mayo de 2024 - VIII Año

Javier Lostalé: “La vida está siempre por encima de la poesía”

Javier Lostalé (Madrid, 1942) es periodista y crítico literario, pero ante todo y sobre todo poeta. Como tal, ha publicado los siguientes libros: Jimmy, Jimmy (Editorial Sala, 1976; Huerga & Fierro, 2010); Figura en el Paseo Marítimo (Hiperión, 1981; Ars Poetica, 2017); La rosa inclinada (Rialp, 1995); Hondo es el resplandor (Puerta del Mar, 1998; Polibea, 2011); La estación azul (Calambur, 2004; Renacimiento, 2016); Tormenta transparente (Calambur, 2010); El pulso de las nubes (Pre-Textos, 2014); Cielo (Vandalia, 2018) y Ascensión (Pre-Textos, 2022). Los cinco primeros poemarios mencionados fueron recogidos en La rosa inclinada (Calambur, 2002). También ha sido Lostalé antólogo de poesía; como muestras de esa faceta, cabe mencionar su selección de poemas de Vicente Aleixandre titulada Antología del mar y la noche (Al-Borak, 1971), Edad presente. Poesía cordobesa para el siglo XXI (Vandalia, 2003) y Árbol desnudo. Poesía de José Cereijo (Renacimiento, 2017). En su calidad de crítico literario, es autor de Quien lee vive más (Polibea, 2013), Javier Lostalé. Lector de poesía (Fundación Gerardo Diego, 2019) y Lector cómplice (Athenaica, 2021). Ha recibido los premios Francisco de Quevedo y Nacional al Fomento de la Lectura.

Pedro López Lara y Eugenio Rivera han conversado para Entreletras con Javier Lostalé.

En un texto en prosa que aparecía al principio de uno de sus poemarios, decía usted lo siguiente: “Escribo para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron, escribo porque nunca fue más bello el engaño”. El engaño, por otra parte, es un motivo recurrente en su poesía. ¿Qué significa para usted “el engaño”?

El engaño yo más bien lo identifico con la ficción, esto es, con lo que decía Mario Vargas Llosa: “la verdad de las mentiras”. Cualquier obra artística, también la poesía, es un engaño, pero un bello engaño, y es una mentira, pero una mentira que se transforma en verdad cuando luego el lector lee ese texto. Muchas veces en lo que escribimos se encuentra aquello que hubiéramos deseado vivir y que no hemos vivido, y por tanto la escritura, en ese sentido, nos da una posibilidad de salvación personal.

¿Qué función desempeña el lenguaje en la construcción de ese engaño?

Como decía Octavio Paz, hay siempre al escribir un poema una lucha con el lenguaje, porque el lenguaje a veces se pone de nuestra parte y a veces está en contra de nosotros. Cuando esto último ocurre, hemos de intentar domeñar ese lenguaje, o al menos pactar con él: muchas veces el lenguaje nos arrastra, y por eso al escribir un poema podemos empezar de una manera y terminar de otra diferente, sin que esa haya sido nuestra intención primera.

A propósito de Vicente Aleixandre se ha hablado, como todos sabemos, de exilio interior. A veces se encuentra también en sus versos la noción de exilio, pero de un exilio que iría más allá del de Aleixandre, un exilio no ya interior sino intrínseco, inherente o germinal. En uno de los poemas del libro Cielo dice, por ejemplo: “Miras el mundo / y nada de él entiendes, / pues en ti no hubo / sino un constante desnacer”. Y en otro de ese mismo poemario: “Abandonado y sin territorio, / no regreses de donde estás”. ¿Ha sentido usted esa especie de exilio íntimo que parece expresarse o desahogarse en su poesía?

Sí, yo creo que ese exilio lo he sentido yo y lo siente mucha gente. Y sobre todo cuando se habla del amor, pues la pérdida amorosa puede repetirse varias veces a lo largo de la vida. Cuando uno pierde su amor, entra de alguna forma en un exilio interior. Pero la postura frente a ese exilio puede ser una postura de rebelión o una postura de aceptación. Y la mía es más bien de aceptación. Y al aceptar el exilio se entra en la soledad, aunque es una soledad, creo yo, no negativa, sino positiva y que, por consiguiente, tiene dentro de sí la esperanza.

La aceptación de la que acaba de hablar da la impresión de acentuarse en lo que podríamos llamar segunda fase de su poesía. Es decir, en sus cuatro últimos poemarios: Tormenta transparente, El pulso de las nubes, Cielo y Ascensión. ¿Lo ve usted también así?

Sí, ahí empieza a larvarse una aceptación. Creo que a partir de Tormenta transparente hay un cambio, un giro en mi poesía, aunque determinados rasgos de ese libro se pueden encontrar ya en algunos poemas de mi primer poemario, Jimmy, Jimmy. Lo que sucede es que el primer libro, como suele ocurrir siempre, está estrechamente unido a lo autobiográfico y a la experiencia vivida, una experiencia muy directa. Y luego, a medida que uno va escribiendo, el yo va desvaneciéndose un poco y comienzan a aparecer los otros, o aparece ese yo pero convertido en un tú, es decir, con cierto distanciamiento. Por otro lado, a partir de Tormenta transparente, se inicia una etapa de despojamiento o depuración verbal. El primer libro, por ejemplo, tenía muchas imágenes, muchas metáforas surrealistas, porque en aquella época yo estaba bastante influido por Vicente Aleixandre, era la época en la que tenía un contacto frecuente con él. Luego, poco a poco, mi poesía se va despojando de imágenes y se va haciendo más esencial. Es un proceso que creo que no solo se da en mi poesía, sino que es frecuente en la trayectoria de muchos poetas, cuyos últimos libros tienden a ser más esenciales.

Su poesía es difícil de adscribir a una corriente determinada. Ya Antonio Colinas hablaba a propósito de ella de una “poesía a contracorriente”; y también Roberto Loya decía que es “una isla”. ¿Está de acuerdo con esos juicios? ¿Cree que el hecho de que su poesía constituya un caso singular puede haberle perjudicado?

Sí, creo que sí, que la no adscripción a ningún grupo me ha perjudicado. Ya en la antología Espejo del amor y de la muerte, de 1971, en la que aparecían poemas míos junto a otros de Luis Alberto de Cuenca y Luis Antonio de Villena, mi poesía era muy distinta de la que escribían ellos; ellos escribían entonces una poesía muy culturalista y el contraste con lo que yo hacía era grande.

Ahora bien, y desde un punto de vista más general, hay que tener en cuenta que el acto creador es siempre único, aunque luego existan afinidades electivas, por grupos o amistades, o coincidencias de distinto signo, pero en el momento de escribir cada autor es único. Además, toda clasificación es cuestionable. Por ejemplo, cuando se habla de Luis García Montero como exponente nítido de la poesía de la experiencia, sería necesario matizar: hay algunos poemas de Luis García Montero que sí están totalmente próximos a la experiencia, pero hay otros en que la experiencia de alguna manera es trascendida.

Una dicotomía de la que se habló y escribió mucho en los años 50 y 60 es la que oponía la poesía entendida como comunicación a la poesía concebida como conocimiento, es decir, como forma de indagación en la realidad. ¿Qué opina acerca de esa controversia y cómo situaría su poesía en ella?

Creo que en la poesía se dan o deben darse ambas facetas. La poesía es conocimiento en el sentido de que sirve para que el propio poeta se conozca, y, si es una poesía más o menos reflexiva, sirve también para que quien la lee se conozca mejor a sí mismo; y es comunicación porque debe haber siempre “otro”, un lector que lea y saque sus propias conclusiones de la lectura. De hecho, cuando el poeta emplea el en sus textos, lo que pretende con ello es hacer general lo que es particular. Si uno, por ejemplo, escribe un poema amoroso pensando en su propia consideración del amor y no es capaz de conseguir que otros que aman de otros modos muy distintos puedan también emocionarse leyendo ese poema, entonces el poema ha fracasado.

En uno de los textos preliminares de la recopilación de poemarios que con el título de La rosa inclinada se publicó en 2002, Antonio Colinas hablaba de que la poesía en buena medida se había convertido en “mercado e imagen”. Sin embargo, la forma que tiene usted de “estar” en los actos poéticos, con una actitud que el propio Colinas calificaba como ”de recogimiento”, es muy distinta de la que en esos mismos actos adoptan otros autores y se aleja de la pompa y boato que parece rodear a muchos eventos poéticos.

Para mí, el acto de creación es una cosa tan importante que tiene que estar ajeno a todas esas cuestiones externas. Resumiría mi actitud adhiriéndome a lo que hace algunos días me dijo, refiriéndose a sí misma, una muy buena amiga y gran poeta, Pureza Canelo: “a mí me gusta ser invisible por fuera y visible por dentro”. Yo creo, en efecto, que la vida y la intimidad del poeta deben estar en sus versos y que, en cambio, como persona debe mantenerse alejado en la medida de lo posible de toda esa batahola que a menudo rodea a la poesía. Pero con esto no quiero decir que el poeta deba aislarse, evitar la relación con los otros poetas. Todo lo contrario: en mi caso concreto, he tenido siempre, desde el punto de vista personal, el apoyo e incluso la amistad de muchos poetas.

Al leer su poesía, uno no puede dejar de ver en ella cierta vertiente mística, sobre todo en sus últimos libros.

La relación existe, en efecto, y puede cifrarse en la fusión con el ser amado. Pero esa fusión no prescinde en mi caso del cuerpo: el cuerpo está también muy presente. Aunque se esté hablando del alma, es un alma en la que también está el cuerpo. Es algo similar a lo que ocurre con la poesía de San Juan de la Cruz, que, para muchos no creyentes, es una magnífica poesía erótica.

En su poesía se podrían establecer dos binomios correlativos: por un lado, está la pareja palabra/silencio, y, por otro, la pareja amor/ausencia (o pérdida) del amor. Y en ambos casos la memoria parece desempeñar una función básica, como instrumento que puede rescatar el amor cuando ya no ocupa el presente y convertirlo en palabra.

Estoy totalmente de acuerdo: la memoria lo que hace es que permanezca aquello que ya no existe. Pero habría que puntualizar que entre la memoria y el olvido se da una relación muy estrecha. La memoria a veces se queda solo en el recuerdo y entonces resulta insuficiente; el olvido, en cambio, nubla en cierta medida todo lo que existió pero conserva su llama, que es lo esencial, y por tanto alcanza un grado de presencia, de realidad, que paradójicamente resulta más alto o más intenso que el que puede proporcionar la memoria. De ahí que a veces sea más importante en nuestra vida lo que no tenemos que lo que tenemos.

Quizá lo que acaba de decir se relacione con otro aspecto de su poesía, cuando en distintos pasajes afirma que es en la soledad donde se da la mayor libertad amorosa.

Sí, hay algo de cierto en ello, pero también hay que tener en cuenta el papel que juega la imaginación. En la buena poesía la imaginación es siempre fundamental; muchos creen que en la poesía la ficción no tiene importancia, pero no es así. El lector puede estar leyendo un poema amoroso y pensar que el poeta ha vivido una gran historia de amor, cuando en realidad resulta que esa historia solo ha existido en la ficción y es a través del lenguaje como se ha construido. Esto no quiere decir que el concepto de verdad no exista en poesía; hay desde luego una verdad poética, pero no tiene por qué coincidir con la vital.

Usted hizo una recopilación de sus cinco primeros poemarios que se tituló La rosa inclinada y se publicó en 2002, pero desde entonces no ha vuelto a publicar una “poesía reunida”. ¿Tiene pensado hacerlo en algún momento?

Bueno, a lo mejor mi poesía reunida la publica cuando yo muera mi albacea literario, que es José Cereijo. Creo que ese sería el momento idóneo para hacerlo. Ahora yo me inclino más por publicar en un solo volumen mis cuatro últimos poemarios, que me parece que tienen una coherencia entre sí y constituyen de algún modo un conjunto.

Mencione algunos poetas que le hayan influido.

En una primera etapa, Vicente Aleixandre y, en algunos aspectos, Luis Cernuda; también, en la concepción de lo absoluto, Rilke; y, en general, la poesía metafísica inglesa; y hay quien afirma que en mi poesía se pueden percibir ecos de Claudio Rodríguez. Por otro lado, yo admiro a muchos poetas que cultivan una poesía diferente de la mía, como pueden ser Jaime Siles, Antonio Colinas o José Cereijo.

No hemos hablado de sus relaciones con los editores. ¿Cómo han sido?

Han sido muy buenas. Los editores han sido muy generosos conmigo, pero también porque he tenido el apoyo de otros poetas. Cuando en 2002 Calambur publicó mi poesía reunida, mi principal valedor y el que luchó para que se publicara fue Juan Carlos Mestre. Él fue quien convenció a Emilio Torné, que entonces no me conocía, para que leyera mi obra, y de esa lectura surgió la publicación. Algo similar puedo decir de la segunda fase de mi poesía, publicada básicamente en Pre-Textos, una editorial que me ha tratado muy bien. En este caso, el mediador e incluso corrector de mis textos ha sido José Cereijo.

Explíquenos cómo se ha compaginado su quehacer poético con su otra faceta, la periodística.

La labor periodística tal vez me haya perjudicado un poco, en el sentido de que acaba uno siendo más conocido como periodista, en mi caso como periodista radiofónico, que como escritor. Aunque por otro lado esa labor tiene también su vertiente positiva. En parte porque en los programas culturales, que son aquellos en los que yo he participado, se puede utilizar un lenguaje próximo al literario, incluso metafórico; por otro lado, porque la profesión periodística me ha dado la posibilidad de conocer y luego incluso trabar amistad con infinidad de escritores de diferentes generaciones, y eso ha sido muy gratificante para mí.

Aunque, claro, el trabajo también te resta tiempo para la creación poética. De hecho, yo estuve catorce años sin publicar ningún poemario, y Antonio Colinas, por ejemplo, me instaba a que me dedicara menos a la radio y escribiera más; y algo similar me decía Claudio Rodríguez: “Deja de hacernos entrevistas a nosotros y ponte a escribir, que es lo tuyo”.

Y hay un aspecto importante, un vínculo que se da entre esos dos mundos a priori disímiles que son la poesía y el periodismo; se trata de la imaginación. Hablábamos antes de lo importante que es la imaginación para el poeta; y es obvio que la imaginación es también muy relevante para quien escucha la radio, que a partir de las palabras que oye debe construir todo un mundo, una realidad. En mi caso además hay otro paralelismo entre la creación poética y la labor radiofónica: cuando escribo un poema, yo siempre pienso en alguien, en una persona, y eso le da al poema una intensidad especial, aunque esa persona no exista o sea solo una figura más o menos convencional; y en la radio me ocurre lo mismo: cuando hablo, aun siendo consciente de que me estoy dirigiendo de hecho a todos los oyentes, yo lo hago como si me dirigiera a alguien concreto: me dirijo a un solo oyente porque creo que la forma de llegar a muchos es dirigirse a uno, porque solo así existe comunicación auténtica, real.

La última pregunta: ¿ha merecido la pena?; la vida, la poesía, ¿han merecido la pena?

Vicente Aleixandre me decía: “Mira, Javier, la vida está siempre por encima de la poesía. Si tú una noche te sientes inspirado y esa misma noche te surge una aventura amorosa, vive la aventura amorosa, y si se te va la inspiración, ya volverá; porque siempre será más interesante lo que vayas a vivir esa noche que el poema que vayas a escribir”. Me parece que esas palabras pueden servir como respuesta.

Vamos a cerrar la entrevista no con una pregunta sino con una solicitud: le vamos a pedir que elija un poema suyo, que luego transcribiremos y servirá de colofón, a la vez que será una muestra de la actividad que ha hecho al entrevistado merecedor de la entrevista.

Me pilla de sorpresa y me resulta difícil ahora mismo elegir uno, pero creo que podría ser alguno de los que figuran en Cielo o en Ascensión. Quizás el último poema de uno de esos dos libros.

¿Le parece bien el último poema de Cielo, el titulado “Cielo completo”, que es un poema excelente?

Me parece bien.

CIELO COMPLETO 

De nada te arrepientas:
tu existencia brilla ya
en su cielo completo,
allí donde vida y muerte
son la misma tiniebla blanca.
Que nada en tu biografía cicatrice
para que sean sus heridas quienes la escriban.
Que ningún otro tesoro busques
más allá de lo perdido dentro de ti.
Conciencia eres ya sólo
rendida a la más bella desposesión,
la que tú elegiste
sin apagarse nunca el fuego
de su primera turbación lunar.
Abandonado y sin territorio,
no regreses de donde estás,
pues no hay espacio más hondo
que el de un alma habitándose en soledad.

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Archivo Entreletras

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