abril de 2024 - VIII Año

El pesimismo español y sus antídotos

Entreletras, un espacio plural para el debate sobre la España de hoy

Entreletras dará cobertura a debates de interés social y político que preocupan a la sociedad española sin identificarse necesariamente con la opinión de los colaboradores. Con este artículo del periodista, sociólogo y escritor Rafael Fraguas damos inicio a una serie de colaboraciones bajo el epígrafe ‘Nación de naciones’.

pesimismookLa negativa de la derecha a admitir la evidencia constitucional de que España es una nación de naciones, sitúa a nuestro país al borde de un desgarramiento cuya gravedad, exacerbada por el independentismo, resulta imposible infravalorar. La representación de los intereses estatales por parte del partido en el Gobierno ha perdido enormes cuotas de legitimidad, pérdida que ha espoleado el surgimiento de una neo-legitimidad nacionalista de masas. La corrupción generalizada, inducida por y desde el Partido Popular, ha llevado ante los jueces hasta 800 cargos de ese partido. Sin embargo, éste, envolviéndose en la bandera española, pretende conjurar el empuje independentista invocando una legalidad que ha sido el primero en transgredir. Ello ha dado pie al nacionalismo secesionista a plantear una gravísima escisión de la unidad territorial. Los puentes están rotos por doce años de inacción gubernamental respecto a Cataluña y por un repliegue del Gobierno autonómico catalán sobre un discurso autorreferente supremacista. Entretanto, buena parte de la izquierda ha dejado en manos ajenas no solo la idea de España, sino también la identificación del Estado con el Partido del Gobierno. ‘Entreletras’ se propone abordar, mediante una serie de crónicas de diversos autores, la recreación y reconstrucción de un discurso estatal en clave social y plurinacional de izquierda, como necesaria contribución a la búsqueda de soluciones a tan grave crisis, con miras a la cobertura de un vacío ideológico hoy ya inadmisible en la propuesta sociopolítica de la izquierda.

Es hora de encarar la pesadumbre y la desolación políticas que se abaten sobre España, lacras que, durante demasiado tiempo, tan doloridamente nos acompañan. ¿Cuáles son las causas de este malestar tan hondo? ¿Dónde hallar el bálsamo que cure de tan dañino mal? No cabe idear salida alguna de tal trance sin antes indagar en los fundamentos sobre los cuales se sustenta el pesimismo que tiñe hoy tantas vidas, nuestras vidas. La indagación ha de remontarse obligadamente a la Historia, a los siglos en los cuales se infectó la herida, una grave lesión del espíritu surgida a consecuencia de la profunda rasgadura que, desde antiguo, escindió a la sociedad hispana y a sus pueblos en clases de intereses antagónicos.

RecaredoEl rey godo RecaredoLa idea monárquica, de cuño aristocrático, feudalizante y caballeresco, fuertemente asida al dictado eclesial cristiano, prendió en la península ya en la época visigótica, puntilla de la fértil romanización anterior. El Islam triunfante se enseñoreó a lo largo de ocho siglos de gran parte del territorio, paulatinamente reconquistado por ciudadanos libres que establecieron fueros y propiedades comunales en las zonas recobradas. La lucha dinástica llevó a colocar la corona sobre las sienes de un monarca de la Casa de Trastamara, que se hizo perdonar su bastardía otorgando a los nobles enormes latifundios en Andalucía y Extremadura, cuya tenencia perdura hasta hoy mismo en manos de los mismos linajes. Empero, surgió el primer Estado absoluto y centralizado de Europa.

Luego, una dinastía rapaz centroeuropea, los Habsburgo, asentó a sangre y fuego su cetro a costa de arrebatar los predios comunales y eliminar las libertades conquistadas por los ciudadanos de las villas libres. Las ciudades y tierras del común pasaron como realengos a manos de monarcas o como neo-feudos, a manos de nobles y de obispos. Pero no se limitaron a eso. Aquel régimen monarcal, adormecido ante la aceleración de los tiempos, paralizado frente a la industria y estancado en la agricultura y la ganadería, dejó en las ideas dominantes el germen de una excrecencia ideológica que infiltró, transversalmente, a todas las clases sociales: la hidalguía, sobre la cual Miguel de Cervantes tan genialmente vendría a ironizar. Su efecto enajenante, lejos de ennoblecer a nadie y frente a los legítimos anhelos de ascenso social, llevó a los menestrales, sin serlo, a creerse agremiados; a los artesanos, a sentirse burgueses; a los burgueses, a identificarse con los aristócratas; a estos, a saberse en verdad reyes y al rey, a divinizarse en la monarquía hispana. Durante siglos, nadie sabía realmente en qué clase se insertaba, confusión de gravedad extrema que impidió adquirir ajustada conciencia de pertenencia social y capacidad de organización y gestión de intereses de su clase a operarios y campesinos hasta siglos después. Tal alienación truncaría los procesos revolucionarios cuyas sacudidas aceleraron velozmente la emancipación burguesa en Europa del Norte y que aquí no tuvieron lugar o pasaron efímeramente de largo; mientras tanto, la emancipación proletaria encaraba valladares, por la enorme complejidad para vadearlos, nunca vistos en otras zonas del Continente.

ilustradosIlustrados, siglo XVIIIPor otra parte, el absolutismo real recibiría un regalo medieval y eclesial venido de Italia: la Inquisición, que dejaría una herencia ideológica envenenada por siglos de intolerancia, aún persistente transversalmente en la idiosincrasia hispana: el espíritu inquisitorial. La inquina y la sordera voluntaria se imponen desde antiguo en el debate cotidiano. Dialogar en España es embestir. Conversar en España es atacar.

Con todo, el pueblo español, al cual Karl Marx admirara profundamente por la indomable voluntad de sacudirse los yugos impuestos, emprendió la tarea de encontrarse allende el océano con un continente donde los excesos y la codicia de los virreyes no impidieron un abierto mestizaje civilizatorio que, con medidas avanzadas como censos, roturación de tierras, procesos de urbanización y de cultivos, permitió salpicar los territorios de universidades, fundaciones y diferentes componentes más, inusuales bajo otros imperios de la época. Pensadores españoles fueron pioneros en la teorización del Derecho de Gentes; en la Filología canónica; en la Medicina; en la Navegación y las Artes plásticas, mientras novelistas, dramaturgos y poetas coprotagonizaron un dorado y deslumbrante esplendor.

El ilustrado Siglo de las Luces registró evidentes avances modernizadores y la Ciencia, desde la Botánica a la Ingeniería o la Astronomía, de la mano de la Marina, se abrió paso poco a poco en la vida social, hasta que, las broncas inter-dinásticas borbónicas facilitaron la invasión militar francesa de 1808, que truncó aquel reverdecer y atrasó muy gravemente la actualización del país. Varias guerras civiles de cuño dinástico, la Carlistada, reñirían prolongados combates entre la reacción y el liberalismo, escisión ideológica persistente que debilitaría gravemente el país.

Gobiern1869La Gloriosa, Gobierno Provisional (1869)Durante el declinar del imperio español se emanciparía el continente suramericano, que había atravesado varios siglos sin conflictos de gravedad, salvo los inducidos por criollos y adversarios imperiales que acabaron desgajándolo de España. Aquel ocaso generó una crisis señaladamente moral en el ánimo hispano. Fue entonces cuando la mayor parte de los intelectuales agrupados en la generación llamada del 98 creyeron contribuir a restañar las hondas heridas post-imperiales ciñendo -y magnificando- la centralidad castellana como pulmón del pretérito universalismo hispano. Mitos como el del Campeador y de la castellanidad fueron fervientemente recreados. Mas los nacionalismos periféricos entonces emergentes, hijos del Romanticismo, se sintieron agraviados e interpretaron la castellanización como desdén y afrenta hacia sus singularidades culturales, las idiomáticas incluidas, razones para una rampante desafección frente al centralismo liberal. Tal desafecto se prolonga hasta nuestros días, ampliado por garrafales errores políticos y nuevos desencuentros.

La fallida desamortización de bienes de manos muertas de la Iglesia católica, que tras varios intentos no logró fortalecer el surgimiento de una clase emprendedora ni democratizar aquella enorme riqueza acuñada por el clero, dejó paso franco a los capitales europeos que se hicieron con la industria, los transportes y las minas españolas. Una revolución antimonárquica, La Gloriosa, sacudiría los cimientos políticos de España pero, impuesta por las armas, la Restauración monárquica que la sucedió logró algunas décadas de alternancia política bipartidista, bien que devenida luego en caciquismo y fenecida después. Como colofón, la llamada Ley de Jurisdicciones de 1906, tan desconocida como letal, consagró legalmente una persistente y continua injerencia del Ejército en la vida política estatal. Aquella intromisión, iniciada mediado el siglo XIX, cuajó cuando los jefes militares más conscientes abandonaron su anterior designio liberal y progresista, para devenir en fuerza pretoriana y retardataria del cambio social: dos dictaduras, intermediadas por una República progresista entre 1931 y 1939 derrotada militarmente tras una cruenta Guerra Civil, yugularon a la clase obrera y los procesos de cambio asociados a sus luchas y militarizaron, asfixiándola, la vida política del país durante cuatro décadas de franquismo dictatorial reaccionario. Pese al consenso encontrado durante la Transición de la dictadura a la democracia y al establecimiento de un sistema de autonomías regionales como antídoto del centralismo, la herencia ideológica del franquismo ha pervivido en muchas de las prácticas –y omisiones- políticas de la derecha.

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