diciembre de 2024 - VIII Año

El Ateneo en la encrucijada

“Las hormigas escriben
Y la lluvia borra”
Mahmud Darwix
Poeta palestino

El trabajo concienzudo, meticuloso, generoso y productivo de doscientos años, que ha dejado roturado el tiempo, puede borrarlo un miserable aguacero.

Se preguntarán ustedes por qué saco a la palestra al Ateneo de Madrid en un órgano de comunicación generalista que tiene como público destinatario al obrero.

Pues, porque el Ateneo de Madrid no es una residencia privada de elitistas que vienen a leer el periódico y tomarse un cafelito, como alguien despectivamente trataba de descalificar para hacerse sitio. Como escribió Larra, su primer socio, en el primero de sus seis artículos sobre la Docta Casa, “la inteligencia es la que ha hecho en el mundo las revoluciones”. El Ateneo de Madrid ha sido el más importante inductor de las grandes transformaciones de la historia de España, un glorioso pasado heredado que hay que sostener en aquello que le caracteriza: la defensa de la justicia y la transformación de la sociedad.

Manuel Azaña tomó el testigo recibido, y lo hizo en la sesión de apertura del curso 1930-1931 con su discurso “Tres generaciones del Ateneo”. No había llegado todavía la Segunda República y ya se ponía en valor ese patrimonio inmaterial. En resumen, lo pronunció el 20-11-1930. Rememoró la Primera Generación de románticos fundadores como el Duque de Rivas, Alcalá Galiano o Donoso Cortés; la segunda de artistas e intelectuales como Martínez de la Rosa, Campoamor, Valera, Cánovas, Castelar; la tercera a la que calificó como “generación de la disidencia” en la que situó a Unamuno como principal referente… antes de llegar a él mismo. Era este, a lo largo de su historia, un lugar caracterizado por “la inteligencia especulativa, sensibilidad, fantasía creadora y espíritu crítico… alzado sobre llamas, hambre y desolación”.

Se daban varianzas y disparidades. No podía ser de otro modo en los cambios históricos y generacionales, ni en la diversidad convivencial que caracteriza a esta Casa, pero por un mismo espíritu eran movidos. El mismo que hoy nos motiva. Los que durante años hemos bebido de ese venero, lo llevamos transfundido en nuestras sangres.

El Ateneo de Madrid no ha sido ni es una residencia de diletantes que prodigan en coro el machadiano “bostezo de Salomón”. Este laboratorio de ideas compartidas siempre supo de su responsabilidad social y política. Por algo Unamuno lo llamó “antesala del Parlamento”. Hay que recordar también su papel regenerador del pensamiento y de la ciencia en un tiempo cuando la Universidad “seguía hundida en la inercia y en la decadencia”, según analiza José Luis Abellán, a quien aquí remito un afectuoso recuerdo.

No deben darse al olvido los debates surgidos al calor de las corrientes emergentes en Europa, como el evolucionismo, el positivismo o el krausismo, siempre en la onda, siempre siendo faro para España; ni el hecho ser cuna del liberalismo humanista español, no este otro liberalismo económico; ni su carácter revolucionario en el mejor sentido de la palabra. Ahí quedan las palabras de Azaña cuando Primo de Rivera accedió al poder, recogidas por Abellán: “El espíritu revolucionario es la más alta forma de civismo, elevado a instrumento de una obra de valor universal”.

El Ateneo no es el cuarto de los juguetes de críos alto-burgueses que viven de subvenciones; no es, como ha señalado José Antonio García Regueiro en su artículo en Entreletras (marzo/2021), un “club de ocio privado, un salón de juego, un centro comercial, un <think thank> al servicio de un modo de pensar”, sobre todo, pienso yo, porque aquí caben todos los modos de pensar siempre que lo hagan rectamente.

El Ateneo es un laboratorio de ideas al servicio del bien común, de los que más padecen, como pedía Azaña; es un ámbito de participación altruista de valores, cargado de historia de la solidaridad, servicio, resistencia y sufrimiento;  una Institución que, apoyada en sí misma, ha sabido sobrevivir a los golpes del totalitarismo y del sectarismo; a las destelladas que se lo han querido engullir; a los paracaidistas que han querido infiltrarse; a la demagogia de la mediocridad, indigna del lugar en que estaban. Es, sí, una “institución abierta para todos”, y de ello se valen sus enemigos; pero es también una “tribuna para la defensa de la democracia”, y en ello han tropezado, tropiezan y tropezarán esos mismos enemigos, aún en el supuesto de que ganaran elecciones. Experiencias cercanas y lejanas tenemos.

Existen amenazas de presuntas élites, amenazas que no consisten sólo en los presuntos planes que los socios les imputan, sino en el profundo desconocimiento vivencial del “alma mater” del Ateneo, causado por no haber hecho silla en sus conferencias y tertulias, ni haber tratado personalmente a sus socios, salvo su intento de negociación de planes hechos con algunos. El suyo es un programa artificial de diseño, un producto del marketing electoral, pero vacío de vida ateneísta. Su pretensión de cambios, en la Casa que los promovió y promueve en España, no puede ponerse a la cabeza por haber querido transformar un menú largo, estrecho y opíparo en comida rápida, elaborada sin “los productos de la tierra” y fuera de estación. Les ha faltado humildad, la necesaria para convivir, conocer, escuchar y ser apreciados y oídos. Le sobra soberbia: Sin nosotros el Ateneo desaparece, han dicho.

Pues miren ustedes, estos socios, que a lo largo de doscientos años de historia supieron resistirlo todo, mantener en alto sus valores fundacionales, ejercerlos en propuestas de futuro, y debatir hasta la extenuación, una cosa saben: Que el futuro es suyo porque en ese futuro espera la única alternativa que puede sacar al mundo de esta hora crítica, y sea productora de dialéctica entre ciencias positivas y ciencias del sentido: el liberalismo humanista y solidario con la sociedad que le dio carta de naturaleza. La Modernidad no ha muerto como método de construcción de progreso político social donde la idea lidia. Hay que decirlo alto y claro en estos tiempos postmodernos, de relativismo rampante, donde los intereses apropiativos pretenden tomar ventaja frente a los valores humanos. Una nueva Ilustración alborea.

En el mes de mayo que avecina, estamos llamados a las urnas para elegir a los componentes de la Junta de Gobierno que habrá de tomar el timón los próximos dos años, y sobe ella La Junta General. Venimos de un pasado heroico: Padecimos las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco y la invasión de la mediocridad. El ateneísta, sin ambiciones personales, sin intención tortuosa de apropiarse del Ateneo como plataforma de lucro o de infiltración de intereses de parte, supo resistir y trasladar el testigo. Hace cultura, cultivo del ser humano sin mirar la marca de su camiseta, cultura trabajada, casi con un carácter sacral de culto. Por eso siempre le vino grande el colorín desteñido de redentores al paño, fabricantes de alumbrados y de “cultureta”.

La cultura puede ser envoltorio o embozo; también esa “cultureta”, la que Edward Shil llamo en 1969 “cultura de masas” (véase su trabajo “Mass society and its culture”, una manera de hacer cultura no para nivelar y hacer ascender en el conocimiento y dignidad solidaria, sino para embrutecer con sucedáneos, cultivar el espectáculo, adocenar la capacidad crítica con eso que Baudrillard llamó “erotización”, seducción a través de la “Cultura del espectáculo”.

Cuando Adorno y Horkheimer, en su trabajo “Dialéctica del iluminismo” pusieron en circulación el concepto de “industria cultural”, no apuntaban tanto a la fabricación de sistemas de comunicación que difundieran la cultura, cuanto a la producción del hombre masa, el que Ortega y Gaset señalara como plácidamente instalado en la mediocridad, con derecho a imponerla y exhibirla para mayor libertad de quienes quieren manejar las cuerdas de la marioneta.

Si tal cosa se extendiera la sociedad, la ilustración, madre de revoluciones, habría fracasado. Sin embargo, el Ateneo de Madrid, conforme a su naturaleza, seguiría erguido, avisando del abismo y la ceguera. Pero si nuestra actitud, y el trabajo de liberar al ser humano de su culpable incapacidad, fuera sustituida por la astucia de apropiarse de lo abierto y generosamente ofrecido, nos quedaría el nombre, no sé por cuánto tiempo, pero la larga y fértil historia del Ateneo de Madrid habría concluido; otros se habrían hecho dueños de la herencia inmaterial y no sólo material.  ¿Lo impediremos?

Mi querido amigo y consocio Víctor Olmos concluye el tercer tomo de su vasta obra “Ágora de la Libertad historia del Ateneo de Madrid” con estas palabras:

“[…] el autor confía en que las dos mil páginas de los tomos I, II y III, en las que he pretendido narrar con independencia, objetividad y rigor histórico lo sucedido en el Ateneo y en su entorno durante doscientos años sean de interés para los historiadores, amantes de la cultura y estudiosos de la Docta Casa, pero de manera muy especial, para los cientos y cientos de ateneístas (socios, empleados y también todos aquellos que se sienten ateneístas de espíritu) que, con su esfuerzo, su dedicación y su apoyo moral dan vida a este Ateneo Científico, Literario y Artístico, que, en el fondo, no es más que  un <Ágora de la Libertad>, abierta al público para, respetando siempre las ideas y todos los enfoques, dialogar en camaradería y tolerancia”.

Inmenso tu trabajo, querido Víctor. Gracias por él. Una cierta dosis de repugnancia produce que algún recién llegado pretendía corregirte la plana contando una “nueva” historia de lo que no conoce.

Razón tienes: nuestro servicio no es sólo a ésta “Casa de la Libertad”. Lo es también, siguiendo el cometido que otros tuvieron durante doscientos años, hacer de ella una “escuela de ciudadanía”, especialmente en estos tiempos revueltos; lo es exponiéndonos voluntariamente a la crítica pública y de los expertos; invitando a sumarse a los que vengan movidos por su amor a la cultura, y no por otras oscuras intenciones o por un ignorante protagonismo; el trabajo de los socios lo es para mostrar a la sociedad toda ese liberalismo humanista y solidario que construimos entre todos; el de los trabajadores de la Casa para darnos el soporte que necesitamos; el de la Junta de Gobierno para ejecutar los acuerdos de la Junta General, conforme a un Reglamento que en tiempo de amenazan y de confusión no debe ser cambiado. Formamos piña. Si alguien pretende meterla en el fuego para comerse sus semillas que vaya tomando nota.

Concluyo: el trabajo es cultural, de cultivo del ser humano y de sus circunstancias, con arreglo a cada momento histórico; la herencia es la misma; pero el soporte, la base que sustenta ese trabajo en común, como bien señalas, es moral, moral cívica por supuesto. Movidos por ella, los que somos diferentes trabajamos en favor de una colectividad que no termina en nosotros.No permitiremos que nadie nos ponga en el paro.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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