abril de 2024 - VIII Año

Hacia una nueva teoría de la emancipación

La salida de la pandemia es la oportunidad para una alternativa ecosociopolítica acorde con el interés mayoritario

Hay una frase de un pensador italiano, Giovanni Papini, en la cual afirmaba que el ser humano es el único de los existentes capaz de remontarse, en apenas unos minutos, desde el fango hasta las estrellas. Este aserto bien podríamos hoy recordárselo a los intelectuales que han abdicado del compromiso social que les convertía en tales: el mismo que les sigue involucrando en la tarea ineludible de elevarnos desde el fango de problemas que nos afligen como sociedad de intereses antagónicos, hasta la responsabilidad de la traza racional de salidas a la gravísima crisis que hoy como Humanidad todos afrontamos. En tal tarea, aquellos disponen de dos herramientas, el Pensamiento y la Cultura, pero muchos de los llamados intelectuales olvidan que tal instrumental solo adquiere sentido cuando trasciende la individualidad y se proyecta hacia los demás.

Asistimos hoy a un desafío descomunal: el de reconstruir un mundo golpeado por una pandemia potencialmente irreductible que lo ha dejado casi demolido por sustentarse en un sistema de poder político-financiero superfluo, inhumano e ineficaz, reproductor de desigualdad e injusticia, incapaz de idear soluciones y meramente versado a satisfacer a unos pocos poderosos que se yerguen sobre los demás a costa de lo que sea, derramamiento de sangre incluido: las guerras de rapiña aún abiertas así lo prueban. A este sistema lo ha rematado un mero microorganismo patógeno –ojalá que su virulencia no haya sido activada por la mano del hombre- que nos da una idea de la vulnerabilidad sistémica reinante. Nada hay seguro sobre nuestro presente y la incertidumbre se abate sobre el futuro personal y colectivo. La más grande incertidumbre se cierne todavía sobre los estratos sociales más rehundidos por las anteriores crisis. En esta encrucijada, la mayor parte de los intelectuales, o mejor, aquellos que creíamos que lo eran, cuando no callan de manera irresponsable acostumbran decir tan solo majaderías.

¿No hay nadie que se atreva a emitir un juicio atinado? ¿Han dejado de tener validez la Cultura y el Pensamiento? ¿Tantos siglos de ideas, de dilemas, controversias y debates, de retrocesos y avances del conocimiento, no nos sirven hoy para nada, tan solo para dejarnos al pairo de este invisible asteroide pandémico que amenaza con chocar de frente contra nuestro mundo y dar al traste con todo lo hasta ahora construido por nuestros antecesores? ¿Qué entidad, fuerza o valor muestra un sistema al que un simple virus pone en jaque en apenas tres meses? ¿Acaso queda solo el recurso al socorrido concepto sociológico de anomía?

De Epicuro al Museo Británico

teletrabajoMediado el siglo XIX, un filósofo barbudo y peleón se encerró en el Museo Británico y consagró su vida a definir algunos de los problemas capitales de la Humanidad y a trazar la salida social y colectiva del laberinto en el que su mundo se hallaba entonces. Muchos le habían precedido en tal tarea, sobre todo aquel insigne Profesor de la Universidad de Jena, Hegel, que descubrió en la Dialéctica el método para interpretar las leyes que rigen el despliegue de la Historia. Asumiendo una cultura que se remontaba a Epicuro, glosado y loado por el inmortal Lucrecio; zambulléndose luego en intuiciones medievales, nociones renacentistas, dudas cartesianas, ideas spinozianas, más propuestas empiristas, cruzado todo ello a través del cedazo de los juicios aquel lúcido anciano de Könisberg, surgió un constructo que sirvió para guiar a la Humanidad en su salida del pozo de irracionalidad y desigualdad en el que la impostura, la superstición y el odio a la verdad y a los débiles la habían sepultado durante el feudalismo.

Con el soporte de los teóricos españoles mentores del Derecho de Gentes -y el de quienes contemplaban incluso el tiranicidio-, así como el apoyo crucial de la cuota de la Ciencia -no contaminada por la magia- de Newton, más el anhelo kantiano de paz perpetua, se vivieron décadas de vísperas entusiasmadas: la justicia pugnaba por abrirse paso por doquier con la palanca de la solidaridad, enfocadas ambas -por el empuje del ciudadano ginebrino Rousseau- a la igualdad del género humano y del universalismo como puntos de partida ineludibles hacia un contrato social para refrenar el poder. De tal manera, el camino quedaba despejado hacia la apertura del mundo a la rica diversidad que caracteriza a nuestra estirpe. Las revoluciones inglesa, americana y francesa apartarían unos cuantos obstáculos que ocluían el camino del progreso, eso sí, en beneficio de una sola clase, la burguesía, que hegemonizó aplicadamente aquellos cambios. Aquella hegemonización fue también fruto de la deriva de los llamados economistas clásicos hacia la desocialización de la ciencia económica, mediante una arbitraria sacralización del dinero que la deshumanizaba plenamente: el Dios teocéntrico de la Edad Media sería sustituido por el Mercado en el vórtice del acontecer humano.

El abandono de los esfuerzos por cimentar aquella primigenia estela de racionalidad, secuestrada en el siglo XX por estratos de gentes tiránicas, sepultó al género humano en un sinfín de crueles guerras que desangraron el Planeta mediante conflictos cuya sustancia profunda mostraba siempre un antagonismo de clases en liza.

La emancipación anunciada por la Ilustración se vio truncada por la errática irresponsable de algunos de los principales titulares del Pensamiento y la Cultura, cuyos exponentes, como aquel perturbado pensador germano, apologeta del superhombre y verdugo del esclavo, lejos de centrarse en la lucha contra el poder dominante, se dedicaron, o bien a loar a los señores, bien a especular contra el conocimiento racional como imposible quimera. Tuvo que ser la revolución de los soviets la que recuperara el pulso racionalizador de aquel inicial empuje ilustrado, en tal ocasión con sus bridas sujetas por la clase trabajadora como guía del proceso histórico emprendido.

paroSin embargo, el acoso irrestricto a la revolución -por extensión, a todas las revoluciones-, desde el minuto cero de su origen, el derroche de recursos para aplastarla, la irrupción de hasta una veintena de ejércitos extranjeros para yugularla y la guerra civil, que no era otra cosa que expresión extrema de la lucha de clases en un universo desgarrado por la abyección del despotismo, así como el influjo inducido de aquel pavoroso cerco en el surgimiento de patologías en la cúspide del poder soviético, impidieron que sus avances se proyectaran de manera natural intramuros de Occidente.

El capital, asustado, decidió permitir algún pequeño avance social frente al mundo del trabajo para no retroceder un ápice en el principio expoliador que le mueve. En consonancia, los intelectuales europeo-occidentales, como muchos de los seguidores de Nietzsche, se dedicaron, en el mejor de los casos, a olvidar el poder hegemónico del capital y a escarbar entre los muy numerosos poderes menores existentes, de tal modo que las energías principales se perdieron y se abismaron -aún hoy lo hacen- en un abanico inútil de esfuerzos sin apenas frutos o con muy magros y limitados márgenes de resolución. El resultado es el desconcierto ideopolítico dominante, el mismo que ha llevado a perturbados mentales, de la misma extracción social, claro, a los puestos claves en la política mundial.

Llegada es la hora

Es llegada la hora de percibir ecuménicamente problema de la pervivencia de la Humanidad, en su conjunto, definiendo cuál de todos aquellos poderes que la han flagelado y aún la hostigan parece ser el que, hoy, los hegemoniza y resume a todos: el poder supremo pues, hidra de mil cabezas, cuya testa coronada la ocupa, desgraciadamente, esa dimensión que se resigna a ser sometida a la Ciencia social y se escurre hacia un limbo pretendidamente científico sin aparentes asideros: la Economía. Si, se dirá: hay otros poderes; pero en el vórtice del torbellino en torno al que todos ellos giran se encuentra aún hoy -como aquel barbudo percibió con claridad en el siglo XIX- el que versa sobre el poder de la procura de los recursos para sobrevivir.

Comoquiera que cada época se vertebra en torno a una forma de obtención de los medios de supervivencia, de esa misma forma surgirá un conglomerado de interactuaciones, de relaciones, que definirán las prácticas vitales de cada sociedad en cada momento histórico. Hoy y aquí, el momento histórico se define por una mutante aceleración sin precedentes de las herramientas con las cuales nos procuramos los medios de subsistir. La actualidad exige cambios en la forma de vertebrar las interacciones sociales -la ley, la justicia, los valores, las ideas, las instituciones- pero con una diferencia sustancial respecto de otras coyunturas históricas: las bridas del cambio deben permanecer firmemente asidas en manos colectivas, desprivatizadas, para guiarlo en pos de la satisfacción de los intereses mayoritarios: ese 90% de los moradores del planeta desprovistos de forma alguna de poder económico, político o social.

Tecno-andanzas, acronía y atopía

Lmaniugta misma actualidad se caracteriza y define hoy por una irrupción irrestricta, sobre nuestras vidas, señaladamente en los países occidentales, del discurso virtual, materializado en la telemática, informática más telefonía, aplicado con un descontrol tan lesivo que ha precarizado, en vez de esperanzar, las condiciones materiales de vida de millones de personas sometidas al capricho de las erráticas tecno-andanzas, saldadas siempre por un aterrador resultado de desigualdad, de injusticia y desarraigo. Cuando todo parecía permitirnos disfrutar de un mundo nuevo mediante la palanca de una ingenua y supuestamente benévola tecnología a escala humana, el artefacto se ha emancipado de las manos humanas para erigirse en una nueva forma de poder, que nos esclaviza, otra vez, desde las garras de los poderosos de casi siempre.

El mensaje que recibimos de esta trayectoria, léase en clave de deshumanización, es simple: las dos dimensiones, el espacio y el tiempo, que hasta ahora y desde el origen de la vida sobre la Tierra, regían nuestras vidas, han dejado de tener vigencia alguna. Todo se ve envuelto por lo virtual, un no-espacio y un no-tiempo, plenamente deshumanizados, donde sólo rige hoy la ley básica del capitalismo financiero: la obtención a toda costa de una tasa de ganancia creciente, cuyo componente sustancial, el dinero, es la magnitud virtual por excelencia, fuera del espacio y del tiempo, atópica y acrónica. Carece de presencia y de historia. Con él, la experiencia, la moralidad y la otreidad, desaparecen. La sociedad ha dejado así de ser el sujeto de la Historia, para ser apartada a un lado por el capitalismo financiero, que sitúa el beneficio como sujeto histórico y especula con él hasta el infinito, mediante un aparato gigantesco de algoritmos y de datos –los bigdata, la nueva plusvalía-, en busca de tasas de ganancia incluso donde no puede hallarlas por haber esquilmado, ya, todos sus caladeros, incluidos los medioambientales, donde se rigen los destinos de nuestro alimento y nuestra respiración.

Productividad ilimitada

Cuenta ese discurso virtual con una aliada de un potencial formidable: la productividad del trabajo humano, origen de toda riqueza concebible, que, mediante la herramienta telemática, hace posible su extracción y explotación ilimitadas por los dueños del gigantesco y voraz aparataje telemático. Incluso, ellos, los capataces de siempre, se permiten el lujo de poder abandonar la mediación que, como cómitres de la gran galera del trabajo explotado, ejercían entre el capital y el esfuerzo humano para convertir ahora a cada trabajador en su propio auto-explotador, con fórmulas tan saludadas y aparentemente inocuas como el teletrabajo, cuyo descontrol deviene en expresión suprema del suicidio laboral: es preciso que sea el trabajador quien pague el medio con el que trabaja, la energía que lo alimenta, la vivienda desde donde labora y, desde luego, urge que se deslocalice, puesto que la presencia laboral colectiva mantiene un siempre sospechoso potencial de fronda y subversión. Y, por si fuera poco, ahí tienen la robotización del trabajo, otra de las amenazantes bazas que se yerguen sobre las cabezas de los trabajadores, baza en las actuales condiciones de debilidad política susceptible de ser guiada a devaluar la presencia humana directa en la escena laboral.

vacuna¿Cómo abandonar este fango con el que se quiere sepultar a la mayoría social, cuando nuestra conciencia percibe con claridad que todo un sistema puesto en jaque por un mero microorganismo no sirve siquiera para garantizar la vida de la fuerza de trabajo de la mayoría social que genera la riqueza? No parece haber más fórmulas que esta: la organización colectiva de la resistencia, con el propósito de romper la columna vertebral del monstruo que nos acosa, el mismo que nos ha dejado indemnes ante tantas pandemias, biológicas e ideológicas: desde el corona-virus hasta el fascismo; desde la segregación racial hasta el capitalismo financiero sin control; desde el patriarcado hasta la opresión de clase y de género; desde el despilfarro hasta la agresión persistente contra las especies animales y vegetales, contra la Naturaleza. Necesitamos elaborar –imponer y defender también- leyes, normas y protocolos que refrenen la expansión virulenta y descontrolada de la telemática, colocándole al cuello un dogal tenso vinculando su despliegue a su atinencia a la dimensión social de la vida. La ilimitada productividad del trabajo humano inducida telemáticamente no puede seguir siendo causa perenne de la agonía social en la que vivimos.

Todo el conocimiento ínsito en los avances técnicos, tras siglos de esfuerzo y trabajo humanos depositados sobre aquellos, debe ser patrimonializado por la sociedad. Y ello, a modo de metáfora, responsabilizándonos individual y colectivamente de que no vamos a pulsar ninguna tecla más del teclado-tinglado ultra-liberal que nos ha sido impuesto, sin discernir antes si ese simple hecho mecánico iba a significar algo positivo para los demás o bien se va a limitar, como hasta ahora ha acostumbrado hacer, a suprimir un puesto de trabajo más o una rama entera de nuevos oficios. Y negarnos en redondo a teclear, de manera inconsciente, lo que sea.

Arrinconar al capitalismo financiero desde la calle, las organizaciones civiles y las instituciones, para dar paso a una sociabilidad ecuménica que defina la sustancia unitaria y universalista de la Humanidad, deshaciendo las fronteras reales entre las clases, se impone como urgente y prioritaria tarea de las generaciones en presencia, precisamente ahora, cuando el sistema muestra toda su vulnerabilidad ante un mero patógeno. Necesitamos de la actividad política, de la construcción de herramientas nuevas de poder democrático asentadas en la razón y en la justicia. Es preciso idear las nuevas formas de organización política que doten de poder a las mayorías, erradicando la toxicidad del egoísmo neoliberal, del individualismo asocial; reinventar y fundir las organizaciones horizontales de trabajador@s y parad@s, de mujeres y de migrantes con las asociaciones cívicas, cuya única pauta de mérito y dirección proceda de la responsabilidad social, para fundamentar plataformas de poder mayoritario regidas por la fraternidad solidaria mediante estructuras democráticas de las que ahora carecemos.

Se trata también de aprovechar el formidable potencial de la informática y de la telefonía para, previamente humanizado, ponerlo a favor de los intereses de las mayorías sociales y expandir y conseguir con ellas todo aquello que los satisface, arrebatando su propiedad egoísta a los de siempre para hacerla colectiva, social, humana. Necesitamos con urgencia recrear un mundo igualitario; donde igualdad no implique uniformidad; donde el poder ejercido como hasta ahora lo ha sido, se disuelva en esfuerzo solidario; donde el Estado deje de pertenecer a una clase para trocarse en una relación dinámica de proyectos e ideas de mejora y de prácticas sociales benévolas; donde el socialismo recobre su misión emancipadora y no olvide nunca que nació para acabar con el poder de unos pocos sobre todos, que surgió de las cabezas y de los brazos de l@s mejores para liberarnos conjuntamente del yugo caprichoso y cruel de esos pocos de siempre, aquellos que han olvidado que también ellos pertenecen a la condición humana, pese a creer que los demás formamos parte de la categoría, por ellos ideada, de subhumanos.

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