abril de 2024 - VIII Año

Pensar en grande

Imagen: pixabay

Se nos vienen encima meses de turbulencias ideológicas, durante los cuales se sucederán mítines agónicos, campañas de desprestigio, rivalidades cainitas, peleas de navaja cabritera, cartas enriquecidas con balas, estruendo de dosieres hallados de repente y malas artes por doquier. Todo son trampantojos, mentiras y juego de la cimilicera, de amagar y no dar.

El objetivo de tanta bravuconada es hacer sentir y no dejar pensar. Intoxicar los cerebros para confundir, aturdir y sobresaltar. Efectivamente, sentimos con el cerebro, con el cerebro medio, un grado más elevado que el cerebro reptil de los instintos, pero, un grado por debajo del cerebro superior de las ideas. Para que éstas, que son la herramienta del pensar, no se muevan, es preciso enervar los sentimientos, garantizar que la gente vibre, no importa por qué: tanto vale la adrenalina del odio, como el cortisol del miedo, la oxitocina de la adhesión inquebrantable y acrítica, que la dopamina galopante de la ilusión, por ilusa que sea. A estos efectos, cualquier borrachera hormonal es útil.

Los líderes, por minúsculos que sean y desprestigiados que estén, apacientan sus rebaños exacerbando su esmero para envalentonar a su grey, garantizar la disputa y extraer el rédito que ésta pueda arrojar.

Las trampas para hacer bascular los resultados son innumerables: reconocer el derecho al voto de los inmigrantes, con sólo estar empadronados, compra descarada de votos, ocultar las siglas del partido de pertenencia del candidato, presentar candidatos “independientes” que tienen carnet de afiliados, etc.

No obstante todo ello, este artículo es “de oficio”: pongo al servicio del lector conocimientos que tengo, por si le resultan útiles. Antes de apurar el veneno narcótico que los ideólogos están dispuestos a suministrarnos en la próxima campaña electoral, es preciso activar las defensas que preserven el pensamiento, aunque sea pequeño y rudimentario, porque éste siempre será más garantista que la embriaguez de los sentimientos, que nos pueden llevar a la antesala de la locura y ¡cuidado con las locuras colectivas!, que no tienen psiquiatra que valga, como estamos viendo en Brasil.

“Pensar en grande” es un sintagma que usó S.M. Felipe VI, en su discurso de Navidad de 2021. Quiero recordar que lo contraponía a pensar en términos de caciquismo local, de raquitismo de campanario y cultura umbilical, muy en boga a remolque del nacionalismo atávico que nos corroe. No obstante, los medios y la intelectualidad no le han dado mayor trascendencia, ni han exprimido la enjundia que puede tener tal expresión, a mi juicio, feliz y cargada de sugerencias y matices.

En primer lugar, y antes de pensar, hay que atender al presentimiento, que no es un pensamiento, pero tampoco un sentimiento estricto sensu. El presentimiento es un aviso que hace la intuición, una ráfaga de lucidez, fugaz y escurridiza, que es necesario atrapar y atenderla convenientemente. ¿De qué va esto?, ¿qué pretende?, ¿a quién beneficia lo que dice? Antes de comulgar con ruedas de molino, es necesario hacer el escandallo de cuanto se nos ofrece, aunque sea burdo y no dé otra cosa que conjeturas. Y la intuición es una excelente ayuda.

El pensador, a poco que pretenda ir por libre, necesita saber que su propio ideario es sólo uno de tantos, igual que el del orador que escucha. Cada quién tiene el suyo y la verdad no es patrimonio exclusivo de nadie, ni puede ser excluyente. La verdad es un bien mostrenco, fruto de la acción de todos, por insignificante que se considere cada pensador. De aquí se desprende la obligación de ser tolerantes para integrar y valientes para confrontar. La tolerancia es un valor ético, por supuesto; y, además, un ingrediente de la acción misma de pensar: necesitamos la discrepancia de criterios para confrontar ideas y así limar y atemperar el criterio propio, si no queremos desembocar en el dogmatismo. La diversidad es necesaria y debe ser respetada y escuchada.

En seguida, empezando a pensar, aunque sea en chico, restableceremos la memoria inmediata de lo visto y oído hasta ahora del orador que escuchamos. Es preciso mantener la conexión con lo concreto, con el dejá vu del día a día, proveniente de esa fuente. Los hechos son más relevantes que los dichos. Es una pauta de prudencia, congruente con el pasado inmediato, que nos lleva a pensar que un mentiroso, un fabulador, seguirá inventando falacias, porque hay patologías del pensamiento que no se curan milagrosamente. A veces, incluso, no se curan nunca, cuando están asociadas a grandiosidad narcisista. Esta pauta nos puede liberar de atender cantos de sirena de cantamañanas y engatusadores.

Ya, metidos a pensar en grande, es necesario recurrir a la deducción, sacar conclusiones previas, ¿cómo encaja lo que oímos con el saber anterior? Los saltimbanquis, los prestidigitadores no ofrecen consistencia, dan saltos en el vacío o nos engañan con el similiquitruqui de las apariencias y soluciones mágicas llamativamente fáciles. Esto nos puede liberar de populismos adanistas, que aterrizan como reyes magos sin corona, cargados de soluciones sin diagnóstico previo que las ampare.

A continuación, procede usar la dialéctica, el diálogo con las ideas que estamos recibiendo, a qué lógica obedecen, que prospectiva tienen, cuál es su realismo y oportunidad. Así podemos obtener conclusiones finales, que nos satisfagan o nos recomienden el rechazo. Tendremos una síntesis, que puede ser errónea; somos falibles; pero, habremos hecho trabajar al cerebro superior y elaborado un criterio, tan digno y respetable como cualquier otro.

Los líderes y aspirantes también necesitan pensar en grande, utilizando la imaginación ante los dosieres que describen problemas sociales y políticos reales: ¿qué hacer con el 10% de la población española que está en situación de pobreza severa?, ¿cómo hacer descender el 12% de nuestros compatriotas en paro? (ahí están las dos fuentes de la delincuencia), ¿se puede aligerar una deuda pública tan alta como el PIB? (esto es una ruina), ¿qué preparación y valores queremos que tengan los españoles de mañana?, ¿qué hay que prever con respecto a una población que envejece y no se renueva demográficamente?, ¿qué plan tenemos con el reparto del agua?, ¿cómo vamos a fomentar la cohesión nacional para remontar duelos medievales y románticos de nacionalismos trasnochados?, ¿qué pasará si los inmigrantes no se integran en nuestra cultura? (la anomia es una amenaza latente, callada y sorda como la hipertensión), ¿qué esperamos de la Unión Europea y de su necesaria integración política?, ¿qué previsiones tenemos respecto al Magreb y sus actitudes de acoso y hostilidad?, ¿hay algo que hacer con Hispanoamérica, aparte de mandar al Rey a las tomas de posesión de los dictadores de turno y obligarle a escuchar ofensas a la Historia?

El electorado debe tener una exigencia crítica para deslindar la propaganda y quedarse con proyectos que traen noticias de futuro, soluciones realistas a los problemas de hoy, planes de progreso y desarrollo a ras del suelo, En conclusión, más sentido común y menos alharacas de ruiseñor.

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