El hecho de que la mayoría de las carreteras españolas —tanto nacionales como regionales, provinciales, comarcales o rurales— fueran de doble sentido, o sea, de un carril de ida y otro de vuelta, como quizá no sea necesario detallar, hacía que raro fuera el viaje en el que no se produjera aquello de «disfrutar del paisaje». En realidad, no de disfrutarlo en sentido literal. Podría decirse mejor que era «obligado» disfrutar de él porque, por «h» o por «b», siempre había una razón por la que el atasco se producía, lo que necesariamente provocaba la contemplación del paisaje a cámara lenta, palmo a palmo, cual moviola en plena acción, que tiempo de sobra había para ello.
El problema no era exactamente el número de vehículos que entonces circulaban por nuestras carreteras, que, si bien empezaba a crecer a ritmo acelerado, todavía no era como para tirarse de los pelos, como sucede hoy día, sino que lo del «doble sentido» hacía que el adelantamiento en ocasiones se convirtiera prácticamente en una misión imposible. Y qué casualidad que el atasco siempre se producía en cuanto la carretera empezaba a empinarse. Y es que, justo en ese momento, como por arte de magia, de la nada surgía un camión, una camioneta o un Seat 600 ya en estado de shock, a los que les costaba Dios y ayuda poder subir a más de 20 kilómetros por hora. Como consecuencia de ello, obvio es decirlo, la cola de vehículos comenzaba a crecer de forma imparable.
Así las cosas, no era de extrañar que casi en cualquier viaje uno supiera cuándo salía, pero nunca cuándo llegaba al lugar de destino. Por poner un sencillo ejemplo, el rally Madrid-Granada podía fácilmente durar entre 7 y 12 horas, sin que hubiera posibilidad alguna de precisarlo. Pero qué le íbamos a hacer. Con ello ya contábamos cada vez que emprendíamos un largo viaje. De modo que solo quedaba encomendarse a san Cristóbal, patrono de los conductores, y rogarle encarecidamente que esa vez no aparecieran como caídos del cielo camiones, camionetas o Seat 600 en estado de embriaguez, que el paisaje ya lo conocíamos y no era preciso volver a contemplarlo plácidamente.
Posdata
Aunque hay cierta disparidad de criterios en cuanto a las fechas exactas en que empezaron a inaugurarse en España las primeras autovías y autopistas, sí parece haber coincidencia en que la primera autopista fue la de Levante, la A-3, cuyo primer enlace, de apenas 11 kilómetros, se puso en funcionamiento en 1964.