noviembre de 2024 - VIII Año

América y las Diez Tribus Perdidas de Israel

En una escueta mención en La Sinagoga Vacía (Premio Nacional de Ensayo de 1988), Gabriel Albiac daba cuenta de una teoría sobre el origen de los nativos americanos. La tesis, que era comúnmente aceptada en la Europa del siglo XVII, que la consideraba casi historia verídica, consistía en la afirmación de la ascendencia judáica de los amerindios, a los que se consideraba los descendientes de las Diez Tribus Perdidas de Israel. Los indios habían considerado dioses a los españoles y los españoles, a cambio, les asignaron una genealogía hebrea a los indios.

Como es sabido, el Reino de Israel, tras la muerte del Rey Salomón (1030-930 a. C.), se dividió en Reino de Israel, y Reino de Judá. En el reino de Israel vivían las tribus de Rubén, Simeón, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, José y Zabulón, y parte de la tribu de Leví. En el reino de Judá moraban las tribus de Judá y la de Benjamín y el resto de la tribu de Leví, dividida esta tribu entre ambos reinos, por razón de que los “levitas” eran los responsables de atender el culto religioso y el cuidado del Templo de Jerusalén. Ambos reinos fueron conquistados y sus poblaciones deportadas. El reino de Israel, en el año 722, en el que toda su población fue llevada a Nínive; el reino de Judá despareció en el año 586 (a. C.), conquistado por el Imperio Babilónico, siendo su población conducida a Babilonia. Cuando cayó el Imperio Babilónico ante los persas de Ciro el Grande (600-530 a. C.), en el 539 (a. C.), los judíos de Babilonia, tribus de Judá, Benjamín y parte de los levitas, retornaron a Israel. Pero los judíos deportados a Nínive se esfumaron para siempre dejando en el aire el enigma de su destino final.

El descubrimiento de América abrió grandes debates en Europa. Los más importantes sabemos que fueron los relativos a la condición de los habitantes del Nuevo Mundo. Si se los podía considerar humanos y, en caso afirmativo, cuáles eran sus derechos y cuál su condición de súbditos de la Corona. Cuestiones que abrieron la vía para la creación del moderno Derecho de Gentes y que fue la base desde la que se desarrollaría la doctrina de los derechos humanos. Bartolomé de las Casas (1474-1566), Francisco de Vitoria (1483-1546), Ginés de Sepúlveda (1490-1573), entre otros, protagonizaron el momento inicial de estos debates. Pero no todo fue teología, derecho y filosofía. También se plantearon problemas antropológicos, lingüísticos, de ciencias naturales, etc.

Uno de los problemas antropológicos que se plantearon los españoles fue la determinación de la procedencia u origen de las poblaciones amerindias originarias. Las informaciones sobre sí mismos de los indígenas no eran muy fiables. Los aborígenes, cuando eran interrogados por los conquistadores sobre su origen, manifestaban ser descendientes del Sol, o surgidos por generación espontánea u otras explicaciones poco verosímiles. Pero la pregunta acerca de su origen pronto encontraría una primera respuesta.

En la época, los textos bíblicos gozaban de una autoridad absoluta. Por esa razón, los primeros autores buscaron explicaciones en la Sagrada Escritura. Las primeras hipótesis se abrieron paso pronto y se difundieron rápidamente. En 1535, se publicó en Sevilla la Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra, Firme del Mar Océano, de Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), Primer Cronista Oficial de Indias, nombrado por Carlos I de España. Oviedo fue el introductor de la tesis extra-americana o transatlántica, para indagar el origen de los indios americanos. Una idea finalmente acertada, aunque su fundamentación definitiva requirió muchos siglos de estudio.

A partir de esa obra, las hipótesis se dispararon. Hubo quien los consideró descendientes de los pobladores de la mítica Atlántida. Y hubo quien los hizo descendientes de los troyanos que huyeron de los griegos, o que procedían de los cartagineses, que así serían los primeros descubridores de América. Incluso se les hizo descender de los navegantes egipcios, hipótesis apoyada en las construcciones piramidales de mexicas, mayas y olmecas, que recordaban las pirámides del Egipto de los Faraones. Pero la hipótesis que se impuso durante los primeros doscientos años, tras la conquista, fue la que hacía de los indios americanos los descendientes de las diez tribus perdidas de Israel. Una hipótesis que contó a su favor con un argumento de mucha autoridad: en el testamento del dominico Bartolomé de las Casas, éste había consignado su que los indios eran los descendientes de las diez tribus de Israel, perdidas tras la cautividad en Nínive, iniciada el año 722, antes de Cristo.

Página del Códice Durán

Bartolomé de las Casas (1484-1566) alcanzó una gran notoriedad por dos hechos. El primero, su polémica con Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573), a propósito de la conquista de América. Polémica desarrollada en la llamada Controversia de Valladolid (1550-1551), sobre los derechos de los indígenas. En la Controversia de Valladolid no se trató sobre si los indígenas de América eran seres humanos con alma o salvajes. Eso se hubiera considerado herético, pues ya estaba resuelto por el Papa Paulo III, en una Bula de 1537, que estableció el criterio Papal de la plena y total humanidad de los indígenas. Lo que se debatió fueron los títulos de España para la conquista.

Un debate en el que los dominicos, en la estela de Vitoria, cuyas tesis compartía las Casas, también dominico, negó validez a los títulos de España para la conquista americana. Los indios debían ser evangelizados sin conquistarlos. No podía ser de otra manera, al ser los amerindios los descendientes de las Diez Tribus Perdidas de Israel.  Y un reconocimiento algo tardío, pues los dos grandes imperios americanos, el Azteca y el Inca, y otros muchos territorios, ya habían sido conquistados.

Las Casas se hizo también famoso por su desafortunada autoría de una obra llena de exageraciones, cuando no de datos erróneos. Fue la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, publicada en 1553 y pieza fundamental de la Leyenda Negra de España. Se puede comprender que las Casas intentase conmocionar sobre la situación de los indios, pero los datos que da en su obra, salvo los que afirma haber presenciado personalmente, sabemos que son falsos o, al menos, muy exagerados. Pero la gran autoridad del “apóstol” de los indios, como se conoce a las Casas, facilitó la difusión de la tesis de la ascendencia hebraica de los aborígenes, probablemente para reforzar su defensa de los nativos.

En la Historia de las Indias de Nueva España, también conocida como Códice Durán, del dominico fray Diego Durán (1537-1588), está formulada expresamente por primera vez esta hipótesis. La historia de Durán abundó en referencias a la Biblia en relación con México. Pero en su caso, no se trató de establecer una relación simbólica, metafórica o alegórica, sino histórica. Durán creyó que los indios de México eran de linaje hebráico. Durán había llegó a México de niño en 1542. Y estaban aún muy recientes las apariciones de la Virgen de Guadalupe, en el cerro de Tepeyac, que tuvo el indio Juan Diego, y que habían sucedido en 1531.

El mismo planteamiento se encuentra en el Origen de los Indios del Nuevo Mundo, obra de otro dominico, Gregorio García (1575-1627). Impresa por primera vez en 1607, la obra conoció varias ediciones. Aunque su libro se dedicó al estudio de los indios del Perú, García mencionó también las culturas mexicanas y agrupó a todos los pueblos precolombinos en una tesis unificadora. El Libro Tercero de su obra se dedica por entero a probar “cómo los indios proceden de los hebreos de las diez tribus que se perdieron”. García estableció además las posibles rutas de acceso de las tribus perdidas, comparado su llegada a América con Moisés y los judíos del Egipto faraónico. Los unos y los otros, gastaron gran número de años en llegar a su Tierra Prometida, pues encontraba semejanzas entre las historias de los indios y lo que la Divina Escritura cuenta de los israelitas en el éxodo de Egipto.

‘Origen de los Indios’ de Gregorio García

Durán y García no fueron, por supuesto, los únicos autores que acudieron al Viejo Testamento para responder al misterio del origen de los indios. Tomando como fuente el libro I de los Reyes, se identificó a América con Ofir, el lugar bíblico del oro y las piedras preciosas. El propio Colón sostuvo una hipótesis semejante, seguido por una secuela de autores. En 1656, en el virreinato del Perú, el teólogo y jurista Antonio de León Pinelo (1595-1660), considerado precursor del “indigenismo”, abundó en el concepto: el Edén bíblico, el Paraíso Terrenal, se había localizado en las selvas peruanas, cuna de Adán y Eva. Surgía así una nueva hipótesis explicativa, pues el origen de la humanidad se situaría de este modo en América, y no en otros continentes. Una hipótesis que daría mucho de sí, al llegar los siglos XIX y XX, en el arranque del indigenismo.

Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590) misionero franciscano, en su abundante obra sobre el México precolombino, recogida principalmente en su Historia General de las cosas de la Nueva España, ni siquiera mencionó esas hipótesis del origen hebráico de los indios. A diferencia de los dominicos, la genealogía histórica franciscana pasó en este punto de la duda a la refutación. En su Historia Eclesiástica Indiana, el también franciscano fray Jerónimo de Mendieta (1525-1604), ponderó las refutaciones contra García. Quienes continuaron la obra de Mendieta, terminaron por refutar la tesis de que los indios fuesen originariamente judíos. Pero con muchas cautelas y precaución, pues el refutado era el “apóstol de los indios”, Bartolomé de las Casas, inspirador de la hipótesis judáica.

La discusión específica sobre el origen judío de los indios americanos se fue apagando en el Barroco y empezó a decaer en el siglo XVIII, con la Ilustración. En su Idea de una historia general de la América Septentrional (1746), Lorenzo Boturini (1702-1755) sostuvo todavía que los indios eran descendientes de Noé. Pero en su Historia antigua de México (1780) el ilustrado jesuita novohispano Francisco Javier Clavijero (1731-1787), ni siquiera mencionó la teoría.

Con todo, la idea llegó hasta el siglo XIX y XX, pues los mormones norteamericanos la reivindicaron. Claro que los mormones no son muy confiables en muchos asuntos. Su fundador, Joseph Smith (1805-1844), creó la secta en 1830. Y aseguró que Dios le había entregado una Biblia, la Biblia Mormona, que al final resultó ser la Biblia Anglicana del Rey Jacobo I Estuardo.

Hoy nadie sostiene ya la teoría del origen hebráico de los indios americanos. El mexicano Enrique Krauze, ha tratado recientemente de estos asuntos en alguna de sus obras. Pero esa hipótesis “hebraica” ya sólo se manifiesta de vez en cuando en internet, con ocasión de la aparición de alguna nueva pista sobre el destino final de los judíos de las Diez Tribus Perdidas de Israel. Un asunto que, por el momento, parece que tendrá que seguir en el ámbito de lo enigmático del que quizá nunca debió haber salido.

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