julio de 2024 - VIII Año

PASABA POR AQUÍ / Aquí todos hacemos relojes, aunque sean de madera

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

Cuanto más intensa es la ideología, más chicas son las ideas. Cuanto más pretenciosos son los eslóganes, más baja es la reflexión. Cuanto más intensa es la retórica, más escondida queda la realidad. Cuanto más sentencioso es el discurso, menos florece el talento. Cuanto más abundan las especulaciones, más se resiente la verdad, Cuanto más proliferan las consignas, más se esconde el criterio personal. Cuanto más se protege la imagen, más se descuida el fondo. Cuanto más engorda la legislación, más se entorpece el juicio…. Y así podríamos seguir casi hasta el infinito.

Es inconcebible que esta sociedad nuestra mejore de verdad si insistimos en palabras pretenciosas, retórica ampulosa, sentencias, proverbios y refranes, especulaciones, consignas, imaginería y atrofia de legislación.

Hace ya tiempo que se han instalado entre nosotros los reyes de la apariencia, los fantasmas de la simulación, los trasgos de la palabrería, los brujos del engaño, los adoradores de la inmediatez, los sirvientes de la mentira.

Se han pasado de moda la veracidad, la confianza, el criterio, la reflexión, la honradez, el buen gusto y la educación. Se negocia con la solidaridad, se desprecia el esfuerzo frente a la suerte, se ignora la prudencia ante el descaro y se premia la improvisación frente al pensamiento.

Elevarse sin esfuerzo, consumir mucho y rápido, desechar pronto y no pararse a pensar y valorar son los baluartes de nuestro tiempo. La ocurrencia, el chascarrillo, el pronto, la ventolera y el titular disecado han sentado plaza en nuestras vías de comunicación. Todo eso de la mano de las ideologías que son esas entelequias que cuando entran por la puerta de la casa obligan a las ideas a saltar por la ventana.

¿Y cómo hemos llegado a esta situación? Pues por obra y gracia, sobre todo —insisto—, de las ideologías, corriendo como locas por las redes sociales, las vías de comunicación telefónica y, por qué no decirlo, por los tradicionales medios de comunicación, con la televisión y sus múltiples canales a la cabeza. Parece mentira que cuantos más canales se han sumado a la vorágine de la pantalla más ha crecido la desinformación. Era previsible que el aumento de informadores con distintos intereses sociopolíticos hiciese proliferar la manipulación, pero que descendiera patológicamente el número de personas medianamente bien informadas ha resultado una previsión añadida aunque suene a contradicción.

No es posible que una sociedad avance sumergida en la maraña de informaciones que practican lo de «la voz de su amo» —aquello sólo era divertido en los antiguos discos de vinilo, con el perrillo escuchando un gramófono—, y aún se avanza menos cuando cualquier pelagatos, ideología en ristre, lanza una opinión en las redes sociales y miles de personas —tal vez semovientes sea más exacto— bailan al ritmo de dicha opinión aunque tenga menos sustancia que una pata de banco.

Siempre habrá quien diga que eso es libertad y democracia, que cada cual puede decir lo que quiera, opinar como le venga en gana y lanzar su opinión a los cuatro vientos. Y eso está muy bien, siempre que lo dicho surja de la reflexión, la experiencia contrastada o el estudio concienzudo; pero como este país está lleno de gente que opina sin saber y que, porque tiene boca, se permite ser crítico de fútbol, música, historia, política o tauromaquia sin puñetera idea de todo ello, pues resulta que la ignorancia se multiplica y cada vez son más tontos ellos y más tontos todos nosotros.

Ya lo decía Antonio Machado: «En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa», y aún insistía: «Si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio».

Dejo de opinar y de embestir y me pongo a estudiar, a ver si mejoro la estadística machadiana.

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