Guardar prevención para que sirva bien a su tiempo, lo llamo “Tener Reserva”.
La vida vista de cerca muchas veces nos parece que es una tragedia y, con el paso del tiempo más de una vez, mucho después en el recuerdo todo aquello muta sin saber bien por qué y termina percibiéndose a partir de ese momento como una comedia. Piénsalo con calma, el equilibrio no siempre se encuentra estable de forma constante en el punto medio y sin oscilación, muchas veces el equilibrio se encuentra sencillamente en la mera existencia de las opciones, y por tanto donde de verdad se haya sin reservas es en el balanceo del funambulista que, con la ayuda de la larga pértiga o balancín fuertemente en horizontal agarrada por sus manos para hacer contrapeso, consigue mantenerse vertical sobre el alambre de la elección evitando la caída al vacío.
Todo final, y más cuando se acaba mal y se siente la miseria, es un principio más; y muchas veces ese terminar se provoca o se produce no por voluntad, sino por cometer un involuntario error, consecuencia de un acto inadecuado a la par que no buscado y, tras arrastrarte un largo y profundo rato por la pesadumbre, llega el momento de tocar fondo, para a continuación sentir cerca de ti la presencia de un motor ajeno en estado de aceleración que se presenta de manera tan sencilla como una simple casualidad, que te impulsa hacia arriba y en esa subida expirando sin reserva el aire, hasta entonces contenido y conservado en los pulmones sin saber bien para qué, sientes que podrías llegar a comulgar con el infinito.
Antes de actuar y en evitación de malas consecuencias para minimizar los riesgos de inclinarse por una alternativa equivocada, muchos se dedican a investigar lo que hicieron con anterioridad los que triunfaron en tales circunstancias para después imitarlo y a tal forma de proceder la llaman hábil prudencia; yo en cambio, sin rechazar ni dejar de realizar la investigación sobre el logro ya mencionada, también con el mismo denuedo prefiero buscar las causas en el cementerio de la evidencia, ese fantástico lugar lleno de cruces invertidas donde están enterrados los fracasos acaecidos con anterioridad en idéntica situación, para en favor del ahorro de energía proceder a descartar su emulación, y a este proceder no lo considero hábil ni lo denomino cautela, lo llamo en su lugar simplemente tener reserva.
Durante la II Guerra Mundial los americanos se propusieron disminuir el número de sus bombarderos que eran derribados, para ello observaron el estado de los que regresaban después de las misiones, y vieron que todos volvían con el fuselaje y las alas llenos de agujeros causados por los obuses disparados por el enemigo. Tras estas conclusiones, obtenidas por la evidencia empírica de contar los balazos, todos los expertos reunidos para buscar cómo conseguir que fueran menos abatibles sus aviones, sin el menor atisbo de duda y al unísono propusieron incrementar el gasto en reforzar tales partes de los aviones tan fácilmente perforadas por los misiles enemigos.
Pero un observador y reservado joven ingeniero recién contratado, practicante del pensamiento lateral, oponiéndose a todos sus superiores de reconocido prestigio, manifestó que si todos las aeronaves que regresaban lo hacían en el mismo mal estado, eso realmente lo que significaba era que no bastaba con perforar las alas y el fuselaje para hacerlos caer, que era obvio que los que se precipitaban a tierra era porque les habían dado además en algún otro sitio, es decir, en las hélices o en el motor; y visto que el considerado hasta entonces poco menos que un becario tenía razón, eso fue lo que hizo el ejército del aire: volcar todos sus esfuerzos en mejorar mucho más la resistencia de estas dos partes, usando las reservas de fondos en la inversión para la investigación en reforzar hélices y motores sin incorporar un sobrepeso.
Hace poco escuchando hablar a dos colegas fiscalistas sobre la inteligencia artificial (IA), uno comentaba que es el futuro y el otro, con su sempiterna reserva, le contestaba que no lo dudaba pero que tal afirmación no era incompatible con lo que él mantenía en cuanto a que hará más hábil al que ya tiene inteligencia natural y más inútil al que no la traía ya de fábrica.
Con el móvil el primero se ofreció a hacer una demostración del programa que a tal efecto había adquirido, así que hizo una pregunta sobre los impuestos que le fue rápidamente contestada; a continuación le dijo al segundo que eligiera un tema tributario y le planteara una cuestión, este le dijo a la IA que le indicara toda la normativa, jurisprudencia y doctrina vigente aplicable a una interpretación concreta sobre tasas que le puso de manifiesto, y cuando la maquinita contestó, olvidó una antigua aunque muy importante sentencia. Con lo que el segundo preguntó: ¿Cómo puedes fiarte de sus respuestas? Si la fuente de dónde bebe ya sabemos que no está completa. Yo que tú con ese “cacharrito” de momento tendría mis reservas.
Tomar por costumbre reservar algo de lo obtenido hoy con esfuerzo para mañana es propio de previsores, dejar para mañana aunque solo sea algo de lo que podrías haber hecho hoy, por las posibles indeseadas contingencias a las que te expones, es propio de miopes mentales; a mayores si lo que pospones es la acción de pensar, pues en ese caso corres el riesgo de hacerlo [pensar] con retraso y en tal caso cumples con la condición necesaria y suficiente para que sin reservas se te catalogue acertadamente como retrasado mental.
Siempre me pareció un pasmarote y un memo el educador moderno que, en lugar de sin paliativos castigar el error de manera proporcional, envía al niño al rincón de pensar, y ello por dos motivos: el primero, es un comodón que elude su responsabilidad y el esfuerzo de enseñar de verdad; y el segundo, de manera implícita lanza el mensaje al párvulo de que no es propio hacerlo [pensar] en cualquier otro sitio y debe reservar el llevar tal acción a término exclusivamente para cuando esté exactamente ubicado en ese lugar.
Recuerdo al discreto banquero, forrado de dinero, al que en una entrevista, por supuesto celebrada en el suntuoso reservado de un lujoso hotel, le dijeron: dado que todos le identifican con el paradigma del millonario triunfador ¿se considera usted superior y mejor que sus congéneres? A lo que respondió: nunca, en absoluto, jamás, ni por asomo, con una única excepción, cuando todas las noches antes de acostarme me reservo un momento de soledad para consultar el saldo de mi cuenta corriente y, como también el miserable humano que soy, caigo en la tentación de compararme con los demás.
Si tras una mala experiencia, el aprendizaje que sacas es la poca utilidad de practicar la desconfianza en los otros, no has aprendido nada o en todo caso muy poco; en cambio, cuando llegas a la conclusión de que hay que vivir contento comprendiendo y asumiendo que lo natural es esperar que alguna vez suceda lo inesperado, has avanzado un paso más allá de la cautela y la prudencia; has hecho, al incrementar con ello tus reservas de serenidad, plenamente tuyo el concepto de “Tener Reserva”.