marzo de 2024 - VIII Año

Virtualidad y cultura (La realidad fingida)

Por Ricardo Martínez-Conde*.- | Diciembre 2017

Cptvdisplay‘Nada más frágil que la facultad humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogativa de lo real’, ha escrito Clement Rosset (1). Pues bien, ¿qué decir cuando la realidad que se nos ofrece como verdadera es una realidad falsa, virtual, irreal?

La vida del hombre ‘cultural’ de hoy es la vida del hombre atribulado. Habiendo modificado de forma brusca e inesperada su paisaje espiritual han dañado su imagen de futuro. Algo en el ‘código actual’ le ha fragmentado en su esencia, y, habiéndole minimizado, se propicia una forma de descrecimiento que bien pudiera suponer una forma de destrucción. (‘En la enorme fractura, en el sistema de oposiciones extremas que cualifica lo humano, la risa encuentra su justificación metafísica’, ha escrito Toni Negri (2).

A este propósito viene bien aquí la precisa reflexión del filósofo francés Jean Beaudrillard que inicia con esa frase rotunda: ‘El hombre y su libertad: esencias fantasmas, hologramas en el parque de atracciones de lo real’ (3). Tratando de hacer una aproximación a la comprensión del tiempo que nos toca vivir (el tiempo por el que transcurrimos y que nos vive), no podemos por menos que compartir, en buena medida, el pensamiento del teórico galo: ‘El destino de todas las cosas es su supervivencia artificial, su resurrección como fetiches de reserva, como esas especies animales en vías de ‘rehabilitación’, como los guetos convertidos en museo, y todo lo que sobrevive gracias a la reanimación o a la alimentación parenteral. Siempre habrá caballos, aborígenes, niños, sexo, realidad, pero como justificación, como fetiche, como reserva simbólica, como decorado, como privilegio, como reliquia, como objeto raro. Especies protegidas -añade- con fines depredatorios bien calculados, que unos gozarán ‘in vivo’ y otros gozarán ‘in vitro’ (4).

Se observa, cómo no, un largo desaliento en este exordio, sobre todo considerando que, de algún modo, con este pensamiento no solo se está dando fe de la falsa realidad, de la virtualidad instituida como vida, sino en cuanto que en estas líneas se diseña a la vez un esquema de futuro. Lo cual resulta un panorama desolador; o bien, considerado más humanamente (esto es, con la proximidad del corazón), confecciona un paisaje definitivamente triste.

Y así llegamos al nudo, a la esencia nuclear: estamos, como hombres, abocados a ver (pensar) el mundo a través del sentimiento, de las emociones, y eso resulta desolador por cuanto este ‘tiempo nuevo’ se nos ofrece cada vez con más insistencia como una realidad virtual. Una realidad falsa. Entonces ¿dado el presente vivo de esa realidad artificial impuesta de una manera poco menos que institucionalizada, habremos de tener que avergonzarnos por nuestra debilidad de solitarios? ¿habremos de renunciar a las emociones? ¿Dónde guardar, para no exponerlo en demasía a un posible veredicto público vengativo (pues no tendría cabida en ese mundo falso) ese sentimiento primigenio que se llamar amor?: amor a la vida y la duda, a sentir la proximidad de la costumbre, de lo inmediato, de lo que es real por sí, por su forma y su tacto; todo lo que ha contribuido al sustento de nuestro (¿provisorio?) acervo cultura hasta hoy.

¿Cómo ofrendar nuestra fe en la vida sobre el altar de una realidad que no es real y que a la vez se nos ofrece casi como el único interlocutor para nuestra inteligencia y nuestros sentimientos? ¿Qué ha de ser, hoy, a partir de ello, el vivir? ¿Qué relación ha de establecer el hombre sintiente con el paisaje que le es propio? ¿Qué habrá de verter el hombre -a tenor de la nueva circunstancia- en el Diario de su sorpresa, de su silencio, de sus preocupaciones?

De Madrid al cielo 183¿Acaso estamos accediendo lenta e inexorablemente al tiempo dominante de la melancolía? ¿estamos, tal vez, abocados a ello? Su Shih, el poeta chino, reflexiona sobre un paisaje de Wang Chin Ch’ing cuyo punto de vista elevado abarca una amplia comarca y una buena parte de un cielo transitado por nubes fugitivas. Desde una perspectiva tan distante solo se aprecian colores en el horizonte: ‘Flotan, grises y verdes, sobre el pecho del río:/ ¿son montes o son nubes? De lejos no se sabe‘. Fascinado por esta equívoca reviviscencia visual, el poeta se confiesa: ‘Tus pinceles/ reviven estas vistas y al mirarlas deseo/ un pedazo de tierra, un pedazo de cielo’. La pintura representa una realidad que propicia la melancolía‘ (5). Un símil acerca de quien observa y siente, haciendo de ello una realidad espiritual.

Veamos en ello la necesidad perentoria de haber de acudir al paisaje de origen, un paisaje real y emotivo superior a cualquier realidad fingida, no-existente; pero así son los verdaderos contenidos del hombre, no-real. Es decir, si aplicamos la emoción de esta percepción al panorama actual estaríamos, más que viendo (pues no existe todavía en la nueva realidad una referencia verdadera para nuestros sentidos) rememorando la necesidad de otro paisaje cuya armonía sí nos es afín tanto al sentimiento como a la inteligencia. Pero he aquí, entonces, que nos habremos retrotraído a un mundo deseado; hemos terminado por enfermar de melancolía, ansiando nuestra voluntad de solitario observador ‘un pedazo de tierra, un pedazo de cielo. Ya sea del paisaje de la infancia o bien el del amor; desde luego, lejos de las ‘máscaras de la realidad’ que los nuevos Ordenadores de la realidad del tiempo nuevo nos imponen.

Y, siendo así, ¿no habremos, con ello, al fin (esto es, bajo la férula dominante de una realidad sin belleza sentiente, de un tiempo sin nombres humanos fiables) perdido o estar a punto de perder nuestra libertad? Y aquí ha de hacerse entrar la necesaria consideración espiritual del tiempo. A tal efecto reflexiona Beaudrillard: ‘El tiempo mismo: ¿qué hacer con el que nos queda, que ya solo se nos presenta en forma de aburrimiento, residuo indegradable? ¿Qué hacer con la verdad y con toda esta clase de valores?; el universo ‘objetivo’ ya no necesita para nada la verdad.

chorro-navafria¿Qué hacer con la libertad, cuyo corazón sigue latiendo débilmente en un rincón? ¿A quién le importa, desde que se dispersó en la ‘felicidad’ y la liberación incondicional de todas las cosas? Ya solo queda su Idea’ (6).

Entonces, ¿tal vez el futuro es solamente la esquela que nos amenaza? ‘Yo cavilo las cosas, escribió Eduardo Blanco Amor- pensando de las que son a las que no son. Y de unas a otras siempre llego a la muerte’ (7). Y qué del amor, ese argumento eterno que nos vivifica y, al fin libera (a pesar de que Arnau de Villanova, en su ‘Liber de parte operativa’, lo incluya como una de las cinco variedades de locura en el hombre) El amor como ‘la idea de alegría acompañada de una causa externa’, al decir de Spinoza. ¿No sabrá é
l alejarnos de ese nuevo fuego destructor que asoma en esta realidad virtual que nos cerca y amenaza imponiendo (exigiendo) al fin la falsedad de toda apreciación espiritual, de todo sentimiento? Más, ¿cómo poder aceptar el fin del amor como certeza verdadera?

Confiemos. Confiemos que ‘el tiempo ahora abolido en este tiempo irreal’ se rehaga de sus actuales cenizas. Al menos, de momento, nos queda ‘la dulce tristeza de una melancolía musical’, la presunción de una certeza ‘verdadera’ (no virtual) antes que llegue la definitiva sombra. ‘Si el amor es en verdad eterno -ha escrito Fernando Savater- lo es en cuanto eternidad implica no infinitud, sino negación del tiempo. ¿Sabe el amor que el tiempo existe? Lo sabe: el tiempo es la pérdida o el silencio del amor’ (8). Ahora bien, mientras haya tiempo en nuestra voluntad y nuestra inteligencia, que sea un tiempo real para vivir, esto es, no acotado por la enloquecedora virtualidad de una realidad que no es, según quieren imponernos los cánones de la nueva doctrina de la falsa inteligencia alienante de las máquinas; la que denuncia Beaudrillard con contundencia, pues ‘cuando reinan las memorias artificiales, nuestras memorias orgánicas pasan a ser superfluas (incluso desaparecen progresivamente). Cuando todo tiene lugar entre terminales interactivos en la pantalla de la comunicación, el Otro se ha convertido en una función inútil’ (9).

Calladamente dejó escrito el poeta:

‘Vivimos en el viejo caos del sol,
O en la vieja dependencia del día y de la noche,
O en soledad de isla, libres y sin tutela
De esas anchas aguas de las que no podemos escapar.(…)
Y en el cielo aislado, cuando cae la tarde,
Casuales bandadas de palomas describen
Equívocas ondulaciones, al hundirse en la sombra
Con las alas abiertas’ (10)

Quizás por todo ello, podríamos concluir, ‘el arte, el trabajo, la religión, el cuerpo, aunque muertos, se han olvidado de morir’ (11). Y, siendo así, confiemos en que otro horizonte habrá que venga a liberarnos, que nos acerque a nosotros mismos.

Notas:

1.- Clement Rosset. Lo real y su doble. Ensayo sobre la ilusión. Tusquets, Barcelona, 1999 p. 9
2.- Toni Negri. Arte y multitud. Ocho cartas. Trotta, Madrid, 2000 p.61
3.- Jean Baudrillard. El intercambio imposible. Cátedra, Madrid, 2000 p.50
4.- Idem, p.50
5.- Francisco Calvo Serraller. ‘Babelia’. Diario ‘El País’, 30-12-00
6.- J. Baudrillard, op. Cit. P.50
7.- Eduardo Blanco-Amor. La Parranda. Biblioteca Júcar, Madrid, 1985 pp. 80-81
8.- Fernando Savater. Invitación a la ética. Anagrama, Barcelona, 1983 p.119
9.- J. Baudrillard, op. Cit. P.47
10.- Wallace Stevens.Las auroras de otoño y otros poemas. Visor, Madrid, 1993 p. 67
11.- J. Baudrillard, op. Cit. P.50

ricardo cir
 
 
*Ricardo Martínez-Conde es escritor, web del autor http://www.ricardomartinez-conde.es/

 

 

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