marzo de 2024 - VIII Año

Matrix 4: el regreso de la revolucionaria saga de las hermanas Wachowski

Ha llegado uno de esos momentos extrañamente esperados por los amantes del buen cine: la cuarta entrega de Matrix se estrena en el 2022. La saga que simboliza como ninguna la caprichosa, doblada y engañosa naturaleza del propio tejido de la realidad. Un relato típicamente occidental, donde la pugna entre mito y razón juega a la Filosofía y a la guerra definitiva. Las películas donde el código fuente se convirtió en narración costumbrista y el fin de la caverna en revolución política. Y esto sin olvidar la insoportable cadena de la dualidad: la píldora azul o la roja.

Como sea, el anuncio de una cuarta parte de Matrix vuelve a convertirse en ventana de oportunidad para regresar sobre esta extraordinaria historia, con el fin de recordar algunos de los grandes debates que puso sobre nuestra mesa. Lo anterior, por supuesto, al margen de algunas publicaciones recientes, donde Matrix  es calificada por una de sus directoras como “metáfora trans”, mientras otros la utilizan como fábula útil a la conspiración de extrema derecha.

Que el quehacer filosófico sea utilizado como fuente dramática para el cine, la literatura o el cómic no es nuevo. Algunas veces ese impacto del pensamiento en el cine resulta útil para analizar la cuestión de la probabilidad, la duda y la elección, que tanta importancia tienen en esos universos virtuales que nuestra especie parece empeñada en edificar.

Es el caso de la trilogía Matrix, de las míticas hermanas Wachowski, una crónica de ficción sobre la pugna entre lo digital y la materialidad, movida a lo metafísico y simbolizante de algo que no es lo que parece ser  (como en esos tremendos combates que quieren doblar y ralentizar el espacio tiempo).

Esta saga nos devuelve al problema de la duda sobre la esencia de la realidad y el conocimiento necesario para conquistar la Verdad, con mayúscula, con todas sus dolorosas consecuencias. ¿Un viaje/revelación que terminará por legitimar la construcción de una realidad alternativa a la virtualidad de Matrix, vista en la ciudad subterránea de Sion? ¿Cumplir un “destino” fuera de la caverna platónica, que acabará con la misma idea del destino y los principios innatos que intentamos combatir desde los tiempos de Locke?

Los experimentos del pensamiento llevados a cabo en la ciencia ficción permiten profundizar y llegar a lugares impensables en el análisis de lo inmanente y lo trascendente. La ayuda (y la denuncia estética) de estas especiales manifestaciones de la cultura son ideales para observar desde la distancia un mundo cambiante. Recordemos que la virtualidad de Matrix no es otra cosa que la modelización de un sistema ideológico filtrando y estructurando las ficciones simbólicas que reglan a la propia realidad. Y que si, en efecto, existiera una píldora capaz de “apagar” la ideología (simbolizada en Matrix) perderíamos a la realidad misma (en reflexiones Žižek).

El problema de Matrix es que nos conecta con sospechas muy antiguas, por ejemplo, una sustantividad que parece ser una cosa y podría ser otra. Esto, a su vez, se relaciona con cierta desconceptualización del sujeto que le impide la erotización de sus impulsos (creativos e intuitivos, incluso).

De lo que puede desprenderse que, durante la lectura o medición de la realidad, los matices diferenciados se hagan escasos y los intentos asociativos resulten erróneos. En otras palabras, como en Matrix, la realidad no es lo que parece ser. Una existencia cuya esencia y atributos no son los que estamos observando, encontrada y estrellada tecnológicamente mediante la ciencia ficción (que eventualmente descubre la verdad y la hace pública… masiva) es una de las bases del ciberpunk.

Cuando Morfeo ofreció las píldoras a Mr. Anderson le abría el camino para liberar su mente. “Tan sólo te ofrezco la verdad… sólo eso”. De inmediato se supo que el proyecto emancipador en sí dependía por completo del maltrecho individuo extraído de los campos de cultivo energético de la red. “Los hechos de mi vida nunca ocurrieron”, se lamenta el renombrado Neo, al iniciar la marcha que implicaría refundarse para poder refundar la realidad.

Vemos un mito moderno fundamental: la sospecha de que estamos permanentemente inmersos en un viaje (vital, político-ideológico y estético) que nos mostrará todo tal y como es. En Occidente experimentamos esto como algo que parece estar a medio camino entre lo mítico y lo racional, que puede involucrar a alguna clase de “momento del espejo” mostrando una versión distinta de nosotros y nosotras.

Hablamos de una síntesis dialéctica, simbólica, entre el espejo de Alicia y el momento en que Morfeo explica al Elegido que todo lo que ve (incluida su propia imagen) son proyecciones mentales de su mente: es la “utopía” de la virtualización de las relaciones y los fenómenos sociales. La experimentación fenomenológica, dura y terca, de la realidad es consecuencia de haber sido desconectado de Matrix. A partir de la orfandad ideológica que tal desconexión genera, debe emprenderse una lucha por arribar a nuevas representaciones estéticas y posteriores transformaciones críticas hechas por el sujeto que aspira al “atrevimiento” del saber.

De hecho, sin la idea kantiana de una mente capaz de construir la sustantividad radical del orbe que nos rodea, interactuando con otros sistemas y creando la dureza de la realidad, no sería posible la imagen de la tripulación de la nave Nabucodonosor, que pueden morir Offline si mueren mientras su mente está Online.

Neo y el mito del héroe moderno en los límites de la física

El hecho es que Neo ha sido desconectado de la red, se ha visto obligado a superar su debilidad mental y física y elegir entre opciones que tendrá que asumir. El poder que conquista por haber accedido a lo real existente más allá del flujo de electrones de Matrix le acerca al Übermensch de Nietzsche. No por haber derrocado a su antecesor o creador, sino por descubrir en su lugar un océano de códigos binarios, matemáticas y operaciones lógicas que él (en parte condicionado por circunstancias anteriores a su llegada) es capaz de reescribir.

La “voluntad” de Neo es aparentemente capaz de cambiar varias de las predicciones lógicas dentro de la red. Y no olvidemos que ésta alimenta una ilusión colectiva en todos los humanos que siguen conectados/esclavizados a ella. Mientras ellos viven la realidad como un simulacro pos-posmoderno (muchos felices y en celebración de la ignorancia), el Elegido viaja peligrosamente por parcelas del entendimiento capaces de transformarlo todo.

Pero tampoco podemos olvidar que éste era un sujeto relativamente normal, aunque muy talentoso, que tuvo la opción de tomar la pastilla azul y olvidarse de todo aquello. Bien, entonces hay que preguntarse: si estuviéramos en su lugar, con Morfeo frente a nosotros, ¿elegiríamos la felicidad de la ignorancia o la crudeza de la verdad que permanece en la oscuridad? O, como dijera Žižek, ¿elegiríamos una tercera píldora de la realidad escondida dentro de la fantasía? Y más importante aún: ¿Cuál sería nuestra opción después de haber simbolizado (y puede que mientras objetivamos) procesos emancipadores o de transformación crítica de la realidad?

Una vez iniciado el viaje en busca de la auténtica textura de la realidad, llegamos a la segunda parte de la trilogía, Reloaded, donde finalmente podemos ver la última ciudad habitada, Sion. Es allí donde el Neo retorna temporalmente a la Humanidad (con mayúscula), en la película simbolizado con el erótico baile dentro de esa especie de cueva/templo sagrado, mientras Neo y Trinity hacen el amor como si fuera la primera y última vez.

Lo que parece ser la realidad (desconectada, analógica… humana), representada en la música que acaricia todos esos cuerpos livianos y húmedos, se manifiesta como algo mucho más pensado y trascendente (es decir, profundamente atemorizado y mortal) que la materialidad imperecedera (tecno-teológica) del mundo de las máquinas.

Encontramos un ritual tabulado entre esos fogosos bailes rebosantes de sensualidad, cuyo origen e intensidad desbordan la lógica (dado que ahora saben que serán atacados por un ejército de máquinas asesinas). Donde empieza la simbolización de la realidad analógica y dura, enunciada con la música y el sexo, encontramos una manifestación simple e instintiva de los sentidos (una vuelta al principio), exaltados por el amor en medio de la amenaza de la muerte y el terror que se respira entre los últimos humanos del mundo.

Si usted o este autor estuviéramos en el lugar de Neo, el sujeto que explora y quiere transformar la realidad, y estuviéramos allí, al terminar aquella parranda memorable, nos preguntaríamos si la travesía nos ha dado conocimientos para sobrevivir a la espada que se cierne sobre la ciudad. Pensaríamos en las causas (la inmensa mayoría ajenas a nosotros) de todo lo que ha ocurrido y está por ocurrir, luego en la inevitabilidad de esa cascada de hechos; para terminar formulándonos los cuestionamientos más graves que pueden originar la exploración de la materialidad: los relativos a su libertad y libre albedrío frente a la magnitud de la elección limitada y la causalidad. Es el delirio provocado por este estado el que impone ese nuevo “imperio de los sentidos”, que no es más que refugiarse en la lujuriosa fragilidad del contacto y el calor de la multitud mortal. En esas circunstancias, lo inmortal resulta en obscenidad.

La segunda salida de Neo le lleva a una lucha sin tregua contra toda clase de lógicas duales (lo dual, uno de nuestros mayores sometimientos), decisiones que siempre parecen costar vidas y que comprometen seriamente su autonomía. Ya que es obligado a elegir/rechazar entre salvar a su amante, Trinity, o a la ciudad de Sion. Es entonces cuando el Arquitecto, el creador de Matrix (perturbadoramente autodefinido como mente superior, pero limitada por los parámetros de la perfección), revela la primera y pobre naturaleza de Neo: el adalid humano es tan sólo un parámetro más, variable de una ecuación desbalanceada, para el funcionamiento totalmente calculado de la red.

A punto de ver caer todas sus conquistas cognitivas, el Elegido empieza a ver una nube de posibles historias futuras acerca de él mismo, a partir de ese mismo instante, en los múltiples y antiquísimos monitores de la sala virtual del Arquitecto. Pero sólo una de ellas contiene el lenguaje acorde con el peso de sus viajes como experiencia vital, y es la que finalmente pasa a ser parte de su percepción de la realidad.

Vemos una elección aparentemente soberana y sin ambivalencias que, por su simplicidad, denota el rastro de fuego dejado por su reencuentro con la humanidad, cuando él y su amante yacían y en el gran templo toda Sion bailaba apasionadamente: salvar la vida de Trinity es más importante que socorrer a todos y cada uno de los habitantes de la ciudad. Como antes se lo revelara el programa intuitivo que el Arquitecto creara para investigar la psique humana, Oráculo, todas las decisiones del viajero parecen haberse tomado ya. Quedando su soberanía reducida a la cuestión de comprender el porqué de sus elecciones.

El Arquitecto observa el paso firme del Elegido hacia la puerta que le llevará a la salvación, no sin grandes hazañas en el borde de la Física, de Trinity; a lo que llama la esperanza como “quintaesencia del engaño humano”: poder y debilidad al mismo tiempo. En efecto, no hay mayor amenaza contra la lógica totalitaria de lo aparentemente inamovible que la ilusión profundísima de que algo puede ocurrir. Y no hay nada más peligroso que la acción sobre la realidad de un sujeto que no espera ni tiene nada que perder. En esas circunstancias, Neo sólo puede sujetarse a las palabras del Oráculo: “Nadie puede ver más allá de una elección que no entiende…”, es decir, que puede soportar.

En la tercera parte de la trilogía, Revolutions, se mueve en busca de una nueva ruptura que le permita superar las dualidades que atenazan su vida. Logrando la salvación de Sion a pesar de amar a Trinity por encima de todo. Es decir, un equilibrio logrado en la victoria. El simbolismo de este último recorrido del protagonista es comparable a un momento máximo de la crítica.

Sus ojos ven la naturaleza intrínseca de las cosas (un luminoso código fuente) a pesar de haber sido quemados por la perversidad de su antagonista, el agente del caos personificado por el programa Smith. Éste último resultó modificado en la propia interacción con el Elegido, convirtiéndose en su otro Yo (el viejo y persistente espejo).

Neo tripula la nave Logos acompañado de su razón y columna, la amada Trinity. Que justo antes de “morir”, atravesada por multitud de estoques, observa desde la nave la colosal magnitud simbólica de la realidad analógica, más arriba de la tierra y el cielo arrasado por la guerra: un sol esplendoroso en medio de un cielo azul y nubes coloreadas. “Es precioso”, dijo, tras lo cual una evocadora luna en cuarto creciente les acompañó brevemente al acto definitivo.

El espectador respira esperanzado con la idea de que las cosas podrían mejorar, porque sobre esa tormenta aterradora sigue saliendo el sol. Es algo que sólo puede anunciar un cambio de cultura y subjetividad, un replanteamiento histórico desde una alteración del Orden Simbólico.

Matrix: crítica ideológica

Muchos filósofos ven en el motor interno de la ideología la necesidad y la promesa de salir en busca de una realidad más acabada fuera de los límites tradicionales de cada individuo. Se podría afirmar que las fuentes filosóficas de cada una de las teorías político-económicas conocidas tienen su utopía no realizada en esa ilusión colectiva compilada en su sistema ideológico. La utopía hecha realidad sería el fin del viaje y de la historia de exploración del sujeto-héroe (y con gran probabilidad la llegada de un desastre visto en la realización de la fantasía). La virtualización de los fenómenos sociales permite resignificar estas cosas.

Sin embargo, la “ficción” sobre una exploración de lo “más real” bajo lo aparentemente real no es simplemente ideológica, tal cosa posiblemente originaría una alucinación paranoica; pero sí es hermenéutica en su sentido más amplio (sentada no sólo en la búsqueda sino en la geometría íntima de la producción de sentido). Se trata de un ejercicio de comprensión que obligue a múltiples interpretaciones (es decir, simbolizaciones), alejándonos de los paradigmas expresados en la Verdad hegemónica. Lo que recrearía un mapa de la realidad distinto, un norte, lenguaje y estética adaptada. Estos procesos también deberían ser contemplados como parte de la crítica.

La transformación del sujeto durante la lectura y seguimiento de ese mapa, como en Matrix, puede ser autocrítica. Pero no hay que perder de vista que pugnará por convertirse en revolucionaria, con objeto de transformar una realidad capaz de comprender, legitimar y contener las singularidades de nuestro momento histórico. Terminada la guerra con las máquinas, los habitantes de Sion han de pensar en qué tipo de sociedad querrán reconstruir para poder ejercer su recién lograda supervivencia.

En lo anterior, tal vez debamos pensar en el carácter virtual de lo que denominamos como la “sustancia social”, hoy más que nunca con la digitalización de gran parte de los procesos socializadores. ¿Por qué debería ser así? Porque ahora estamos en contacto con instrumentos simbólicos que, en conjunto, buscarán potencias creadoras de sentido y materialidad. En efecto, ahora estamos creando complejas realidades paralelas ¿Dónde está la sustancia social por la que navegan y contra las que impactan nuestras lecturas críticas? Una pregunta similar debió llevar a Neo, en el principio de la saga, a sospechar que algo “no funcionaba en el mundo”.

Si el viaje de Neo busca un nivel de comprensión que diluya la distorsión de lo material, también se hace necesario preguntarse sobre la misma distorsión. ¿La realidad está también formada por la ilusión colectiva y la sospecha de que es falsa? ¿Cómo resolver el problema sobre si la “verdad” es también lo que Matrix ha recreado? Ya que resulta obvio que desconectarse de la red, tomar conciencia súbita de ser parte de un cultivo controlado por un ente mucho más poderoso, suscitaría preguntas obscenas sobre si no hemos perdido la fantasía esencial que movía nuestra existencia.

Sobre las cenizas de la depravación que encerraba una red alimentada de la energía de seres humanos tendría que reestructurarse una ilusión colectiva nueva. La cuestión radicaría en si ésta podría evadir su herencia más inmediata: el recuerdo de una realidad virtual que el viajero ha roto en pedazos, sencillamente como parte de su viaje vital (recordemos que, en primer lugar, optó por salvar a Trinity). Y, por otra parte, una especie de “tradición” capitalista que ubica a la humanidad como algo controlado y silenciado.

Algo así tiene sus consecuencias en el mundo social. Esta tendencia (cultural) reciente a re-representar los antiguos dilemas humanos y sus tramas psicológicas y políticas en universos digitales paralelos vuelve a recordarnos una necesidad básica: un sueño sobre el fin de una relación embrutecedora de inmediatez con la realidad (automatismo y violencia). Fin de la esclavitud marcada por las tendencias, los grupos de referencia, las políticas masivas y la unicidad del pensamiento. Visto todo en una relación directa y elegida entre la búsqueda de conocimiento y el grado de estimulación y placer psíquico y físico del que explora y quiere una transformación crítica. Y es la antítesis de la mediocridad y el aburrimiento. Las preguntas vitales, los grandes interrogantes, la necesidad de búsqueda no están relacionadas con ningún tipo de crisis nerviosa. Se trata de decisiones que, por supuesto, van mucho más allá del bien y del mal. Están relacionadas con la vida, el mundo, las relaciones sociales y las batallas que queremos y siempre quisimos tener.

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