diciembre de 2024 - VIII Año

Tiempos de pre-política

Congreso fachada‘La Biblia vuelve a Palacio’. Esta fue la síntesis del programa político con el que Jeanine Áñez se autoproclamó Presidenta de Bolivia hace unos días.

Casi al mismo tiempo, en Cataluña, una portavoz del colectivo independentista Arran defendía que los jóvenes de su organización no actuaban ‘limitados por los derechos individuales y las leyes impuestas, porque tenemos la razón’.

En esas fechas, Alicia Rubio, diputada autonómica de la tercera fuerza política española, descalificaba las ideas de igualdad entre hombres y mujeres como ‘un cáncer’ y proponía una asignatura obligatoria de costura para las niñas, porque ‘coser un botón empodera mucho’.

Recientemente también, varios parlamentarios electos el 10 de noviembre se presentaban en las Cortes españolas argumentando lo siguiente: ‘No somos políticos. Somos sociedad civil’.

No se trata de mensajes aislados, entresacados de la actualidad informativa como meras anécdotas. No. No son anécdotas. Son un síntoma. Representan un tiempo en el que predominan los discursos pre-democráticos e, incluso, pre-políticos.

Referenciar un programa presidencial en el dogma religioso, responde a un pensamiento más propio de teocracias que de democracias.

Negar el imperio de la ley y la vigencia de los derechos humanos al socaire de ‘mi razón, nuestra razón’, conduce al totalitarismo.

Combatir la igualdad entre géneros equivale a combatir la dignidad de la mitad de la especie humana.

Entonces, la discusión pública desciende a lo pre-político. A lo pre-social. Y eso es peligroso para la convivencia.

Y diferenciar a la sociedad civil de los representantes que esa sociedad civil ha elegido de entre sus miembros, resulta absurdo. Si los diputados no son sociedad civil, ¿qué son? ¿Sociedad militar? ¿Sociedad mercantil? ¿Extraterrestres?

La tarea política es la encargada de organizar el espacio público que compartimos. Cuando queremos que la política sea democrática, nos atenemos a unos fundamentos básicos irrenunciables.

Algunos de estos fundamentos son tan básicos que proceden de la Ilustración y la Revolución Francesa. Por ejemplo. La política organiza la convivencia democrática desde la razón, para no hacerlo desde la ignorancia, desde la superstición o desde la emocionalidad irracional.

Otro ejemplo, a la luz de la argumentación pre-política de aquella joven independentista. En democracia, la ‘razón colectiva’ se define mediante instituciones garantistas, no mediante la autoafirmación o las movilizaciones, sean pacíficas o violentas. E, incluso, esa razón colectiva, definida institucionalmente, también está limitada por la ley y los derechos individuales.

Demasiado a menudo, la discusión pública prescinde de los fundamentos de la razón. Elude el principio de realidad. Legitima propósitos cuasi mágicos. Atiza motivaciones puramente emocionales. Llama a las vísceras. Intercambia verdades por mentiras. Propone exclusivamente en clave binaria, o sí o no. O conmigo o contra mí. Prescinde del escuchar, el atender, el dialogar, el entender, el acordar…

Entonces, la discusión pública desciende a lo pre-político. A lo pre-social. Y eso es peligroso para la convivencia.

Estamos a tiempo. Creo.

Aprendamos, de nuevo, a hacer política.

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Archivo Entreletras

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