Francamente, está el mundo como para querer morirse (tener «ganas de ahorcarse», dice Pasha, en nombre del escritor ucraniano Serhiy Zhadan, con un mero, melancólico e impotente espíritu antibelicista, en su «Orfanato»), ante un escenario de desolación más de los tantos que va dejando «la guerra», evidenciando, de nuevo, como para tantos tantas veces, las dificultades para asimilar el sentido de las cosas, y extraer de los hechos su conciencia.
Céline, por su parte, escribiría en 1932 («Viaje al fin de la noche»), retratándose y retratándonos a todos, pero más trágicamente a «nosotros, los del pincel chino» para decirlo en las palabras de Nietzsche: «unos listillos» capaces de encontrar cómo «gozar al tiempo que se casca (…), con las arterias llenas de urea», y más adelante: «Es la comedia de la desgracia que intenta pasar de la vida a la propia muerte», aferrados de uno u otro modo a la vanidad de la esperanza mientras los sentidos registran cómo la corriente no cesaba y «…todo se llevaba, el Sena también, todo, y que no se hablara más de nada»… y la conciencia, la suya, la «nuestra», continúa.
¡Magistral! ¡Mucho más que un mero «estado de ánimo», personal o propio de ciertas «personalidades»! ¡Unos sentimientos determinados por algo que está más allá de lo inmediatamente visible, que suele confundir y cuya descripción ayuda a que lo sea!
Pero, en el fondo, nada nuevo. Las cosas, o la realidad, ruedan hallando su causa, lo que «nosotros» sentimos una obligación, dándonos la propia de nuestra existencia: la meta de pensar.
Díscolos y pensadores sufrieron puestos frente a cada paso hacia la decadencia, ante los estragos indeseables, para ellos dolorosos, viendo muchos a las masas como a huestes vandálicas, cómplices de la tragedia ante la que se ahondaría su indefensión, llevados de su mano al suicidio, al desgaste progresivo que este también adopta y se ha llamado angustia, la locura, o, incapaces de contener la «copa que desborda», a la cada vez más vana salida artística con el riesgo consiguiente, que al final los (nos) devuelve a la soledad.
Entre tanto, a la vista de su pesadumbre, no dejan de ver «capas y sombreros», y sin dejar de buscar «hombres, sólo encuentran profesiones» (respectivamente Descartes y Höerderlin). Algunos diciendo de «esos hombres» con mordaz talante, como Balzac («Papá Goriot»): «al verlos: ‘A pesar de todo, gente así es necesaria’.»… dejando que el lector deduzca el resto de la sentencia y se pregunte: «¿Y para quiénes si no para los que nos gobiernan, para realizar sus guerras, sus ansias de poder?».
La Boétie clamaría contra «la servidumbre voluntaria», pero se resistiría a comprender tanto su mecánica como la propia.
Ciertamente, las dos partes de la pinza que nos es tan lamentable a «los más sensibles» (Freud, «El porvenir de una ilusión»), las masas y los caudillos, se han inclinado desde un principio, desde que se optara, como Gilgamesh, «por la ciudad» en oposición a «la jungla», por la simplificación. Los primeros a instancias de su debilidad, los segundos de sus ventajas. Los primeros profesionalizándose al fin para escapar de la incertidumbre, es decir, metiendo la cabeza en el agujero de la ocupación; los segundos reforzándola y retroalimentándola por medio de la decepción que involuntariamente producen, provocadora de sucesiones constantes (a la manera previa de los reyes) pero dejando incólume la pervivencia de su subespecie, un hecho irremediable, al menos mientras seamos más de cien individuos que se puedan conocer entre sí (derivando esto de las conclusiones Aristóteles). Así, ni unos ni otros tienen más alternativas. Incluso «nosotros», de hecho no hacemos ni podemos hacer otra cosa que trabajar artísticamente en busca de un espacio (que cada vez es menor, aunque tal vez lo sea circunstancialmente). A «nosotros», tan «listillos» como la inmensa mayoría, (y a veces tan «peligrosos» como sus caudillos a quienes algunos ayudan inconscientemente) sólo nos distingue, básicamente hablando, el hecho de resultarnos muy difícil cuando no imposible soltar ese «pincel fino» o esa pluma aunque ello nos lleve a las mazmorras o a la muerte. «Nosotros» no podemos dejar de expresar nuestro disgusto… ni (hay que confesarlo) nuestro deseo de ser reconocidos (¡esa es la trampa que nos invita a hacernos cómplices de los caudillos!), para lo cual usamos las palabras (o también las artes plásticas en tanto narrativa, testimonio y denuncia) intentando oponernos a las que con objetivos miserables y dañinos, usan los caudillos (a veces, como quise decir, suministrándoles, sin querer o por necesidad impuesta, material aprovechable).
La «servidumbre voluntaria», Mr. La Boétie, no es «incomprensible».
Así, en uno u otro grado, «nuestros propios pasos», los que «nos llevan a nosotros mismos» (parafraseando a Maurice Maeterlink), nos empujan a alzarnos en defensa del sentido por inconsecuentes (otro «soplo por nada» como escribiera Rilke sin poder evitarlo) que la conciencia nos diga que lo sea, incluso cuando nos negamos a valorar como absoluto el que se nos revela. A pesar de que muchos no pasen de las «veinte páginas» de las que «extraen unas cinco» líneas como mucho, e incluso para «adivinar» su «sentido presumible» (#192).
Entretanto, el mecanismo antes mencionado sigue motorizando los carros aplanadores de la humanidad a los que se refirieran Balzac (ibíd.) y luego Dickens («Historia de dos ciudades»), con la mayoría situada a los lados del camino aplaudiéndolos a su paso, obviamente no todos con el mismo ánimo ni la misma voz, e inclusive en el mayor de los silencios.
La predilección por la simplificación, adoptada o ignorada, facilita notablemente el trabajo de los caudillos circunstanciales. Asistidos por consejeros, especialistas o divulgadores (profesiones ciertamente en auge producidas a porrillo por la educación pública —y privada, que no puede dejar de imitarla—, proliferación que le impedía a Höerderlin hallar «a un hombre», ¡y a «nosotros» qué decir de hoy!), agitan las «palabras-banderas» y las consignas más acordes con el momento particular, con lo inmediato, es decir, de manera puramente táctica, aunque en el fondo con el mismo reiterado objetivo: conservar, mantener o reproducir la dominación compulsiva de su subespecie, sociológicamente hablando: la burocracia gobernante. «Palabras-banderas» y consignas que son sacadas de los baúles de la Historia, muchas veces sin necesidad de irlas a buscar a los vocabularios de «neolengua» de Orwell, a veces despojadas de sentido, otras tergiversado el original, pero en todos los casos con la intencionalidad mencionada de servir a la particular (y de hecho general) permanencia de la camarilla presente en el poder, hoy, en fin, en muchos casos bajo maneras «electoralistas».
Ciertamente, las palabras han tenido siempre un cierto grado de eficacia aunque no para los díscolos a los que antes se perseguía, se se desterraba, quemaba, encerraba/enterraba, pretendidamente para siempre, y hoy se margina aunque a veces incluso se elimina, sino para la sucesiva y creciente oleada de chamanes, profetas, sacerdotes, políticos, «filosofastros», en otros tiempos metafóricas, como los tienen hoy para la actual burocracia gobernante en tanto estén sus expresiones amparadas por una u otra «organización», sin las cuales las ideas y los planes pierden esa eficacia: Estados, ejércitos, movimientos armados, academias, casas editoriales, organismos humanitarios, etc.
Sí, nada nuevo, todo acaso en germen en los primeros escritos de la Historia, en las parábolas de los primeros hombres de «buen gusto», «más sutiles», «más sensibles», ¡y más «listillos»!, las palabras se pusieron al servicio de la autoridad necesaria (necesaria a los débiles); hombres que se atribuyeron a la divinidad de la que se erigirían en intérpretes privilegiados dando a la vez fundamento (justificación) al «cuerpo» visible de esa divinidad: la autoridad eficaz y más visible. Promulgando «valores» que de instituirse volverían a instituir una «moral esclava», la cual, volviendo a Nietzsche (¡y cuantas miles de veces habría que volver a él a mi criterio!), sería «una moral de la utilidad» (ídem., #260), la «utilidad del rebaño» (#201). Aunque quién sabe: quizá sigan bastando las «palabras-banderas», las consignas, los «libritos rojos» con sus «diez pensamientos» para ser recitados sin comprensión alguna, incluso sólo para ser agitados en el aire asidos por una de las manos. ¡Hasta que llega la «desmaoización» y otras deben ser «las palabras» apropiadas!
Como Michelet manifestara al complementar «La bruja» (obviamente en un sentido metafórico, y abreviando y ampliando en parte): «El Diablo» o «Satán», «destructor en otro tiempo, creador hoy» a la cabeza del progreso, es decir, al mandar a sus diablos a tirar del «Carro de heno», habría demostrado «ser uno de los aspectos de Dios».
¿No es acaso entonces lo mejor en ese último momento proceder a la quema de la propia obra, ¡ay, cuánto nos costaría a algunos, tal vez los más vanidosos, quizá a los más contumaces esperanzados!, dado que el placer de la escritura ya no podrá volver a ser logrado? ¿Es que nos justificaremos pensando que se lo debemos al mundo… en realidad, justificando de ese modo nuestro sueño idílico reprimido de inmortalidad; a fin de cuentas, nuestro narcisismo?
¡Oh, Max Brod, por qué me has traicionado!, clama un fantasma que recorre Praga aún sin adivinar del todo hasta qué punto lo traicionarán sus lectores y aún más sus críticos, en especial los «especialistas en apaciguar las cosas».
Léxicos, en fin, igualmente destinados a reproducir las sociedades establecidas, así y todo incapaces de reducir los individuos a un entramado perfecto de burócratas dirigentes, carceleros, guardianes, espías, represores, torturadores asalariados, reeducados punitivos, y simples esclavos atemorizados… y acaban derrumbándose, al menos en las versiones en vigor, en la forma que las revisten las caudillos del momento (como ejemplariza la actual Rusia que ya está yendo como rata sin cabeza… o poco falta; ¡salvo que decida que el mundo será nada antes que del enemigo!). Justamente, su intento conservador y reproductivo es lo que las va llevando, como a todo estado de cosas, a su decadencia hasta alcanzar su caos, como comprendiera Maquiavelo, lo que no dice nada acerca de lo que vendrá después.
Entre las muchas de esas «palabras» empleadas como «banderas», resuena «al son del caramillo» o, más bien, del bombo y los platillos, la palabra «Paz», para acuciar más «nuestra» indignación, no sólo al ponerla frente a los hechos sino al escucharlas, como tantas veces en la Historia contemporánea, en boca de quienes se consideran «intelectuales» y no pasan de ser hijos de la educación pública instituida y cada vez más degradada, simplificada… o «cancelada» (y de la privada, que no hace sino imitarla), es decir «especialistas», como por ejemplo los que tomaban al pie de la letra las palabras de Pol Pot sin esforzarse por ver lo que ocultaban tras la cortina de bambú y las hojas de palma…, hojas con las que degollaban a sus rebeldes, aquellos a los cuales, en palabras de Pol Pot, «no podamos reeducar», de acuerdo con su «ideología» de raíces racionalistas (y notable imaginación de patológico torturador… esa que en el Paris del 68, donde él y su mujer —tal para cual y a cual peor— se educaron, voceaban alcanzar «el poder»… lo que esta parejita logró después de todo, aunque por mucho menos que como un «Reich de mil años»); ¡y lo que ocultaban, además de las torturas más sádicas y los asesinatos directos, la hambruna forzosa como método de depuración (no estricta o lexicográficamente «un genocidio» ya que se trató de barrer con miembros de la propia raza, los demasiado corrompidos, sino otra extinción masiva como el empleado por Stalin contra los ucranianos). En fin, lo que entre otros practican carniceros semejantes a tenor de su particular «ideología», esta con recubrimiento religioso. Los que, desde la revolución jacobina más o menos, pudiendo pensar e intuir optaron y vuelven a optar actuar en favor de la autoridad ideológica de turno que dice alzarse por «la igualdad», «el progreso», y la «justicia» para con los «desamparados de la tierra» (ya no «el proletariado» salvador) pero en realidad (como los iluminados a los que veneran y a la vez tergiversan sin pudor, diciendo que los «actualizan» y los que se apropiaron de sus «ideas» como «tretas») pero en realidad en favor de quienes, sintiéndose de nuevo miembros de la misma, erigen en «vanguardias» y, más a la moda, explícitamente en «héroes». Da lo mismo si se trata de los asesinos más vomitivos e hipócritas, si como tal «vanguardia» son los que se alimentan y enriquecen, y si lo hacen explotando a la población que dicen propagandísticamente representar y componen una parte de algunos de los entramados más inescrupulosos de alguna de las estirpes mafiosas. Eso sí, desde la comodidad y la mascarada cada vez más burda, más mediocre.
De nuevo, hipócrita y cínicamente en realidad, la conducta idílica de Chamberlain, ahora simple y llana connivencia propia de estos tiempos en los que no se renuncia ni se rectifica, sino que se hacen triquiñuelas de tahúr.
Sí, de nuevo las mismas conductas y de nuevo en compañía de los organismos internacionales y humanitarios, públicos y privados, hoy del todo infiltrados y controlados por esas «vanguardias» se llamen como se llamen. La ONU, por ejemplo (que ya aplaudió a Pol Pot en sus comienzos), o la Cruz Roja.
Hoy los volvemos a ver aplaudiendo a esos «nuevos» jemeres rojos que como hicieran estos educan a los niños como soldados, vigilantes y espías para que entre otras «misiones revolucionarias» (o religiosas) que amedrenten, denuncien y hasta castiguen y asesinen a sus padres. Niños que son revestidos de santidad y heroísmo embutidos en uniformes vistosos y posando orgullosos con armas en la mano para que induzcan al respeto, la envidia y la imitación (¡lo que afecta incluso a buena parte de los mencionados «intelectuales», es decir, «especialistas», como le sucediera a Heidegger!). Aberraciones «por el bien de la causa» que como poco costará erradicar y lograr una catarsis capaz de evitar la locura que la Historia va de ese modo dejando por el camino.
Sin duda, para algunos, quién sabe cuántos todavía y quién sabe los que puedan brotar, darán ganas de morir viendo los documentales «S21» y «La imagen perdida», de Rithy Panh (y leyendo «La eliminación» en que se basó este último, o «Archipiélago Gulag», o los relatos que dedicó Danilo Kiš, al régimen soviético —«Una tumba para Boris Davidovich»—…). ¡Pero también deberían darlas contemplando unas pocas secuencias de la horripilante y ultra-sádica masacre perpetrada por los que asaltaron Israel el 7-10-2023 y raptaron a más de doscientos inocentes, niños incluidos, una cuarta parte aún en cautividad bajo la tierra, de las penumbras o la oscuridad, desgastándose por el hambre, la enfermedad, los malísimos tratos, el rocío diario si no más asiduamente de sus cuerpos, ¿sus bocas?, ¿sus ojos?… con insecticida, imitando así, de hecho o de derecho, las duchas nazis de su sofisticada «industria de la muerte»! ¡Y también, al apreciar en ello la ruindad de tales especímenes, al escuchar a unos supuestos «pensadores» repetir y repetir palabras engañosas o callar, que para el caso da lo mismo, ante hechos como los referidos!
Que lo voceen los miembros de la burocracia dirigente, desde los gobiernos occidentales al de las iglesias, empezando por el Vaticano, y lógicamente a las que alimentan y sostienen al terror, es «comprensible»; ellos no creen ni en el eufemismo ni en nada: sólo lo hacen con los señalados motivos tácticos, sólo con fines proselitistas, sin que les importe el futuro… que ya vendrán otros a hacerse o no con él. Por otra parte, estas «élites» tienen ya montados sus lugares de retiro (de algún modo habrá que compensar los dolores de cabeza que origina el ejercicio del poder). Con dos peligros al acecho: el yihadismo fundamentalista (como el ya actuante) y la criminalidad organizada, ambos cada vez más utilizados (como ya hiciera el bolchevismo con la criminalidad que considerara «socialmente afín») y entrelazados por y con el poder burocrático-político y la burocratizada élite empresarial.
Su falta total de escrúpulos los lleva a aprovechar los más recónditos sentimientos de las masas, o directamente a darles vida, como es el caso del antisemitismo (residual en un sentido teórico; asunto que abordaré al final).
Entretanto, hoy, «clamando» por «la Paz» (que, como hoy se diría, se ha hecho «viral») como si de un conjuro o un deseo solidario de los de hoy en día se tratara, e inclusive exigiéndosela al agredido, instándolo a claudicar, a dar la otra mejilla, incluso con amenazas (a saber hasta qué extremos bélicas, que de hecho lo son las de «cortales el grifo», o sea, dejar de suministrarles armas y municiones; o «la protección», como la ONU se la quitó a los tutsis, dejándolos a expensas de los machetes hutus). ¡Nuevas traiciones!, ¡y todo, insisto, para conservar o ampliar el poder sin consideración alguna por la suerte de los abandonados e innegables riesgos para la población propia y su porvenir! Actos que ya son más que ruines, y que ni siquiera tratan de ocultar ya que hoy en día no sólo se ha perdido la vergüenza sino que se hace gala del desparpajo, lo cual incluso se ha acabado por valorar como una habilidad digna de encomio, como un paso necesario para alcanzar el éxito (al menos, como sólo puede serlo, temporal), la imperiosa ascensión, propia de toda carrera. Lo que adopta o imita la mayoría para sus propios asuntos personales y hasta cotidianos; «que cada cual puede reconocer (…) en su propia casa, y tal vez en su mismo corazón» (Honoré Balzac, «Papá Goriot»).
…¡Sí: claudicar, rendirse, abandonar los territorios que les fueron arrebatados (los reales y no los inventados); permitir que los agresores se rearmen o encuentren el modo de no hundirse económica, social y políticamente; de que sigan reteniendo a los que secuestraron (en el caso de Rusia: niños, quizá huérfanos debidos a la misma agresión, recogidos para su «reeducación»), aniquilen al débil o al arrinconado y luego sigan avanzando. En el caso de Hamas y el Irán que los respalda, pretendiendo de entrada intercambiar de nuevo a unos pocos secuestrados por cientos y hasta miles de asesinos de su cuerda que favorezcan esa «recuperación», reemplazando a los jefes y las huestes perdidas, ajusticiados con toda justicia. A continuar ejercitando Urbi et orbi, su voluntad tiránica y expansionista, esta sí realmente «imperialista» hasta imponer al mundo (utopía o no, sembrando sangre) «su Ley», la sharía, la que se propone acabar con todas las demás religiones de la tierra, tan sólo empezando por el judaísmo israelí. «Ley» que les impone acabar con todos los «rebeldes» a la causa (como se pudo ver recientemente, y quien quiera puede ver, en ocasión del desesperado asalto a uno de los guardados almacenes para uso propio o beneficio de Hamas), y a todos los que dice que no deben vivir: homosexuales y mujeres libres, miembros de sectas rivales inconsecuentes, especialmente más tolerantes. Y en el caso del despotismo ruso, bajo camuflaje y con la condescendencia del cristianismo ortodoxo, a quienes actúen de un modo crítico y mínimamente activo… ¡y con qué métodos, con qué prisiones! En definitiva, a todo el que no se someta por entero, lo que para el yihadismo sería negarse a servir a «la causa» con las armas, las bombas, como escudos humanos, cavando sus túneles, facilitando que se encuentren sus entradas y salidas en escuelas y hospitales y que pasan bajo unos y otras, y participen de sus burdas escenas de teatro propagandístico que muchos medios occidentales difunden como «real»…
¡Y a estos últimos, demasiados burócratas gobernantes de Europa, junto a los de los Estados cómplices más o menos directos, se ofrece «un Estado», es decir, un pequeño «Irán»… que ningún país árabe constituido, digan lo que digan por motivos tácticos como los señalados, desea… y mucho menos la «Autoridad Palestina» actual, esta para no perder lo que aún controlan y está cada vez más infiltrado!
¡Háganse seriamente a la idea!: a todos ellos, antes o después, los vendrán a buscar, como ya han demostrado en todo el mundo y han declarado abierta y reiteradamente como su objetivo; los pasarán a degüello sus más activos «pobres»… a menos que se conviertan con más o menos convicción pragmática cuando llegue el día soñado por la yihad (fundamento del islamismo que persista en conservar su fundamentalismo).
¡Asimismo, antes o después, la voluntad imperialista (la real) querrá ir más allá del Dniéper, del Mar Negro, del Mar de la China, etc.!
¡Antes o después, intentarán unos u otros someter a todos como consecuencia de esa mezquina voluntad de poder actual de sus caudillos, la que en el fondo está en la médula de cada uno, por lo general y por suerte contenida; un resultado de unas máscaras al aceptar el uso de las mismas por los otros: de aplaudirse de ese modo a sí mismos!
¡Y con todos los medios a su alcance!
A estos extremos se ya se ha llegado, con el riesgo potencial de la misma desaparición de Occidente, cuyos iconos terminológicos ya hace tiempo fueron del todo desgastados; al menos con el riesgo de reforzar las dictaduras de los estados burocráticos y teocráticos (burócratas a su manera) a instancias de sus tentáculos terroristas y sus células durmientes, mientras dejan el futuro en manos del que venga detrás… o en la policía y el ejército… si es que estas aún no se hayan corrompido del todo en uno u otro aspecto o en todos, o de quién sabe, ¿acaso de China, por ejemplo?; ni de que continue, viento en popa, a toda vela, la islamización de Occidente, árabe, persa u otomana… ni tampoco la penetración de china, claro, que, como dije, quizá se proponga venir a salvarnos; ni que el régimen teocrático enriquezca más y más su uranio hasta contar con su bomba yihadista… u otras igual de terribles, ni que siga este instalado en las costas del «Golfo de América», y sacando provecho del narcotráfico, además de seguir asesinando, torturando, persiguiendo…
Para eso trabajan (viven de ello) los mencionados «especialistas», como los que, de la misma especie, pretenden que sus oyentes acepten como cierta una ridícula «provocación» por parte de Ucrania, supuestamente manifiesta al solicitar su ingreso en la OTAN, sin conseguir ser admitida, cuando lo que pretendía obviamente era garantizar su seguridad ante una invasión que ya había comenzado con la anexión de Crimea y pasó a definirse como una «operación especial»… «contra el fascismo»; otra de esas jugadas hoy tan habituales: «invertir» los términos, o sea, acusar de la propia actitud al oponente (algo que en España vemos practicar cada día y cada hora). Los que se nutren, prácticamente en exclusiva, de la propaganda terrorista o de la rusa respectivamente con la manifiesta colaboración de las citadas instituciones penetradas por la «izquierda de los desamparados de la tierra».
¡Una vez más combinando el respeto a las fronteras nacionales detrás de las cuales se acepta que el sátrapa y su camarilla hagan lo que que les venga en gana, es decir, todo acto tiránico, represivo, criminal, contra sus gobernados o los extranjeros sometidos… con permiso para violar las fronteras del débil o del molesto sin alzar la voz en contra… salvo por rivalidad, o sea, que se cometa un exceso!
¡Sí, Chamberlaines, pero no idealistas sino cínicos!
Sin duda, ante tanta miseria y temeridad combinadas, «cuesta encontrar las palabras» (Rithy Panh).
Pero lo que también hay que decir, es que lo que precisamente importa —menos a la burocracia y a su cohorte de «especialistas», consejeros y divulgadores— es que un deseo como el de la «paz», caro a la buena gente, a «las almas bellas», como las llamara sarcásticamente Goethe, y por eso, repito, utilizado por utilizable, se pueda realizar, salvo, como se demuestra, mediante una contradictoria acción punitiva. Y esto por más razones que los intereses de la industria armamentista.
Algo que en este sentido se emparienta con otra palabra-bandera que se alza en paralelo… como si con ello se quisiera ofrecer algo más realista, más posible, lo que sigue siendo igual de ridículo. Me refiero ahora a esa otra exigencia, la de la «proporción».
¡Pero vamos a ver, señores prestidigitadores o más bien trileros: ¿acaso ofrecen a la par que cuacar, como reza uno de sus vocabularios de la «neolengua» de Orwell, un plan alternativo, serio, soportado por la experiencia militar contemporánea antiguerrillera? ¿En todo caso, solicitando ayuda para ello a los apropiados «especialistas», los militares, a los que últimamente ya no consultan en los telediarios… lo que me parece algo sospechoso?
Mejor menos palabras, no vayan a molestar a proveedores y clientes, ni a parte del pretendido electorado musulmán tras el que van. Mejor silenciar el esmero con el que el ejército israelí efectúa sus acciones militares parcialmente demoradas por presiones benevolentes, internas y externas, que no han dejado nunca de «anunciarse» con destino a los civiles pero que llegan a todos, poniendo en riesgo sus acciones, permitiendo el traslado subterráneo a la carrera de los secuestrados por sus raptores, la colocación de trampas en su estampida, etc. Mejor, en fin, «cancelar» ya puestos la Historia e «invertir» sus hechos.
¡«Proporcionalidad», menudos miserables!… ¿Acaso se refieren a una contabilidad como la realizada hasta ahora, donde el número de las víctimas vejadas, mutiladas, asesinadas, y un puñado de rehenes sometidos a penurias y torturas inenarrables durante meses, varios aún casi por dos años, de a puñados «rescatados» a cambio de cientos, miles incluso, de terroristas más que justamente presos?
No; lo mejor es correr un tupido velo en todos los aspectos de la Historia, borrando toda coherencia intelectual ya casi liquidada, es decir, «cancelarla». No discutir si fue o no desproporcionado el bombardeo aliado sobre Dresde, si lo fue o no arrojar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nakasaki, la invasión vietnamita ––más allá de la frustrada intencionalidad expansionista de los «liberadores», aún latentes ellos— a la Camboya jemer rouche, régimen en un primer momento bien valorado, lo repito, por las instituciones internacionales y la intelectualidad de entonces, el bombardeo de Zagreb por la ONU, el horror, el horror de Conrad tantas veces desplegado, a veces combatido por muy otras razones, encubiertas una vez más bajo «banderas» propias de las «almas bellas» pero en realidad siempre «por el bien de la causa». En fin, hay incontables hechos que merecerían esa calificación a lo largo de toda la Historia “civilizadora”.
Pero veamos de cerca los detalles que esos «especialistas» dan por obvios sin mentarlos reduciendo a cacarear esa supuesta «falta de proporcionalidad» en el caso israelí… (pero no así en el del ejército ruso, ¡faltaba más!, que justifica, y es justificado, calificando sus actos de «venganza» —¡o de «inexplicables raptos de locura»!—, cuando responden a los de legítimos actos de guerra ucranianos, estrictamente bélicos, y no como los suyos: claros crímenes de guerra):
Sí, veamos: ¿Cómo proponen, si es que lo pretenden, acabar con el terrorismo indudablemente próxi imbricado en una población adocenada, dogmatizada por años de educación yihadista (educación que da de sí a un ejército infantil doblemente armado que además de combatir ejerce presión sobre sus padres a los que se impone so pena de denuncia; algo ya practicado en la URSS y derivados, como por los jemeres rojos, por los yihadistas africanos —y las mafias que componen, como se pudo ver incluso en el cine comercial, haciendo guardia en las zonas de recogida de los «diamantes de sangre»—, y por los piratas somalíes entre otros. Todos al servicio de estados igualmente terroristas y tiránicos, económicamente y militarmente potentes, que las sostienen y alimentan (en armas… o para ayudarlos a construir su red de túneles… pero nunca para suministrarles «ayuda humanitaria»… ¡lo que no se menciona, no: nada de nada!) mientras se preparan para ir más allá?
¿Cómo creen esos «especialistas» acabar con el bombardeo sistemático y masivo por parte de ese terrorismo que se escuda en aquellos túneles así como bajo escuelas y hospitales que la ONU y los gobiernos occidentales se ha encargado de levantar o al menos de sostener económicamente, curiosamente en un números que a nadie parece extrañar?
¿De qué manera creen poder garantizar, al menos por cierto tiempo, que no se vuelva a producir otro asalto u otra invasión, siempre preliminar, siempre parte de los planes dictados por preceptos religiosos irrenunciables, como el del 7-10-2023 del cual últimamente poco y nada se habla… dado que «lo más inaceptable», en palabras de Macrón, sería la reacción «desproporcionada» israelí?
¿Cómo acabar con los que llevan décadas prometiendo descaradamente la «solución final» (hoy en día a cargo del yihadismo e, insisto, desde ya inclusive y más después, extensiva a todo pensamiento que no rinda culto a esta dogmática del exterminio; precisamente como se escalonaron aquellos famosos versos de Martin Niemöller, en todo caso en un ordenamiento actualizado: «Primero vinieron por…») como la que se abatió sobre los tutsis, los bosnios, los cristianos sudaneses, los armenios, los kurdos, los rojinyas, antes, sobre chinos y pueblos vecinos a golpe de las furiosas katanas japonesas, y recientemente sobre cristianos, drusos y alauitas en Siria, de cuya protección por Israel no se escucha decir nada, al menos en España, y sobre los pueblos sometidos a las despiadadas dictaduras de América, África, Asia, hasta conseguir desanimarlos por años, evitando nuevas rebeliones, muchas silenciadas, como las de «la primavera árabe», las manifestaciones venezolanas y cubanas, etc., etc., etc. En fin, larguísima sería la enumeración y sus detalles; casos todos que justifican sin paliativos ni benevolencia honesta los deseos de aquellos cautivos del Gulag que en su desesperación y su impotencia deseaban que sobre sus carceleros cayera la bomba atómica de Truman (Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag, III), como seguramente, con medios semejantes, habrían querido acabar muchos, los millones de «herejes» de la Antigüedad y la Edad Media mientras eran torturados por la Inquisición, católica y protestante, antes de ser quemados (ese «terror» que San Agustín consideraría «necesario» —Paul Johnson, «Historia del cristianismo»—), los millones de ucranianos a los que la URSS diezmara por hambre, los millones de judíos destinados al disparo en la nuca, el envenenamiento y la incineración, los millones de chinos víctimas del «gran paso adelante» así como antes y después, los disidentes y manifestantes, mujeres, niñas y homosexuales, condenados en Irán, en Afganistán, en Pakistán, en Turquía, en Myanmar y por fin ejecutados o asesinados de una u otra manera… y así en muchas, muchas más zonas del mundo y muchas épocas de fanatismo e impiedad justificadas «por el bien de la causa» (aún revestida de referencias religiosas… pero hoy de mezquinas «políticas» profesionales, cada vez más con fines descaradamente criminales, estrechamente entrelazada con negocios de toda índole, sustancialmente mafiosos, los que se basan de manera en involucrar a sus leales hasta hacerlos participes directos del botín y de la suerte de la cúspide y una tropa de puros pistoleros —¿o deberíamos decir de fontaneros?—, donde destacan, caigan quienes caigan, negocios tan lucrativos como ruines como el del narcotráfico y la trata de mujeres, niños y órganos en todas las variantes, imaginables o no, de la pornografía).
¿Cómo, si es que les importa, acabar con la represión feroz en tantos sitios en los que no parece que se vaya a actuar nunca (como en Venezuela, con lo sencillo que sería, salvo tal vez para no molestar a sus protectores), o en Irán, y recientemente en Siria, que parece que no asuste que se convierta en otro Afganistán?
¿Cómo, en fin, pueden exigir… «proporcionalidad», nuevamente en abstracto, nuevamente utilizando otra «palabra-bandera», «desproporción», para completar la falsa acusación de «genocidio» contra Israel y así la ocultación de la propia complicidad con el terror que, repito una vez más, pretende explícitamente diezmar a todos, sí, todos, «los herejes», incluidos los que cada secta considere que sean los miembros de sus competidores; en todos estos casos, una jugada nada novedosa, que ya hemos visto realizar mil y una veces, ya sin el más mínimo sentido ni vergüenza, al gobierno español y al partido que lo conduce, «jugada» que bien cabe denominar «inversión», es decir, la de tomar tal cual las acusaciones de la oposición para alzarlas de inmediato en su contra, como si se hubiesen quedado ya sin términos engañosos propios, aún empleados de manera cotidiana, como fascistas en boca de profascistas, machistas en boca de encubridores de la depravación contra la mujer, incluidos cómo no los monstruos que el 7-10-2023 vejaron, mutilaron, quemaron, asesinaron y raptaron a judíos de toda condición, sexo y edad, secuestrados otros y enterrados en terribles in-pace (zulos a decenas de metros bajo tierra utilizados para castigar a «los herejes» por la Inquisición medieval, y equivalentes a los usados por la Cheka soviética internacional —inclusive en España— y aún ahora, en particular para torturar a niños ucranianos… por pura diversión, así como por torturadores de muchos países, muchas épocas y los mismos objetivos, con la justificación de obtener verdaderas o falsas confesiones. Por lo que parece predilectos de diversas religiones.).
Tergiversaciones y silencios cómplices sobre las mismas que ya están tardando en volverse contra de sus abusadores.
¡Es ciertamente repugnante! ¡Y suicida, repito, en concreto para la mayoría de los gobernados del mundo; sí, repito: para judíos y cristianos, practicantes o no, ateos o integrantes de alguna de las sectas o corrientes islámicas que acusen de «herejía» o de falta de colaboración! Algo que las burocracias internacionales, como se acaba de ver en el reciente borrador de la UN, no mencionan ni de paso juntamente con el silencio que destinan a la violencia cruel que desató la justa reacción israelí, y al terror (físico y educativo) que ejercen sobre la población que consideran representada.
Pero ahondemos, cómo no, en esa otra «palabra-bandera» por antonomasia tan voceada en estos días: «genocidio», que de cualquier modo considero en sí misma eufemística, como ya sostendré.
Tal y como la definen los diccionarios como el de la RAE, resulta visto lo vista por completo insostenible para calificar la conducta de Israel y de su ejército, que de no inclinarse por cuidar al máximo posible el alcance de sus acciones militares ya habría podido arrasar Gaza ciento de veces sin más, cuanto menos a la manera de Dresde y en muchísimo menos que en tantos centenares de días.
Nada se dice, e incluso como señalara antes «invierte» el cuidado con el que se ha llevado y aún se lleva la contraofensiva, inevitablemente bajo las circunstancias señaladas antes, con una sistemática advertencia previa de los bombardeos y las zonas que afectarán; avisos por ingentes medios a la población ¡permitiendo a los terroristas que huyan, se escondan y hasta recojan armas, avituallamiento… y rehenes!; ¡y a la vez poniendo en riesgo las propias operaciones, aumentando la dificultad y las amenazas para las propias tropas! ¡Algo que no se hizo ni mínimamente en Dresde, Hiroshima, Nagasaki, Zagreb!…
En justicia, no hay por parte israelí ni un sólo acto que evidencie que persiga la aniquilación de la población gazatí, del mismo modo que no se puede decir que la USA de Truman actuara globalmente contra alemanes, italianos y japoneses… sin que por ello se pueda negar la animadversión despreciativa que los americanos de origen anglosajón tenían hacia estos pueblos, lo que con la guerra se acentuaría, al menos hasta después de la victoria. Del mismo modo, es innegable cierto rechazo a la cultura árabe de buena parte de la población judía, israelí o de la diáspora que comparte con muchos no judíos en el mundo «blanco», algo que, a su vez, la «izquierda» actual se esfuerza por reprimir… y reprimirse, una vez más aquí como en la mayoría de occidente «por el bien de la causa», es decir, la que ha asumido… ¡a pesar de que contradiga su declarado feminismo, su declarada y contradictoria defensa de la llamada «comunidad» LGTBI+, así como de la «libertad de expresión» (selectiva y también contradictoria en todos los sentidos y en particular con su adhesión a la «cultura de la cancelación», y, para no abundar en detalles menores aunque significativos, su renuncia a los contenidos de un marxismo que a la vez reivindica, al menos de nombre y mediante el canto de la Internacional que digan sus versos lo que digan les da, como es hoy lo propio, absolutamente igual (al respecto les sugeriría que quiten la letra y acompañen la música y el puño alzado con una letanía de susurros… o que también la actualicen. Al menos hasta que la deban abandonar el día en que deban «convertirse»).
Practicando de nuevo la herramienta más remozada de la mentira y la deshonestidad (la «parresía» denunciada en su tiempo por los griegos más honestos del Ágora), la de «la inversión» de las acusaciones, se culpa a Israel de «genocidio», ¡incluso en los términos ejecutados por Hamas el 70, incluso por la «izquierda» israelí!, cuando los hechos evidencian lo contrario; hechos una vez más oscurecidos o no considerados por los medios y la burocracia casi en pleno, con la ONU a la cabeza, que, como ya he dicho, no tiene por fuente más que a las noticias difundidas por Hamas en contenido y forma, es decir, tal cual la difunden con una más que evidente función propagandística, y por burda que esta sea. Algo pocas veces visto, al menos como ahora, con tal crédito extremo concedido a una organización terrorista; lo que da muestras del grado de penetración de la «izquierda woke» en las instituciones occidentales que ha alcanzado un claro estado de complicidad con aquel, de hecho simbiótica, a la manera de los parásitos respecto de su anfitrión.
Claro que para oír hay que querer prestar atención, y para ver abrir los ojos, algo tiene origen en esa doble «necesidad» ya señalada de responder a una autoridad prometedora como fuente de la preferencia por la «simplificación» que la sostiene; «salida» en fin de la debilidad idiosincrásica y la indefensión inducida.
Apunté ya datos al respecto al hablar de la simplificación no-militar, y aquí sólo me queda repetirlos.
Ya he señalado el carácter evidente y explícitamente declarado del objetivo terrorista: diezmar a todos los «herejes» de manera escalonada, es decir, «primero» los israelíes y después los occidentales, en todo caso empezando por los judíos de la diáspora. Un «principio» táctico, burocrático, que le permite a la vez, mediante su narrativa parcial (sin ocultar el resto pero evitando manifestarlo de manera cotidiana) y dejándose disfrazar al gusto de «la izquierda», poner de su parte o al menos silenciar a medio Occidente, burocracia obviamente incluida, así como ganar a esta y a las más extremas (aunque se revistan de «cristianos ortodoxos», «neo-confusionanos», o «ateos») como aliados circunstanciales.
Esos objetivos que exceden a medio y largo plazo todo «antisemitismo» (volveré enseguida a abordarlo) fueron los ejecutados vilmente y sin descanso desde hace mucho tiempo por el terrorismo de Hamas (ya medio derrotado, aunque para renacer) a la par con el de Hezbolá (aún más tocado en todo caso), el de los Hutíes (ídem), el del propio Estado de los ayatolás (casi arruinado pero decisivo aún), y alguno más, por el momento menor, que se iniciaron sin parar aún con sus bombardeos indiscriminados (agresivos y que no cabe calificar de «desproporcionados» ni de «vengativos»), y llegaron a la masacre sin nombre del 70 (con más de 1500 víctimas… porque ni a Hamas ni a su patrocinador les daba el cuero para penetrar más allá de dos kilómetros tras la frontera —por cierto, incomprensiblemente desatendida por la ingenuidad israelí que de tener intenciones «genoicidas» como las que por su parte, hay que insistir—, sí declara el yihadismo en su contra, pudiendo haber entrado en Gaza y Cisjordania y atacado seriamente a Irán, Siria y al menos el sur del Líbano, sin siquiera hacerlo de manera preventiva y mucho más eficaz en especial en el tiempo).
Esto es «invertido» mediante una propaganda que cuenta con demasiados voceros acríticos o condescendientes. En esto tiene mucha culpa Israel como Estado y muchos judíos en su conjunto presos del «qué dirán», precisamente lo que esa propaganda aprovecha de manera ciertamente eficaz a pesar de lo burda que es… lo cual, de nuevo: «qué mas da».
El objetivo israelí fue desde un principio la defensa. Fue lo que puso en marcha el sionismo (como el uso por los judíos de la «bandera» del «antisemitismo», que en cierto grado y por momentos, demostró cierta eficacia). Lo demostraron ganando batallas sin retener los territorios «conquistados»: «no vaya a ser». Y los siguieron haciendo después del 70 hasta que por fin se hartaron, como ya era hora, pasando aún parcialmente del «qué dirán» (aunque también el temor a perder a los que habían sido secuestrados) y sin embargo cuidándose in extremis de afectar indiscriminadamente a la población gazatí, es decir, salvo en lo más inevitable; los famosos daños colaterales en gran medida hinchados y teatralizados por Hamas… a cuyos muertos se les da de repente por «revivir» y ponerse a fumar, o cuyos «bebés», varios al menos, son «reutilizados» e incluso sustituidos por muñecos manchados de salsa de tomate y habrían salido de entre las ruinas al segundo de producida la explosión, convenientemente amortajados… y sumados a cifras que no se discriminan.
En concreto: con avisos por todos los medios pese a que esto perturbaría su contraofensiva en todos los sentidos militares, esforzándose en operaciones quirúrgicas cuyo principal objetivo era en ese orden rescatar a los rehenes y ajusticiar a los cabecillas de la masacre realizada, y reducir y, ahora por fin al parecer, acabar con Hamas (lo que liberaría a los gazatíes del terror bajo el que aún viven). Todo evidencia lo dicho: la voluntad defensiva, la preocupación por el «qué dirán» unos y otros.
Incluso, añado, al admitir en su sistema democrático formal partidos antiisraelíes, uno musulmán, y otras instancias que en realidad son similares a las que se dan en todo Occidente. Pudiendo, por ejemplo, imitar a Alemania en su prohibición de las formaciones que defendieran el nazismo.
¡Y los periodistas, gobernantes y servicios secretos occidentales lo saben con sólo visionar y escuchar los videos que Hamas mismo difundiera y difunde!
Pero claro: «¡qué más da!…». O, mejor dicho aún: «¡Más conveniente es que no se hable siquiera de ello!».
Paso a tratar, más a fondo, más radicalmente, dos términos de la ecuación cuyos términos las dos «palabras-bandera» de la que he hablado: en primer lugar «genocidio», en segundo lugar «antisemitismo» (una «bandera» de más de dos facetas, es decir, poliédrica).
La primera de evidente invención europea contemporánea la par de las que la sustentan: «humanidad», «razas»; conceptos históricamente definidos por la sapiente raza blanca y más concretamente por sus especialistas académicos a sueldo que pusieron, hasta que se pasaran a la «cancelación» y al «wokismo», en el centro en lugar de a la cabeza como en realidad el reacomodo (o «adaptación al medio») pretende.
Pero lo evidente es que en la vasta “humanidad” nos encontramos con un elemento concreto mucho más decisivo que el agrupamiento de las cinco razas establecidas por decreto (otro que tergiversado ya del todo vino a querer ser sustituido por el marxista de las «clases», sin que el otro acabara de ser «cancelado» sino tan sólo «invertido», y me refiero al «Black Lives Matter»): a mi parecer, la diversidad de idiosincrasias aunque en tanto que matices, y la realidad de la mentada «lucha de todos contra todos» en la que se muestra determinante el interés individual por encima de todo, interés que determina la asociación, que la impone, y que las camarillas apoltronadas en uno u otro lugar usufructúan.
Es fácil de ver criminales, corruptos, psicópatas, tiranos, incluso los diversos «especialistas» actuales, cada una de sus profesiones con sus propios intereses y léxicos, etc., en todas las “razas” del planeta, y pese a ello se intenta privilegiar su pertenencia racial, situando esas y las demás características particulares como una suerte de «mal general». Ya puestos cabría considerar si más de uno de estos grupos de conducta o profesión no merecerían ser condenados (como sí se condena a los díscolos y algunos otros por «la mirada de los otros» y las instituciones y organizaciones que la protegen y retroalimentan), lo cual llevaría en todo caso a redefinir la palabra «genocidio» en nombre de una precisión sociológica y psicológica, desdibujándola del todo. Justamente lo que lleva a cabo Israel contra uno de los grupos de asesinos sin escrúpulos como los que practican y viven del terror, «los terroristas», que, de no mediar «el que dirán» (o «mirada de los otros»), les aplicarían la horca como a Eichmann, ¡y con toda justicia!… u otros medios como los vigentes en USA.
En cuanto a «antisemitismo», se trata de un asunto con varias más facetas de las habituales, aunque entiendo que no por ello deja de haberse constituido en una «bandera» que a su vez se ha visto sometida a una alambicada «inversión».
A mi modo de ver, el «odio a los judíos» tiene raíces históricas que dieron lugar a diversas circunstancias, constituyendo más allá de ellas y como muchas otras en la historia parte del bagaje útil a fines que nada tuvieron que ver con ideas originales de exterminio sin por ello no haber sido ajenas a los hechos. Desde los «pogromos» de estos tiempos para no ir aquí más atrás hasta fines perseguidos por el Imperio Romano y después por los obispos nacidos en su seno durante la Edad Media (por cierto, más semejantes sus ideas a las del actual yihadismo) hasta la confección de la «idea de la solución final» hitleriana, el proceso muestra una clara «utilización» de la viejas leyendas, que tomadas del baúl de los ancestros, volverían a servir a la confección de las «nuevas banderas» y consignas.
Sin duda, Hitler odiaba a los judíos e igualmente se sentiría mesiánico, no en su caso a la manera de Marx, por decir algo, sino como adalid del espíritu nacional alemán, sembrado ya por Lutero y Calvino y cultivado siglos después en toda Europa por Maistre, Fustel de Colanges, Renan y Goethe en parte, Herder y el romanticismo (Alain Finkielkraut, «La derrota del pensamiento»), retomado y modernizado por Heidegger y reducido a eslóganes rudimentarios por el propio Hitler (cuyos esbirros principales se justificaron en Nüremberg diciendo que respondieron precisamente a Lutero)… al calor del resentimiento por la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial y las esperanzas en un resurgimiento nacional («Risorgimento» para los italianos de Mussolini, que pretendía lo mismo… aceptando todas las consecuencias de la «alianza»). Un resentimiento dirigido básicamente contra los nacionales de los entonces victoriosos cuyos políticos y empresas sometieron a Alemania a pagar «muy pero que muy caro» esa derrota y que derivaría, mediante una relativa «inversión» de los términos en una relación popular contra quienes en Alemania no sólo no sufrirían como la población en general y muchos de sus grandes empresarios industriales: los «cortadores de cupones», como los llamaría Marx y el correspondiente «capital financiero», o sea, el «sistema bancario» que con Hilferding daría pie al primer neomarxismo (con efecto sobre las corrientes orientales) y que pondría una vez más en el candelero la figura de un Shylock modernizado pero rápidamente vuelto a sus harapos de «prestamista sin escrúpulos» (falsa interpretación del personaje de Shakespeare a mi modo de ver), la ocupación a la que sería aherrojados muchos judíos durante la Edad Media a cuento la de la cristiana repulsión hacia la manipulación del dinero. En otras palabras, el entrelazamiento de social-ismo y nacional-ismo, el fascismo y el estalinismo (como su variante oriental contra la que Marx advirtiera).
¿Qué mejor argumento que el del chivo expiatorio latente y fácilmente recuperable para poner las masas al servicio de las ansias burocráticas de recuperar el poder relativamente perdido o amenazado respectivamente por los intereses confluyentes? ¿Y qué líder más idóneo para dirigir la coalición, inescrupuloso, mediocre en extremo, delirantemente mesiánico, sin el menor prurito para engañar a diestra y siniestra, a no guardar lealtad sino a sus propias visiones, a aprovechar y desechar a aliados circunstanciales y viejos amigos, a aprovechar hasta su victimismo para «convencer», con un «ardor» para esgrimir «ánimo» en sus seguidores crianos y las masas necesitadas de un Moisés, de un salvador… quién que lo reuniera todo en la persona de un Hitler?
Para mí resulta prístino: el «antisemitismo» se podría aprovechar siendo llevado más allá del discurso por obra de las circunstancias, haciéndolo aparecer como leit motiv pero, como suele suceder cuando la justificación se hace irreversible y vívida masivamente, para pasar de la propaganda (que luego sería contenida al respecto para evitar reacciones internacionales adversas… algo por cierto reiterado por el yihadismo ahora, es decir, nada nuevo… de nuevo) que se materializaría en la forma delirante del exterminio racial, el holocausto, a cargo de la primera «industria de la muerte» de todos los tiempos, que, si bien puso a los judíos en el centro de la diana y los afectaría más numerosamente que a ningún otro grupo, afectaría casi en la misma medida a gitanos, eslavos, y otros igualmente despreciados por «los alemanes» y en primer lugar por Hitler y su camarilla en grados más o menos demenciales.
No es pues que no exista un «antijudaísmo», pero a mi criterio, como un componente de la política engañosa de la burocracia que vuelve a rescatar lo que le sirve o cree servirle como táctica, y de la voluntad expansionista del yihadismo que promete un exterminio generalizado.
A su vez, los judíos intentan armarse con la bandera que aparenta serle opuesta, utilizada para estigmatizar a los que no apoyan a Israel en su cruzada justa contra el terrorismo: el «antisemitismo», que pretenden que les sirva para desarmar a sus oponentes culpabilizándolos, con referencia al holocausto que los denigraría en tanto cómplices históricos. Algo que los acusados se quitan de encima como caspa sobre los hombros de sus disfraces afirmando que no lo son, sino en cambio sí serían solamente «antisionistras». Algo que además de otra buena coartada, buscaría permitirles ganar a «las izquierdas» (lo que no bastaría) para las cuales «sionismo» sería un componente más del «neocolonialismo» contra el que dicen alzarse.
Un cruce de «términos-bandera» que deja un enredo bajo el cual se mueven intereses no declarados, y que Israel no obstante podría poner al desnudo: su defensa del país, de su existencia, y su carácter real de vanguardia contra el terrorismo en defensa mucho más real, ahora (y por ahora) más efectiva y coherente, en favor del «espíritu» de Occidente. Incluso como vanguardia de los perseguidos… gazatíes incluidos, los perseguidos por el terror. Sosteniendo que el antisemitismo es una parte del yihadismo e insistiendo en la perspectiva que demasiados prefieren ignorar: que si bien «Primero vinieron por (…), y guardé silencio porque no (lo) era…», como comenzara sus sermones Martin Niemöller, más tarde o más temprano, ACABARAN VINIENDO POR TODOS.
…Por cierto, algo similar a lo que ya experimentaron varios misioneros en el Amazonas, no ya para evangelizar a los salvajes sino para evagelinzarse a sí mismos —como la idiota útil de Greta, que pasara de su burdo ecologismo a adalid de la «salvación de Gaza»—. Y algo ya experimentado desde hace más de medio siglo.
De cualquier manera, con un mínimo de sensibilidad (lo que la ideología, el dogma y los intereses de jefes y guardias básicamente reprimen) y el también necesario conocimiento antropológico, sociológico e histórico, debemos reconocer el miedo y la preocupación que estuvieron y están aún en las bases del sionismo y la fundación de Israel y de todo su sistema defensivo (que tendrá que ser más ofensivo aún, de una buena vez), temores y prevenciones que se fueron instalando en los hijos y nietos de los judíos incluyendo a los asimilados, creyentes o no y hasta nacidos de matrimonios mixtos, y a quienes, a los que muchos gentiles se han ido sumando, viven el presente como conflictivo, empujándolos a sentirse tan judíos como “el otro señor Klein” (película que con ese título dirigiera Joseph Losey y protagonizara Alain Delon) o, en cualquier caso, como se sintiera el solidario y decepcionado Carton de «Historia de dos ciudades» (citada).
En realidad, estoy convencido, no se requiere un origen judío para sentirse uno, ni ucraniano para darse por ello (ni tutsi, ni rojinya, ni druso, ni cristiano de los perseguidos, etc.), sino que basta con pertenecer a esa subsubespecie de las rara avis con las que Freud, Nietzsche, Spinoza y millares se sentían hermanados: los del pincel fino, los sensibles, los melancólicos más o menos listillos e imaginativos como El Bosco, los que nos hemos conformado como tales, ciertamente al margen de los entretenimientos del rebaño. Y también, enemigos de otros, lamentablemente.
Y con esto os dejo… quizá refunfuñando, o maldiciendo, o, dado que a veces se ve recompensada la esperanza, sobre todo si es pequeña y humilde, ayudando a algunos a romper sus anclajes, simples intereses y esperanzas engañosas, animándolos a pensar con radicalidad no necesariamente a favor de mis ideas.