Vivimos una crisis nueva, en su naturaleza, en su dimensión y en su alcance. Una pandemia mundial, que se transmite a toda velocidad, y que amenaza la salud, la economía, el empleo, la vida cotidiana…
No es la primera vez que la Humanidad afronta una epidemia. De hecho, a lo largo de la historia las ha habido numerosas, diversas y mucho más mortíferas. Pero la crisis del coronavirus se afronta en condiciones radicalmente nuevas, para bien y para mal. Para bien, porque la tecnología sanitaria ha avanzado de forma extraordinaria. Y para mal, porque estamos en la era de la globalización inmediata, en la cultura, en las finanzas… y en los virus.
Todas las administraciones públicas han de colaborar sin perder tiempo ni energías en reproches, conflictos o cálculos partidistas.
Es la hora, por tanto, de demostrarnos a nosotros mismos que la Humanidad ha progresado en algo más que en las capacidades de producir, de comunicarnos y de agredirnos. Es el momento de demostrar que la sociedad global también ha progresado en conocimientos, en organización, en responsabilidad y en solidaridad.
Podemos enfrentar con éxito la crisis del coronavirus, en España y en el mundo. Los españoles disponemos de un buen sistema nacional de salud, con recursos humanos y técnicos muy relevantes. Y el Gobierno de nuestro país se ha puesto al frente de las decisiones con determinación, eficacia y buenos consejos científicos.
Pero hacen falta más cosas para asegurar el triunfo sobre la pandemia. Y esos otros factores van más allá de la profesionalidad y el esfuerzo del personal sanitario y del Gobierno de España. Esas otras condiciones imprescindibles nos incumben a todos y a todas. Hace falta un ejercicio global de unidad y de responsabilidad.
Todas las administraciones públicas han de colaborar sin perder tiempo ni energías en reproches, conflictos o cálculos partidistas.
Todas las fuerzas y todos los dirigentes políticos deben superar la tentación de tratar de obtener rédito partidario con denuncias oportunistas o auto promociones inoportunas.
Los interlocutores sociales han de unir esfuerzos para fortalecer los servicios públicos y limitar las consecuencias de la crisis sobre la población, en términos de cierre de empresas y pérdidas de empleos.
Las instituciones, entidades y empresas deben colaborar en el cumplimiento de las indicaciones de las autoridades sanitarias, para que la crisis se resuelva cuanto antes, y con el menor daño posible.
Y la exigencia de responsabilidad ha de alcanzar a cada ciudadano y cada ciudadana. La distancia que va de un comportamiento responsable a una conducta irresponsable en cada uno de nosotros, es la distancia que aleja el éxito del fracaso en esta lucha. Y nos estamos jugando mucho.