Colección del Museo de Juan Pablo II (Muzeum Kolekcji im. Jana Pawła II. Plac Bankowy, 1 Varsovia)
Polonia ha tenido una de las historias más trágicas y convulsas de Europa. Su estratégica situación geográfica entre Rusia y Alemania ha sido un constante acicate para las sucesivas anexiones por parte de ambos países vecinos. Un chiste nacional dice, sin embargo, que la ensalada polaca se les ha atragantado porque los dos voraces carnívoros no han podido digerir semejante ingesta solo apta para aquellos delicados estómagos que sigan una saludable dieta vegetariana. Durante el s. XX el país disfrutó de una breve independencia política de tan solo dos décadas entre 1918 y 1939 que van desde la caída del Imperio austrohúngaro con el final de la Primera Guerra Mundial hasta la invasión de Hitler. Tras los épicos acontecimientos de la Solidaridad de Lech Wałęsa en los años 80 con su desvinculación del bloque soviético, en el año 2004 entró a formar parte de la Unión Europea. Los fondos económicos comunitarios han contribuido a sanear la economía nacional y en las grandes ciudades como Varsovia se nota una bonanza inimaginable tan solo hace 25 años. Ahora la ciudad goza de una actividad cultural importante y conserva un buen puñado de museos que conviene visitar. Aun así al turista que inicia esta aventura hay cosas que le pueden producir cierta perplejidad todavía hoy, 2019. Veamos. Después de visitar el Museo Nacional donde la colección de pintura no le ofrece más que dos indiscutibles obras maestras (un Tintoretto al que su desafortunada iluminación le impide verlo y un espléndido Botticelli) hay que dirigirse sin falta al Museo de Juan Pablo II. En él tenemos una de las mejores colecciones de arte europeo en Varsovia. Pero como antes decía vamos a ser presa de un desconcierto digno de un film de serie B de aquellos de la guerra fría. El edificio diseñado por Antonio Corazzi en 1825 que fue sede de la antigua Bolsa de valores y fue reconstruido después de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial presenta un aspecto exterior deprimente. El acceso al museo no es el que dan las guías en la plaza, por lo demás un tanto desmadejada urbanísticamente, sino en una de las calles laterales y la puerta aun estando abierto el museo permanece cerrada a cal y canto. Puerta lúgubre donde las haya custodiada en uno de sus laterales por una estatua de bronce del omnipresente papa Wojtyła. Superando cierto temor inicial nos decidimos a llamar y tras una prolongada espera unos pasos se dejan oír arrastrándose sordamente. La puerta con crujido incluido gira sobre sus goznes y un rostro orondo y tumefacto rubricado por un bigote precomunitario nos interroga acerca de nuestras intenciones. Le hacemos saber lo que queremos deseando por fin admirar las magistrales 400 piezas que el museo promete atesorar. El citado bedel nos vende unos tickets a un precio ridículo y nos invita ya más amable a entrar en la primera de las salas que permanece a oscuras. Acciona el interruptor y cuando la luz nos permite ver su contenido nos encontramos en medio de un horror vacui donde los cuadros sin orden ni concierto atiborran las paredes sin ningún tipo de información con las habituales cartelas. Ante nuestra sorpresa le preguntamos en inglés cómo podemos orientarnos en semejante laberinto y el paciente hombre que no logra entender nada después de unos minutos gesticulando nos provee de un catálogo que desea que nos sirva de hilo de Ariadna. Nosotros también confiamos en ello pero el libro está editado en polaco y manejarlo tampoco es tarea fácil. Habrá que dejarse guiar por nuestro afilado olfato artístico. Hemos leído en la guía que vamos a ver Cranach, Rubens, Rembrandt, Renoir, Van Gogh, y los españoles Velázquez y Goya. Ante tales expectativas el ambiente poco confortable del establecimiento no nos puede arredrar. Iremos recorriendo las cuatro salas que hay tras los sucesivos apagados y encendidos de luz a instancias del ordenanza que nos sigue a todas partes. Lo que vemos nos hace olvidarnos de lo coyuntural para entrar en un “éxtasis” digno de Stendhal: un sorprendente recorrido por la mejor pintura europea desde el Renacimiento al Impresionismo. Nuestro siniestro lazarillo solo nos permite ver la primera planta de las dos que hay. La visita la terminamos en la Rotonda, auditorio circular destinado a actos como testimonian las sillas dispuestas en escuela que llenan la sala. Aquí está la galería de retratos que exhibe los de Rembrandt, Velázquez, Murillo, Rubens, Tintoretto, Ribera, Solimena, van Dick, Fragonard, Reynolds, Millais… Atrás hemos ido admirando obras de Durero, Pontormo, Bordone, Gerôme, Renoir, Sorolla, Zuloaga, Sisley, Guido Reni, Gentile da Fabriano, Tiziano, Jan Gossaert, Correggio, Fantin-Latour, Vlaminck, van Dongen, Goya, van Gogh… en un auténtico totum revolutum que desquiciaría al aventurero más intrépido.
La Colección del Museo de Juan Pablo II conocida como la Galería Carroll-Porczyński fue una donación a la Archidiócesis de Varsovia y a la nación polaca de la colección privada que el matrimonio Janina y Zbigniew Carroll-Porczynski empezó en 1981. Para ello se creó la Fundación Arteks. En 1989, los beneficiarios de la fundación, el Primado de Polonia y el Ministerio de Arte y Cultura de Polonia, decidieron crear este museo como sede permanente de la colección. Desde 1987 algunos expertos han denunciado la falsificación de algunas de sus piezas y, por otro lado, se ha acusado de financiación poco clara a la fundación por parte del sector público y se han criticado algunas de sus actividades como la organización de eventos comerciales en sus instalaciones.
En resumen, una visita de obligado cumplimiento para los amantes del arte con letras mayúsculas y una candorosa invitación para aquellos cineastas que quieran atraer a espectadores ávidos de emociones fuertes.