Hasta el 17 de enero de 2021 – Últimos días. Sábado 16 y domingo 17 de 11:00 a 20:00 horas – Entrada gratuita – Casa de la India / Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa de Madrid (Plaza de Colón, 4, Madrid)
Con la clausura de la exposición ‘Indian Odyssey’, la Casa de la India cierra las celebraciones en nuestro país por el centenario del nacimiento del músico hindú Ravi Shankar.
El año que se nos ha ido ya, ha sido pródigo en efemérides de notables figuras entre las que se encontraba Shankar. Por ello, en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa de Madrid desde el día 3 del mes pasado se puede visitar esta exposición que aborda la vida y la obra del legendario sitarista, que trajo la música de su país a Occidente en sus colaboraciones con diversos artistas. Su popularidad en gran medida se debe también a la fecunda amistad que mantuvo con el Beatle George Harrison. La muestra ha contado con el apoyo de la Ravi Shankar Foundation y el asesoramiento de la viuda del músico, Sukanya Shankar.
La exposición, comisariada por Blanca de la Torre, se articula en cinco ragas, siguiendo la pauta de los esquemas melódicos de la música clásica de la India, Pakistán y Bangladés, a modo de capítulos.
En los dos primeros asistimos a la evolución del músico de Benarés desde sus primeros años como bailarín en la compañía de su hermano Uday, hasta sus posteriores trabajos con sus colegas occidentales, pasando por el aprendizaje del sitar con el maestro Baba Allauddin Khan y su faceta de compositor de bandas sonoras.
En los dos capítulos siguientes nos zambullimos en el viaje que hicieron The Beatles a la India, acompañados por sus mujeres y por un conjunto de celebridades entre las que se encontraban la actriz Mia Farrow, tras su separación de Frank Sinatra, el cantautor escocés Donovan, el flautista de jazz Paul Horn, y el miembro del grupo americano The Beach Boys, Myke Love.
Finalmente, el último capítulo nos ofrece una introducción a la música india y nos brinda la oportunidad de admirar una nutrida colección de sus instrumentos, de los que podemos conocer sus sonoridades mediante un código QR.
Al hilo de la presente exposición se abre una reflexión que no es baladí. Ravi Shankar, más allá de su excepcionalidad, forma parte de una generación, la misma de Astor Piazzolla, de Tom Jobim o de Mikis Theodorakis, que tenderá puentes entre culturas generando un relato nuevo en el entonces caduco mundo del arte y de la música contemporáneos. Con esta generación se vendrá finalmente a consolidar un lenguaje de sincretismo cultural que ya habían iniciado las vanguardias históricas, varias décadas antes, de la mano de Gauguin, Picasso, Kirchner o Wifredo Lam en el ámbito de la pintura, Milhaud, Villalobos, Gershwin o Weill en el de la música o Louïse Fuller, Mary Wigman, Isadore Duncan o Tórtola Valencia en el de la danza, por citar algunos nombres sobresalientes. Esta incorporación de las culturas periféricas va a poner en solfa el discurso hegemónico del eurocentrismo entonces vigente. Inicialmente, todos ellos se enfrentarán a la férrea oposición del establishment del momento. Ciertamente, el aperturismo de Shankar no será bien recibido por las clases más conservadoras de su país, que le tachan de traicionar los ancestrales valores de su cultura milenaria aunque él, lejos de arredrarse ante tales acusaciones, emprende una apasionante aventura que le va a situar en el centro del debate artístico del momento. Visto de otra manera, su intrépida iniciativa lo convierte en un incombustible embajador de la música de su país, y en un heroico pionero que en su papel de mentor de George Harrison abrirá un antes y un después en la historia de la música global.
El contacto crucial que el joven Shankar, en sus comienzos durante las giras en París, Londres, y América, mantuvo con nuestra cultura y nuestra música va a determinar la dirección que tomará como santo y seña en su modo de construir una identidad personal. En estos viajes se le ofrece la oportunidad de trabajar con la bailarina rusa Ana Pávlova y de acercarse al mundo del jazz tanto en la capital francesa como en su lugar de origen. Será en este caldo de cultivo de modernidad y diálogo, que habían empezado a cocinar los ballets rusos de Diáguilev, donde va a nutrirse, para su futura carrera, durante la resaca poscolonialista que vive la India tras su independencia a partir del año 49. El ambiente bohemio de París va a impulsar la visión cosmopolita que nunca le abandonará y su posterior incursión en el mundo del cine le llevará a escribir música para el star system de Bollywood y para la magistral trilogía El mundo de Apu (1955-1960), de Satyajij Ray, monumento fundamental de la cinematografía india, sin olvidar su colaboración con el cine occidental, bien con el genial animador canadiense Norman McLaren (A Chairy Tale, 1957), bien con el realizador Richard Attenborough para la música de la multipremiada Gandhi (1982), en la que colabora con el músico británico George Fenton y por la que fue nominado al Oscar. Como anécdota cabe destacar que asimismo el músico enseñó a Peter Sellers a coger el sitar para su feliz caracterización de patoso actor indio en la disparatada El guateque (1968) de Blake Edwards. Como ironía premonitoria, añadiremos que el mensaje en clave de humor que destila el cortometraje de McLaren no es otro que la defensa de la cooperación y el diálogo como métodos para zanjar diferencias, sabio mensaje implícito en la apuesta artística que Shankar va a defender durante toda su trayectoria.
A través de una interesante colección de fotografías, documentos, cartas manuscritas, carátulas de discos y proyecciones, asistimos a sus encuentros con músicos de la talla de Yehudi Menuhin, Jean Pierre Rampal o John Coltrane y los directores de orquesta Zubin Mehta y André Previn con los que, ya antes de su encuentro con Harrison, había establecido unas intensas colaboraciones en el ámbito de la música occidental como atestigua también su fértil trabajo con el compositor Philip Glass con el que graba el disco Passages (1990) y que le va a introducir de lleno en el género New Age. Sin embargo, de toda su extensa producción recomendamos, sin lugar a dudas, sus dos hermosos conciertos para sitar y orquesta, y su música de cámara que con el título de West Meets East grabó con Yehudi Menuhin y que les valió un Premio Grammy en 1967. El Concierto para sitar y orquesta nº 1 lo registró como solista con la Orquesta Sinfónica de Londres dirigida por Previn en 1971. En el segundo, ya en 1982, estuvo acompañado por la Filarmónica de Londres bajo la batuta de Mehta.
La fascinación de George Harrison, aún bajo la égida de The Beatles, por la música hindú se produce en 1965 durante la filmación de la segunda película del grupo, Help!, al encontrarse un sitar en el set de rodaje. Esta circunstancia le llevó a entrar en contacto en 1966, a través del matrimonio Angadi, fundadores del Asian Music Circle, con Shankar. A consecuencia de ello, The Beatles incluyen, por primera vez en el ámbito del pop, el sonido de un sitar, tañido por el propio Harrison, en su LP Rubber soul (1965) para el tema Norwegian Wood (This Bird Has Flown), desencadenando lo que el propio maestro denominó con acierto como “La Gran Explosión del Sitar de 1966–67”. Para los siguientes discos del grupo, Revolver y Sgt Pepper, Harrison grabó sendos temas, Love you to y Wihtin you without you. Con buen criterio se dejaron los instrumentos a cargo de un grupo de músicos emigrantes que vivían en Londres y que se ganaban la vida con los oficios más dispares y a los que tuvieron que contratar ad hoc de la noche a la mañana. La inmersión del grupo en este mundo nuevo renovará su creatividad y ampliará su cosmovisión. En enero de 1968 Harrison trabaja en los estudios EMI de Bombay con músicos locales para producir la banda sonora de la película Wonderwall. También grabará allí una serie de ragas con vistas a futuros proyectos con el cuarteto británico. Uno de ellos se convertirá en el tema The Inner Light inspirado en un poema taoísta del libro Lamps of fire (1854) del escritor mallorquín Joan Mascaró. El tema lo editará el grupo en marzo de ese mismo año, ya después de su estancia en la India, como cara B de su single Lady Madonna.
Bajo la influencia de Pattie Boyd, primera mujer del guitarrista, The Beatles se embarcarán en un seminario con el Maharishi Mahesh Yogi sobre Meditación Transcendental en Bangor (Gales) para terminar recalando en Rishikesh, en el norte del país asiático en un valle del Himalaya a orillas del Ganges, donde el gurú dirigía un áshram. Durante las semanas que estuvieron allí, alejados del mundanal ruido mediático, la serenidad de la experiencia y la tranquilidad del lugar les ayudarán a escribir las canciones, que de vuelta a Londres, graban para lo que acabará siendo el White Album. La experiencia les marca profundamente y alentará sus respectivas potencialidades individuales, lo que quizá determine la posterior ruptura del grupo para dar comienzo a sus respectivas carreras en solitario. Por contra, a Ravi Shankar el contacto con la banda le abre las puertas a una nueva generación que le convertirá en ídolo de masas tras su participación en los Festivales de Monterey (1967) en California y Woodstock (1969), multitudinaria reunión hippie, hoy de culto, en el estado de Nueva York, y ya, de la mano de Harrison, después de la disolución del cuarteto, en el Concierto para Bangladés del Madison Square Garden de Nueva York en agosto de 1971, con luminarias del pop, como Eric Clapton, Bob Dylan, Leon Russell y Billy Preston. Toda la corriente de lo que se vino a llamar psicodelia se verá fuertemente influida por su obra.
Acabamos nuestro paseo, en el último tramo, con una fascinante colección de instrumentos que no sólo nos trae el adorado sitar de Ravi Shankar con ese enorme mástil de madera de teca que con sus diecitantas cuerdas metálicas entre las dos calabazas de los extremos viene a ser el paradigma para nosotros, los occidentales, del instrumento indio por excelencia. Pero además podemos admirar otros instrumentos de cuerda como el sarod o la tambura, todos ellos de la familia del laúd. El sarangi también de cuerda pero frotada como un violín. El shehnai, instrumento de viento parecido al oboe y la tabla, instrumento de percusión formado por dos tambores y que popularizó el virtuoso Alla Racha, en sus actuaciones con el ensamble de Shankar.
Así pues, la exposición se nos presenta como un canto a la multiculturalidad gracias a los intercambios de diferentes universos y, en este sentido, es, desde luego, una inigualable ocasión para apreciar la ósmosis bidireccional entre Oriente y Occidente a través de la relación entre dos iconos de la música (Shankar y The Beatles) para la cultura universal.
Simultáneamente a la clausura de la exposición de Madrid, la Casa de la India de Valladolid echa el telón al centenario de Ravi Shankar con un encuentro virtual con Anoushka Shankar, hija y discípula del maestro, la proyección de un documental y el webinar “The Beatles en la India” a cargo del periodista Ajoy Bose, autor del libro ‘Across the Universe’, y del productor Pete Compton.
La muestra, en suma, es toda una invitación a imaginar un mundo distinto en alternativa al que tenemos, como tristemente han puesto de manifiesto los recientes asaltos al Capitolio de los EE.UU. Una apuesta decidida por el diálogo, por la tolerancia y la concordia. Ya lo cantaba Lennon en su célebre himno para la Paz: “Imagine there’s no countries, it isn’t hard to do, nothing to kill or die for.”