El 25 de abril de 1974 los militares tomaron el poder en Portugal. Para sorpresa de todos no se alzaron para imponer un régimen autoritario sino todo lo contrario. Aquellos militares dieron un ejemplo al mundo devolviendo a los portugueses la libertad perdida.
Volvamos cuarenta y tres años atrás. La dictadura en Portugal duraba ya casi medio siglo. Desde 1945, setenta y un países habían logrado la independencia. El colonialismo acababa y era reemplazado por países dependientes de uno de los bloques. Pocos eran los que se mantenían, teóricamente, no-alineados.
Pero el Estado portugués seguía empeñado en conservar un imperio veintidós veces el territorio metropolitano con 28 millones de habitantes frente a los ocho y medio del Portugal continental, más las Azores y Madeira.
Era una guerra anacrónica, arcaica, que ninguna potencia apoyaba. Portugal estaba solo, a pesar de ser miembro de la OTAN, «Orgulhosamente sós», como había proclamado Salazar.
Marcelo Caetano, tras la enfermedad y muerte de Salazar, había intentado un tímido aperturismo que no convenció a nadie. La Constitución fue reformada en 1972 y reconocía por primera vez el principio de la «independencia a plazo» de las entonces llamadas provincias de Ultramar.
El capitalismo más avanzado, aunque minoritario, apostaba ya por un cambio para evitar precisamente la brusquedad, el golpe de timón o, lo que era peor, una revolución. Pero Caetano no tuvo la visión necesaria pues estaba demasiado apegado al salazarismo primario y tenía un miedo cerval a la liberalización.
La llamada Ala Liberal, que representaba a la burguesía empresarial y cosmopolita, liderada por Sá Carneiro, Pinto Balsemão y Marcelo Rebelo de Sousa (hoy, Presidente de Portugal) se decepcionó de la nula voluntad democrática del régimen. Recordemos que estos tres políticos fueron precisamente los impulsores del prestigioso semanario liberal Expresso, que todavía existe y sigue siendo una referencia en Portugal. Pero Sá Carneiro dimitirá en la Asamblea Nacional, con lo que el caetanismo pierde los apoyos moderados.
Mientras, la dinámica internacional no esperaba. La guerra de Vietnam se acercaba a su fin, en Estados Unidos el escándalo Watergate estaba en su apogeo, desde la guerra del Yom Kippur la crisis del petróleo afectaba gravemente a los países de Occidente y el bloque soviético parecía tener más fuerza que nunca, apoyando con armas, dinero e información a los movimientos guerrilleros en África.
En Portugal, con la excusa de la guerra había un estado de excepción permanente, lo que se ha llamado una dictadura comisarial, que no contentaba a amigos ni a enemigos.
En las Fuerzas Armadas el malestar iba creciendo en los mandos medios del ejército, que ya habían intentado un golpe en marzo en Caldas da Rainha. Además, muchos capitanes estaban hartos de luchar crueles batallas en Africa sin fin alguno y sólo para contentar a los grupos del capitalismo reaccionario y al ala dura del caetanismo. Los féretros eran descargados con nocturnidad en los muelles solitarios de Lisboa.
Al amanecer del 25 de abril, los lisboetas más madrugadores observan movimientos de tropas, tanques y vehículos militares que van tomando los lugares estratégicos de la capital. No tienen ni idea de qué sucede. Años después, a través de los diarios de escritores, podremos comprobar que nadie en la sociedad civil estaba al corriente del golpe. La sublevación era exclusivamente militar y no se sabía muy en qué sentido hasta que los soldados empiezan a confraternizar con la gente que se acerca a plazas y a las tanquetas, las famosas Renault ‘Chaimite’. Los claveles ofrecidos por una vendedora serán el símbolo del cambio, pacífico, popular y democrático. Las dudas se van despejando. Hay, pues, un efecto sorpresa completo que poco a poco va desencadenando el entusiasmo de los lisboetas. No hubo trama civil.
Ya se había publicado y difundido el libro del general António de Spinola, Portugal y el futuro, en el que se manifestaba esa ansia de cambio. António de Spinola pertenecía a la élite social y militar, gozaba de un enorme carisma y prestigio entre todos los militares, había sido observador en la campaña alemana en Rusia, había vencido en muchas ocasiones los movimientos insurreccionales en Guinea Bissao.
Pero como siempre que hay una revolución, al principio hubo un desconcierto total. No se sabía lo que pasaba, como sucedió con los Estados Unidos en 1776, o con Rusia en octubre de 1917. La sorpresa más significativa se produjo cuando Spinola llamó al comunista Alvaro Cunhal para que volviera desde su exilio moscovita, así como al socialista Mário Soares desde París. El tono de la revolución empezaba a estar claro.
Pero como la derecha liberal carecía de cualquier experiencia política será el muy ortodoxo Partido Comunista de Cunhal quien capitalice gran parte del MFA, el Movimento das Forças Armadas. Alvaro Cunhal, que ha sido objeto de numerosas biografías, la mejor la de Pacheco Pereira, en cuatro tomos, es un personaje culto, duro, carismático y tenaz. También de una ortodoxia poco común, absolutamente vinculado y dependiente del Partido Comunista soviético. Ni siquiera tras la glasnost se convencerá Cunhal de la obsolescencia del comunismo clásico.
El Partido Socialista, sin embargo, era sólo un embrión; había sido fundado apenas un año antes, en 1973, habiendo tenido una nula actividad durante la dictadura. Recordemos que la oposición a Salazar fue siempre protagonizada por personalidades singulares (como los generales Norton de Matos, Humberto Delgado y civiles como Arlindo Vicente o Tito de Morais). Sobre todos son los comunistas los grandes resistentes a la dictadura, los únicos organizados, y los que más sufrieron la terrible represión desde incluso antes de la Segunda Guerra Mundial. Cunhal había conseguido escapar de la cárcel de Peniche en una espectacular fuga y desde entonces vivía en la Unión Soviética.
‘Grándola, villa morena’ fue la canción que dio inicio a la Revolución del 25 de abril
Tras los primeros entusiasmos, el país choca con la realidad. La economía, la descolonización, el lugar en Europa son los temas mayores e inmediatos, además, claro está, de desmontar todo el aparato represivo del Estado.
La revolución se polariza peligrosamente. El 11 de marzo de 1975 cataliza el enfrentamiento entre la socialdemocracia y el comunismo. Trabajadores de extrema izquierda y comunistas ocupan el diario socialista ‘República’. Unas bombas destruyen los estudios de Radio Renascença, la gran emisora liberal de la Iglesia.
El COPCON, Comando operativo del Continente, controla y depura los dos centros de reprensión, la policía, PSP y la GNR, la Gendarmería, equivalente a la Guardia Civil. Los tres protagonistas son Otelo Saraiva de Carvalho, Vasco Gonçalves y el marino Rosa Coutinho, el almirante rojo.
En la derecha, el general Kaulza de Arriaga, intenta un golpe. Todo esto precipita, en abril de 1975, el llamado PREC, Proceso Revolucionario en Curso. Los comunistas y la extrema izquierda son los protagonistas. Burgueses asustados huyen a España y Brasil. Portugal parece que puede convertirse en una Cuba europea, como dice Mário Soares, se puede «Ir a Cuba en 2CV». Izquierdistas de toda Europa vienen a Lisboa. El verano de 1975 será llamado el ‘Verano caliente’. Sedes comunistas son asaltadas y quemadas, las fincas de terratenientes latifundistas son ocupadas. El enfrentamiento civil se agudiza.
Empieza a haber roces dentro de las Fuerzas Armadas, que culminan los días 27-28 de septiembre de 1975 con un tiroteo en la zona de cuarteles de Ajuda. Recordemos que el 25 de septiembre, en protesta por las últimas ejecuciones del franquismo, había sido asaltada y quemada la Embajada de España a manos de incontrolados y saqueadores, sin que el COPCON moviera un dedo. Este fue un hecho sin precedentes en la historia de los dos países. Tendremos que esperar al asalto a la embajada norteamericana en Teherán, con la toma de rehenes, para asistir a un acto tan grave de lesa diplomacia.
Todo este desorden creciente culminará en la inmensa manifestación de protesta el 25 de noviembre de 1975 en Lisboa, en la Alameda. Ha sido convocada por la oposición socialdemócrata, por Mário Soares, y es la fecha que marca el inicio del proceso de normalización, apoyado por Europa, que conduce a la Constitución de 1976. Hoy día se sabe que fue esencial el papel del embajador norteamericano Frank Carlucci, que tranquilizó a la CIA para que no se interviniese, que las aguas volverían a su cauce.
Pero en Africa la descolonización se produce de forma desordenada. Se había intentado no cavar una fosa entre Portugal y los nuevos países, pero la situación mundial lo hace imposible, la política de bloques atizará la guerra civil en Angola y Mozambique y los portugueses, clases medias y hasta pobres abandonarán como pueden, sin apenas ayuda ni defensa de los militares portugueses, las tierras donde llevaban generaciones. Ryszard Kapuscinski ha descrito esa angustia de los portugueses en los últimos días en Luanda, ‘Un día más con vida’, libro poco apreciado por los políticamente correctos en Portugal. La antigua metrópoli acogerá casi un millón de ‘retornados’, despreciados a menudo, intrusos en su propia tierra de origen. Otro medio millón se instalará en Sudáfrica o partirá a Canadá y Brasil. La historia de esta auténtica desbandada está por escribir, pero sus responsables, incluido Mário Soares, no han contribuido a esclarecer lo que verdaderamente sucedió, aquella precipitación, sin defender a sus propios ciudadanos en Africa.
Por otro lado, la economía estaba prácticamente destrozada, no sólo por la revolución sino por la huida de capitales y las falta de dirección. Las consecuencias durarán mucho tiempo, con desmantelamiento de industrias, agricultura improductiva, pesca abandonada. Incluso la entrada en el Mercado Común, al mismo tiempo que España, en 1986, no parará inmediatamente este proceso de decadencia.
Pero el país era libre y libre su pueblo. En mayo de 1974 sólo quedaba una dictadura en Europa, a doscientos kilómetros de Lisboa.