diciembre de 2025

‘Barcelona-Galicia’, de Isabel García Díaz

Barcelona-Galicia
Isabel García Díaz
Ediciones Vitruvio, 2025
144 págs.

“En busca de la revelación de los recuerdos”

En el fragmento de Barcelona-Galicia que lleva su nombre, el impío rey de Éfira le sirve a Isabel García Díaz para explicar la forma de vivir y revivir los recuerdos de la infancia, el misterio que los alumbra y las circunstancias que los condicionan por parte de aquellos que, en su desesperación, no pueden entregarse al consuelo del olvido y cargan con su pasado como quien, al igual que Sísifo, lleva eternamente una roca a sus espaldas. Debo decir que yo, entre tantos destellos de vida evocados por la autora, me siento como Tántalo al asumir que, al hablar de ellos, se me escapan el agua y los frutos que tengo a mano no tanto por mi incapacidad de alcanzarlos cuanto por su inabarcable abundancia.

Basten, pues, estas palabras que ahora escribo, cuya insuficiencia asumo, para dar cuenta del extraordinario valor de todas las piezas que componen este mosaico configurado por las evocaciones a las que, en un ejercicio de gratitud muy lejos de la carga con la que Zeus castigó a Sísifo, se entrega quien rinde homenaje a su identidad, construida a medias por los dos lugares que han marcado su vida: uno que se enuncia de forma más concreta (Barcelona), y otro de forma más amplia (Galicia), palabra de horizontes grandes que nombra sin embargo el espacio pequeño, pero inabarcable, del pueblo donde están las raíces de la autora.

En Barcelona late el paisaje de la infancia: la ropa blanca, el papel secante, el calor de la familia: las cosas que importan porque se asientan en los sentidos y en la retina de la memoria. Más allá de la infancia, los sentidos, las sensaciones y los sentimientos, la autora comparte con el lector las palabras que alumbran la visión del mundo y desentrañan los complejos engranajes del alma, ese mundo interior al que siempre se puede volver y del que también brotan los retazos de corte filosófico que abundan en el libro, precisamente luminosos porque, en su aparente obviedad, nos recuerdan lo verdaderamente importante. Baste transcribir, para demostrarlo, las apenas tres líneas de “El camino” (p. 73): “A veces hay que detenerse para encontrar el camino y descubrir la dirección adecuada. No queda otro remedio, si no, uno anda desorientado y perdido toda la vida, sin sentido”. La trascendencia y la inmanencia, así, se abren paso entre experiencias y reflexiones, entre las que me permito destacar, por su fuerza, las páginas que la autora dedica a su nieta, constancia de esa vida de uno que crece y se sostiene en los otros.

A Isabel García Díaz no se le escapa la importancia de los lugares y de los objetos cuya materialidad se transforma hasta el punto de perder la emoción de revisitarlos. Creo que “La revelación” lo resume perfectamente con su —nunca mejor dicho— revelador final: “Antes uno iba contento como un enamorado en busca de la revelación de los recuerdos” (p. 64). Y si hablamos de objetos difícilmente prescindibles, nos quedamos con los libros y su dimensión de conciencia dinámica, perfectamente explicada en el valor que los subrayados tuvieron en un momento dado porque, en efecto, “esas palabras marcadas a conciencia descubren los secretos más recónditos” (p. 67).

Por lo que respecta a la segunda parte, “Galicia”, a un gallego de Madrid como es quien escribe esta reseña le es muy fácil entender lo que cuenta la autora, porque nuestras vivencias son casi gemelas y a mí también me pesa, y mucho, la fuerza identitaria de mis raíces. Entiendo, por lo tanto, porque lo he vivido, esa visión de Galicia como si fuera en sí misma un continente, la “tierra prometida” para quien volvía —para quien vuelve— a ella dispuesto a abismarse en lugares donde el tiempo aún sigue detenido.

La visión, y yo lo sé como lo sabe Isabel García Díaz, empieza en el viaje, vivido como una peripecia en un momento de nuestras vidas en el que las distancias, mucho mayores de como nosotros las percibíamos, se alumbraban con una ilusión que se sostenía y se acrecentaba en los diferentes tramos del recorrido y en la percepción de la proximidad, sentida casi como inminencia, de ese lugar al que se desea llegar.

La autora recrea en sus textos breves y certeros la alegría del reencuentro y las lágrimas de la despedida, junto a otros sentimientos genuinamente gallegos que reconocerá sobre todo (pero no únicamente) quien ha participado de ellos, y retrata el paisanaje cordial, único, que nos hizo ser mejores y ser nosotros y nos hizo entender las vivencias de la intimidad familiar (el rosario, el luto) y el valor del trabajo colectivo (especialmente representado por la malla). Recrea también lugares resignificados por la memoria tan diferentes y determinantes como la cuadra —qué importante la presencia y la compañía de los animales— o aquellos colmados fascinantes tomados por los olores y los objetos (el de mi infancia estaba en Camporredondo, en Lugo), adonde peregrinábamos para sentir que la vida esperaba en la humilde forma de un dulce o de un refresco.

Isabel García Díaz expresa el mundo evocado en Barcelona-Galicia con un estilo presidido por la brevedad y la sucesión de miradas rápidas, pero intensas, cuyo resultado es una colección de cuadros vivos que se pueden revisitar sin seguir un orden, como quien escucha en modo aleatorio sus piezas musicales favoritas para dejarse llevar por algo conocido que se envuelve en los ropajes de lo imprevisible. Esta es una de las lecturas que admite un libro en donde los temas guardan una clara interrelación que no se subordina necesariamente a la servidumbre de la linealidad. El lector apreciará la claridad y la sencillez de los textos, muy bien escritos, sabiendo que solo se puede cultivar un registro sencillo gracias a una especial elaboración, y apreciará sobre todo la extraordinaria capacidad evocadora de una colección de estampas donde todo se pone al servicio de la palabra escrita con una edificante sinceridad.

Hay, en fin, en Barcelona-Galicia, algo de cápsula del tiempo transliterada en palabras a las que se puede volver para reencontrar lo que siempre seremos engranado en esa extraña, casi mágica lealtad a nosotros mismos a pesar del paso de los años, a pesar de las pérdidas, a pesar de las renuncias. Nombramos nuestra esencia, y eso da sentido a todo y nos da sentido. Ese es, tal vez, el mayor valor, entre otros muchos, de este libro seminal y entrañable.

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Archivo Entreletras

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