abril de 2024 - VIII Año

El dramaturgo Jesús Campos irrumpe en la novela con ‘Mundo cruel’

Fotografía de Berta Muñoz

«La creación, para mí, es un proceso de “reciclaje de la realidad”».

El jienense Jesús Campos García (1938) es una especie de One-Man-Show, un hombre de teatro total que lleva toda la santa vida dedicado a las tablas de todas las posibles maneras que a uno se le puedan pasar por las mientes. Su pasión desbordada por el arte de Talía le ha llevado a hacer casi de todo: desde dramaturgo a director escénico, pasando por actor, escenógrafo, docente, ensayista y gestor cultural. Seguramente también ha llegado a ser regidor, maquinista o iluminador. Empezó en los lejanos años 70 del siniestro tardofranquismo y la bendita Transición, peleándose con los oscuros sayones de las tijeras y las reprimendas. Durante la democracia, su teatro se las ha tenido que ver con otra censura: la que imponen las irracionales leyes del mercado. Y es que sus textos teatrales nunca han dejado de lanzar una mirada crítica a la pacata sociedad rampante que le/nos ha tocado sufrir y de la que se ha defendido en ellos con la lucidez que da el más puro humor negro. Sus propuestas escénicas han estado marcadas por la experimentación, en la que se ha manejado con soltura, haciendo uso de los lenguajes más diversos sin hacer distingos entre los géneros más dispares: desde el auto sacramental hasta la alta comedia con toques del teatro del absurdo. Eso sí, aunque la crítica habitualmente le ha querido meter en el cajón que se ha dado en llamar Nuevo Teatro Español, su interés por las obras de los dramaturgos realistas le saca en cierta medida de esta estrecha horma para entroncarle con la tradición, a la que se acerca desde una relectura muy personal.

Durante 25 años, desde 1975 —en el que formara el grupo independiente Taller de Teatroestuvo montando personalmente todas sus obras. Entre ellas: Nacimiento, pasión y muerte de… por ejemplo: tú (1975), Blancanieves y los 7 enanitos gigantes (1978), Es mentira (1980). Otras —Matrimonio de un autor teatral con la Junta de Censura (1974) y En un nicho amueblado (1975)— aunque no llegaron a los escenarios fueron editadas y recibieron premios.

En ellas abordaba temas tan peliagudos para la época como: la censura, el machismo o la pena de muerte…  ¡Algunos lo siguen siendo ahora!

El gran espaldarazo le llegaría a Campos ya casi al final de este periodo: en el año 74 gana el Premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid por su obra 7000 gallinas y un camello, lo que le permitió estrenarla en el escenario del Teatro María Guerrero dos años más tarde. La función convierte el entonces Teatro Nacional en una inmensa granja avícola con gallinas de verdad que no dejaba de ser una elocuente metáfora del crucial momento histórico que estábamos a punto de vivir. El camello (uno de los que Campos repescara de la producción cinematográfica Lawrence de Arabia) llegó a ir a la tele para una entrevista y salió de gira como reclamo publicitario. Tras la representación los espectadores se iban a casa tan campantes con un souvenir, como en las bodas: una gallinita de plástico que seguía “cacareando” las verdades del barquero. Es posible que aquella función fuera uno de los acontecimientos culturales más importantes en aquella España de la pronta incipiente Transición política.

Al galardón citado, Campos añadiría con el correr de los tiempos otros tantos, entre los que se cuentan: el Carlos Arniches de Alicante, el Eulalia Asenjo de la Real Academia Española, el Tirso de Molina (2019) y el Nacional de Literatura Dramática del Ministerio de Cultura (2000), por citar los más conspicuos.

Los años ochenta le ofrecen la posibilidad de hacer un paréntesis en su producción teatral para dedicarlos a dirigir los Teatros del Círculo de Bellas Artes de Madrid con Martín Chirino al frente de la institución, donde consigue poner en marcha tres salas simultáneas en donde programa fundamentalmente autores españoles contemporáneos. ¡Y ojo! Sin programarse a sí mismo, como suele ser habitual en estos casos. Una de sus propuestas rompe todos los cánones del momento. Los viejos del lugar tuvieron ese día que desempolvar sus sales para aliviar el soponcio que les produce la ascensión de los actores de la Fura dels Baus por la fachada del vetusto edificio. La performance pone como chupa de dómine la sufrida fachada a consecuencia del dripping de los “cubos Pollock” de pintura de distintos colores a cargo de los circunstanciales alpinistas.  ¡El escándalo estaba servido!

En 1990 vuelve a la carga con nuevos montajes de sus obras: Entrando en calor (1990), A ciegas (1997), estrenada en el Festival de Otoño; Triple salto mortal con pirueta (1997); Naufragar en Internet (1999); Danza de ausencias (2000); Patético jinete del rock and roll (2002); La fiera corrupia (2004), Entremeses variados (2005); d.juan@simetrico.es (La burladora de Sevilla y el Tenorio del siglo XXI) (2008). Su última función hasta la fecha, ‘… Y la casa crecía’, le llevaría de nuevo a su añorado María Guerrero con una producción impecable, en el 2016.

Entre 1998 y 2016 preside la Asociación de Autores de Teatro (AAT), poniendo en marcha, entre otros proyectos, la revista Las Puertas del Drama, el Maratón de Monólogos, la colección de Obras completas o escogidas y el Salón Internacional del Libro Teatral, que ya va por su 23ª edición. En la actualidad, es Presidente de Honor de la AAT.

Campos ahora vuelve al ruedo ibérico de nuestras entretelas porque acaba de publicar su primera novela: Mundo cruel (In-Cultura editorial, 2023).

Imagen de Martín Moreno & Altozano

Entreletras ha tenido la oportunidad de conversar con el autor sobre todo lo humano y parte de lo divino.

Después de tantos años entregado al teatro, cambias de género y te lanzas a la aventura de publicar tu primera novela. ¿Qué tiene a tu juicio la narrativa que le falta a la literatura dramática?

Nada. Cada cosa tiene su aquel. Con esta mi primera incursión en la novela cierro un ciclo, o comienzo a cerrar un ciclo, que inicié con la poesía. En el fondo, todo responde a una misma necesidad, la de expresarte o la de expresar a un colectivo. Cuando eres joven es mucho el anhelo y poca la experiencia, por lo que esa necesidad se vale de la síntesis (máxima en la poesía) para decir mucho con poco. La edad adulta ya contiene relatos (historias vividas u observadas) en la que los conflictos te hacen salir del yo para ponerte en el lugar del otro; sigue vigente la síntesis (economía de medios por mor de la eficacia), si bien aumenta la complejidad; no en vano el drama es la literatura de la acción. Y de abuelito, pues a contar historias, más panorámicas, menos concentradas en el espacio tiempo, aunque no por eso menos clarificadoras.

Soy consciente de que los novelistas jóvenes o los poetas de la tercera edad pondrán el grito en el cielo. Pero es que no estoy hablando por ellos (Dios me libre), estoy hablando por mí. Y a mí esta explicación me explica.

Pero convendrás conmigo en que para un hombre de teatro —con lo compleja que es la producción teatral— no deja de ser todo un alivio la posibilidad que ofrece la novela de descargar la responsabilidad en el lector. Como en un self service, él se tiene que ocupar de todo: escenografía y figurines, reparto, movimiento escénico, luces… Porque yendo a lo práctico: ¿quiénes dan más guerra: los personajes de una novela o los actores de carne y hueso?

Para concretar una idea y darle cuerpo has de enfrentarte a un sinfín de dificultades, pero… ¿y el placer de superarlas? Si las superas, claro. De ahí esa tendencia al masoquismo que se nos atribuye a los teatreros.

Y sobre lo que supone “descargar la responsabilidad en el lector”, te cuento: cuando monté A ciegas (obra que se representaba en la más absoluta oscuridad) ya jugué a descargar esa responsabilidad, pero en el espectador. Había un momento (por citar solo la escena más compleja) en el que la casa resbalaba por la ladera de una montaña hasta caer al mar y, ya en el agua, se convertía en una embarcación; esto en medio de una guerra y con el oleaje embravecido. Una secuencia que, por su complejidad escenográfica hubiera sido imposible de materializar a ojos vista, pero que, gracias a la oscuridad, el espectador pudo imaginar, con un resultado bastante convincente. Bien es cierto que para lograrlo contábamos con un sonido envolvente que recreaba el combate y el oleaje. También contábamos con subgraves que hacían vibrar los asientos de los espectadores cuando la casa resbalaba por la ladera, y un vez que caía al mar, salpicábamos agua en todas direcciones al tiempo que arreciaba el viento, sin que dejaran de sucederse las explosiones; esto, unido al dramatismo de los personajes en semejante situación, facilitaba la inmersión de los espectadores en un proceso similar al de los lectores ante el libro.

Pero volviendo a tu pregunta, no es lo mismo personajes que intérpretes. Los personajes (de teatro o de novela) nunca te dan problemas si actúan a su aire, si los escuchas, si los dejas vivir. Otra cuestión, ya, es si los pones al servicio de una idea previamente planificada. Son sistemas de trabajo que responden a dos modos de entender la creación: indagar en lo que desconoces o tratar de reafirmarte en aquello que sabes, o crees saber. Huelga decir que he apostado siempre por la indagación.

En cuanto a los intérpretes, hay que entenderlos. Trabajan diariamente con el conflicto, por lo que su conflictividad habría que considerarla una enfermedad laboral. Lo que no significa que todos sean conflictivos, como no todos los mineros tienen silicosis. Aunque sí una mayoría. Yo he vivido puestas en escena en las que no tuve ni un solo problema. Pocas, eso es verdad; pero que es posible. Y cuando alguien se te subleva, pues eso, te das un atracón de masoquismo.

Puesto que te has metido de lleno en la novela con Mundo cruel, dime qué autores dramáticos consideras que la han influido y, en sentido contrario, qué novelistas han dejado huella en tu teatro.

Probablemente son muchos más de los que soy consciente. Y me fastidia, porque me gustaría detectarlos a todos y reconocer su influencia. Es lo justo. Además que, en mi opinión, sentirte acompañado, participar de una visión del mundo que ya tuvieron otros, lejos de mermar, aumenta el valor de lo que haces.

Cervantes sería para mí el más claro de los referentes. Su trayectoria de autor teatral que desemboca en la novela no es un dato menor. La acción trepidante, el depositar la reflexión en los personajes más que el narrador, y el mucho dialogar, son modos de hacer en los que me reconozco. También en su facilidad para entrar y salir de la realidad que con tanta maestría plantea en el Quijote. Más próximos: Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, Ionesco. Ah, y Torrente Ballester, la naturalidad con que pasa de la realidad a la irrealidad en La saga/fuga de JB me parece envidiable. Y bueno, podría darte una lista más amplia de autores que me gustan, y que probablemente me hayan influido, pero son influencias más imprecisas. Yo es que estoy convencido de que todo lo que hacemos ya ha sido hecho antes. Las ideas te llegan sin saber bien de dónde. A veces rebotadas o regurgitadas por otros. La tradición es eso: una gran influencia.

Ahora, si me preguntas qué dramaturgos influyen en mi novela o qué novelistas influyeron en mis obras dramáticas, ahí te diría que la respuesta no es que me sea difícil, es que me es imposible, que todo en este oficio es endiabladamente transversal.

Bien, pues vamos con “ese” Mundo cruel. Ya el título nos anticipa algo: los personajes están encerrados en un teatro de operaciones disparatado (el Gran Teatro del Mundo) que no admite posible mutis por el foro, como es preceptivo en la frase hecha: ese “adiós” del suicida. ¿O sí?

No creo que “destripemos” nada si hablamos del intento de suicidio de Martín. ¿O sí? Es complicado hablar de una obra argumental (novela, teatro, o cine) y no acabar “destripándola”.

Pero fíjate, ahora que me lo preguntas, caigo en la cuenta de que nunca, mientras la escribía, pensé en ese “adiós” que acompaña al Mundo cruel en los lamentos. Y es que, como bien sabes, pues la conoces, la novela no va de suicidios. Hay un percance algo trapisondista, cosa de risa, diría yo, pero que nada tiene que ver con el suicidio; que el suicidio son palabras mayores. Y es que en su conjunto, más que de dejaciones, Mundo cruel, riéndose del mundo, nos habla de la adaptación al medio, de la resistencia ante la adversidad, en definitiva de sobrevivir, que es todo lo contrario a quitarse la vida. Vamos, que de que el mundo es cruel no cabe la menor duda, ahora de “adiós”, nada.

‘7000 gallinas y un camello’ en Valencia (Fotografía de Alberto Casas «Toti»)

El Mundo cruel de la novela, ¿es más cruel o menos que el que nos acosa todos los días? O dicho de un modo más pedante: ¿la realidad siempre supera la ficción? O, rizando aún más el rizo, la realidad y la ficción, ¿no serán lo mismo como entendía don Quijote?

Cierto: realidad y ficción son una misma cosa, solo que con alguna diferencia respecto a cómo la percibimos. Digamos que la realidad es una gema en bruto mientras que la ficción es la gema tallada. Mira que en Mundo cruel hay situaciones disparatadas, inverosímiles incluso, pues bien, nada de lo que ahí se cuenta es invención, todo tiene su origen en la realidad. La creación, para mí, es un proceso de “reciclaje de la realidad”. A lo largo de la vida vas acumulando experiencias, observaciones…: informaciones que de algún modo has ido archivando en un segundo plano de la memoria, hasta que, sin saber muy bien por qué, salta la chispa y se produce un cortocircuito que pone en conexión unos archivos con otros. (A esto antiguamente se le llamaba inspiración). A partir de ese momento, la realidad, siempre confusa, comienza a clarificarse mediante la generación de una nueva historia que nada tiene que ver con las historias a las que pertenecieron las vivencias o las observaciones recicladas. Construyes un nuevo edificio pero no fabricas los ladrillos, los ladrillos ya los tenias almacenados.

Otra cuestión muy distinta es la auto-ficción (hoy tan en boga), obras, que más que como “ficción del yo”, habría que considerarlas como auto-biografías mejoradas. Todas las auto-biografías suelen estar mejoradas, va de suyo (incluso muchas biografías), solo que estas no tienen el menor problema en admitirlo. Y aquí no solo se trata de reutilizar los ladrillos, el edificio entero se reutiliza, eso sí, haciéndole una limpieza de fachada. A ver si saco tiempo y lo mismo me hago una.

Pero volviendo a Mundo cruel, te diré que esta novela habría que situarla en el extremo opuesto de lo que se entiende por auto-ficción. (Que nadie se confunda por el subtítulo: Malformación, enajenación, regeneración y posterior voladura de una biografía alucinada, o alucinante, o alucinógena. A saber). Cuando la escribía no solo se generaba una nueva historia muy distinta de la mía personal, sino que, en ocasiones, esta se encabritaba y lo que se generaba era una nueva realidad. Creo que al final todo queda en su sitio, vamos, que los despropósitos se concilian con la sensatez; pero en el transcurso de los acontecimientos, yo aconsejaría al lector que, más que de la lógica, se valga de la intuición para seguir la narración.

Imagino que, aunque estés liado con la publicación y promoción de Mundo cruel, tus proyectos creativos ya caminan por otro lado. ¿En qué andas ahora?

En nada y en todo. Esto es así. Cuando me queda un rato, avanzo en la corrección de la novela que espero publicar a comienzos del año próximo. El paisaje siempre es inocente o El puente de la hiedra serán su título y su subtítulo, aunque aún no sé en qué orden. Esta es más normal; que no estoy continuamente sacando los pies del tiesto, aunque algo rarito sí que tiene (genio y figura…). También tengo un par de obras de teatro que me está costando ponerlas en pie: Lo niego, me niego, reniego, que ya te puedes imaginar de qué va, es un sainete costumbrista de fácil aceptación por un público mayoritario, pero su producción es muy costosa (mucho reparto y escenografía complicada de mover); en cambio, Papel higiénico es más baratita (tres intérpretes y cuatro elementos escenográficos, que además ya los tengo), pero se habla de la monarquía, y aunque en España ya no padecemos la censura grosera de antaño, si disfrutamos de la censura líquida (tan permisiva): tú puedes hacer lo que quieras, solo que no tienes dónde hacerlo, porque los teatros o son de titularidad pública o dependen de las subvenciones. Y bueno, lo cierto es que hasta ahora nadie me ha dicho que no quiera programarla, solo que no contestan (el silencio administrativo). Que no es que sea una obra revolucionaria, solo que ocurre durante la semana en que nos confiaron, los ancianos morían abandonados en las residencias y nuestro rey renunciaba a la herencia de su padre: nada que no se haya dicho mil veces en los telediarios, pero… Y es que la gema en bruto (la realidad) de la que hablábamos hace un momento se puede soportar, pero cuando se talla (para eso sirve la ficción), la transparencia que se logra con el tallado la hace insoportable.

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