
Desde hace unos años, parece que la cosa empezó en París a principios de siglo, se viene proponiendo en algunas diócesis españolas la celebración de la fiesta «Holywins» como respuesta a la céltica-yankee Halloween. Proponen los obispos que los niños se disfracen de santos de la Iglesia Católica y celebren así el Día de Todos los Santos.
Que los niños, o los adultos, se disfracen me parece algo divertido, tiene siempre su punto de ingenioso y de provocador, pero analicemos un poco la cuestión de vestirse de santos para celebrar una «fiesta del Cielo», como la han definido algunos de los clérigos responsables. Dicen en su comunicado: «…Celebrar y vivir que Cristo está vivo, ha vencido a la muerte y nos ha hecho participes de su vida inmortal. Que la Trinidad Santa “nos vive” y acompaña, junto con la Virgen María y todos los ángeles y santos«.
Han dicho «no querer compartir el culto a la muerte y la exaltación de lo monstruoso o feo que trae consigo» (sic), refiriéndose a Halloween. Y eso lo afirman quienes tienen por símbolo en todos sus templos y en cualquier lugar la imagen de su dios clavado en una cruz, sangrante, agonizante o muerto. Aunque hablen mucho de que luego resucitó, el símbolo que más usan es el de antes, el de la muerte horrorosa. En cualquier caso, y dada la alta cantidad de símbolos escatológicos y truculentos del santoral católico, la cosa puede tener su miga.
Ya me estoy imaginando a niños disfrazados de mártires, desfilando por las calles mientras fingen darse latigazos, amputarse miembros, cortarse la cabeza y lindezas parecidas.
¿Qué tal un niñito medio asado en una parrilla al más puro estilo San Lorenzo? (para más inri, es patrón de los bomberos el tal Lorenzo). No estaría mal una niña de santa Águeda con las tetas encima de una bandeja, ¿usarán quesos de tetilla? También podría salir un san Sebastián con muchas flechas clavadas (patrón de los arqueros es el pobre) o la suiza santa Wiborada con un hachazo en la cabeza; o san Cosme y san Damián cortándole la pierna a un siervo negro para implantársela a un clérigo blanco (se vea la iconografía, por favor); o san Pedro Regalado, patrón de los toreros, acosado por una panda de antitaurinos.
No quiero ni pensar lo que va a sufrir el pobre infante al que disfracen de san Drogón que es el patrón de los feos —se tiró cincuenta años escondido en una celda para que no le vieran—; o el de san Martín de Porres —fray Escoba— que tendrá que ir barriendo todo el rato detrás del desfile y pintado de negro. Lo mismo le confunden con una bruja de Halloween al pobre. Supongo que nadie se atreverá a disfrazar a su hijo de san Ulpiano de Tiro, al que martirizaron tirándole al mar en una bolsa de cuero junto con un perro y una víbora.
Los que vayan de san Adán y santa Eva las van a pasar de aúpa porque la hoja de parra abriga poquísimo. Y la que vaya de santa Clara con un libro o un báculo de abadesa, bien; pero como alguna se acuerde de que es la patrona de la televisión ¿qué va a hacer? ¿cargar con una de plasma mientras va por ahí diciendo lo de «truco o trato» o lo que quiera que digan los santos? ¿Y cómo van a confeccionar el disfraz de la criatura que vaya de san Lamberto, al que cortaron la cabeza y se fue con ella en la mano desde su pueblo hasta Zaragoza?
En fin, el que mejor se lo podría pasar es san Cristóbal, que además de ser patrón de los gigantes lo es de los automovilistas y puede que le lleven en el desfile tan ricamente sentado en un descapotable. También el que vaya de san Felipe Neri que es el patrón de los humoristas, pero como no sepa contar chistes lo mismo le corren a palmerazos el resto de los santitos mártires.
Va a ser para verlo, el «Holywins» ese.











