Dice el historiador y Profesor José Varela Ortega, que la célebre leyenda Negra antiespañola se formó en tres partes separadas, aunque sucesivas, que han ido engrosándola de modo acumulativo en el transcurso de los siglos. De forma que España sería el único país del mundo que ha conseguido acaparar un acervo negrolegendario de tres leyendas superpuestas durante la friolera de tres siglos de producción, los siglos XVI, XVII y XVIII, y de más de cinco siglos de vigencia, pues llega desde el siglo XVI hasta la actualidad. Todo un record, desde luego.
Las tres leyendas que se fueron sucediendo e integrando entre los siglos XVI y XVIII, eclosionaron unificadas en los siglos XIX, XX y XXI. Y, pese a su diversidad de origen y de contenido, se fueron acumulando y agregando en una sola. La primera es holandesa, nacida con motivo de la independencia de Holanda en la llamada Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), en la segunda mitad del siglo XVI. Las otras dos son francesas; la primera de ellas, la de Richelieu (1585-1642), data del tiempo final de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en el siglo XVII; y la otra, la de los philosophes de la Ilustración francesa, en el siglo XVIII, y tiene como principales creadores y difusores a Voltaire (1698-1778) y a Diderot (1713-1885).
La primera Leyenda Negra y Guillermo de Orange

Guillermo de Orange (1533-1584), conocido como Guillermo el Taciturno, fue la figura clave del inicio de la rebelión holandesa de 1568, con la que comenzó la Guerra de los Ochenta Años, en la que las Provincias de los Países Bajos combatieron contra el Imperio Español. Su liderazgo en la revuelta holandesa y su lucha por la independencia de los Países Bajos lo convirtieron en el símbolo de la lucha contra España. Y fue también un agente fundamental en la creación y propagación de la primera Leyenda Negra, que usó como herramienta política y propagandística durante su rebelión, con el objetivo de desacreditar y debilitar el dominio español para lograr la independencia de los Países Bajos.
La creación de esta propaganda por Guillermo de Orange y sus aliados tenía como finalidad la legitimación de la rebelión holandesa, obtener apoyo internacional —especialmente de los protestantes—, y construir la identidad nacional holandesa, contraponiéndola a la horrible imagen de España, para unir a los rebeldes en su lucha por la independencia. Y es cierto que esa Leyenda Negra se nutrió de algunos hechos reales, como la brutalidad de la represión en ciertos momentos de la Guerra de los Ochenta Años (saqueo de Amberes). Sin embargo, la propaganda de Guillermo de Orange y otros líderes rebeldes exageraron y distorsionaron estos hechos para crear una imagen sistemáticamente odiosa de España y los españoles.
Guillermo de Orange y los rebeldes holandeses, calvinistas, contando con la imprenta (inventada en 1440), utilizaron diversos medios de propaganda, como panfletos impresos y grabados, para difundir una visión de España como un imperio cruel, tiránico, intolerante, opresor y católico. Y utilizaron y difundieron con profusión la obra de Fray Bartolomé de las Casas (1484-1566), la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1553). Esta propaganda se centró en aspectos como la Inquisición española, la conquista y colonización de América, y la represión de la revuelta en los Países Bajos.
Richelieu: los católicos Habsburgo eran en realidad herejes
El cardenal Richelieu, ministro principal del rey Luis XIII (1610-1643) de Francia, implementó una política exterior cuyo objetivo primordial era disminuir el poder y el prestigio de la Casa de Habsburgo en Europa. Esta dinastía reinaba tanto en España como en el Sacro Imperio Romano Germánico, cercando a Francia y representando la mayor amenaza para sus ambiciones de grandeza. Para ello, y pese a ser un Príncipe de la Iglesia Católica, no dudó Richelieu en apoyar a los protestantes en su lucha contra los católicos, en la Guerra de los 30 años. Un apoyo que él pretendió justificar apelando a que los reyes Habsburgo de España y Alemania no eran tan católicos como pretendían, sino que eran realmente herejes, y casi tanto como los protestantes.
La «herejía» a la que se refería Richelieu no era tanto alguna desviación doctrinal religiosa por parte de los reyes Habsburgo, como sucedía con luteranos, calvinistas o anabaptistas. Era más bien una herejía política, condenada en La Biblia, en concreto en el Libro del Profeta Daniel: la «herejía» de la hegemonía plena y la pretensión de dominio universal de España, que Richelieu consideraba contraria al citado mandato divino y, obviamente, contraria también a los intereses de Francia y al equilibrio de poder en Europa. Es decir, la «herejía” de los Habsburgo era su gran poderío, percibido por Richelieu como una amenaza existencial para Francia.
La política de Richelieu tuvo como finalidad la destrucción del poderío español, para lo que combinó el pragmatismo político con las alianzas estratégicas y la intervención militar directa. Con ello, sentó las bases para la futura preeminencia de Francia en Europa, con el Rey Luis XIV. A tal fin, priorizó los intereses nacionales de Francia (fronteras naturales) por encima de cualquier consideración religiosa, lo que le llevó a apoyar a los príncipes protestantes en la Guerra de los Treinta Años, a pesar de ser un cardenal católico, conforme a su famosa frase «el fin justifica los medios». Un apoyo que incluyó la alianza con los países protestantes y hasta la intervención militar directa para volcar la balanza en contra de España.
La aportación de los Philosophes franceses ilustrados
Hasta los philosophes, la «Leyenda Negra» se centraba en la crueldad sangrienta y deseosa de botín de los Habsburgo, déspotas católicos, y también de España; o al carácter herético de los reyes de esa dinastía, y por tanto también de los españoles. Pero la formulación definitiva de la Leyenda Negra, tal cual se la conoce hoy, fue creación de la Ilustración francesa. Denis Diderot, figura central de la misma, contribuyó a con auténtica pasión a la llamada «Leyenda Negra» de España a través de su participación en la Encyclopédie y otras obras. Pero, a diferencia de Orange y Richelieu, lo que destacaron Voltaire, Diderot y otros, fue el carácter fanático, ignorante, atrasado, decadente y fracasado de los españoles.

Se presentaba a España como una nación atrasada, intolerante, responsable de la crueldad en sus colonias y fracasada en sus pretensiones de dominación universal. En la Encyclopédie, particularmente en los artículos relacionados con España, se dio una imagen descalificadora de España y los españoles. Masson de Morvilliers (1740-1789), un colaborador de Diderot, fue el más feroz: en su artículo «Espagne» (1782), afirmó que España era la nación más ignorante de Europa, donde las artes, las ciencias y el comercio estaban apagados, y la que no se le debía nada en la civilización. Para ello, se basó en las ideas ilustradas de progreso y civilización, desde las que juzgó a España como una nación anclada en el pasado, dominada por la Inquisición y la Iglesia Católica, refractaria a las ideas modernas, pobre y atrasada.
Desde esa definitiva descalificación de España por su atraso, pobreza, fracaso y fanatismo, la Leyenda Negra se proyectaría al siglo XIX. Hegel (1770-1831), en sus Lecciones de Historia de la Filosofía (1830), no incluyó ningún autor hispano, salvo al medieval Raimundo Lulio (1232-1316) y, en sus Lecciones de Filosofía de la Historia (1930), descalificó los grandes descubrimientos geográficos españoles de los siglos XV y XVI, para realzar la Reforma Protestante como el gran hito renacentista. En Francia, el protestante Guizot (1787-1874), en su Historia General de la Civilización en Europa (1828), reiteró las descalificaciones anteriores de España y del mundo católico.
El resurgimiento de Leyendas Negras en el siglo XIX
El siglo XIX conoció pronto el rebrote de “negrolegendarismo” que afloró en toda Europa y América en esos años, como se ha indicado. Pero había una peculiaridad realmente novedosa, pues también la enarbolaron para defender la independencia de la América hispana los llamados “libertadores” americanos (Miranda, Bolívar, San Martín, etc.). Es decir, unos españoles, criollos americanos, aceptaban la Leyenda Negra en su integridad y la utilizaban como fundamento de su rebelión contra España. No sería la última vez que eso sucedería en los siglos XIX y XX.
Más, lo realmente novedoso, era que españoles de nacimiento aspirasen —quizá hasta de buena fe, algunos— a librarse de la pesada carga de una España a la que identificaban con el atraso, la pobreza y el fracaso, como habían aprendido al estudiar las hipótesis de los philosophes franceses. De nada ha valido la constatación de que, tras independencias (hacia 1824), los muy ricos virreinatos españoles de América emprenderían un camino de declive económico que les llevó a ser mucho más pobres: el relato independentista se mantuvo incólume hasta hoy. Volvería a suceder algo arecido en la misma España en el último tercio del siglo XIX, con el nacimiento de los nacionalismos vasco y catalán.
Aunque lo realmente nuevo que trajo el siglo XIX fue la aparición de una nueva leyenda hispana, la “Leyenda Romántica”. Construida por autores románticos del nivel de los franceses Stendhal (1783-1842 y Merimée (1803-1870), o del norteamericano Washington Irving (1783-1859), esta nueva leyenda entendía que España era el país del romanticismo, un país verdaderamente exótico en la misma Europa.
Juan Valera (1824-1905) consideraba que esta Leyenda Romántica, lejos de mejorar el panorama, era mucho peor y más dañina que las sucesivas y superpuestas leyendas negras fraguadas desde el siglo XVI.