noviembre de 2024 - VIII Año

Gioberti o el nacionalismo conservador

GiobertiEn estos tiempos de renovados nacionalismos en Europa la visita a autores defensores de los mismos en el pasado puede ser un ejercicio harto interesante para suministrarnos claves sobre una ideología no articulada completamente, muy variable, con muchos elementos en función de factores diversos, y que puede llegar a desconcertarnos si procedemos de los distintos universos ideológicos de la izquierda. En este trabajo rescatamos a un personaje que, en principio, parece que no terminaría influyendo en el resultado final del Risorgimento, pero que aporta claves para entender movimientos nacionalistas con base católica, a pesar de su rectificación final.

Vicenzo Gioberti (1801-1852) fue un sacerdote piamontés, profesor de la Universidad de Turín, capellán de la corte saboyana, y que, por sus primeras actividades políticas, vinculadas a la Joven Italia, tuvo que salir del Reino en 1833, no pudiendo regresar al mismo hasta después de 1848, gracias al cambio más liberal provocado por la Revolución, lo que permitió que alcanzara altas responsabilidades políticas en Turín.

Gioberti planteó una versión conservadora para unificar Italia frente al modelo progresista de Mazzini en el que había militado al principio, como hemos mencionado. El proyecto de Gioberti en su defensa de la unidad de Italia, y planteado en su obra Sobre la superioridad civil y moral de los italianos (1843), no parte de la soberanía del pueblo o de una hipotética soberanía nacional, sino de la figura del Papa. Sin el concurso del mismo no podía construirse Italia, y mucho menos contra él, aunque, al final, como sabemos, la unificación se produjo sin el Papado, generando un conflicto que duraría hasta 1929 cuando se selló la paz entre Italia y la Santa Sede con los Acuerdos de Letrán, y la creación del Estado de la Ciudad del Vaticano.

El proyecto de Gioberti ha sido calificado como neo-güelfo por la defensa del Papado, en una denominación que rememoraba el conflicto medieval entre aquel y el Imperio. Los neo-güelfos, monárquicos y moderados, eran partidarios del papel del nuevo Papa Pío IX, que vio en esta corriente un apoyo en el inicio de su Pontificado en la segunda mitad de los años cuarenta. Pío IX había concitado muchas expectativas entre los católicos más avanzados. El Pontífice contribuyó a esta fama gracias a la amnistía que aprobó en julio de 1846 para los revolucionarios de 1831-32. Los neo-güelfos podían presentar un proyecto atractivo para concitar muchas voluntades favorables a la unificación. Ese proyecto fue obra de nuestro protagonista.

gioberti1El nuevo estado italiano debía ser una especie de federación o confederación de príncipes soberanos, presidida por el Papa. Esta idea era fruto de una reflexión historicista contraria al progresismo y voluntarismo de Mazzini, de raíz democrática y republicana. Gioberti consideraba que Italia debía continuar con su tradicional misión civilizadora y hasta redentora, por lo que era necesario construir una nueva fórmula que no rompiera con la realidad cultural previa, y sin procesos revolucionarios, pero sin intervencionismo extranjero tampoco. No olvidemos que la Francia del Segundo Imperio terminaría por interferir posteriormente en el proceso unificador, aunque con resultados un tanto equívocos, lo que parecería confirmar la tesis negativa de Gioberti sobre la participación militar extranjera.

El papel rector del Papa se basaría en su autoridad espiritual, su prestigio internacional y porque reunía la tradición histórica de mediador y cabeza de ligas y asociaciones de estados desde la época medieval y, sobre todo, en la moderna. Su carácter religioso sería otro elemento a tener en cuenta, ya que, siempre según Gioberti, estaría por encima de las pasiones humanas, aunque, como bien sabemos, la historia no confirma esta afirmación, habida cuenta de los numerosos ejemplos de Pontífices que actuaron más como estadistas terrenales que como cabezas espirituales en muchos conflictos.

Gioberti aunó, en consecuencia, ‘italianidad’ con catolicismo. No se podía ser italiano sin ser católico. Pero el autor era piamontés, por lo que no podía dejar de asignar un papel a su Estado, ya tan activo económica y políticamente en esos momentos. El Reino de Cerdeña, por su potencia, y por su situación estratégica en el norte frente a Francia y Austria, enemiga acérrima de todos los proyectos unificadores italianos, debía convertirse en el garante militar de la federación.

Una vez establecida la nueva fórmula, con el Papa a la cabeza, había que diseñar el nuevo sistema político. Gioberti no era un liberal progresista o demócrata, a lo sumo de corte muy moderada. No era partidario de estructuras constitucionales y parlamentarias, a pesar de que presidiría el parlamento piamontés. En todo caso, había que establecer un modelo de instituciones consultivas que consagrase el pacto entre el pueblo y el príncipe en cada estado. Esas instituciones consultivas podrían tener un cierto nivel representativo, pero de la parte social considerada más responsable, y dedicada a tareas legislativas y gubernativas, en una clara defensa del sufragio más censitario. Este sistema podría ser considerado una versión italiana del régimen francés de Carta Otorgada donde no se reconocía la soberanía nacional, ni, por supuesto, una verdadera división de los poderes. En relación con los derechos, Gioberti era aún más conservador, especialmente con la libertad de imprenta, que debía estar muy restringida.

gioberti3El fracaso del proyecto de Gioberti tiene que ver con la actitud de Pío IX, porque no era, realmente, liberal ni tampoco nacionalista. En 1848 se negó a participar en la guerra contra Austria. Además, huyó a Gaeta cuando se proclamó la República romana en 1849. La aureola primigenia se desvaneció, y los nacionalistas italianos comenzaron a considerar que el Papa era un reaccionario y, sobre todo, enemigo de la unificación, interesado solamente en mantener su soberanía sobre los Estados Pontificios. Sus posturas religiosas confirmarían el extremado conservadurismo de Pío IX, como se tendría ocasión de ver en el Concilio Vaticano I.

La corriente neo-güelfa, por lo tanto, naufragó por lo que hemos estudiado, pero ni fue sustituida por el nacionalismo más encendido y progresista de Mazzini, ni por la fuerza de Garibaldi y sus seguidores, sino por el pragmatismo de Cavour, partidario de otros métodos políticos, más liberales que los primigenios de Gioberti, y nada vinculados al Papado, pero alejados también de tentaciones revolucionarias que vinieran de los que habían destronado a los Borbones en Nápoles. Era el proyecto de la burguesía piamontesa y, por ende, de la nueva burguesía italiana.

Fracasado Gioberti, tuvo que dejar la política de primera línea en Turín, para marchar como embajador a París. Allí publicaría, Sobre la renovación civil de Italia (1851), obra en la que se alejaba de su vieja tesis papal federativa para reconocer la vía piamontesa, deslizándose, además, hacia un mayor liberalismo, desengañado con el Papa. En 1852 moriría en la capital francesa.

En relación con la bibliografía actual sobre la unificación italiana, el lector en lengua castellana puede acudir a la síntesis de Davide Scalmani, Historia de Italia, publicada por Sílex Ediciones, en el año 2016. También cabría citar la monografía de Christopher Duggan, Historia de Italia, en Akal (2017).

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