, desde la Crítica, ha de fundirse inextricablemente con su práctica política. La izquierda no puede permitirse el lujo de prescindir de la teoría, como guión crucial de sus actividades. Seguir su guía implica la necesidad de sus líderes de estar al día de las innovaciones que en el campo del pensamiento y de la Cultura, de la ideación, de la creatividad y de la expresividad, se producen a diario, para adherirse a la realidad merced a la gran palanca de la teoría. Y de escuchar a los exponentes del Pensamiento, atender su consejo, velar porque prosigan en su tarea incesante.

La izquierda ha sabido siempre orientarse por una teoría específica, que adentra sus raíces más hondas en las necesidades sociales. Pero la enorme velocidad de los cambios sobrevenidos le ha hecho recurrir hoy a atajos que prescinden de aquella pauta. La conquista de la hegemonía propiamente política, la consecución de alcaldías, gobiernos regionales o ejecutivos nacionales, no es suficiente para consolidar la transformación de las sociedades capitalistas, signadas por la injusticia y la desigualdad. Es preciso pugnar también por conseguir la primacía en numerosos otros escenarios donde la Cultura y las posibilidades de transformación que sus herramientas brindan juega un papel de extraordinaria importancia para el progreso. Los valores se maceran en la escena cultural y la izquierda no puede olvidar la importancia de ganar la batalla en ese crucial escenario. Ningún tacticismo, ni pragmatismo, ni oportunismo, ningún atajo, pueden orillar la importancia de la lucha por la hegemonía cultural, imprescindible para cimentar el arraigo de los avances políticos en democracia y para derrotar a quienes tan férreamente la agreden.

El capitalismo financiero, principal enemigo hoy de la democracia en el mundo y en España, fortifica con costosos think tanks sus centros de producción de pensamiento; para ello, ficha a intelectuales ideológicamente corruptos a los que pone a elucubrar sobre cómo mantener un sistema de dominio basado en la conquista de crecientes tasas de ganancia a costa del expolio del trabajo de las mayorías sociales. Por ello, no es comprensible que desde la izquierda, ante la fortificación del poderoso rival, se devalúen o incluso se desmonten medios,  plataformas, revistas y centros de estudio y formación cuya tarea creativa de pensamiento y crítica resulta en verdad imprescindible para dotar de sentido y guía a la complejísima acción política que la realidad y la relación de fuerzas demanda.

Un largo debate

El debate aquí evocado tiene un evidente alcance que se prevé tan largo como enjundioso. Y crítico, no lo olvidemos. La responsabilidad –irresponsabilidad, en ocasiones- de tantos intelectuales tiene mucho que ver con lo aquí planteado. Aunque más responsabilidad concierne, aún, a los partidos que prescinden del pensamiento y la crítica que surge de aquellos.

Por limitaciones obvias de espacio, ceñimos hasta aquí lo escrito con la esperanza en que sirva este texto como una humilde invitación a reflexionar en torno a tan enjundiosa trama. Aunque tal vez podamos, en un inicial momento, sacar ya una sencilla conclusión: aquí y ahora, la política madrileña, desprovista de su capacidad de convertirse en condición de posibilidad de la creatividad, de la expresión y de la libertad asociada siempre a la responsabilidad social, deviene en un mero simulacro descarnado e inútil; sin la Cultura, sin su defensa y el fortalecimiento de su desarrollo, la Política abdica de su principal misión: la de garantizar a la sociedad y a cada individuo el acceso a la emancipación que solo el saber, aplicado a la realidad, permite adquirir mediante la creación de seres libres y conscientes.

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