Si hay un referente en el cine independiente norteamericano ese es, sin lugar a dudas, el genial Jim Jarmusch. Ahora ha estrenado su último film ‘The dead don’t die’ (Los muertos no mueren) esperado con impaciencia por la legión de fans entre los que me encuentro. Después de habernos proporcionado un puñado de documentales musicales prodigiosos y de obras maestras (Stranger Than Paradise , Down by Law, Mystery Train, Dead Man, Ghost Dog: The Way of the Samurai, Coffee and Cigarettes, Broken flowers…) este nuevo trabajo definitivamente no entronca con su filmografía. Una historia disparatada de zombies que recuerda demasiado al cine del sobrevalorado Tarantino. No hay más que recordar la escena que rescata la insufrible Kill Bill con katana y todo. Jarmusch es una década mayor que el aclamado director del corta y pega cinematográfico así que resulta lamentable que su singular talento se deje arrastrar por el fuego de artificio del autor de engendros como ‘Django’. No es suficiente con la aparición de sus vacas sagradas, Iggy Pop y Tom Waits, por más que el primero se parodie a sí mismo vampirizando su vieja estampa de último mohicano y el eximio Waits nos regale en el límite del histrionismo un hombre lobo divertido y locuaz. Tampoco basta con algún momento mágico del más puro estilo made in Jarmusch. El cine debe tener más enjundia como el propio cineasta sabe de sobra. Esperemos que solo quede en un borrón y cuenta nueva y que no se convierta en una enfermedad crónica. Si así fuera sufriría, sin duda, lo que he dado en llamar el ‘síndrome Zurbarán’. Me explico. En la Sevilla del s. XVII el pintor barroco Zurbarán disfrutaba de un prestigio envidiable tanto por su enorme talento como por la cantidad de encargos que gracias a él recibía de las innumerables órdenes religiosas que había en la ciudad. Quiso la fortuna que los gustos fueran cambiando de tal modo que el también pintor Murillo -20 años más joven- empezara a acaparar los encargos de los citados monjes arrinconando poco a poco al pintor pacense que tuvo que dirigir sus esfuerzos al mercado americano. Aun así, el viejo artista se creyó en la última etapa de su carrera en la obligación de ‘plagiar’ el estilo edulcorado y amable del joven pintor de menor talento. ¡Ironías del proceloso mundo del arte! Ojalá a los oídos del gran Jarmusch pudiera llegar este triste capítulo del arte barroco español para que tomara las debidas precauciones. ¡Ojalá!
Jarmusch o el síndrome Zurbarán: de katanas e Inmaculadas.
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