abril de 2024 - VIII Año

¿Cuándo el ecologismo se convirtió en una religión?

No puedo empezar este artículo sin mencionar un proceso -muy desconocido para la ciudadanía en general- que imagino hará zozobrar ciertas prenociones muy interiorizadas. Me estoy refiriendo a cómo los servicios de información de la antigua URSS, invirtiendo una ingente cantidad de recursos, trató (y logró) crear una narrativa con la que influenciar a las poblaciones de los países occidentales y crear un marco mental contrario a según que decisiones de los gobiernos democráticos. Este tipo de estrategias aprovecha las dinámicas electorales y la complejidad en la toma de decisiones de los sistemas democráticos para lograr frenar según qué tipo de políticas.

Pues bien, en el caso que nos ocupa, está demostrado que el KGB insufló a los movimientos ecologistas haciendo hincapié en algunos relatos que para ellos eran (y son) estratégicos. La comunión del ecologismo y el lema “nucleares no, gracias” tenía el sentido de tratar de impedir tanto el desarrollo de ese tipo de energía y, como consecuencia lógica de ese marco mental, de cualquier actividad militar relacionado con lo nuclear. Esto se dio con mayor intensidad en aquellos países fronterizos con el Pacto de Varsovia o aquellos de importancia estratégica como el Reino Unido. Lo relevante, para este artículo, es visualizar cómo dicha narrativa, trufada de relatos ad hoc, se ha convertido en una especie de sustrato cultural, de denominador común de tintes morales y moralistas, de delimitación entre el buen ciudadano o la versión moderna del “idiotes”.

Este sustrato cultural, ha servido como caldo de cultivo para ciertos movimientos y cosmovisiones que podrían incardinarse en el milenarismo ecologista (Greta Thumberg es el paradigma de esta cosmovisión fatalista). La cuestión es que, tanto las formas, como el fondo, la imagen y la narrativa de este tipo de relatos neoecologistas parecen haber mutado en una especie de movimiento religioso, con sus apóstoles, mártires, rituales, liturgia…

Es como si el ecologismo fuese algo sagrado y cualquier otra cosa fuese algo meramente profano. Todo esto está trufado de episodios como los ataques a las obras de arte (para llamar la atención de los medios de comunicación) pero que sigue esa lógica sagrado/profano. De hecho, la estructura narrativa es muy parecida a la justificación que los Talibanes afganos usaron cuando dinamitaron a los Budas de Bamiyan. Por encima del arte, de la historia, está lo sagrado, lo trascendente.

Naturalmente, existen grandes diferencias, pero, como decía, la estructura narrativa subyacente es muy similar. Quizás, más allá de los orígenes en los servicios de inteligencia soviéticos, estamos ante una necesidad de justificación existencial, de sentido de vida para huir del vértigo de la existencia y, qué mejor que encontrar una misión en la vida, misión que, además, siempre será inacabada porque, como misión teleológica es meramente una utopía o una caída a los infiernos de la degradación civilizatoria.

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