octubre de 2024 - VIII Año

¡Ese es Galdós! ¡Ese es Galdós! La Fontana de oro

Emilia Pardo Bazán.- ¿Quién fue el primero que le elogió con más entusiasmo y le alentó y vaticinó lo que usted había de deslumbrar en la novela? Esto es verdaderamente importante en la vida de todo escritor: el primero que cree en la obra de uno.

Galdós.- Pues ese gran hombre que habló de mi obra fue Núñez de Arce. Cuando publiqué La Fontana de Oro yo le trataba apenas. Me pidió un artículo para El Debate y me presentó a sus compañeros de redacción. Y además publicó un artículo dándome un bombo muy grande y que luego me sirvió de mucho. Le estoy a día de hoy muy agradecido, no crea.

Emilia Pardo Bazán.- ¿Conserva usted ese artículo?

Galdós.- Conservo muchos…pero no los tengo aquí, mucho menos en este restaurant, los tengo en Santander. El año 73 publiqué La Sombra que es más bien un cuento… No vale nada…hacía entonces ya dos años que empezaba a dejar de trasnochar. Mi vocación se me declaraba con más fuerza cada vez. Era una manía, un vicio y no vivía ni paraba más que en novelista…

Emilia Pardo Bazán.- Una pregunta ¿Imprimió La Fontana de Oro por su cuenta?

Galdós.- Claro que sí como todas mis novelas. Yo he tenido dinero. En realidad yo no he luchado. No me ha faltado nunca el dinero para realizar mis sueños literarios ni los elogios para alentarme. Mire usted, el novelista aunque tenga la suerte de acertar, no se gana la reputación en una noche feliz, como el autor dramático que alcanza un éxito. El novelista necesita una dosis de paciencia que le convierte en el eterno Job de las letras, y como en la mayoría de los casos tiene que actuar de editor de sí mismo, necesita ser, además de Job pacientísimo, un héroe en toda regla. En aquel tiempo no había editores de novelas por tomo, y con los editores de novelas por entregas no quería yo, ni podía en modo alguno entenderme. Apechugué, pues con las dificultades de la magna empresa, y sin encomendarme a Dios ni al Diablo, eché al mundo La Fontana de oro, escrita y editada por mi. Naturalmente, el tomo cayó en las librerías como en un pozo: nadie conocía al autor, que hasta entonces sólo había fatigado las piernas colaborando anónimamente en este o el otro periódico.

Emilia Pardo Bazán.- En La fontana, escrita entre 1867 y 1868, en parte durante un viaje a Francia poco después de la Revolución de Septiembre, se mezclan los hechos históricos reales, con los asuntos personales de los personajes creados por usted, siguiendo una pauta de construcción literaria similar. O más que eso clara estructura precursora de la de los Episodios Nacionales, aunque con los defectos de toda obra primeriza, con su permiso. Comienza así: Durante los seis inolvidables años que mediaron entre 1814 y 1820, la villa de Madrid presenció muchos festejos oficiales con motivo de ciertos sucesos declarados faustos en la Gaceta de entonces. Se alzaban arcos de triunfo, se tendían colgaduras de damasco, salían a la calle las comunidades y cofradías con sus pendones al frente, y en todas las esquinas se ponían escudos y tarjetones, donde el poeta Arriaza estampaba sus pobres versos de circunstancias. En aquellas fiestas, el pueblo no se manifestaba, son como un convidado más, añadido a la lista de alcaldes, funcionarios, gentiles-hombres, frailes y generales; no era otra cosa que un espectador, cuyas pasivas funciones estaban previstas y señaladas en los artículos del programa, y desempeñaba como tal el papel que la etiqueta le prescribía. Las cosas pasaron de distinta manera en el período del 20 al 23 en que ocurrieron los sucesos que aquí referimos.

Galdós.- Como ya he dicho anteriormente, así lancé mi Fontana de oro con más temeridad que fe, y como nadie le decía ¡qué bonitos ojos tienes! El libro estaba muerto de risa, como solemos decir, en las librerías. Nunca pudo aplicarse mas propiamente a una obra literaria aquello de No ha decir que la vende sino que la tiene allí. No sé el tiempo que pasó en esta situación. Llegué a creer que no había escrito mi libro para el público, mejor dicho, que no había público ni cosa que tal valiera, y que las obras literarias se escribían para una docena de amigos, que por lo común las encontraban muy buenas. Pero una mañana, cuando ya consideraba yo a la tal Fontana como cosa perdida, y no sentía malditas ganas de repetir el ensayo, me vi sorprendido por un artículo inserto en la cuarta plana del mismo periódico en que hacía mis primeras armas. Era una carta dirigida al autor de la olvidada novela, y llevaba la firma de Núñez de Arce, el cual, aunque aún no había escrito los Gritos del combate, ni El haz de leña, ni el Idilio, gozaba de gran autoridad en la república de las letras.

Bien se comprenderá mi asombro, y la vivísima emoción que sentí al ver que una eminencia, pues Núñez de Arce lo era o estaba a punto de serlo, hablaba al público de la obra de un desconocido, y la encomiaba, y alentaba al autor a seguir trabajando. Parecióme que se me abrían las puertas del cielo, y que la vida literaria érame camino festoneado de rosas, llano, fácil, sin ningún obstáculo. Lo que agradecí esto al buen amigo y maestro no hay para qué decirlo. Su generosa ayuda dio a La Fontana lo que no tenía, lectores, todo el público posible en aquellos tiempos, que eran mucho peores que los presentes, dígase lo que se quiera, en esto de la venta y lectura de libros de amena literatura.

Emilia Pardo Bazán.- ¡Grande! Núñez de Arce e inolvidable en su biografía. Sin duda una ayuda como esa corona a un escritor, invita a que los lectores le conozcan. Pero habría algunos más, seguro.

Galdós.- Siento verdadero orgullo en decir, veintitantos años después de aquel suceso, que a mi solo interesa, que don Gaspar fue quien me apadrinó al aparecer solito y sin amparo en la vida literaria, quien me sacó de pila, como si dijéramos. Él dijo por primera vez al público que yo era un alumno aplicado, que podía hacer algo cuando me aplicara más. Después de aquella paternal acogida, hube de agradecer también a don Eugenio de Ochoa, académico, escritor distinguidísimo, manifestaciones semejantes. Pero el que me trajo las gallinas fue Núñez de Arce, y por esto le pondría siempre sobre mi cabeza, aunque no fuera quien es, el admirable poeta y literato insigne. Muchos y ardientes admiradores tiene en España don Gaspar; muchos concurrieron con cariñosa efusión a estrechar su mano en aquella noche memorable, pero ninguno fue mas convencido ni mas entusiasta; por llevar, además del homenaje de admiración, el de un sagrado deber tan fácilmente cumplido. Por eso, como usted sabe he homenajeado a este insigne grande de nuestras letras.

Emilia Pardo Bazán.- ¿Y los distintos finales de La Fontana? Recordemos que La Fontana, mezclando lo imaginario y lo histórico, explica unos meses del período que va de 1820 a 1823, y narra al mismo tiempo las dichas y las desdichas de dos enamorados, Lázaro y Clara: Lázaro, joven liberal -cuyo tío, el conspirador Coletilla, se consagra a realizar los crímenes que planea Fernando VII-, y Clara, huérfana inocente, que se encuentra bajo la custodia de Coletilla y de las Porraño -tres mujeres reaccionarias y fanáticas-. En las dos versiones termina la novela con una conspiración absolutista que se malogra por la intervención de Lázaro, y a la vez con el fracaso de los ideales políticos del joven. En la primera versión, sin embargo, los amantes huyen a un pueblecito de Aragón, en donde se casan y viven con mucha felicidad y muchos hijos. En la segunda versión varía el desenlace: los jóvenes son sorprendidos en su huida, y los esbirros de Coletilla asesinan a Lázaro; Clara muere de dolor cuatro días más tarde.

Galdós.- En efecto, mis dudas a cerca de los gustos naturalistas del público suscitaron en su momento no pocas interrogantes en este sentido con todas las ediciones que se llegaron a imprimir, final desgraciado, frente a final feliz. En la primera concluye con la muerte de la pareja de enamorados como consecuencia de la ira absolutista que se desata contra ellos después de que Lázaro consigue abortar la conspiración que pretendía asesinar a los principales defensores del liberalismo en 1821.  En estas tres últimas ediciones la novela, pues se hicieron diversas y traducidas a varios idiomas, ofrecí un desenlace muy diferente del anterior: Clara y Lázaro consiguen burlar con la ayuda de Bozmediano el cerco absolutista y huyen a Ateca, el pueblo natal del muchacho. Allí se casan, tienen hijos y llevan una vida feliz y productiva al margen de toda veleidad política.

Emilia Pardo Bazán.- Al llegar a este punto de nuestra historia (el de la huida de los amantes), el autor  -¿o me equivoco?- se ve en el caso de interrumpirla para hacer una advertencia importante. Había escrito la conclusión y desenlace del modo más natural y lógico, creyendo que era buen fin de jornada para aquellos amantes, el casarse después de tantas amarguras y vivir en paz, y mucha felicidad y muchos hijos. Esto, en su entender, se avenía mejor que nada a las condiciones artísticas que quiso dar a su libro. Pero desgraciadamente la colaboración de un testigo presencial de los hechos que vamos refiriendo, le obligó a desviarse de este buen propósito dando a la historia el fin que realmente tuvo. Mucho tiempo estuvo dudando si terminar el libro con un desenlace hecho a su antojo, o hacerse esclavo de la verdad histórica hasta el punto de dar cima a su trabajo con la narración de un hecho en extremo desagradable (me refiero, claro está, a la muerte de Lázaro y Clara, con la que, en efecto, terminará ahora la novela). La colaboración a que aludo es la de Bozmediano, a quien se deben todos los datos de La Fontana; el cual, habiéndose enterado del desenlace que ya estaba escrito, manifestó gran empeño en que no se alterase la verdad, ofreciéndose de paso a dar un apunte algo detallado del inesperado fin que tuvieron aquellos infelices amantes; que amantes habían de ser, para no tener dicha en este mundo.

Extracto del Capitulo III de ‘Galdós, diálogos biográficos’

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Escrito por

Archivo Entreletras

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