mayo de 2024 - VIII Año

Nicasio Álvarez de Cienfuegos, un ilustrado coherente y poeta innovador

Precursor de las formas e ideas prerrománticas

El siglo XVIII es, probablemente, una de nuestras asignaturas pendientes. No suele interesarnos y los conceptos que manejamos acerca de él son simplistas, precarios y tópicos. Un claro ejemplo de esto, lo constituyen los ilustrados cuya existencia se suele ignorar o pasar por alto y cuyos problemas, así como la represión que sufrieron, suelen pasar interesadamente  desapercibidos.

Cienfuegos fue un excelente poeta, de formación neoclásica, dotado de gran sensibilidad que se adelantó a la estética de lo que sería más tarde el romanticismo.

Apenas se le menciona pero fue mucho más que eso: periodista, dramaturgo, diplomático y académico de la lengua entre otras cosas.  Siguiendo su andadura nos tropezaremos, sin duda, con aspectos interesantes de las últimas décadas del siglo XVIII.

Comprobaremos como nuestro país no ha estado nunca cohesionado. En nuestra historia, por desgracia, los momentos de crisis han sido, por regla general, la norma y la excepción la han constituido los oasis de paz, tranquilidad y ausencia de persecuciones.

Siento atracción, admiración y respeto hacia quienes con un espíritu tolerante se han enfrentado al absolutismo, a una feroz intransigencia y a una ortodoxia asfixiante. Cienfuegos es, en cierto modo, un personaje enigmático. Tuvo amigos, sí, pero fue toda su vida un espíritu solitario y, lo que es más importante, la soledad en sus poemas es mucho más que un tópico y casi, casi constituye la piedra angular de su existencia.

Tenía un temperamento melancólico que contrastaba con arrebatos apasionados. Fue capaz de formularse unas preguntas incomodas que o bien no tenían respuesta… o que era mejor no contestarse para poder sobrevivir.

Como abordaremos enseguida fue un hombre valiente. Era introvertido y acostumbraba a dominar, con estoicismo, sus miedos… el temor que producen, por ejemplo, el ruido de los pasos en la noche cuando sabes que puedes haber sido designado como “blanco”.

Por regla general, su figura permanece en una neblina de desconocimiento. Sin embargo, hay motivos más que suficientes para aproximarnos a su obra y para considerarlo un adelantado en numerosos aspectos. Por ejemplo, son todo un descubrimiento sus preocupaciones vitales que llegó a plasmar en alguno de sus poemas, como “En alabanza de un carpintero llamado Alfonso”, quizás una de las  primeras composiciones de denuncia social de nuestra literatura.

Abierto, con amplitud de miras, creía en la igualdad y la fraternidad y en algunos aspectos, su pensamiento podía definirse como revolucionario dentro de las coordenadas sincrónicas de su tiempo. En los momentos difíciles no rehuía el compromiso. Puede considerársele, con todo merecimiento, progresista con un sentido moderno de la moral y comprometido con las nuevas ideas enciclopedistas.

De ascendencia asturiana siguió la estela de Jovellanos, estudió leyes en la Universidad de Salamanca, allí conoció a Juan Meléndez Valdés y más tarde, en Madrid a Manuel José Quintana, un auténtico símbolo y espejo de las ideas liberales a cuyo círculo perteneció y cuyos postulados ideológicos compartía.

En las ciudades castellanas, también hay náufragos. Nicasio Álvarez de Cienfuegos fue uno de ellos. No le gustaba ir proclamando sus ideas, pero era un hombre de convicciones firmes. Cuando en el camino se planteaba alguna encrucijada no vacilaba en seguir la vereda más consecuente con su formación ilustrada.

Durante los años que estudió en la Universidad de Salamanca dio algunas muestras de su valor y de estar predispuesto a arriesgarse por ponerse en contacto con las nuevas ideas. Leyó a J.J. Rousseau, a  Condorcet o John Locke, entre otros. Como es sobradamente conocido algunos de los libros de estos autores figuraban en el tristemente famoso “índex” de la Inquisición, por lo que hacerse con ellos podía acarrear serios disgustos.

Sin embargo, Cienfuegos sopesaba los riesgos y, a través de un librero llamado Alegre, se hacía con ellos clandestinamente, lo que nos recuerda escenas similares durante la dictadura franquista.

Evidentemente simpatizaba con las ideas ilustradas, provenientes de Francia. No obstante, años más tarde en Madrid, cuando las tropas napoleónicas habían invadido nuestro país, reaccionó con patriotismo  y estuvo a punto de ser  fusilado por Murat, cuñado de Napoleón Bonaparte,  al  negarse a plegarse a sus designios y cumplir sus órdenes.

El hecho de que Cienfuegos sea un desconocido, no es óbice para que de su vida y obra se desprendan diversos aspectos atractivos. Quizás ese sea el motivo por el que  estudiosos y amantes de la poesía de la talla de Cossío, Azorín, José Luis Cano o Jorge Guillen se hayan ocupado de él y le hayan dedicado hermosas páginas.

Por otra parte el pensamiento reaccionario y la España intolerante lo descalificaron abiertamente, lo que tal vez explique, en buena medida, que no hayamos tenido un acceso fácil a su lectura. Así Menéndez Pelayo cree ver en su obra contenidos socialistas y Hermosilla lo acusa de que contiene frases excesivamente republicanas. Un periodista y crítico literario tan inteligente y perspicaz como Mariano José de Larra, ya expuso en su artículo Literatura que Cienfuegos había padecido una notable incomprensión  por parte de la crítica académica. Se quedó corto. Lo que vendría después sería mucho peor.

Nuestro poeta fue un espíritu libre, no se dejó maniatar, ni anular por las recomendaciones de los preceptistas ni de los que pretendían ahogar todo intento de originalidad, imponiendo dogmáticamente una ortodoxia férrea a los creadores.

Precisamente por eso, tiene mérito el que dotado de una nueva sensibilidad fuera capaz de traspasar las líneas rojas que su tiempo le imponía. El miedo es toxico. Es comprensible la prudencia de quien se atreve “en la práctica” a cuestionar los rígidos preceptos imperantes. En cierto sentido, la atmósfera literaria se iba volviendo cada día más irrespirable, como consecuencia de la sacralización de tantas rutinas.

Se debe valorar, en sus justos términos, que se atreviera a romper con los clichés neoclásicos y lo que es más importante, a explorar otros caminos. Es significativo a este respecto, sus intentos por renovar la tópica y envejecida adjetivación neoclásica.

De forma paralela se ha despreciado su teatro que, sin embargo, contiene elementos dignos de atención. Algunas de sus piezas dramáticas, por ejemplo, son muy interesantes tanto por su contenido filosófico como por sus ideas socialmente avanzadas. Posee un afán renovador incuestionable. Ensayó, asimismo, las posibilidades de llevar a la escena su visión angustiada y casi pre-existencialista de la vida.

Digámoslo claramente, la tragedia clásica le sirve de inspiración, más sus personajes y la intención moralmente reformadora, están planteados de una forma muy moderna aunque con una inteligente sutileza. Tomemos como ejemplo su tragedia “Idomeneo”. En ella la denuncia de la superstición, el fanatismo, las intrigas de los sacerdotes se ponen de relieve. Su visión del mundo es profundamente innovadora.

Recordemos sucintamente el argumento: cuando Idomeneo vuelve de Troya, el barco en el que viaja se ve sorprendido por  una tempestad. Temiendo por su vida hace una promesa a Poseidón, dios del mar, ofreciéndole que si logra salvarse, le sacrificará a la primera persona con la que se encuentre al pisar tierra. Al llegar a Creta, la primera persona con quien fatalmente  se tropieza, es su hijo. El planteamiento trágico está servido.

A través de la absurda promesa de Idomeneo, Cienfuegos  pone de manifiesto lo irracional de las supersticiones y a través del sacerdote Sofrónimo, las turbias maquinaciones que ha venido practicando el clero en todas las épocas. Por no citar más que otra peliaguda alusión, señalaremos la crédula y fanática confianza en los oráculos. La figura de la reina Brisea, que no logra sobreponerse a la muerte del hijo y recurre al suicidio, es otro asunto espinoso para la rígida moral del momento.

En sus tragedias se advierte con claridad su condición de ilustrado. Unas veces se resalta el valor de la virtud y la virtud como valor, otras hay una nítida condena de la tiranía y una crítica al absolutismo. En este sentido me parece especialmente digna de resaltarse la tragedia “Pitaco” destinada a poner en valor la actitud heroica de uno de los siete sabios de Grecia, procedente de la isla de Lesbos que supo enfrentarse valerosamente a un poder tiránico.

Indudablemente es audaz, el que no busque como escenario de sus tragedias el consabido tópico de los árabes, para realizar un cántico patriótico-religioso lleno de ucronías con aromas de leyenda. Para él, por el contrario, la tragedia es un medio, una herramienta apropiada para expresar su pensamiento crítico y filosófico. Suele enfrentarse a todo lo que oprime las aspiraciones de libertad del hombre. Puede decirse, sin exageración, como apostrofaba Manuel José Quintana, que poseía “una inflexible aversión a la injusticia”. Igualmente se atreve a tratar, aunque con prudencia, aspectos como los concernientes al sufrimiento social y las injusticias.  En definitiva cree firmemente en la razón y la filantropía.

El final del siglo XVIII fue agitado. La Revolución Francesa había tenido lugar en 1789. Las noticias que llegaban allende los Pirineos eran confusas y alarmantes. El absolutismo había sufrido un duro golpe con la cabeza de Luis XVI segada por la guillotina…

En la atrasada y católica España había que extremar las precauciones. De carácter pacífico, Nicasio Álvarez de Cienfuegos, simpatizaba abiertamente con las ideas de la Ilustración… pero veía con un lógico temor lo que estaba sucediendo en Francia y las consecuencias que podía tener en España.

El reinado de Carlos III fue un paréntesis, un oasis en la violenta y cainita historia de España. Tras él, las viejas ideas rancias y las intrigas cortesanas, volvieron a cobrar carta de naturaleza. Como casi siempre “volvimos a vivir en una burbuja”. Regresaron los prejuicios y tener un criterio independiente tornó a ser peligroso. Volvieron a sonar los tambores satánicos e inquisitoriales que invitaban a manifestar los más atávicos deseos tribales. Hubo por tanto, que ponerse de nuevo la máscara.

Con esta semblanza cuyos rasgos vamos dejando caer aquí y allá, va poniéndose de manifiesto la personalidad, los principios y el interés de su figura. Aun quedan, no obstante, algunos perfiles y ángulos que abordar aunque sea brevemente. Fue un excelente periodista, incluso se podría decir un cronista sagaz y concienzudo.

Tuvo, claro está, choques, encontronazos y dificultades con la censura. Mostrarse de acuerdo con la fraternidad universal, arrojar sus dardos contra las injusticias sociales, la opresión y la codicia de los ricos insensibles al sufrimiento de los humildes… no podía sino acarrearle problemas que acabaron produciéndole un penoso cansancio existencial.

Quienes sean partidarios de visitar las hemerotecas, pueden encontrar en la Gaceta de Madrid  y en El Mercurio de España, estos y otros planteamientos, si bien un tanto crípticamente. Cienfuegos fue un excelente periodista que cuando era necesario sabía asumir riesgos.

En la última etapa de su vida, disfrutó de reconocimientos como el ser nombrado miembro de la Real Academia Española. Quizás, por la época que le tocó vivir, en más de una ocasión tuvo que navegar entre dos aguas. Su carácter fue un campo de batalla en medio de tanto avispero.

Su formación era neoclásica, su temperamento pasional… y su visión del mundo en muchos aspectos pre-romántica. Se pone de manifiesto, aquí y allá, tanto su humanitarismo como sus sentimientos que pueden llegar a ser percibidos como revolucionarios, en determinados sucesos

Creo que sería muy útil que se divulgara y conociera mejor, tanto su vida como su obra innovadora. En las antologías poéticas debería figurar, por ejemplo, el poema “Mi paseo solitario en primavera” que tanto por su contenido como por su temática lo aproxima a la poesía pre-romántica. Considero, sin exageración, que es una de las  voces más originales de la segunda mitad del siglo XVIII.

Si hay una idea que como columna vertebral está presente en sus páginas, es su admiración hacia los valores asociados a la libertad, lo que no constituye en nuestro país una excepción pero reconocerán conmigo, que no es fácil encontrarlos ni en la poesía ni en la prosa de ese siglo. Asimismo, debe resaltarse  su modestia y su  noble pretensión de guiarse por el buen uso de la razón. No hay en sus páginas ninguna pretensión egocéntrica, lo que dice mucho de su carácter y bonhomía.

Sin duda es meritorio que se opusiera al absolutismo, aunque prudente como era, no llega a tanto como a cuestionar la monarquía como institución. Los ilustrados españoles se vieron sometidos a contradicciones y desgarros profundos. A Cienfuegos se le puede considerar un representante del liberalismo político. Sus ideas eran muy concordantes con la Constitución de Cádiz, aprobada en 1808, con las tropas napoleónicas ocupando el país.

Nicasio Álvarez de Cienfuegos murió al año siguiente en Orthez (Francia) donde había sido desterrado por Murat al negarse a someterse a los ucases de los invasores.

El drama de los ilustrados españoles queda admirablemente plasmado por estos dos hechos y ponen de relieve las contradicciones dialécticas a las que estaban sometidos. Por eso, precisamente, por eso, hay que destacar que optó claramente por el cosmopolitismo frente a un purismo nacionalista… pero al mismo tiempo su sincero sentido del patriotismo lo obligaba a correr riegos frente a los invasores.

Quisiera añadir que en lo concerniente al uso del lenguaje fue original, innovador y hasta rupturista. En contra de algunos criterios imperantes “luchó” por introducir en nuestra lengua determinados neologismos y que, frente a los puristas no tuvo inconveniente  en introducir extranjerismos, cuando la ocasión lo requería.

Por citar un último aspecto que merece la pena tener en cuenta, me referiré al sentimiento de la naturaleza que aparece reflejado en muchas de sus páginas y que supone un giro significativo con respecto a los conceptos por aquel entonces  imperantes.

Otro atractivo es que se sentía  insatisfecho con la realidad que lo circundaba. Es asimismo significativo,  que en medio de las tinieblas y de los conflictos… siempre era capaz de encontrar un rayo de esperanza.

De formación neoclásica, como era, es igualmente ilustrativo que lo instintivo y sentimental, casi siempre encuentran ocasión de quebrar el rígido caparazón impuesto por las preceptivas.

Estas breves reflexiones tocan a su fin. Tal vez el lector coincida conmigo en que Nicasio Álvarez de Cienfuegos, su estilo innovador y rupturista, sus ideales ilustrados y fraternales, su liberalismo político y las contradicciones y desgarros que se vió obligado a afrontar, lo convierten en un poeta y un pensador profundamente innovador y digno de ser considerado como un auténtico pilar del momento histórico que le tocó vivir.

Desde mi punto de vista, se ha ganado a pulso un espacio  en nuestra literatura como un poeta y dramaturgo fronterizo entre los rígidos clichés neoclásicos y la eclosión romántica con sus pirotécnicos recursos estilísticos.

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