El repertorio musical español es muy variado y encierra obras como esta ópera de Albéniz donde el nacionalismo sinfónico está muy presente, en un contexto estético muy típico de una época. El teatro de La Zarzuela abre la temporada y rescata ‘Pepita Jiménez’ sobre libreto de Francis Burdett Money-Coutts, en una versión en su día revisada en texto y música por Sorozábal estrenada en ese mismo teatro en 1964.
Guillermo García Calvo como director musical de esta nueva producción de la mano de la Orquesta de la Comunidad de Madrid hace que la brillante partitura luzca en toda su brillantez, con una elegancia formal muy estilizada para una ópera en tres actos inspirada en la novela de Juan Valera del mismo título.
Frente a una partitura donde está presente el eco de ese nacionalismo musical e incluso de un cierto andalucismo —¡esas brillantes castañuelas!— la puesta en escena rehúye totalmente dichas referencias y se decanta por un espacio escénico en el que predominan los negros y un decorado corpóreo de Daniel Bianco de férreas rejas negras sin ninguna clase de adornos ni atrezos pero que puede servir de forma versátil como patio, plaza, reja, capilla o alcoba.
En su origen la novela de Juan Valera presenta a una viuda en el entorno de la Andalucía caciquil del XIX que siente atracción hacia un sacerdote en una verdadera confusión de sentimientos. Ese matiz se olvida en la interpretación teatral que realiza el director Gian Carlo del Mónaco. Aquí Pepita no es una dama aturdida por una sensación pasajera sino una mujer casi frenética que arde de pasión por un cura y lo lleva hasta la cama donde le por arrebatar la sotana y consuma una relación sexual con ella.
Ese erotismo contenido o real está muy presente a lo largo de esta representación en la que ‘Pepita Jiménez’ parece la hermana de alguna de las maduras y sexys protagonistas del cine italiano de finales de los 70 con títulos como ‘Miedo al escándalo de una mujer casada’. Aquí deja de ser la mujer pasiva y recatada a la que se niega la capacidad de decidir sexualmente y se la convierte en aquella que ejerce ese protagonismo e iniciativa en contra de las convenciones sociales y el temor al pecado.
Dramáticamente esa relectura posee ritmo aunque está a punto de distorsionar el origen de la historia y convertir el argumento en algo muy diferente a lo que Varela contaba. Parece más que dudoso que en una época incluso en 1964 cuando se estrenó en La Zarzuela la censura permitiera ese furor de una dama hacia un cura hasta consumar su relación en plena explosión sexual.
Una ópera de este alto voltaje erótico precisa de unos protagonistas a la altura del reto. Ángeles Blancas (Carmen Romeu y Maite Alberola se alternan en los repartos) está muy bien de personaje y de voz, aunque no le favorece nada que en el primer acto haya momentos en que canta al fondo del decorado y casi cubierta por este por lo que ocasionalmente la orquesta la enmascara, y Leonardo Caimi es un tenor que brilla en el personaje de ‘Luis’ (otros días lo representa Antoni Lliteres). El resto de los personajes están correctos, aunque el centro de gravedad de la historia está puesto en ese arrebato pasional y erótico de una viuda hacia un cura: Ana Ibarra y Cristina Faus como ‘Doña Antoñona’, Rodrigo Estéves (‘Pedro de Vargas’), Ruben Amoretti (el vicario) —al que en este montaje la antes reprimida ‘Pepita’ roba un inesperado beso—, Pablo López Conde, Josep Fado e Iago García Rojas como oficiales.
El coro titular femenino de La Zarzuela tiene más ocasión de lucirse que el masculino y está muy a la altura de esta producción impecable desde el punto de vista musical, porque Guillermo García Calvo tiene en sus manos una partitura llena de energía y potencia sinfónica que sabe utilizar de forma acertada. Otra cosa es la inesperada reinterpretación argumental en la que lo que en su momento podía haber sido una historia melodramática en tránsito del post-romanticismo al naturalismo se carga de un desbordante erotismo desde el primer acto y estalla finalmente en el último, con una ‘Pepita Jiménez’ que parece la émula de una Lisa Gastoni, una Laura Antonelli o una Barbara Bouchet de hace cuatro décadas.