La Compañía Nacional de Teatro Clásico acaba de estrenar ‘Valor, agravio y mujer’, una comedia de Ana Caro de Mallén. Esta magistral comedia de enredo desarrolla, invirtiéndolo, el mito de Don Juan, y con estos mimbres satiriza la sociedad de su tiempo para poner en solfa algunos valores eminentemente masculinos, anticipándose unos cuantos añitos a Moratín e incluso al mismo Ibsen en su audaz intento.
En versión de Juana Escabias y dirección de Beatriz Argüello, nos llega por fin la mejor obra de la mejor dramaturga de nuestro Siglo de Oro, autora que históricamente ha sido postergada por su sexo, negándole el pan y la sal, en un mundo –como el de la escena– en el que los hombres han llevado siempre la batuta. Es posible que muchos de los aficionados no sepan aún quién es esta Ana Caro de Mallén que ha asentado sus reales en la sala principal de la CNTC a tan sólo unos pasos del antiguo Corral del Príncipe. Buena ocasión, por tanto, para acercarnos a ella a través de esta función cargada de interés por muchas razones, que trataremos de ir desvelando.
El “delito que cometió” Ana Caro de Mallén (1590-1646), como el de tantas mujeres, es el de haber nacido –“aunque si nací, ya entiendo / qué delito he cometido”– en una sociedad en la que nuestras figuras de relumbrón –Lope de Vega, Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón o Calderón de la Barca– eran todos hombres, en un tinglado como el literario marcado por la misoginia. Delito que se castigó con su exclusión de los escenarios hasta nuestros días que –gracias al tenaz y denodado empeño de Juana Escabias–será prescrito para restituir definitivamente a su damnificada al lugar que le corresponde por derecho propio. Su origen morisco –y su categoría de esclava, por ende– es también otra mancha en su “expediente” que se verán obligados a lavar en su momento sus padres adoptivos, ya cristianos viejos. La fortuna de que estos sean nobles permite a la niña acceder a una esmerada educación que por nacimiento le estaba vedada: dos estigmas, pues, a falta de uno…
En cierto modo, es un caso parecido al de la pintora italiana Sofonisba Anguissola que –como la dramaturga medio siglo después– recibirá el respaldo de la corte española, habiendo sido excluida previamente de la enseñanza académica, de los gremios y del mecenazgo papal por su condición de mujer.
Buena conocedora de las circunstancias que le tocó vivir y, quizá anticipándose a las que debería arrostrar tras su muerte, Ana Caro ridiculiza en sus obras los comportamientos sociales de aquel momento histórico con una lucidez implacable que no comparten la mayoría de sus compañeras de generación: de las veintiuna documentadas sólo Juana de Asbaje, María de Zayas, sor Juana Inés de la Cruz y nuestra autora alzan un alegato combativo contra el monolítico discurso imperante, por lo que no es casual que Juana Escabias –entusiasta valedora de Caro tras largos años de paciente investigación– dedicara a estas tres últimas su comedia ‘Qué mujer prodigio soy. Dramaturgas de Oro’, estrenada la pasada temporada.
Sólo se conservan dos piezas teatrales de Ana Caro de Mallén: la ya citada y ‘El conde Partinuplés’ –del que Escabias hizo una magnífica edición crítica, que le valió el Premio Extraordinario de la UNED en el 2013– y fragmentos de algunas pocas obras diversas. La escasez de su legado se puede explicar en cierto modo por el hecho de que la peste fue la causa de su fallecimiento: entre las “medidas cautelares” –que imponían las autoridades sanitarias de la época ante aquellas eventualidades– una era la quema inmediata e indiscriminada de todos los objetos personales y las pertenencias del finado afectado. Quizá sus escritos ardieron bajo las llamas de este otro tipo de inquisición, catártica también pero más aséptica desde luego.
En la función ‘Valor, agravio y mujer’ –que se acaba de estrenar en el Teatro de la Comedia de Madrid– podemos ver cómo Ana Caro desmonta el mito del burlador de Sevilla de Tirso en un divertido guiño argumental que, con sarcástica intencionalidad, es trasladado a otra ciudad andaluza –la cercana y más pequeña Córdoba– para presentarnos un nuevo don Juan –de vía estrecha ahora– al que se opondrá Doña Leonor –la heroína ultrajada de la obra–tras el disfraz de su cuasi-homónimo Don Leonardo–. Esta le seguirá a Flandes con el afán de vengar su honor y en ese periplo –lleno de todo tipo de aventuras y desventuras– se acabará encontrando consigo misma, aunque para ello tenga que adoptar un cambio de identidad sexual con el consabido subterfugio del teatro de la época –“llevando ella los pantalones” para la ocasión como el mismo travestido ‘Don Gil de las calzas verdes’– que andando el tiempo sería reactualizado por la screwball comedy de Hollywood, en películas como ‘La gran aventura de Silvia’ de George Cukor.
La atrevida Leonor de Ana Caro para recuperar su honra no necesitará a nadie, valiéndose de sí misma, como ya en pleno siglo XX hará la descarada Katherine Hepburn del film de Cukor. Y en el lance entrará en liza con los hombres, para vencerlos en el amor, en la astucia y en las armas; como bien evidencia la significativa triada del título: valor, agravio y mujer.
En un interesante ingenio metateatral proto-pirandelliano, el “andrógino” personaje Leonor/Leonardo busca “compartir” autoría con la propia dramaturga –en otra vuelta de tuerca del lúdico/lúcido artificio de dualidad de personalidad– al usurpar su puesto en la medida en que toma las riendas de la trama y los destinos del resto de los personajes que serán unos títeres movidos en sus manos siguiendo sus particulares designios.
Ana Caro –como cómplice de su alter ego, Leonor– se reserva sin embargo con fina ironía un recurso retórico afín a la llamada Captatio benevolentiae en las recurrentes intervenciones de los graciosos para reírse de los prejuicios sociales a cuenta de los tradicionales arquetipos femeninos.
La dirección de Beatriz Argüello sabe captar todos estos matices, articulando una inteligente puesta en escena llena de dinamismo y belleza con una buena declamación de los versos de Ana Caro por parte del eficaz equipo de sus nueve actores.
Durante la representación podremos ver imágenes de la pintura flamenca en retroproyección cedidas por el Museo del Prado, entre las que destacan las escenas galantes de Rubens y Brueghel junto a los exquisitos bodegones de Clara Peeters, pintora que ha corrido igual suerte que Ana Caro y Sofonisba y así, finalmente, después de una larga temporada en el infierno, fue reivindicada por nuestra gran pinacoteca el pasado 2016 siendo la primera mujer protagonista de una de sus exposiciones antológicas.
En consonancia con los motivos pictóricos la escenografía funcional –a modo de “tetris”– de Carolina Fernández apoya oportunamente la acción teatral –sin la querencia habitual por lo grandilocuente– y es utilizada por Argüello con suma pericia en todas sus múltiples posibilidades. Sobre este fondo resaltan los rojos y los negros –dicotomía muy apropiada al tema– del espléndido vestuario de García Andújar potenciados con primor por la iluminación de Paloma Parra. Los precisos apuntes musicales que nos regala Sol Vicente –ya con el canto ya con la viola– logran acentuar el clímax que requiere el desarrollo de la trama sin eclipsarla y tienen un desenfadado valor dramático.
En el aspecto actoral, destaca la pareja principal: Julia Piera, en su doble papel de Doña Leonor/ Don Leonardo, y Pablo Gómez-Pando, en el de Don Juan de Córdoba. El punto de humor –sin concesiones gratuitas a la galería– lo ponen los dos criados –a cargo de Luis Moreno y Jesús Hierónides que, sin histrionismos fáciles, defienden bien sus respectivos papeles de Ribete y Tomillo como “graciosos”– junto al lechuguino Ludovico de Pinoy, que encarna con acierto Ignacio Jiménez. Como detalle adicional diremos que todo el elenco boga en la misma dirección, ofreciendo una coherencia interpretativa que no es frecuente desde aquellos gloriosos tiempos del teatro independiente, sin que haya ningún actor que desentone por arriba o por abajo.
Si Argüello se enfrenta como directora a su primer proyecto teatral de envergadura –del que sale más que airosa–, Juana Escabias –autora de la versión de la pieza–, sin embargo, cuenta con un extenso currículo a sus espaldas como estudiosa de la dramaturgia femenina del Siglo de Oro (precisamente ahora, Ediciones Cátedra acaba de publicar su edición del “Teatro completo” de nuestra dramaturga).
La noche del preestreno, tras la función, el público asistente puesto en pie aplaudió a los actores con una cerrada ovación y “bravos”. No era para menos: Caro se lo merece.
Es la primera vez que se representa una de sus obras en el Teatro de la Comedia de Madrid, sede oficial de la compañía, donde permanecerá en cartel hasta el 4 de junio. Después, en el mes de julio, viajará al Festival de Almagro, como ya hiciera el año anterior la mencionada ‘Qué mujer prodigio soy’.
Así pues, ‘Valor, agravio y mujer’ viene a demostrar palmariamente que Ana Caro de Mallén es una autora de primer orden que debe compartir –al lado de sus eximios colegas varones– la preeminencia que se le ha arrebatado y, desde ahora, es de obligado cumplimiento que ocupe un lugar de excepción en el proscenio junto a los grandes clásicos de nuestro brillante Barroco teatral a la luz de las candilejas más refulgentes.
¡Valor, agravio, mujer y… Telón!
‘Valor, agravio y mujer’, de Ana Caro de Mallén
Teatro de la Comedia de Madrid
Desde el 13 de abril hasta el 4 de junio
Reparto
Lucía Barrado (Condesa Estela)
Ignacio Jiménez (Príncipe Ludovico de Pinoy/ Tibaldo, bandolero)
Natalia Llorente (Lisarda, prima de Estela)
Julia Piera (Doña Leonor de Ribera)
Luis Moreno (Ribete, criado de Doña Leonor/ Rufino, bandolero)
Pablo Gómez-Pando (Don Juan de Córdoba)
Jesús Hierónides (Tomillo, criado de Don Juan)
Paco Pozo (Don Fernando de Ribera, hermano de Doña Leonor/ Astolfo, bandolero)
Sol Vicente (Flora, criada/soprano y viola)
Equipo artístico
Beatriz Argüello, Dirección
Juana Escabias, Versión
Carolina González, Escenografía
Rosa García Andújar, Vestuario
Paloma Parra, Iluminación
Luis Miguel Cobo, Creación musical
Pau Aran, Movimiento escénico
Ernesto Arias, Asesor de verso
Jesús Esperanza, Maestro de esgrima