marzo de 2024 - VIII Año

Abdullah Ommidvar: En busca de la Memoria Perdida

Abdullah Ommidvar, cineasta y también productor, antropólogo y explorador, residió en Chile desde la década de los años ’60.

A los 18 años comenzó a viajar en motocicleta con su hermano Issa, recorriendo el mundo desde 1954, por más de 100 países que filmaron con una cámara de 16 mm., para realizar cerca de 120 documentales. Los hermanos Ommidvar son héroes en su tierra natal hasta el día de hoy. Fueron verdaderos pioneros, al descubrir y mostrar insospechadas costumbres y culturas.

A su arribo a Chile, publicó el libro: Las 1001 aventuras de Abdullah, que dio paso a su popular serie de programas televisivos del mismo nombre, que nadie se quería perder.

Dio unas conferencias en el Santiago College y allí conoció a Luisa Rosas Schenke, ella sucumbió a su presencia y comenzaron un amor epistolar. Solo por ella Abdullah se quedó en Chile para siempre. Armaron su casa persa con alfombras y cojines del oriente, entrar allí era emprender un viaje a Las Mil y Una Noches.

Creó la Fundación Chilena de las Imágenes en Movimiento, en 1980. Además, ha sido parte importante de la Fundación Centro Cultural Palacio La Moneda, donde se encuentra la Cineteca Nacional de Chile, creada con su trabajo e impulso, donde además ha estado por años digitalizando toda su obra documental y archivos personales, para legarlos al patrimonio fílmico de Chile.

Era un ser humano de una magia increíble, producía una suerte de magnetismo en las otras personas, con su gestualidad e infinita capacidad de asombro relataba los viajes de hace cincuenta años en motocicleta, en la ruta de las tribus primigenias, improvisando crónicas para los diarios y revistas de Irán, escribiendo bajo lámparas de aceite en medio de los aborígenes en los desiertos o las selvas.

Textos de controversia, al punto que el mismísimo Sha de Irán intervenía en el relato de sus exploraciones. Un hombre de aventuras, un guerrero mágico poseído por la inquietud contagiante que afloraba desde esos ojos transparentes, que todo lo querían descubrir.

Alguna vez me enseñó a levantar la alfombra y contar los nudos, para saber el valor de aquel trabajo. Nos reunimos en muchas ocasiones.

Aún no había Embajada de Irán en Chile y para todo el mundo Abdullah era como un Embajador Cultural, que contaba historias mesopotámicas, asirias, palestinas o babilónicas con tal perfección y entusiasmo, que la energía le alcanzaba para hacer las fiestas de año nuevo en su casa, la que se fue transformando de manera espontánea en un lugar de encuentro y reunión.

Abdullah Ommidvar, Beatriz Huidobro, Theodoro Elssaca, Sonia López y Ramón Castillo en la Cineteca Nacional de Chile en el Centro Cultural Palacio La Moneda. (Fotografía Archivo Fundación IberoAmericana)

Larga y fructífera amistad, que en los años noventa me invitó a ser parte de la inauguración del Museo de las Imágenes en Movimiento, con la participación de pioneros del cine chileno, como Patricio Kaulen (1921-1999), autor del legendario film Largo viaje (1967), director técnico de los filmes de José Bohr y luego jefe de producción de Chilefilms, que llegó a presidir. El Museo abrió sus puertas gracias al esfuerzo y generosidad de Abdullah, que lo había creado en base a su enorme colección de: cámaras de cine de todos los tiempos, proyectores, grabadoras, micrófonos y pianos que recordaban a Ennio Morricone, cámaras de fotografía, focos y seguidores, y todo tipo de aparatos que han permitido rodar un film, hasta la mise en scene del momento de exhibir, a través de los grandes proyectores de los cines desaparecidos, como el que nos evoca Cinema Paradiso.

En los veranos nos refugiábamos bajo el frondoso jacarandá de su antejardín, premunidos de aromático café arábigo con cardamomo, gesto inconfundible de su infinita hospitalidad persa. Allí me contó de sus dos grandes sueños por cumplir: hacer el documental de los viajes con su hermano (que espero pueda ser ahora editado por sus discípulos). Y la construcción del gran Museo del Cine, para América Latina y el mundo, en un terreno adecuado que pudiera facilitar Bienes Nacionales, donde exhibir películas, restaurar, conservar, dar talleres y difundir el séptimo arte.

Contribuyó con su productora Arauco Films al desarrollo de varias películas de gran importancia, en especial de los años ochenta y noventa. Fue productor de filmes como: La niña en la palomera (1990), basada en la obra homónima de Fernando Cuadra. Johnny Cien Pesos, 1993, de Gustavo Graef Marino. La Rubia de Kennedy, 1995, dirigida por Arnaldo Valsecchi. Gringuito, 1998, del director Sergio Castilla, con escenas filmadas en Nueva York y Santiago de Chile. Coronación, 2000, drama dirigido por el cineasta Silvio Caiozzi y protagonizada por María Cánepa y Julio Jung, entre otros, drama basado en la novela homónima de José Donoso.

Por su estudio ha pasado todo el cine chileno, desde los pioneros que filmaron con máquinas manuales a cuerda, entre ellos mis recordados maestros,  los precursores Nieves Yankovic (1916-1985) y Giorgio di Lauro (1919-1990), autores de documentales como: Andacollo (1958), San Pedro de Atacama (1964) e Isla de Pascua (1965), películas realizadas a pulso, que permiten conocer una realidad que ya no existe. Guionistas como Pepe Román, que trabajó con Aldo Francia en Valparaíso mi amor, pasando por Miguel Littín, Raúl Ruiz, Alfredo Barría, Silvio Caiozzi, Pablo Larraín, Pedro Chaskel, Marcela Said, Andrés Wood, Alejandro Jodorowsky, Sebastián Lelio y tantos otros.

Soy testigo de su búsqueda incansable de La Memoria Perdida

Abdullah Ommidvar y Theodoro Elssaca en los salones del Hotel Hyatt inaugurando el Festival de Cine (Fotografía Archivo Fundación IberoAmericana)

Estuvimos con “El Cura” Rafael Sánchez (1920-2006), considerado como el «padre del documental latinoamericano», entre otras películas, autor de: El cuerpo y la sangre y Faro Evangelistas, fundador del Instituto Fílmico de Chile (1955), y renombrado profesor del Instituto de Estética de la Universidad Católica y del Centro de Estudios y Artes Visuales SPATIVM, por ambas academias pasaron como un caudaloso río las generaciones de estudiantes de fotografía y cine. Allí también era docente la montajista y restauradora Carmen Brito, que trabajó cuadro a cuadro películas del cine chileno, rescatadas por Abdullah Ommidvar.

Se trata de filmes que estuvieron perdidos por décadas en bodegas, sótanos y lugares insospechados como, por ejemplo: El húsar de la muerte (1925). Restaurada por Brito en 1995, para conmemorar los setenta años de su realización, dirigida y protagonizada por Pedro Sienna, quien además la estrenó y exhibió para luego perder su rastro por varias décadas.

Alfredo Barría, Abdullah Ommidvar y Theodoro Elssaca inaugurando el Festival de Cine de Valparaíso (Fotografía Archivo Fundación IberoAmericana)

Hoy esta cinta, que pone en valor las hazañas del héroe Manuel Rodríguez, es todo un símbolo de la recuperación del patrimonio fílmico nacional, impulsado por el espíritu filantrópico del cineasta persa Abdullah Ommidvar.

Siempre he tenido la sensación del misterio, cuando pienso en su personalidad, su capacidad de captar la atención de los otros, de creador curioso de aprender, saber y descubrir, mágico, inquieto, atractivo, menudo y tremendo, habitado por un gran hombre que alguna vez me dijo chispeante: “ahora soy un chileno con acento persa”.

Este joven luchador incansable e imprescindible, arribó desde el oriente envuelto en un don para crear aquí en la precariedad del fin del mundo, la conciencia fílmica que todavía parece en ciernes, pero que gracias a su tesón ya va tomando forma y cuerpo al alero de la deuda de fundar el Museo de las Imágenes en Movimiento, con la categoría y medios que él soñó.

Quiero despedirme decretando que los valiosos aportes de Abdullah Ommidvar lo hacen ingresar al panteón cinematográfico de los grandes de Chile e Iberoamerica.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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